Fantasmas del amor indiferente
“Viejo hombre,
Yo profetizo recompensas.
Más vastas que las arenas de
Pachacamac
Más brillantes que una máscara de oro
martillado
Más dulces que la alegrÃa de
ejércitos desnudos
fornicando en el campo de batalla
Más rápidas que un tiempo pasado
entre la noche
de vieja Nazca y la de Lima nueva
en el crepúsculo
Más extrañas que nuestro encuentro
cerca del palacio
Presidencial en un viejo café
fantasmas de una vieja ilusión,
fantasmas
del amor indiferente.”
(Muere dignamente en tu soledad, Allen
Ginsberg).
Desde hace cuatro semanas el mundo es otro. Nuestra vida entre medios se
ha intensificado. Engranamos pantallas, recirculamos contenidos, reciclamos
noticias, intensificamos conversaciones.
Si ya las redes eran cajas resonadoras de nuestras creencias, ahora se
han intensificado en ellas nuestras posiciones ideológicas y temores. La web se ha polarizado más de lo que ya
estaba. Son pocos los tonos de grises que se perciben.
Los algoritmos se han
encargado de enfatizar nuestras posiciones y recalcar nuestro lugar en ese
espacio hiperfragmentado. Lo están aprendiendo todo, tan bien de nosotros, que
ya saben qué mentiras nos funcionan y cuáles no caben en nuestro imaginario.
La industria de la
mentira está haciendo su agosto en pleno abril. La infodemia está en su máximo esplendor.
Si ya sufrÃamos el information
overload y la infoxicación, la incertidumbre y el miedo ahora son las
que nos llevan al binge consumption informativo.
El abuso informativo
tiene también su efecto neurológico generando desórdenes psiquiátricos a corto,
mediano y largo plazo.
El
abuso informativo -y más cuando hoy estamos plagados de noticias falsas- puede
generarnos otro problema de salud pública. Vivir entre bulos y mentiras es un
ataque al eje emocional de las personas. Es finalmente un intento de minar
nuestras percepciones. El ambiente social lo solapa y nos está acostumbrando a
ello.
En poco tiempo hemos
generado una cultura de consumo de mentiras. Nuestro patrón de abuso varÃa
según niveles de alfabetización crÃtica, influencia de amigos y familiares,
entornos culturales y presiones mediáticas. Algunos viven del vértigo
momentáneo que produce; en otros, el nivel de infoxicación y congestión desinformativa
les ha generado altos niveles de agresión y desvinculación social.
Tristemente hoy no tenemos controles de infolemia para poder intervenir
estos episodios de infolismo.
¿Qué otro tipo de
afectaciones psicológicas puede tener a corto y mediano plazo? ¿Puede
convertirse en una enfermedad neurodegenerativa? ¿En qué medida la
desinformación genera efectos neurotóxicos? Habrá que preguntar a los expertos
en neurociencias.
Hoy, no lo tenemos
claro del todo; sin embargo, sà sabemos que, en el fondo, las notas falsas son
una fase de premediación; una forma perversa de sembrarnos artificialmente una idea,
una creencia, una percepción.
Hoy, tan peligroso como
el contagio del Covid-19, lo son las noticias falsas y las industrias paralelas
que se mueven a su alrededor: productos milagro; curanderos del alma; narrativas
del miedo; crisis y mezquindad polÃtica; contrainformación….
Esta guerra de mentiras
está alimentada por granjas de bots, trolls, influencers, pseudoperiodistas, ghost
writers, trackeadores, mercenarios digitales, sicarios del algoritmo, grupos de
pánico, expertos en SEO, sectas de tuiteros, creadores de tendencias, sembradores
de información, estrategas, publicistas, politólogos, agencias de relaciones
públicas, de contención, de ciberataques, de control de crisis y mercadeo
polÃtico.
A
cuatro semanas del encierro, la industria de la desinformación, la publicidad
disfrazada, la manipulación, la información tendenciosa y la parodia se ha
vuelto un sector millonario y pareciera un energético vital para internet junto
con la ciberseguridad.
Hoy, no existe un marco regulatorio ni
fiscalizador que los controle. Pero tampoco parece que la dimensión ética sea
su fuerte.
El ciclo de la mentira
está desbordando las aguas que nos permiten navegar en la red. No contamos con
defensores del cibernauta; algunos proyectos de verificación informativa y
rompe cadenas han surgido en estos años, pero no son suficientes.
Nos hace falta una alfabetización hipermedial integral que nos ayude en
la recepción crÃtica y propositiva.
Los dÃas que vienen
serán los del mar de fondo. Los que nos obligarán a refugiarnos del impacto de
las olas o los que nos llevarán a prepararnos para hacerles frente y no morir
ahogados en el intento.
Desde hace cuatro semanas
el mundo es otro. Estamos ante la metáfora de lo que viene. Si el mundo será
más digital de lo que ya lo es, habrá que prepararnos con mayor profundidad
para movernos en esas aguas.
La ciudadanÃa digital
implica una ciudadanÃa crÃtica, no un delegar nuestras responsabilidades a
otros; que como ya hemos visto, sólo esperan lucrar con nuestro consumo abusivo
e impulsivo. No seamos fantasmas del amor indiferente; de esos que ven en el
parque a estafadores de juegos de canicas y sólo reÃmos, mientras otro pierde
su dinero sin saber “dónde quedó la bolita”.