Back in the high life again
“ConfÃo con absoluta fe en la
resurrección de los muertos pues,
como un hombre que pide retornar a un lugar amado deja
a propósito un libro, un cesto, unos anteojos, una foto pequeña
que le sirva de pretexto para volver, asà los muertos dejan
la vida y vuelven.
Una vez estuve parado a lo lejos en la neblina de otoño
en un cementerio judÃo abandonado, pero que sus muertos no abandonaron.
El jardinero era un experto en flores y estaciones
pero nada sabÃa de los judÃos enterrados,
y aun asà dijo: se entrenan cada noche para la resurrección.”
(Cuatro poemas, Yehuda Amijái).
Desde hace cinco semanas el mundo es otro. En medio de la tragedia sanitaria
nos ha tocado migrar del mundo análogo al digital; nos llevó de la vida pública
a convertir nuestros espacios privados en semi públicos para realizar desde ahÃ
todas nuestras acciones en el mundo.
En estas cinco semanas
hemos experimentado de todo: desde la molestia por aquellos que no atienden las
medidas sanitarias, hasta la ansiedad y depresión de pasar nuestras primeras
vacaciones en el encierro; pasando por el teletrabajo, la tele educación, el
agotar las recetas familiares, experimentar juegos y ejercicios en el encierro y
la desesperación por sentir que esto se prolongará más de lo que imaginamos.
Hoy muchos intentaron regresar
a su pseudo normalidad: volvieron a despertar temprano, reiniciar las rutinas,
conectarse para trabajar, atender a sus alumnos y en el inter ayudar a
equilibrar las dinámicas de casa y apoyar en lo que pueden para que el espacio
doméstico revitalice lo que afuera se ha puesto en modo conexión.
Estamos convirtiendo
nuestro hogar en No lugar, donde todo cabe, pero en el fondo no termina de
ocurrir.
Recuerdo aún la sensación
del último dÃa en mi oficina. Fue recibir el aviso de la importancia de atender
las medidas sanitarias y seguir la indicación que afirmaba: “Prepárense porque
mañana todos seguirán con su trabajo desde casa”.
Corrà a mi librero, tomé los libros que debÃa llevarme y recogà todo lo
que sentà que de mi oficina debÃa acompañarme. La luz que entraba por la ventana
era la de las seis de la tarde y todos los objetos empezaban a perder su sombra
habitual.
Tomé libretas, apuntes, libros. Pensaba que llevaba todo en mi
computadora, pero al voltear, supe que en el fondo no me estaba llevando casi
nada.
Mis libros se quedarÃan
en los libreros, los trabajos de mis alumnos sobre el escritorio, mi taza junto
al teléfono y mi silla vacÃa como quien coloca flores en el cementerio:
esperando que su aroma permita reconocer el nuevo camino.
Muchos cerramos la
puerta, apagamos la luz y nos fuimos a empezar otro estilo de vida. Nos habÃan
acostumbrado a que el trabajo tenÃa sus rutinas, sus espacios, sus neblinas.
Nos habÃan educado para que los lugares fueran algo más que territorios espaciales;
eran comarcas simbólicas donde nuestra vida transcurre y podemos volver siempre
que deseamos recuperar sentidos y significados.
Dejar esa vida fue
dejar movimientos constantes; sonidos cotidianos, almas que se reúnen en torno
a una fotocopiadora, una máquina expendedora o un salón de clase.
La sensación de aquella
tarde no fue la del que sale de vacaciones, cierra la puerta y se echa a
correr. Por el contrario, fue la del que se camina en un campo santo, guardando
respeto para no pronunciar una palabra que suene a extranjero en medio de un
momento sagrado. Fue voltear y ver el mundo construido congelado; como las
ruinas de un palacio al final de la batalla.
El mundo se dibujó esa tarde, como se iluminan los lugares encantados:
en medios tonos, como si la luz corriera a otra velocidad.
La sensación fue la del
vacÃo de quien aplica el examen de fin de carrera y sabe que mucho de lo vivido
no volverá a ocurrir.
Ver mi oficina vacÃa y
llegar a casa a continuar lo que se habÃa quedado a medias fue como intentar
caminar en un mercado en medio de una explosión.
Desde aquel dÃa, cada
utensilio doméstico trató de llenar los espacios mentales de los lugares
habituales donde hacÃa la vida: la pantalla suplió al salón de clase; la Tablet
la oficina; el teléfono el lugar de los recreos con los amigos y la familia.
Desde hace cinco
semanas nos movemos por la casa como esos fantasmas que vuelven a sus espacios,
queriendo tocar las gafas y ver con ellas el mundo de antes. Buscamos como el
gato nuevos rincones para sentir que el sitio es otro.
Desde hace cinco semanas
nuestra tranquilidad depende de la piedra noticiosa que arrojan contra el
cristal del monitor. No sabemos en qué momento habrá de astillarse o se
terminará de romper.
Esperamos el sonido del
disparo que libera al corredor de fondo. Tomamos nota de los dÃas como quien se
adentra a las últimas lÃneas de un libro.
Desde hace cinco
semanas el mundo se mueve a un ritmo distinto. Y hoy nos sentimos en medio de
un vals, que torpemente queremos bailar.