Jorge Alberto
Hidalgo Toledo
"Las
artistas de strip-tease legendarias no se retiran nunca;
continúan
teniendo la necesidad de enseñarlo todo, aunque no mire nadie.
Desearía que
todo el mundo fuese artista de strip-tease".
(John
Waters,
Ganarse
la cena cantando)
Coyoacán. 6:30 P.M. Domingo. Una sombra
se aproxima. Largos pasos se extienden con formas inusuales. Un chico, vestido
con chaleco de vaca, pecho desnudo, pantalón de rayas verde-rojo radioactivo,
snorkel amarillo "sácame los ojos", aletas azul rey, un morral
Huichol, del cual arroja tulipanes y frambuesas, se acerca entre las
multitudes, como un Mesías Punk. Con ojos desorbitados y clandestinos me selecciona
entre las masas como a un iluminado y me cuestiona "¿Quieres de mi nieve?" Con una actitud símil a la de los
elegidos lo miro con firmeza y seguridad mientras le pregunto: "¿De qué es?" Dobla la vista y
extiende el brazo a manera de los Santos: "De Pink Floyd con helicóptero".
Un poco loco y sorprendente se expande y
gira este mundo. Día con día nos presenta situaciones incomprensibles que
parecen venir de un universo alterno por complejas y disparatadas. Tanto que me
han llevado a pensar, ¿qué pasaría si desnudáramos la naturaleza?
Largas olas de silencio rodean la
cuestión y me olvido de los paradigmas fenomenológicos. Prendo la televisión y
me sumerjo en cosas más sencillas como el mundo que me rodea. No puedo
evitarlo. Cambio constantemente de canales hasta toparme con la respuesta. Si
el mundo organizara un strip-tease
donde la naturaleza mostrara sus formas desnudas y primitivas, el resultado
sería un film de John Waters. La
galaxia entera y sus confines estaría forrada de peluche o celofán. Las calles
tendrían nombres como polietileno o silicón. Las grandes avenidas estarían
plagadas de letreros luminosos que anunciarían cabarets y antros gays con
consignas como esta: "Bellezas
pechugonas y bailes exóticos por un dólar cincuenta". Las fabricas
emplearían su tiempo libre para elaborar ropa interior para mujeres cuya parte
superior no esté de acuerdo con el tamaño de su trasero. Los Mass Media, se enorgullecerían de
presentar noche tras noche las acciones pervertidas de un tipo que está por
morir de SIDA.
Sí, así de grotesco sería el mundo.
Exhibicionistas y violadores aprovecharían los canales radiofónicos para
defender su punto de vista tras escenificar una violación multitudinaria en un
baño público de Brooklyn. Las atmósferas serían tan espesas y pegajosas como
cualquier sustancia de aerosol o melanina ponderosa. No habría mayor secreto
que la liviandad. El celuloide dejaría de generar actores de culto y las masas
podrían dignificar los medios con la democracia. Cualquier pervertido podría
montar un show en Broadway o exponer en Soho.
Así serían nuestros días, provocativos y
llenos de mal gusto. Infestos de un hedor a basura propio de artistas
posmodernos y amantes del Punk.
Majareta, mejor conocida como Crackpot, the obsessions of John
Waters es el último texto aparecido hasta el momento en el mercado, de
este estúpido genio, cuya inclinación por lo sucio y lo perverso, hacen de la
perturbación y las aberraciones una perfecta obra de arte.
Waters, mitómano y suicida, en carnes y
amores, retoma estas secuelas y hace de los restos de la cultura, objetos de
culto pop. Sin embargo su producción artística es incomprensible hasta la
fecha. Todas las mañanas abandona su recámara cubierta con colchas de olanes y
explora en el interior de su buzón, donde encuentra cientos de cartas que hacen
este tipo de preguntas: "Estoy en la
universidad y hago películas como las suyas. ¿Cómo es que a mí me mandan al psiquiatra
y a usted lo mandan a Europa?", "¿Por qué mi tío culto me dice que los muebles de mi recámara son de
pésimo gusto y usted los utiliza como escenografía?", "Tengo una hermana que supera en fealdad a
todos sus actores, ¿cómo es que nunca le han dado una oportunidad en el cine".
"Mi madre es tan gorda y puerca como
Divine, ¿Exigimos un papel en su próxima película".
Fealdad, rasgos bruscos, asfixiantes,
exageraciones que incrementan el espectáculo de los defectos, son los tópicos
que rescata de las comunidades delirantes. Su estética de la malformación ha
permitido el ingreso a la pantalla de gentes como Rosy de Palma, María
Barranco, Divine o Edith Masey.
Todos sin saberlo le debemos algo.
Parece que exagero, sin embargo, entren a cualquier condominio de un suburbio y
encontrarán a una ama de casa embadurnada de aguacate y miel persiguiendo a su
bastardo engendro con un cuchillo o una chancla por no dejar las cosas en su
lugar.
La cordura no existe, los personajes de
Waters, al igual que los del mundo que nos rodea, son extremadamente normales:
aficionados perdedores, yuppies malolientes, ancianos promiscuos, policías
corruptos, agentes porno, productores travestís, personajes cuyos símbolos
rayan en la tragedia y la enfermedad social. Estas estrellas de la sociedad
basura, son los hijos adorables de sus films.
Entre sus cintas encontramos "Eat
your make-up", "Multiple Maniacs", "Mondo
Trasho", "Female Trouble" y "Hairspray",
donde expone el éxtasis de los medios en las sociedades hipercomunicadas y
saturadas de sentido, al satirizar a dos alumnas que pelean por ser las
preferidas de su comunidad dentro del programa de moda.
¡Bendita sea la globalización! gracias a
ella, el espectáculo está en todas partes, ya no hay que ir a los escenarios
para representar realidades ficticias, ahora sólo hay que llevar las cámaras al
sitio adecuado y tendremos un film.
Polyester,
su obra maestra, rompe con la célula social, al hacer de la familia un mecánico
pedazo de catástrofe en el que rige la estupidez. En esta cinta, realizada en Odorama (tableta numerada que, al
rascarse, desprende aromas similares a los que perciben los personajes)
comprueba el modelo establecido por William
Castle: no importa que una película sea mala, es posible que el público
llene la sala, es posible que la gente hable todo el tiempo de la película, es
posible que sea un ¡Éxito!
Y eso es lo que es... un éxito rotundo,
un homenaje perfecto a la demencia y al mal gusto, una obra de arte, un espacio
colapsado y permitido a la estética retorcida de la sociedad que negamos y nos
tocó vivir.
Ya lo dije y lo repito, de estar desnudo
el mundo las cosas serían así, delirantes y degeneradas. No hay salvación.
Seríamos parte de uno de estos films y nos apodarían la persona más inmunda de
la tierra. La estética punk, llenaría la vida de detalles grotescos y conjuras
oportunistas. Y al parecer, no estamos lejos de eso, ya que desde el setenta,
los jóvenes, a manera de repudio contra lo establecido destrozaron los
cimientos del púber universo y crearon de la experiencia hollywoodense de sus
padres, una sociedad instalada en la basura y la putrefacción, prueba viviente
de ello, fue mi encuentro con Siberioespacio, el chico de la nieve
que después de hablar de sus encantos, me invitó a sentarme y meditar.
Hablamos por instantes, de forma aguda y
fragmentaria, de la posibilidad de vestirnos de aves, colgarnos sobre unos
cables y tocar el acordeón; de lanzarnos sobre la fuente arrojando plumas y
construir una pirámide con "senos de tetrapak"; hacer el amor y
escandalizar a los presentes cuando de nuestras ropas vieran crecer pollitos y
gritáramos extasiados, que aún cuando es domingo, el plan de contingencia no ha
arruinado este lunático ritual.