Las extensiones de la memoria - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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domingo, 6 de abril de 2014

Las extensiones de la memoria

Jorge Alberto Hidalgo Toledo


Cinco milenios de historia, millones de ejemplares impresos, evolución de las tecnologías de edición e impresión y todo sigue igual: medio libro per cápita al año por mexicano que se sitúa sobre la faz de la tierra. No hay más. Ni mexicanos, ni libros por leer.
            Para a hacer una afirmación de tal magnitud es necesario llegar al corazón del corazón de éste y todo país: su palabra y su manifestación concreta, sus libros.
            El libro, esa pequeña esfera de dimensiones cúbicas que comprende las sensaciones propias del universo, y se sostiene de la integración coherente de textos e imágenes, es en sí metalectura de la historia de la humanidad y las hazañas lujuriosas de unos bárbaros obsesionados por el lenguaje y el hacer de todo mensaje un mar diacrónico y sincrónico de información dispuesta a confirmar a toda costa, que aquel que lo ordenó, algún día fue un hombre de verdad.
            Bajo la luz vedada de occidente y su concreción sagrada; en el principio fue el verbo y la bibliofagia del que reclama imágenes a la mente, surge la pregunta inicial de nuestra duda ¿cuál es el futuro de la industria editorial, por lo menos en nuestro país?
            Deducir es desglosar y así llegamos a la aorta que pretende combatir al río de la costumbre humana dónde yace nuestro compromiso y complicidad; la permanencia misma de los libros.

la traducción de los sonidos del lenguaje
La cultura y su soporte van de la mano cuando reafirmamos que esa colección de signos gráficos impresos y reunidos hoja por hoja, en volúmenes, son confirmación consecutiva de la invención de la escritura que, IV milenios antes de Cristo, pretendió traducir los sonidos del lenguaje.
            Quizá empujados por una necesidad comercial buscaron soportes que hicieran de la inscripción un objeto transportable. Es así como adoptan la madera, el metal, la arcilla y los tejidos. Los dos mejores soportes de la Antigüedad fueron el papiro y el pergamino.
            En Grecia, la difusión del libro estaba asegurada por las bibliotecas (543.000 volúmenes en Alejandría). En Roma, existían editores y abundaban las librerías (28 para el siglo IV). Con la caída del Imperio romano, las bibliotecas desaparecen y los volúmenes son destruidos y, otros tantos, salvaguardados por los monjes estudiosos quienes hasta el siglo XIII los mantuvieron en sus abadía. El desarrollo de las ciudades provocó la creación, bajo la dependencia de las catedrales, de universitas, donde los clérigos se agrupan libremente para reproducir los libros. Gracias a los encargos comerciales y la ilustración de textos bajo pedido, adquieren importancia las bibliotecas reales. Así, dos hechos provocan la renovación de la industria del libro: la aparición de la burguesía y la introducción del papel en Occidente en el siglo XIV. Bajo el auspicio de ricos mecenas se organizan talleres que tratan de reproducir los textos de una forma rápida y menos costosa. Así surge la xilografía que, se extiende por Italia y Francia hacia finales del Siglo XIV. Pero no es hasta mediados de 1440 y 1450 que Gutemberg, ensambla caracteres de madera con intención de formar una página que se podría descomponer luego para reunir de otra forma los mismo caracteres. Según estudios, se afirma que el número de ejemplares impresos para toda Europa era de 20 millones cuando tan sólo contaban con cien millones de habitantes. Esto nos lleva a puntualizar que hasta el siglo XX, el libro era el vehículo exclusivo de la cultura y que bajo este medio privilegiado de transmisión de conocimientos, se inscribió el paso de las generaciones y los códigos propios de cada sociedad.
            El libro constituía un pedestal para toda la humanidad; escalera hacia el conocimiento en que cada nuevo libro marcaba el progreso e imponía nuevas fronteras con puertas listas para abrirse en los sitios olvidados por los antecesores. Entrado el siglo XX, la respetabilidad cultural del libro se pone en duda, cuando la poesía fue suplantada por la canción, la novela se cambió por las películas. En definitiva, la lectura se convirtió en un acto contra natura. Leer exigía un tiempo y un ritmo del cual carecía el hombre del siglo XX.
            La lectura es “perversión” del hombre solitario; es obsesión y placer difícil de compartir. La palabra dirigida, es un recurso reservado, evocable y reciclable para el que está fuera de la integración social. Un estudio expuesto por la Editorial Everest en 1974, anuncia que “entre los 15 y 24 años es cuando más se lee: al menos un libro al año para un 76% de las personas comprendidas en esta edad. A partir de los 25 años, este porcentaje baja para iniciar una ligera mejoría con la edad del retiro, es decir, a partir de los 65 años”.

La última transformación de un objeto que caracteriza a una civilización
Al parecer los peligros digitales que parecían amenazar al libro “no son del todo graves” como se creía, ya que a la fecha sus cuatro pilares son:

·    Los libros de texto, por su funcionalidad siguen siendo el instrumento esencial del trabajo individual, pues permiten un ritmo y capacidad de asimilación muy distinto, al que otorga la radio o la televisión quienes cumplen la misión de apoyo. Hoy día, existe una gran batalla por el control de la distribución de los libros de texto en nuestro país, ya que la venta directa a las escuelas y grandes descuentos son los que han permitido a casas editoriales como Santillana, Castillo y Fernández Editores abastecer el 7.8% del mercado de libros, acción que molesta a la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) y a la Asociación de Libreros Mexicano, A.C. (Almac) ya que, como afirma Ana Díaz en su artículo “Escaramuzas de papel” (Milenio, Nº 3):  no se busca que los maestros se vean “tentados a seleccionar un libro por la utilidad económica sino según criterios pedagógicos”.

·    Los libros de fondo: siguen dedicados a saciar ese apetito de saber, que se esconde bajo la aparente anorexia cultural del mexicano que se proyecta en las palabras de Gonzalo Araico Montes de Oca, quien subraya que el mexicano es un “analfabeta funcional”, pues aún cuando sabe leer, no lee. Pese a que la industria editorial ha decrecido como declaró Fernando Valdés: “en los años setenta los tirajes de un libro con posibilidades de venta se hacían de diez mil ejemplares. Hoy los tirajes son casi siempre de mil”, las obras de fondo permanecen como una prolongación fiel y segura de nuestra memoria dentro de los círculos comerciales.

·    Los libros-objeto: el gusto por lo raro y valioso, la pasión por los hermosos y antiguo, la lucha ilusoria contra el paso del tiempo ha llevado a los bibliófilos ha convertirse en verdaderos bibliómanos y bibliófagos. Bajo este afán de revalorizar al libro tal como lo anuncia Carmen Beatriz López Portillo: “objeto y perspectiva: extensión de la imaginación”, se pretenden reunir a 50 editoriales en la IV Feria del Libro Claustro de Sor Juana 97 y así enmarcar al libro “no sólo como detonador de conocimiento, sueños y sentimientos, sino como un objeto de arte cuyo proceso de elaboración es arduo y minucioso”.

·    Las obras especializadas salvan las lagunas dejadas por los mass-media que sólo cubren las necesidades de las minorías culturales. Actualmente, existe una fuerte inclinación por los temas esotéricos, medicina alternativa, eróticos, los libros de política ocasional, superación personal, motivaciones e inspiraciones que permitan resolver problemas de forma práctica, como sucedió en la Bienal del Libro de Río, donde se rompieron las leyes del mercado editorial al grado de convertir la exposición en “la Meca del diálogo interreligioso”. Tales libros aparecen y la curva de venta se inicia --en un país como México, donde se publican cinco mil libros anuales, cuando en España se lanzan 45 mil-- con 10 mil o 20 mil ejemplares. Pese a que existen estos números, sorprende nuestro “medio libro” per cápita cuando la UNESCO marca que para ser un país medianamente lector, tendrían que leerse aproximadamente cuatro libros por persona y entre 5 y 9 libros en poblaciones con escolaridad de sexto año.
            Aún cuando contamos con estos cuatro pilares, el sector esencial del que depende el porvenir de la literatura es la existencia y permanencia de los géneros y sobre todo, de los escritores.

Añadiendo poderes a la evocación
La industrialización de la pulpa convertida en libro nos llevaría a creer que vivimos inmersos en las aguas tibias de un mar de libros, sin embargo, la cosa no es así. En los países industriales avanzados, una persona de cada dos no compra nunca un libro. Por ejemplo, en un sondeo que se realizó en España se detectó que de cada 100 españoles de más de 15 años, 70 no habían comprado nunca un libro y 80 no han leído ninguno. Un matrimonio de cada diez posee menos de cinco libros. En México las cifras no están muy alejadas de este desolador panorama. Gabriel Zaid en su obra Los demasiados libros nos indica que el 42% de nuestra población, aproximadamente, dice no leer ni siquiera un libro al año, mientras que otro 58% dedica su tiempo libre a la lectura de revistas de espectáculos, deportivas y libros de superación personal. La situación se agrava cuando vemos que de 12 millones de personas mayores de 15 años, en la Ciudad de México, 5 millones no leen libros y 7 leen 3.3 ejemplares al año.
            Las razones de orden psicológico que podrían explicarnos el por qué de las cifras aportadas por la Fundación Mexicana para el fomento a la lectura (58% lee por gusto o entretenimiento y no para superarse o por la cuestión de educación-obligación; de estos, 50% lee menos de una hora diaria, 33% lee de una a dos horas diarias y 17% más de dos) van desde los altos precios, los lanzamientos insuficientes o demasiado especializados, hasta los circuitos de distribución tradicionales.
            Con el afán de ganar nuevas capas de lectores los editores han lanzado estrategias para hacer la mercancía más barata, agradable a la vista, manejable y de buen contenido, tal es el caso de sir Allen Lan, en Inglaterra, que lanzó en 1935 las ediciones Penguin y 20 años más tarde su colección contaba con más de 1 000 títulos con un tiraje de 20 millones de ejemplares. En EUA, durante la Segunda Guerra Mundial lanzaron el Signet Book, el Bantam Book y el Pocket Book para responder a las necesidades de las tropas estacionadas en Europa y Asia, 15 años después contaban con más de 11 000 títulos. En Francia se implementó esta estrategia en 1953 con la colección de Livre de Poche, llegando a tener, 18 años después, 300 millones de volúmenes. Aún cuando no se extendió el círculo de público culto a las clases populares, permitió profundizar su cultura, o veamos lo así, ¿quién hubiera leído a Pushkin o el Corán antes de su aparición en las colecciones económicas?
            Hoy día la industria editorial ha tomado las mejores armas del marketing; promoción de ejemplares gratuitos entre escritores y críticos, las reediciones, las hojas de interés, publicidad radiofónica, carteles, anuncios publicitarios en circuitos académicos y propaganda a domicilio. Sin embargo, ¿son suficientes las acciones realizados por el editor y sus distribuidores para acercar más lectores a los libros? Sartre aclara en su libro ¿Qué es la literatura?: “El esfuerzo conjunto de autor y lector hará surgir este objeto concreto e imaginario que es obra del espíritu”.


La república de las letras
Una ciudad contaminada de cultura como la nuestra parece no conocer límites. Un acercamiento ofrecido por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, nos indica que en 1996 existían 296 Bibliotecas y 9 librerías Educal en el área metropolitana. Como es por todos sabido, las librerías juegan un papel determinante en la exposición y reunión de lectores. El aficionado espera encontrar en ella la mayor parte de los títulos aparecidos. ¿Qué es lo que pasa cuando el stock de una librería de mediana importancia llega tan sólo a los 5 000 o 6 000 ejemplares? El librero se ve obligado a elegir entre la producción de las editoriales que más le convienen, según los gustos de la clientela o las que tienen más probabilidades de éxito. La amplia producción literaria y la necesidad de especializarse los ha llevado a ampliar la gama de sus actividades vendiendo discos, alimentos y películas. Así, el enlace cultura y comercial se abastece cuando la librería se convierte en un micro centro cultural.
            Pero el problema sigue sin resolverse, ya que son raros los obreros y campesinos que se adentran a las librerías, situadas en muchas ocasiones donde abundan los públicos “cultos”. Las clases populares se ven obligadas a comprar los libros en sus recorridos habituales, es decir, librerías de estaciones, papelerías y puntos de venta, donde el surtido oscila entre la novela policiaca, la literatura sentimental, las novelas populares y los best sellers. Actualmente, los grandes almacenes y tiendas departamentales cuentan con un departamento de librería que ofrece series económicas, colecciones de bolsillo y libros para regalo, además de las nuevas apariciones elegidas entre los libros premiados, las obras acogidas por la crítica o cuyo autor es conocido. Otra estrategia por la que han optado los editores es la venta directa, donde ofrecen colecciones importantes, manuales prácticos y enciclopedias. El contacto activo entre el intermediario y el cliente es lo que se pone en juego. El otro extremo es la venta por correspondencia que respeta, el anonimato del comprador. Con este sorteo de los canales habituales de distribución se han realizado numerosos clubs literarios o las famosas “Aureolas” iniciadas por Alejandro Aura y German Dehesa.


Por una nueva arquitectura del medio
Leer es encontrarse a uno mismo. El que olvida cuando lee, entra en universos irreales e inverosímiles movido por pasiones simples. El logos con su poder creador nos envuelve en la magnitud sonora de esa caja de resonancia que es el tiempo comprendido entre silencio y silencio, palabra y palabra. Cada palabra es un ladrillo y cada libro la estructura fundamental de la arquitectura de los días. De nuestros días; los mismos que se mueven en un horizonte de 93 millones de habitantes donde el periódico de mayor tiraje tira 100 000 ejemplares. Reeducar nuestros procesos de lectura es reorientar los rumbos de la industria editorial.
            La carrera emprendida por editoriales independientes como Verdehalago, La Máquina Eléctrica, que pusieron en el mercado la colección Fósforo alcanzando 120 librerías, en 18 estados; El Tucán de Virginia donde según afirma su cofundador Víctor Manuel Mendiola: “El editor es un lector que le ofrece a otros lectores una propuesta literaria”; Breve Fondo Editorial que basa su existencia en un sistema de suscripciones, donde los interesados tienen que pagar por adelantado lo que recibirán, hoy cuentan con 600 suscriptores que recibirán lo que estaban esperando; Ediciones Sin Nombre creada por José María Espinasa, quien ha logrado introducir al Parnaso, Gandhi, Pegaso, el Péndulo y Eureka el material impreso por Juan Pablos Editores y distribuido por le empresa Nimesis; Trilce Ediciones coordinada y distribuida por Débora Holtz; Hotel Ambosmundos que abrió sus páginas a la poesía norteamericana; Ediciones El Milagro que se ha multiplicado en 36 títulos en cinco colecciones; Ediciones del Milenio de Jorge García Robles, que ha empezado a reeditar las obras más selectas de la generación Beat.
            Las antologías virtuales Cinco Décadas de Cuento Mexicano y Horizonte de Poesía Mexicana, colgadas de Internet son otra muestra de las posibilidades con las que cuenta el libro. Las tecnologías digitales, permiten acercar a más de 12 a 14 mil personas de 72 países al día, textos que a lo mejor hubieran sido medio leídos por una persona al año.
            Otros medios contenedores de información empleados por la industria están amparados por los desarrollos tecnológicos. El directorio de Revistas Electrónicas publicado por la Asociación de Bibliotecas Académicas USA, en 1994, incluye 443 título, el CD-ROM in Print 1994 reporta 6000 CD productores/autores, de los cuales corresponden 33 a Latinoamérica, siendo 14 de México.
            Como podemos observar gran parte del futuro editorial estará encabezado por grupos independientes dirigidos por escritores interesados en ofrecer a los lectores, materiales selectos y de primera calidad; tal como a ellos les gustaría poseerlo, además de atacar necesidades específicas, temas específicos y audiencias epecíficas, lo que implica la casi individualización de productos.
            La permanencia del libro será paralela a las otras tecnologías, mientras las comunidades tengan lo indicado por Estela Morales en su texto Los medios alternativos a la industria editorial para obtener información:
·    carencias de tecnología;
·    carencias de infraestructura física en general;
·    preferencia por placeres táctiles y visuales que sólo el libro les da;
·    costumbre y comunidad de consulta de la versión en papel.
            Las editoriales son industrias que tienen que ser solventes para poder seguir apoyando esa parte creativa que enciende el camino de pólvora que enmarca a un buen libro.

            Quien esto lee, posiblemente leerá más de medio libro al año. Sin embargo, nuestro compromiso con las letras debe ser acción permanente en la búsqueda no sólo del conocimiento, sino de nosotros mismos y los hombres que queremos ser.

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