(Aprendiendo a leer las señales divinas)
La metafísica pansemiótica en la Edad Media
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Nombrar al mundo, pensar a Dios (INTRODUCCIÓN)
¿Qué relación mágica guarda la palabra con el mundo? ¿Trama acaso todo signo un dulce engaño que transpone al alma? ¿Es el mundo de los signos el mundo de lo impreciso, de lo plural, de lo ontológico, de lo teológico? ¿Es “la querella de los universales” el detonador del desarrollo de una filosofía del lenguaje durante la escolástica medieval? En un mundo en que la verdad divina es revelada al hombre a través de la palabra y los signos que son las cosas, cómo habrían de decodificarse: ¿cómo signos de salvación o cómo voz viva de un Dios que se expresa en la historia? Preguntas como éstas buscarán respuesta a lo largo del presente ensayo en que analizaremos cómo las consideraciones de la lógica medieval darán paso a la semiótica y a los principios básicos de la reflexión hermenéutica.
En la Logica Ingredientibus de Pedro Abelardo encontramos la ubicación de la Lógica como instrumento de la filosofía. En su reflexión sobre Boecio y si ésta puede o no ser instrumento de sí misma para disponer una argumentación, Abelardo enumera tres cuestiones que motivarán nuestra investigación sobre el origen y desarrollo de la filosofía del lenguaje y la metafísica pansemiótica en la Edad Media:
- “Si los géneros y las especies subsisten, o están sólo en (las mentes); como si dijese: si existen verdaderamente, o consisten sólo en que se piensa en ellas.
- Caso de que se conceda que verdaderamente existen, si son esencias, corpóreas o incorpóreas.
- Si están separadas de las cosas sensibles o residen en ellas. Pues existen dos especies de seres incorpóreos: unos pueden perdurar en su incorporeidad, como Dios y el alma; otros no pueden existir fuera de los seres sensibles en los que se hallan, como la línea sin un cuerpo que le sirva de sujeto.”
Una cuarta cuestión será añadida por el propio Abelardo en la que se preguntará sobre la permanencia de las cosas denominadas y su significación una vez destruidas.
Materia, mundo sensible, hombres que interpretan, hombres que forman conceptos. Ya en Platón encontramos una posible respuesta al problema que se dará entre el objeto y el pensamiento: “no sólo se les piensa fuera de las cosas sensibles, sino que también existen fuera de ellas”; y una segunda tendencia que estará presente en la discusión medieval será la aportada por Aristóteles: “los géneros y especies subsisten tan sólo en los seres sensibles y se forma un concepto de ellos fuera (en la mente)”
En el siglo IX, con el surgimiento de la escolástica, después de la época patrística, encontramos los antecedentes filosóficos y cómo se cultivaron en algunas formas, investigaciones sobre la gramática latina (Elio Donato, Diómedes, Sergio, Pompeyo, Prisciano, Audaz, Mario Victorino, San Agustín, San Beda, San Isidoro de Sevilla y otros), e incluso las hechas por Boecio sobre el Peri hermeneias de Aristóteles. Sin embargo, no será hasta el siglo XII en que se dé un gran desarrollo de la filosofía del lenguaje dentro de la escolástica, donde se presentará una importante relación entre la gramática con la lógica o dialéctica.
Serán notables los Comentarios sobre Prisciano de Pedro Helias (hacia 1145) y el Doctrinale de Alejandro de Villedieu (hacia 1199) que sintetizará lo fundamental de Prisciano en 2,600 versos. Ahí será clara la relación planteada entre la gramática y la lógica, a diferencia del pasado en que se disponía de la parte del corpus aristotelicum denominado logica vetus (consistente en las Categorías y el Peri hermeneias) y ahora se utilizaba, además, la logica nova (Analíticos, los Tópicos y los Elencos).
La gramática será muy tomada en cuenta por la escuela de Chartres y, en gran medida, por Juan de Salisbury con sus intentos por compaginar el lenguaje, que es artificial y convencional, con la naturaleza de las cosas.
Grandes dialécticos como San Anselmo (que a pesar de todo, fue “antidialéctico” en el sentido de resaltar la fe por encima de la filosofía) y a Pedro Abelardo (quien, a diferencia de Anselmo, asumió la dialéctica como perspectiva definida y propia).
Lo más importante en San Anselmo, y sobre todo, en Abelardo, es que “con ellos despunta lo que será más adelante la teoría de las propiedades lógico-semánticas de los términos, siendo los principales la significación, la suposición y la apelación”. Ambos tomarán como eje de su propuesta la noción del “nombre apelativo” (nomen appellativum), es decir, el que designa algo en concreto. En torno a él se dieron las discusiones sobre las propiedades de los términos.
La significación (significatio) o presentación hecha por el término de una cosa en abstracto en la mente, como tomada independientemente de su existencia y prescindiendo de la aplicación del término a cosas concretas será el hilo conductor de la historia narrada en nuestras próximas líneas.
Lengua y Realidad (Desarrollo)
Para ubicar las aguas que llenaron el corazón del hombre medieval en las horas en que “la querella por los universales” se abría camino y así determinar las gotas de donde habrán de beber filósofos como Pedro Abelardo, Santo Tomás de Aquino, Guillermo de Sherwood, Roger Bacon, Ramón Lull, Juan Duns Escoto, Guillermo de Ockham, entre otros desarrolladores de la filosofía del lenguaje en la Edad Media, habría que situarnos algunos siglos antes, cuando el “escenario del mundo se agranda y la figura del extranjero invade el espacio más próximo”; cuando hablar de imperios y cristiandad es mismo tema; cuando ya no es posible hablar de un mundo unitario, homogéneo y cerrado; cuando las ideas, los pueblos, las maneras de vivir y de sentir conforman identidades nacionales, cuando surgen y se desarrollan nuevas clases sociales: “nobles y clérigos, campesinos, gentes de negocio que se ocupan de los intercambios comerciales, comentadores y copistas, creadores de ciencia y multiplicadores del saber”; cuando las nuevas formas de pensar revolucionan la moral que media el mundo y las premisas sobre las que se articuló el pensamiento humano que reinaba fuera de los círculos escolásticos.
Esos años de leyenda son los mismos que vieron el descubrimiento de la tradición griega en el siglo XII; la concentración de la cultura entorno a los monasterios y a las escuelas, permitiendo una ruptura entre la elite y el mundo laico lo que “precipitó la escisión entre las lenguas vulgares, vivas, orales y el latín, lengua erudita, escolar, reservada a una elite; donde sólo los que habían aprendido esta lengua en las escuelas podían acceder a la cultura escrita”.
Aquellos son los años que siguieron a la muerte de Hugo en Cluny cuando se censaron más de 1,184 monasterios que iban desde Francia, Alemania, Suiza, Lombardía, España e Inglaterra; mismos que impulsaron una cristiandad homogénea con sus fuertes cargas religiosas y morales. Son los días pasados de Pedro el Venerable y San Bernardo, quien impuso un rostro austero en la abadía de Cîteaux buscando que su congregación mantuviera una tradición de simplicidad y desnudez. Aquellos son los días de los “feudos religiosos y los archipiélagos privilegiados”; y la proliferación de catedrales como la de Saint-Étienne de Sens, Noyon, Lisieux, Soissons, Senlis, Laon, Notre-Dame, Colonia y la de Durham en Inglaterra y las grandes construcciones intelectuales de Chartres, Reims, Amiens y Beauvais.
En el centro de las nuevas sedes litúrgicas se consolidará el poder sociopolítico y cultural de la autoridad obispal y se congregarán multitudes; las casas del pueblo renovarán la salud moral de la vida de los parroquianos. El bien espiritual será resguardado en esos días por un cabildo que aseguraba la regularidad de la oración canónica, aunque también por las escuelas catedralicias y bibliotecas. En esos años de conversión y reconquista, florecerán los nombres de Domingo de Guzmán y su comunidad de predicadores consagrados al estudio y la proclamación de la verdad; y del papa Inocencio III, quien reaccionaba duramente contra los albigenses (o cátaros).
En ese espacio, surgirá el primer monasterio femenino en Prouille, cerca de Faujeaux. El espíritu de la pobreza mendicante -preocupado por la difusión de la fe y el reformar las costumbres- bañará a Francisco de Asís y a su amiga Clara, fundadores de la Orden de las Damas Pobres y la Orden Tercera. Así, la imagen del martirio, el eremitismo y el cenobitismo, se convertirán nuevamente, en modelo de imitación para romper con “las fuerzas del mal que actúan en un mundo negado a todo reconocimiento de la verdad religiosa y moral” y crearán un movimiento de vuelta al mundo que imperó en el siglo XIII: las órdenes mendicantes.
Sus votos de pobreza, castidad y obediencia, contradicen las ansias de dinero, goce y poder que dan cimiento a esa civilización gobernada por la lógica de lo económico; sin embargo, la fuerza de su fe se mantendrá viva hasta la construcción del espíritu humanista del siglo XVI y entrará en conflicto con la recién creada Universidad de París (1250) por el apoyo que las órdenes recibían de Roma.
Así, estos hombres que circulan entre los hombres sin vivir como ellos, darán testimonio de un nuevo espíritu que está por superar el dualismo de lo político y lo religioso: la cristiandad.
Con ello vale la pena mencionar que en esas tierras se verán la confusión que trajo la cuarta Cruzada y la toma de Constantinopla para la constitución de un “Imperio latino”; la celebración del IV Concilio de Letrán (1215) y la decisión de emprender una quinta Cruzada que terminó en humillación y derrota en El Cairo; la entrada en Jerusalén de Federico II, quien guerreara en Siria y pactara en Jaffa con Malik-al-Kamil (1229); y la participación de Luis IX, rey de Francia, en las dos últimas Cruzadas (1224 y 1263) proclamadas por los papas Inocencio IV y Urbano IV.
La presencia occidental en Oriente Medio, la miseria, la crueldad y la intolerancia trajeron consigo, contradictoriamente, la apertura de espacios económicos nuevos; intercambios mercantiles y culturales que ya se habían dejado ver en la seducción musulmana que penetró en el corazón mismo del Occidente cristiano cuando llegaron los árabes a España.
Piedad, sacrificio, son conceptos labrados en el espíritu de la época; a lo cual contribuyeron hábilmente predicadores e intelectuales que escribieron, para finales del siglo XIII y el primer cuarto del XIV, libelos o tratados eruditos para defender la primacía pontificia que se está cuestionando en el Concilio de Lyón y en el Concilio celebrado en París en 1283 (en el que se están sentando las bases para una “cierta emancipación de la Iglesia galicana” por la falta de un acercamiento doctrinal y disciplinario con Oriente).
En esos momentos de tensión, el beato Jacobo de Viterbo (+1308), escribirá un tratado de eclesiología que tomará partido a favor de Bonifacio VIII –en nombre de una teocracia moderada- y no por su opositor Felipe el Hermoso quien ya había sido excomulgado en 1303. El cardenal Gil de Roma, dará a luz dos escritos fundamentales para reivindicar la supremacía papal: De regimine principum y De eclesiástica potestate.
Momentos difíciles vivirá la Iglesia Católica cuando sea coronado el antipapa Nicolás V y cuando el papa Juan XXII (que residía en Aviñón) sea excomulgado en 1327. Largas serán las horas de la caída de la idea teocrática y las reglas sobre la fiscalidad eclesiástica que pretendía sustraer definitivamente la competencia de nombrar obispos a los príncipes temporales.
Una larga epopeya se venía gestando en el ámbito cultural, la efervescencia del hierro candente sumergido en las aguas de la fe, animó a muchos héroes a la mezcla de mentalidades que se concretizaban en las aventuras guerreras y la explosión filosófica latente desde Agustín de Hipona, Dioniso el Areopagita, Boecio, Avicena, San Alberto Magno, Maimónides, Averroes, Pedro Lombardo, San Anselmo, Abelardo, Gilberto de la Porrée, Joaquín de Fiore, Buenaventura y Tomás de Aquino. Grandes catedrales y Sumas se fueron construyendo al tiempo que surgieron las Universidades de Bolonia, Palencia (1208), Oxford (1214), París (1215), Nápoles y Padua (1224), Cambridge y Toulouse (1229), Salamanca (1230), Roma (1245), Coimbra (1279), Montpellier (1289), Lisboa (1290), Lérida (1300) y Orleáns (1305).
Para ese entonces, las lenguas vernáculas aportaron grandemente en el campo de la poesía y la epopeya narrativa en la literatura edificante y la forma mística que estaba pasando del estadio de la comunicación oral a la escritura literaria. Así surge una literatura popular que impactó en gran medida al latín literario que había prevalecido hasta el final del siglo XII.
En la transición de lo oral a lo escrito, tendrá gran peso la teatralidad y la memoria. Personajes como el juglar –contadores de historias que recurren a la palabra y los gestos-; los trovadores –cuya producción lírica se centra en la exaltación del amor cortesano y su langue d’oc en el sur de Francia-; los troveros –divulgadores de una literatura épica en la langue d’oil en el norte de Francia-; y los minnesänger –recitadores de canciones de amor en la región noreste-, difundirán por todo el occidente europeo la cortesía, el romanticismo medieval, el Amour courtois que ellos preferían llamar el “fine amor”.
Desde España hasta las Marcas del Este europeo, desde Toscana hasta Bretaña, esta literatura recurrirá a un lenguaje rebuscado propio de los ambientes cortesano cultivando cierto hermetismo. Así tendremos a personajes cultos de la época como Guillermo IX de Aquitania, Teobaldo de Champaña, Alfonso X el Sabio, Carlos de Orleáns que terminarán haciendo, de lo que empezó como moda, una pasión.
En esa Europa feudal cada vez más pujante se construirá una ideología que sobrepasará la institución real e histórica que le dio origen: los caballeros y la caballería. A partir del siglo XII, los escritores ya no estarán al servicio de la Iglesia, lo que les permitirá expresarse en lenguas vulgares, y explorar nuevos modos de sentir e imaginar lo novelesco, lo romántico y lo caballeresco.
Se habla de un Renacimiento del siglo XII en el que destacarán: “la renovación de los saberes intelectuales, el progreso de los estudios del clero, el aumento de las bibliotecas y del conocimiento de la literatura latina, el desarrollo de la teología, la historiografía, el derecho y las ciencias, y la aparición de las primeras universidades (…) todo respondía a varios factores: la decadencia de la nobleza feudal, primer esbozo de las monarquías tradicionales, reforma monástica, resurgimiento del dualismo maniqueo, movimiento de las Cruzadas, depuración del latín, interés por el árabe y el griego, el retorno al derecho romano, los nuevos avances en la ciencia médica, la sistematización de la filosofía y la teología, el desarrollo de las Escuelas, primer esbozo de los que serán las Universidades, el progreso de las lenguas y las literaturas nacionales, la difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ogival”.
En el orden de la sensibilidad popular, se moverán durante los siglos XII y XIII, los Cantares de gesta (Chansons), las parodias o sátiras compuestas por cuentos y fábulas, episodios que se han dado en llamar el Ciclo del Roman de Renart, en los que se hacía burla de las novelas cortesanas y de los cantares de gesta mediante animales que ocupaban el lugar de las damas y caballeros de las corte. En ese marco, se pondrá en entredicho, en tono burlesco, la organización social y la estructura misma de la caballería, lo que “servirá de catarsis y contrapeso social”.
Hay que recordar que desde el siglo XII, se había dado un “refinamiento de las costumbres, una mayor emancipación de la mujer en las capas nobles, crisis espirituales y una moral más rica en matices y más relajada”.
Así, las lenguas nacionales se alimentaron de las hazañas guerreras (epopeyas) y el amor cortesano (poesía lírica) además de los escritos espirituales y místicos que florecieron en el siglo XII y XIII.
Los grandes temas de la época ponían en entre dicho la organización feudal de las relaciones humanas y el sistema de reparto de las riquezas; así los poemas que ensalzan el amor puro, se llenarán de violencia, contemplación y culto mariano, denuncia social, radicalidad del Evangelio, penitencias purificadoras, visiones, milagros, sermones, luchas entre el bien y el mal, Dios y el hombre, se exaltará lo mundano y la guerra, el paraíso y el infierno, el cuerpo y el alma, la eternidad y la banalidad de las formas materiales.
La sociedad caballeresca que reclamaba participar en la cultura superior, buscará exaltar sus propios ideales; la noble y mundana posición preocupada por hacer cultura de sus buenos modales y su ética de la generosidad, darán cobijo a las letras al norte de Francia primero y después en Inglaterra.
En 1274, además de celebrarse el II Concilio de Lyón, será determinante por “la muerte de Buenaventura y de Tomás de Aquino; el encuentro de Dante y de Beatriz, personificación de la inteligencia, la belleza y el amor (amor a la vez cortesano y divino) y por último, la <definición> en un documento canónico autorizado de la existencia del Purgatorio”.
Regresando un poco en la historia habría que decir que la épica francesa, cuyo origen se concentra en un ámbito más nórdico, renovó fuertemente la literatura feudal y cortesana en Normandía e Inglaterra; cortes que habían destacado por su poderío y riqueza. Fue tal el impacto de los normandos instalados en el trono de Inglaterra tras la batalla de Hastings (1066), que la corte de los Plantagenet será considerada como “la más brillante de su siglo”
Enrique I, apodado el Beauclerc, sobresalió por su notable cultura. Para su primera esposa mandó a escribir el Viaje de San Brandán y para la segunda, Aaliz de Lovaina –gran protectora de las letras, compuso Felipe de Thaun su Bestiario.
Enrique II Plantagenet tuvo una corte más espectacular. Era esposo de Leonor de Aquitania, nieta de Guillermo IX El trovador, antes mujer del rey de Francia Luis VII. Entre su distinguida corte trabajaron intelectuales de la talla de Wace, quien romanceó en su Brut la Historia Regum Britaniea de Geoffrey de Monmounth; Beneit de Saint Maure, autor del Roman de Troie; Thomas, el poeta de Tristán e Isolda; y María de Francia, la autora de los Lais y las fábulas esópicas en verso.
Lo espiritual y lo sentimental alimentarán en gran medida a esa literatura cortés que exaltará lo femenino, su psicología, su dignidad y las resonancias religiosas que ello trajo como el tema del matrimonio, el honor y la castidad. “Esta metaforización del lenguaje feudal o feudalización del pacto amoroso subvierte la relación habitual de la mujer en el matrimonio y la ensalza por encima del varón”.
La nueva ética social construida en ese marco donde la cortesía distingue a los nobles de los villanos y burgueses y del comportamiento burdo y vulgar del guerrero llevará a la idealización del amor sexual, en una sociedad que como señala C. S. Lewis: “donde el matrimonio es puramente utilitario, tiene que comenzar por ser una idealización del adulterio”.
Lo erótico, el alegórico dios Amor, convivirá con el repertorio novelesco y la fantasía artúrica cuyo centro estará en la Inglaterra de los Plantagenet y las cortes feudales de la Champaña y Normandía. En un siglo aparecerán en la zona una serie de relatos que responden a una fabulosa galería de figuras y aventuras que serán parte del Ciclo de Lanzarote o la Vulgata artúrica del siglo XIII.
El siglo XIII estará plagado de viajes asiáticos que se están desarrollando rápidamente como consecuencia de las conquistas mongolas. “Hubo en Europa occidental hombres de gran curiosidad y capacidad intelectual, especialmente entre las ordenes de frailes recién fundadas. Los esfuerzos del dominico Tomás de Aquino por absorber las obras recién recuperadas de Aristóteles, y tratar de que fueran coherentes con la teología cristiana. Pero hubo otros hombres cuya obra tuvo un gran significado para el desarrollo de la especulación geográfica”
Hasta este momento hemos hablado de una europa que bien podría ser un crisol de pueblos que asimilaron el cristianismo y algunas influencias barbaras pero que fueron refractarios e ignoraron incluso los valores culturales latinos en sus inicios. En ese terruño, sobrevivió durante muchos siglos una cultura latina cristiana, tan intensa que llegó a influir en el continente pero demasiado evolucionada para que pudieran integrarse los elementos populares.
Estos son los días en que aparecerá el debate sobre lo que siglos después será conocido como la semiótica; estos serán los días en que todo acontecimiento dará pie a muchos signos y los intérpretes o usuarios tratarán de entender su significado.
¿Qué relación de correspondencia habrán encontrado entre el signo y su significado? Veamos qué nos dice cada autor…
La función pura de la lengua
La semiótica escolástica medieval que en realidad corresponde a lo que intentaba ser la teoría del signo, de los términos y de las preposiciones, era tratada en la lógica misma. Esta era una semiótica del lenguaje natural, ordinario, no del lenguaje formal y tuvo muy escasa formalización pretendiendo, en todo caso, ser la gramática lógica general. En ella se manejaron distintos niveles de lenguaje: el lenguaje objeto y el metalenguaje.
También se empleo una semiótica general(tratado del signo) y del lenguaje o del signo lingüístico (gramática especulativa, tratado de la interpretación, tratado de los modos de significar, tratado de las propiedades de los términos, tratado de los categoremáticos y sincategoremáticos) que incluía tres ramas especificas: la sintaxis, la semántica y la pragmática (Según Aristóteles: apofántica, semántica y retórica).
La semiótica medieval tomó inicio en el estudio del signo en cuanto tal; solía estudiársele en la parte de la lógica que veía la sintaxis y la semántica de los términos. De una manero u otra se seguía atendiendo a la definición del signo aportada por San Agustín: “las cosas que, además de las especies que da a conocer a los sentidos, hace pensar en otra cosa distinta de ella misma”.
Siguiendo con la tradición agustiniana se distinguieron dos tipos de lenguaje: el interno (mental) y el externo (oral o escrito). El lenguaje está constituido por voces y hay que seguir el proceso por el que una voz se configura como voz significativa. Las voces pueden ser articuladas o inarticuladas, pero para llegar a la articulación tuvo que intervenir la institución y la imposición de seres racionales. La convención humana, la imposición, las voces representaran intenciones del alma o del intelecto, conceptos y los conceptos cosas.
La voz como signo lingüístico tiene dos niveles de correspondencia; el primero designa el contenido mental del que lo usa y en segunda instancia designa la realidad extamental que se quiere manifestar. Así, puede haber lenguajes objetivos y lenguajes expresivos. Por eso el lenguaje exterior es convencional y el mental viene a ser un lenguaje natural.
El término mental se llama también intención. La primera intención de la mente es la realidad misma y se le llama concepto directo. Los términos son voces incomplejas o simples. Las oraciones y proposiciones son voces complejas, resultantes de la combinación de las simples.
Se llama a los categoremáticos la materia de la proposición y a los sincategoremáticos la forma.
Restringidos a los términos en sentido estricto, podemos tomarlos de dos maneras: como un signo con significación independiente y como un signo que, con esa significación propia, puede ser sujeto o predicado en una proposición. Así, la primera propiedad era denominada significación y la segunda, suposición.
Tomando estas consideraciones podríamos decir que la parte sintáctica de la formación de expresiones pertenecía a la teoría de la grammatica speculativa y la parte sintáctica de la transformación o derivación lógica de expresiones pertenece a la teoría de la consequentia (inferencia).
La escuela de los modistae hizo honor a su nombre al fundamentar su teoría lingüística en una jerarquía de modos que van desde la realidad hasta el lenguaje. La base es el modus essendi (el modo de ser) de la cosa, el cual depara un modus intelligendi (el modo de ser entendida), que funge como mediación hacia lo definitivo, que es el modus significandi (el modo de ser significada) que tiene la cosa en la palabra o signo lingüístico. Fue Boecio quien introdujo el término modus significandi, mientras que para los modistas, el término significatio se equipara al de consignificatio. El desplazamiento se debió a que el término consignificare perdió su sentido original y propio de significare cum (significar conjuntamente otra cosa) para adoptar el de idem significare (significar lo mismo que).
El propio término modus significandi designó al principio para Boecio, que había diferentes maneras de significar; en el siglo XII pasó a designar las formas gramaticales. A partir de Kilwardby, el modus significandi se dividió en dos: modus significandi essentialis y modus significandi accidentalis; posteriormente se dividió en modus significandi activus y modus significandi passivus..
La teoría de la consequentia, término empleado por Boecio para traducir akoloútesis usado por Aristóteles con el significado general de sucesión o secuela. A partir de Guillermo de Ockham adquirirá el significado técnico de una relación consecuencial o inferencial entre proposiciones, siendo la teoría inferencial más importante de la semiótica escolástica.
Las propiedades lógicas de los términos caen en la semántica donde fungen como categorías y grados semánticos. Las propiedades principales eran la significación y la suposición y se les añadía la apelación, la distribución, la restricción, la ampliación, la alienación, la disminución y la analogía.
“La significación es la representación de la cosa por el signo según convención y esto lo hace presentando la forma de algo al entendimiento”
“La suposición es una relación sintáctica de término a término, y no una relación semántica del término a un objeto o designatum extralingüístico”
La pragmática escolástica encerró el intento de buscar la correspondencia entre el uso de los signos y la comprensión de la realidad. Tal intención de llegar a las cosas a través del uso lingüístico se reflejó en la notable polémica ontológica y epistemológica del valor de los universales.
El espíritu de la letra
¿En qué sentido sopla el espíritu? Su andar es el de un buscador, el de aquél que pone a prueba y construye son de un solo movimiento. A la par teológica se da forma al sentir gramatical y se lanza la pregunta: ¿para qué especular sobre la Revelación, si la simple razón basta para todo? El teólogo como el lingüista empezarán a justificar su oficio. Ahora, aquél que actúa según su conocimiento deberá determinar el fin al que tiende y los medios que tiene para alcanzarlo.
San Anselmo será un buen reflejo de la situación de la filosofía del lenguaje durante el siglo XII. Él buscará manifestar sus conocimientos de dialéctica denominados logica vetus sobre todo las Categorías y el Peri Hermeneias de Aristóteles, y de la gramática representada por Prisciano.
En su De grammatico, se relacionan lógica y gramática; ahí buscará las mejoras que introduce la forma lógica aplicada a la forma gramatical. Anselmo distinguirá como San Agustín, dos clases de lenguaje humano: uno interior y otro exterior; uno que pertenece a la inteligencia y otro con el cual se expresa éste de una manera física. Al igual que Aristóteles, la palabra oral tiene como referencia primaria el término mental y a través de él, la realidad concreta que es su referencia última.
Los conceptos clave de la sintaxis y la semántica de Anselmo son la significación (significatio) y la apelación (appellatio) de los términos. “La significación es el sentido o connotación; la relación del término con la cosa como contenido conceptual o intensión y no se relaciona con ella en cuanto cosa concreta, sino más bien se relaciona con ella en cuanto esencia”.
La significación puede ser directa o indirecta (per se o per aliud). La significación per se o directa, es el contenido significativo con el cual se relaciona inmediatamente la palabra. La per aliud es el contenido significativo al que remite de manera mediata la palabra.
Pedro Abelardo, considerado el mejor lógico y filósofo del lenguaje del siglo XII hizo surgir la teoría de las propiedades de los términos y formuló como estudio sobre la significación, que toma como punto de partida para tratar el signo lingüístico.
Según él, la significación es propia tanto de los términos como de las preposiciones; la sola significación de las palabras (dictiones) tiene dos aspectos, con los que cumple las funciones que corresponden al sentido y a la referencia: la significación tiene una función de sentido: producir una intelección en el alma del oyente y tiene una función referencial: denotar las cosas exteriores.
Así, la significación es la intención, la connotación o el contenido significativo a modo de algo abstracto. El significado es un contenido conceptual, una entidad mental. De ahí que Abelardo distinga la significación de objetos (significatio rerum) que corresponde a las nociones de apelación, nominación, demostración y designación.
El doble uso de la significación para Abelardo obedece a una insuficiente distinción entre el dominio lógico y el ontológico: “las cosas significadas por las palabras son las cosas en tanto que pensadas”
Las voces se extienden por imposición de la comunidad. La materia de las voces son los sonidos y pueden ser inarticulados (illiterati) o articulados (litterati). Los inarticulados únicamente dan origen a las voces naturales y escapan a la imposición; son voces naturales o instrumentales, como la risa del hombre. Las voces tienen la función de dar a conocer las intenciones del alma y la escritura; las letras dan a conocer las voces.
Abelardo afirmará que la función propia y primaria de un término es lograr la significatio intellectum. Por eso, la significatio rerum viene a ser una función secundaria, el designar la cosa es algo posterior a la función de significarla.
La escuela de Chartes se interesará por su parte, en los problemas del lenguaje a través de la gramática y su relación con la lógica, lo que dará origen al surgimiento de una gramática filosófica o filosofía del lenguaje en pleno sentido. Ahí encontraremos a Juan de Salisbury y su Metalogicon donde resalta la importancia de la gramática. Otros autores serán Bernardo de Chartres, Teodorico de Chartres, Guillermo de Conches y Ricardo el Obispo.
Será en el siglo XIII que llegará la filosofía medieval del lenguaje a su madurez; en este periodo surgirán los grandes pensadores escolásticos y los grandes comentarios. Comentaristas profundos de Aristóteles fueron San Alberto y Santo Tomás quienes le añadieron sus propias aportaciones, aún cuando predomina el apego al Órganon. También aparecieron tratados menores que fueron llamados parva logicalia o summulae.
Ahí tendremos los inicios de la corriente terminista centrada en el tratado de las propiedades (lógico-semánticas) de los términos, que se incluía en las summae o compendios de lógica. He aquí el inicio e la “lógica moderna”. Entre sus tratadistas están Guillermo de Sherwood, Lamberto de Auxerre y Pedro Hispano.
Sherwood es considerado el gran iniciador de estas síntesis y Pedro Hispano el más estudiado. Casi no hubo filósofos importantes que dejaran de aportar algo al estudio del lenguaje (San Buenaventura, Duns Escoto y Raimundo Lulio.
Sherwood influyó con su teoría de los términos; a pesar de abarcar elementos de la logica vetus, de la antiqua y de la moderna, Sherwood e Hispano constituyeron la via antiqua, que privará hasta la llegada, con Ockham, de la via moderna.
Pedro Hispano tiene el mérito de haber recopilado todos los temas básicos que configuran la literatura terminística.
Aunque la temática del siglo XIV es la misma que del siglo anterior se avanzará en profundidad. Se harán minuciosos estudios sobre la teoría de las suposiciones, se dará mayor impulso a la teoría de la consecuencia y se analizarán las paradojas lógicas.
La figura central será Ockham quien influyó con su nominalismo. Dará un giro a la teoría de las suposiciones, llevándola a una perspectiva extensional. Su modernidad se debe a sus bases ontológicas, de carácter marcadamente anti-realista en cuanto al problema de los universales, pues veía en las doctrinas tradicionales un peligro de platonismo. “Esto repercutió en su lógica en el sentido de acercarla a lo que ahora se considera el inicio del formalismo”
En la explicación escolástica se reúnen tres correlatos: el signo mismo, la mente (o el concepto) y la cosa a diferencia de los lógicos modernos que en voz de Guido Küng, “hacen una distinción bimembre entre el signo y la realidad representada”.
Nombrar y entender lo nombrado; ubicarlo en un tiempo y un espacio, en una realidad no muy aparte de la misma que perciben los sentidos. Nombrar para ser nombrado; nombrar para existir.
El sentido es expresión de un nombre
Ver lo ininteligible, ver lo que la razón nos pone entre las manos y la lengua; ver a Dios. La metafísica de los sensible y esas ansias de verlo “cara a cara” hacen que se busque en la palabra una realidad suprasensible tangible; real. He aquí, en el la filosofía del lenguaje, una teoría del conocimiento que no se funda en la revelación, pero que en sí misma es la forma de entender y descifrar lo revelado.
Abstraer de la experiencia conceptos, es como “una salvación del intelecto”. Dios en su propiedad comunicable se expresa en la naturaleza. El ser que conoce, ama y entiende, aparece en sí mismo como materia de ciencia; “lo cual supone entre la esencia y los atributos divinos una distinción y un orden asimilable a los que hay entre un sujetos y sus propiedades”
La idea se comunica con lo real: el ser y la unidad corren paralelos; “la indeterminación de las naturalezas hace que se las encuentre en todos sus individuos: la indiferencia de estas naturalezas de esta manera común garantiza la universalidad de su imperio”.
La fenomenología de lo absoluto y el intelecto que se mueve en las esencias es la prenda despojada en el juego de la querella de los universales.
Es la figura divina la que se encuentra detrás de todo esto, la naturaleza misma es interpretada como lenguaje divino; las cosas del mundo serán de ahora en adelante vistos como signos imperfectos de interpretantes externos, del mundo de las ideas.
Realidades extraplanetarias y cosas que las imitan. ¿Cómo le habla Dios al hombre? ¿Hay acaso una mediación sígnica de lo infinito? Ya decía Santo Tomás: “los acontecimiento de la Historia Sagrada que Dios ha dispuesto como palabras de un lenguaje cósmico, en el que podemos leer nuestro deber y nuestro destino”
La realidad con lengua propia, el mundo como libro abierto, como bosque simbólico; una prosa natural corriendo entre la vida y la poesía, cuerpos que se significan a sí mismos; un protagonista divino sobreviviendo en toda realidad, porque el gran significado es signo de sí mismo.
Locke solía decir que “se podía dudar de las cosas, pero de los signos no, ya que las ideas no son otra cosa que los signos estenográficos bajo los cuales recogemos por razones operativas, las hipótesis sobre las cosas que se ponen en duda”.
Si hasta nuestras percepciones tienen una función sígnica, dijera Berkeley, el universo se vuelca ante nosotros como un sistema simbólico en el que Dios nos explica el mundo a través de la productividad sígnica del espíritu. “Ya no es Dios que habla al hombre por medio de signos, sino que Dios se construye en la historia del Espíritu mediante una gran escenografía simbólica y cultural”
El lenguaje como una gran metáfora instintiva, ligada con la esencia íntima de las cosas; el ser que se manifiesta por medio del lenguaje, es quien manipula la lengua y domina las cosas; he ahí la revelación del Ser por medio del lenguaje.
La semiótica moderna ha propuesto cinco hipótesis para resolver el problema planteado por los escolásticos medievales sobre la relación entre signos y realidad:
- 1. “Existe una relación entre la forma de los signos complejos (enunciados) y las formas del pensamiento, o bien existe una relación entre orden lógico y orden semiótico;
- 2. Existe una relación entre signos sencillos y las cosas que éstos denotan, con la mediación de los conceptos, o bien existe una relación semiótica entre signo y concepto, que a su vez e signo de la cosa;
- 3. Existe una relación entre la forma de los signos complejos (enunciados) y la forma de los hechos que describen, o bien existe una relación entre orden semiótico por un lado y orden ontológico por otro;
- 4. Existe una relación entre la forma del signo simple y la forma del objeto al que se refiere, porque el objeto es en cierto modo causa del signo;
- 5. Existe una relación funcional entre signo y objeto al que se refiere de hecho, que si no existe, el signo carece de todo valor denotativo, e incluso no sirve para aserciones dotadas de sentido.”
El problema planteado sobre si la organización de los signos reproduce la organización del pensamiento sigue vigente. La gran pregunta sobre si el lenguaje obedece o no a un sistema de leyes racionales, universales y estables llevó a un planteamiento ontológico de la lengua. Ya los teóricos de Port-Royal dirán más tarde que “el lenguaje refleja el pensamiento y las leyes del pensamiento son iguales para todos los hombres”.
La legalidad de la substancialidad del mundo vinculará los procesos lingüísticos a los espirituales. La afirmación de Hobbes en la que indica que “términos como esencia y entidad nunca hubieran surgido entre pueblos que no conocieron el uso copulativo del verbo ser” nos permite entender el genio mismo de la lengua.
En la lengua vemos no sólo estructuras semánticas y sintácticas, también vemos la historia de los pueblos, su mentalidad y sus costumbres. Los signos son complejos sistemas de ideas que dejan ver veladamente al SER.
Las condiciones metafísicas de la lengua se han planteado, y aunque como afirma Korzizsky: “el mapa no es el territorio”, hoy entendemos las relaciones espaciales, temporales y culturales gracias a una lengua con la que hemos aprendido a pensar, con la que pensamos y de la que pensamos y por la cual somos pensados.
Una nueva interrogante se filtra en nuestra libreta de apuntes mientras nos regocijamos con los planteamientos desarrollados desde la Edad Media: ¿la lengua se segmente en signos aislados, en los que nos basamos para organizar la realidad perceptiva, o bien nuestro modo de percibir la realidad obliga a la lengua a segmentarse de manera determinada?
Buscar respuesta a esta nueva pregunta, nos llevaría a indagar en las raíces edénicas o adánicas de la lengua y encontrar si es que hay una lengua primigenia que denote la primera motivación y la última significación.
Entre la palabra y la cosa nombrada, sí que hay un velo transparente, inmaterial, icónico, fantasmagórico que alude a la pureza; es pues la semiótica una fenomenología de lo absoluto, cuando se aprenden a leer los signos con los que se expresa el Creador.
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