Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Cinco
milenios de historia, millones de ejemplares impresos, evolución de las
tecnologÃas de edición e impresión y todo sigue igual: medio libro per cápita
al año por mexicano que se sitúa sobre la faz de la tierra. No hay más. Ni
mexicanos, ni libros por leer.
Para a hacer una afirmación de tal
magnitud es necesario llegar al corazón del corazón de éste y todo paÃs: su
palabra y su manifestación concreta, sus libros.
El libro, esa pequeña esfera de
dimensiones cúbicas que comprende las sensaciones propias del universo, y se
sostiene de la integración coherente de textos e imágenes, es en sà metalectura
de la historia de la humanidad y las hazañas lujuriosas de unos bárbaros
obsesionados por el lenguaje y el hacer de todo mensaje un mar diacrónico y
sincrónico de información dispuesta a confirmar a toda costa, que aquel que lo
ordenó, algún dÃa fue un hombre de verdad.
Bajo la luz vedada de occidente y su
concreción sagrada; en el principio fue el verbo y la bibliofagia del que
reclama imágenes a la mente, surge la pregunta inicial de nuestra duda ¿cuál es
el futuro de la industria editorial, por lo menos en nuestro paÃs?
Deducir es desglosar y asà llegamos
a la aorta que pretende combatir al rÃo de la costumbre humana dónde yace
nuestro compromiso y complicidad; la permanencia misma de los libros.
la
traducción de los sonidos del lenguaje
La cultura
y su soporte van de la mano cuando reafirmamos que esa colección de signos
gráficos impresos y reunidos hoja por hoja, en volúmenes, son confirmación
consecutiva de la invención de la escritura que, IV milenios antes de Cristo,
pretendió traducir los sonidos del lenguaje.
Quizá empujados por una necesidad
comercial buscaron soportes que hicieran de la inscripción un objeto
transportable. Es asà como adoptan la madera, el
metal, la arcilla y los tejidos. Los dos mejores soportes de la Antigüedad
fueron el papiro y el pergamino.
En Grecia, la difusión del libro
estaba asegurada por las bibliotecas (543.000 volúmenes en AlejandrÃa). En
Roma, existÃan editores y abundaban las librerÃas (28 para el siglo IV). Con la
caÃda del Imperio romano, las bibliotecas desaparecen y los volúmenes son
destruidos y, otros tantos, salvaguardados por los monjes estudiosos quienes
hasta el siglo XIII los mantuvieron en sus abadÃa. El desarrollo de las
ciudades provocó la creación, bajo la dependencia de las catedrales, de universitas, donde los clérigos se
agrupan libremente para reproducir los libros. Gracias a los encargos
comerciales y la ilustración de textos bajo pedido, adquieren importancia las
bibliotecas reales. AsÃ, dos hechos provocan la renovación de la industria del
libro: la aparición de la burguesÃa y la introducción del papel en Occidente en
el siglo XIV. Bajo el auspicio de ricos mecenas se organizan talleres que
tratan de reproducir los textos de una forma rápida y menos costosa. Asà surge
la xilografÃa que, se extiende por Italia y Francia hacia finales del Siglo
XIV. Pero no es hasta mediados de 1440 y 1450 que Gutemberg, ensambla
caracteres de madera con intención de formar una página que se podrÃa
descomponer luego para reunir de otra forma los mismo caracteres. Según
estudios, se afirma que el número de ejemplares impresos para toda Europa era
de 20 millones cuando tan sólo contaban con cien millones de habitantes. Esto
nos lleva a puntualizar que hasta el siglo XX, el libro era el vehÃculo
exclusivo de la cultura y que bajo este medio privilegiado de transmisión de
conocimientos, se inscribió el paso de las generaciones y los códigos propios
de cada sociedad.
El libro constituÃa un pedestal para
toda la humanidad; escalera hacia el conocimiento en que cada nuevo libro
marcaba el progreso e imponÃa nuevas fronteras con puertas listas para abrirse
en los sitios olvidados por los antecesores. Entrado el siglo XX, la
respetabilidad cultural del libro se pone en duda, cuando la poesÃa fue
suplantada por la canción, la novela se cambió por las pelÃculas. En
definitiva, la lectura se convirtió en un acto contra natura. Leer exigÃa un tiempo y un ritmo del cual carecÃa el
hombre del siglo XX.
La lectura es “perversión” del
hombre solitario; es obsesión y placer difÃcil de compartir. La palabra
dirigida, es un recurso reservado, evocable y reciclable para el que está fuera
de la integración social. Un estudio expuesto por la Editorial Everest en 1974,
anuncia que “entre los 15 y 24 años es cuando más se lee: al menos un libro al
año para un 76% de las personas comprendidas en esta edad. A partir de los 25
años, este porcentaje baja para iniciar una ligera mejorÃa con la edad del
retiro, es decir, a partir de los 65 años”.
La última
transformación de un objeto que caracteriza a una
civilización
Al parecer
los peligros digitales que parecÃan amenazar al libro “no son del todo graves”
como se creÃa, ya que a la fecha sus cuatro pilares son:
·
Los libros de
texto, por su funcionalidad siguen siendo el instrumento esencial del
trabajo individual, pues permiten un ritmo y capacidad de asimilación muy
distinto, al que otorga la radio o la televisión quienes cumplen la misión de
apoyo. Hoy dÃa, existe una gran batalla por el control de la distribución de
los libros de texto en nuestro paÃs, ya que la venta directa a las escuelas y
grandes descuentos son los que han permitido a casas editoriales como Santillana,
Castillo y Fernández Editores abastecer el 7.8% del mercado de libros, acción
que molesta a la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) y
a la Asociación de Libreros Mexicano, A.C. (Almac) ya que, como afirma Ana DÃaz
en su artÃculo “Escaramuzas de papel” (Milenio, Nº 3): no se busca que los maestros se vean
“tentados a seleccionar un libro por la utilidad económica sino según criterios
pedagógicos”.
·
Los libros de
fondo: siguen dedicados a saciar ese apetito de saber, que se esconde bajo
la aparente anorexia cultural del mexicano que se proyecta en las palabras de
Gonzalo Araico Montes de Oca, quien subraya que el mexicano es un “analfabeta
funcional”, pues aún cuando sabe leer, no lee. Pese a que la industria
editorial ha decrecido como declaró Fernando Valdés: “en los años setenta los
tirajes de un libro con posibilidades de venta se hacÃan de diez mil
ejemplares. Hoy los tirajes son casi siempre de mil”, las obras de fondo
permanecen como una prolongación fiel y segura de nuestra memoria dentro de los
cÃrculos comerciales.
·
Los libros-objeto:
el gusto por lo raro y valioso, la pasión por los hermosos y antiguo, la lucha
ilusoria contra el paso del tiempo ha llevado a los bibliófilos ha convertirse
en verdaderos bibliómanos y bibliófagos. Bajo este afán de revalorizar al libro
tal como lo anuncia Carmen Beatriz López Portillo: “objeto y perspectiva:
extensión de la imaginación”, se pretenden reunir a 50 editoriales en la IV
Feria del Libro Claustro de Sor Juana 97 y asà enmarcar al libro “no sólo como
detonador de conocimiento, sueños y sentimientos, sino como un objeto de arte
cuyo proceso de elaboración es arduo y minucioso”.
·
Las obras
especializadas salvan las lagunas dejadas por los mass-media que sólo cubren las necesidades de las minorÃas
culturales. Actualmente, existe una fuerte inclinación por los temas
esotéricos, medicina alternativa, eróticos, los libros de polÃtica ocasional,
superación personal, motivaciones e inspiraciones que permitan resolver
problemas de forma práctica, como sucedió en la Bienal del Libro de RÃo, donde
se rompieron las leyes del mercado editorial al grado de convertir la
exposición en “la Meca del diálogo interreligioso”. Tales libros aparecen y la
curva de venta se inicia --en un paÃs como México, donde se publican cinco mil
libros anuales, cuando en España se lanzan 45 mil-- con 10 mil o 20 mil
ejemplares. Pese a que existen estos números, sorprende nuestro “medio libro” per cápita cuando la UNESCO marca que
para ser un paÃs medianamente lector, tendrÃan que leerse aproximadamente
cuatro libros por persona y entre 5 y 9 libros en poblaciones con escolaridad
de sexto año.
Aún cuando contamos con estos cuatro
pilares, el sector esencial del que depende el porvenir de la literatura es la
existencia y permanencia de los géneros y sobre todo, de los escritores.
Añadiendo
poderes a la evocación
La
industrialización de la pulpa convertida en libro nos llevarÃa a creer que
vivimos inmersos en las aguas tibias de un mar de libros, sin embargo, la cosa
no es asÃ. En los paÃses industriales avanzados, una persona de cada dos no
compra nunca un libro. Por ejemplo, en un sondeo que se realizó en España se
detectó que de cada 100 españoles de más de 15 años, 70 no habÃan comprado
nunca un libro y 80 no han leÃdo ninguno. Un matrimonio de cada diez posee
menos de cinco libros. En México las cifras no están muy alejadas de este
desolador panorama. Gabriel Zaid en su obra Los
demasiados libros nos indica que el 42% de nuestra población,
aproximadamente, dice no leer ni siquiera un libro al año, mientras que otro
58% dedica su tiempo libre a la lectura de revistas de espectáculos, deportivas
y libros de superación personal. La situación se agrava cuando vemos que de 12
millones de personas mayores de 15 años, en la Ciudad de México, 5 millones no
leen libros y 7 leen 3.3 ejemplares al año.
Las razones de orden psicológico que
podrÃan explicarnos el por qué de las cifras aportadas por la Fundación
Mexicana para el fomento a la lectura (58% lee por gusto o entretenimiento y no
para superarse o por la cuestión de educación-obligación; de estos, 50% lee
menos de una hora diaria, 33% lee de una a dos horas diarias y 17% más de dos)
van desde los altos precios, los lanzamientos insuficientes o demasiado
especializados, hasta los circuitos de distribución tradicionales.
Con el afán de ganar nuevas capas de
lectores los editores han lanzado estrategias para hacer la mercancÃa más
barata, agradable a la vista, manejable y de buen contenido, tal es el caso de
sir Allen Lan, en Inglaterra, que lanzó en 1935 las ediciones Penguin y 20 años
más tarde su colección contaba con más de 1 000 tÃtulos con un tiraje de 20
millones de ejemplares. En EUA, durante la Segunda Guerra Mundial lanzaron el Signet Book, el Bantam Book y el Pocket Book
para responder a las necesidades de las tropas estacionadas en Europa y Asia,
15 años después contaban con más de 11 000 tÃtulos. En Francia se implementó
esta estrategia en 1953 con la colección de Livre
de Poche, llegando a tener, 18 años
después, 300 millones de volúmenes. Aún cuando no se extendió el cÃrculo de
público culto a las clases populares, permitió profundizar su cultura, o veamos
lo asÃ, ¿quién hubiera leÃdo a Pushkin o el Corán antes de su aparición en las
colecciones económicas?
Hoy dÃa la industria editorial ha
tomado las mejores armas del marketing;
promoción de ejemplares gratuitos entre escritores y crÃticos, las reediciones,
las hojas de interés, publicidad radiofónica, carteles, anuncios publicitarios
en circuitos académicos y propaganda a domicilio. Sin embargo, ¿son suficientes
las acciones realizados por el editor y sus distribuidores para acercar más
lectores a los libros? Sartre aclara en su libro ¿Qué es la literatura?: “El esfuerzo conjunto de autor y lector
hará surgir este objeto concreto e imaginario que es obra del espÃritu”.
Una ciudad
contaminada de cultura como la nuestra parece no conocer lÃmites. Un
acercamiento ofrecido por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, nos
indica que en 1996 existÃan 296 Bibliotecas y 9 librerÃas Educal en el área
metropolitana. Como es por todos sabido, las librerÃas juegan un papel
determinante en la exposición y reunión de lectores. El aficionado espera
encontrar en ella la mayor parte de los tÃtulos aparecidos. ¿Qué es lo que pasa
cuando el stock de una librerÃa de
mediana importancia llega tan sólo a los 5 000 o 6 000 ejemplares? El librero
se ve obligado a elegir entre la producción de las editoriales que más le
convienen, según los gustos de la clientela o las que tienen más probabilidades
de éxito. La amplia producción literaria y la necesidad de especializarse los ha
llevado a ampliar la gama de sus actividades vendiendo discos, alimentos y
pelÃculas. AsÃ, el enlace cultura y comercial se abastece cuando la librerÃa se
convierte en un micro centro cultural.
Pero el problema sigue sin
resolverse, ya que son raros los obreros y campesinos que se adentran a las
librerÃas, situadas en muchas ocasiones donde abundan los públicos “cultos”.
Las clases populares se ven obligadas a comprar los libros en sus recorridos
habituales, es decir, librerÃas de estaciones, papelerÃas y puntos de venta,
donde el surtido oscila entre la novela policiaca, la literatura sentimental,
las novelas populares y los best sellers. Actualmente, los grandes
almacenes y tiendas departamentales cuentan con un departamento de librerÃa que
ofrece series económicas, colecciones de bolsillo y libros para regalo, además
de las nuevas apariciones elegidas entre los libros premiados, las obras
acogidas por la crÃtica o cuyo autor es conocido. Otra estrategia por la que
han optado los editores es la venta directa, donde ofrecen colecciones
importantes, manuales prácticos y enciclopedias. El contacto activo entre el
intermediario y el cliente es lo que se pone en juego. El otro extremo es la
venta por correspondencia que respeta, el anonimato del comprador. Con este
sorteo de los canales habituales de distribución se han realizado numerosos clubs literarios o las famosas
“Aureolas” iniciadas por Alejandro Aura y German Dehesa.
Por una
nueva arquitectura del medio
Leer es
encontrarse a uno mismo. El que olvida cuando lee, entra en universos irreales
e inverosÃmiles movido por pasiones simples. El logos con su poder creador nos envuelve en la magnitud sonora de
esa caja de resonancia que es el tiempo comprendido entre silencio y silencio,
palabra y palabra. Cada palabra es un ladrillo y cada libro la estructura
fundamental de la arquitectura de los dÃas. De nuestros dÃas; los mismos que se
mueven en un horizonte de 93 millones de habitantes donde el periódico de mayor
tiraje tira 100 000 ejemplares. Reeducar nuestros procesos de lectura es
reorientar los rumbos de la industria editorial.
La carrera emprendida por
editoriales independientes como Verdehalago, La Máquina Eléctrica, que pusieron
en el mercado la colección Fósforo alcanzando 120 librerÃas, en 18 estados; El
Tucán de Virginia donde según afirma su cofundador VÃctor Manuel Mendiola: “El
editor es un lector que le ofrece a otros lectores una propuesta literaria”;
Breve Fondo Editorial que basa su existencia en un sistema de suscripciones,
donde los interesados tienen que pagar por adelantado lo que recibirán, hoy
cuentan con 600 suscriptores que recibirán lo que estaban esperando; Ediciones
Sin Nombre creada por José MarÃa Espinasa, quien ha logrado introducir al
Parnaso, Gandhi, Pegaso, el Péndulo y Eureka el material impreso por Juan
Pablos Editores y distribuido por le empresa Nimesis; Trilce Ediciones
coordinada y distribuida por Débora Holtz; Hotel Ambosmundos que abrió sus páginas
a la poesÃa norteamericana; Ediciones El Milagro que se ha multiplicado en 36
tÃtulos en cinco colecciones; Ediciones del Milenio de Jorge GarcÃa Robles, que
ha empezado a reeditar las obras más selectas de la generación Beat.
Las antologÃas virtuales Cinco Décadas de Cuento Mexicano y Horizonte de PoesÃa Mexicana, colgadas
de Internet son otra muestra de las posibilidades con las que cuenta el libro.
Las tecnologÃas digitales, permiten acercar a más de 12 a 14 mil personas de 72
paÃses al dÃa, textos que a lo mejor hubieran sido medio leÃdos por una persona
al año.
Otros medios contenedores de
información empleados por la industria están amparados por los desarrollos
tecnológicos. El directorio de Revistas
Electrónicas publicado por la Asociación de Bibliotecas Académicas USA, en
1994, incluye 443 tÃtulo, el CD-ROM in Print 1994 reporta 6000 CD
productores/autores, de los cuales corresponden 33 a Latinoamérica, siendo 14
de México.
Como podemos observar gran parte del
futuro editorial estará encabezado por grupos independientes dirigidos por
escritores interesados en ofrecer a los lectores, materiales selectos y de
primera calidad; tal como a ellos les gustarÃa poseerlo, además de atacar
necesidades especÃficas, temas especÃficos y audiencias epecÃficas, lo que
implica la casi individualización de productos.
La permanencia del libro será
paralela a las otras tecnologÃas, mientras las comunidades tengan lo indicado
por Estela Morales en su texto Los medios
alternativos a la industria editorial para obtener información:
·
carencias de tecnologÃa;
·
carencias de infraestructura fÃsica en general;
·
preferencia por placeres táctiles y visuales que sólo
el libro les da;
·
costumbre y comunidad de consulta de la versión en
papel.
Las editoriales son industrias que
tienen que ser solventes para poder seguir apoyando esa parte creativa que
enciende el camino de pólvora que enmarca a un buen libro.
Quien esto lee, posiblemente leerá
más de medio libro al año. Sin embargo, nuestro compromiso con las letras debe
ser acción permanente en la búsqueda no sólo del conocimiento, sino de nosotros
mismos y los hombres que queremos ser.