Notas desde el encierro imaginario 19 - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

Breaking

Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

test banner

Post Top Ad

Bienvenido a mi interior

Post Top Ad

Responsive Ads Here

lunes, 13 de abril de 2020

Notas desde el encierro imaginario 19


Back in the high life again

“Confío con absoluta fe en la resurrección de los muertos pues,
     como un hombre que pide retornar a un lugar amado deja
     a propósito un libro, un cesto, unos anteojos, una foto pequeña
     que le sirva de pretexto para volver, así los muertos dejan
     la vida y vuelven.
     Una vez estuve parado a lo lejos en la neblina de otoño
     en un cementerio judío abandonado, pero que sus muertos no abandonaron.
     El jardinero era un experto en flores y estaciones
     pero nada sabía de los judíos enterrados,
     y aun así dijo: se entrenan cada noche para la resurrección.”
(Cuatro poemas, Yehuda Amijái).

Desde hace cinco semanas el mundo es otro. En medio de la tragedia sanitaria nos ha tocado migrar del mundo análogo al digital; nos llevó de la vida pública a convertir nuestros espacios privados en semi públicos para realizar desde ahí todas nuestras acciones en el mundo.
            En estas cinco semanas hemos experimentado de todo: desde la molestia por aquellos que no atienden las medidas sanitarias, hasta la ansiedad y depresión de pasar nuestras primeras vacaciones en el encierro; pasando por el teletrabajo, la tele educación, el agotar las recetas familiares, experimentar juegos y ejercicios en el encierro y la desesperación por sentir que esto se prolongará más de lo que imaginamos.
            Hoy muchos intentaron regresar a su pseudo normalidad: volvieron a despertar temprano, reiniciar las rutinas, conectarse para trabajar, atender a sus alumnos y en el inter ayudar a equilibrar las dinámicas de casa y apoyar en lo que pueden para que el espacio doméstico revitalice lo que afuera se ha puesto en modo conexión.
            Estamos convirtiendo nuestro hogar en No lugar, donde todo cabe, pero en el fondo no termina de ocurrir.
            Recuerdo aún la sensación del último día en mi oficina. Fue recibir el aviso de la importancia de atender las medidas sanitarias y seguir la indicación que afirmaba: “Prepárense porque mañana todos seguirán con su trabajo desde casa”.
Corrí a mi librero, tomé los libros que debía llevarme y recogí todo lo que sentí que de mi oficina debía acompañarme. La luz que entraba por la ventana era la de las seis de la tarde y todos los objetos empezaban a perder su sombra habitual. 
Tomé libretas, apuntes, libros. Pensaba que llevaba todo en mi computadora, pero al voltear, supe que en el fondo no me estaba llevando casi nada.
            Mis libros se quedarían en los libreros, los trabajos de mis alumnos sobre el escritorio, mi taza junto al teléfono y mi silla vacía como quien coloca flores en el cementerio: esperando que su aroma permita reconocer el nuevo camino.
            Muchos cerramos la puerta, apagamos la luz y nos fuimos a empezar otro estilo de vida. Nos habían acostumbrado a que el trabajo tenía sus rutinas, sus espacios, sus neblinas. Nos habían educado para que los lugares fueran algo más que territorios espaciales; eran comarcas simbólicas donde nuestra vida transcurre y podemos volver siempre que deseamos recuperar sentidos y significados.
            Dejar esa vida fue dejar movimientos constantes; sonidos cotidianos, almas que se reúnen en torno a una fotocopiadora, una máquina expendedora o un salón de clase.
            La sensación de aquella tarde no fue la del que sale de vacaciones, cierra la puerta y se echa a correr. Por el contrario, fue la del que se camina en un campo santo, guardando respeto para no pronunciar una palabra que suene a extranjero en medio de un momento sagrado. Fue voltear y ver el mundo construido congelado; como las ruinas de un palacio al final de la batalla.
El mundo se dibujó esa tarde, como se iluminan los lugares encantados: en medios tonos, como si la luz corriera a otra velocidad.
            La sensación fue la del vacío de quien aplica el examen de fin de carrera y sabe que mucho de lo vivido no volverá a ocurrir.
            Ver mi oficina vacía y llegar a casa a continuar lo que se había quedado a medias fue como intentar caminar en un mercado en medio de una explosión.
            Desde aquel día, cada utensilio doméstico trató de llenar los espacios mentales de los lugares habituales donde hacía la vida: la pantalla suplió al salón de clase; la Tablet la oficina; el teléfono el lugar de los recreos con los amigos y la familia.
            Desde hace cinco semanas nos movemos por la casa como esos fantasmas que vuelven a sus espacios, queriendo tocar las gafas y ver con ellas el mundo de antes. Buscamos como el gato nuevos rincones para sentir que el sitio es otro.
            Desde hace cinco semanas nuestra tranquilidad depende de la piedra noticiosa que arrojan contra el cristal del monitor. No sabemos en qué momento habrá de astillarse o se terminará de romper.
            Esperamos el sonido del disparo que libera al corredor de fondo. Tomamos nota de los días como quien se adentra a las últimas líneas de un libro.
            Desde hace cinco semanas el mundo se mueve a un ritmo distinto. Y hoy nos sentimos en medio de un vals, que torpemente queremos bailar.  

Post Top Ad

Responsive Ads Here