La nueva música del mundo
“Luz...
Cuando mis lágrimas te alcancen
la función de mis ojos
ya no será llorar,
sino ver.”
(Colofón, León Felipe).
Desde hace cinco semanas el mundo es otro. Casa se ha vuelto, como
siempre en el punto más seguro para hacer y rehacer la vida. El punto de
partida y de resguardo. El meta espacio donde se construyen nuestras
fidelidades más profundas hacia personas, mascotas y objetos.
En casa y en la familia
se terminan por conformar todos nuestros ritos y rutinas. Nuestro hogar evoca e
invoca todas nuestras referencias a la vida comunitaria. Desde ahí anclamos
nuestros vínculos con la tierra, con los hombres, con lo inmaterial, lo
simbólico y lo sagrado.
Desde el hogar tendemos
nuestras redes más profundas con la existencia. Ahí nos sentimos protegidos;
desde ahí inventamos, construimos historia, forjamos civilizaciones.
Dependiendo de la armonía y felicidad que en él se vive se fortalecen
nuestros lazos con el entorno. Colonizar nuestro hogar es tejer una membrana,
para resguardarnos e involucrarnos con el otro.
El hogar es la interfaz
cultural donde se termina por moldear nuestra personalidad y, por ende, nuestra
forma de enfrentar la vida.
Hoy en México contamos
con casi 32 millones de hogares y un promedio de 3.8 personas por hogar. Todos
ellos distribuidos en al menos 11 tipos de familia (aunque hoy ya se tienen
identificadas 16 estructuras familiares): Papá, mamá y niños (25.8%); mamá sola
con hijos (16.8%); papá, mamá y jóvenes (14.6%); familia unipersonal (11.1%);
Padres, hijos y otros parientes (9.6%); nido vacío (6.2%); Pareja joven sin
hijos (4.7%); co-residentes (4.1%); Familia reconstituida (3.8%); papá, solo
con hijos (2.8%); pareja del mismo sexo (0.06%).
Como bien señala
Heriberto López Romo y la clasificación que desarrolló desde el Instituto de
Investigaciones Sociales, hemos pasado de las estructuras de familias
tradicionales a las de transición y las emergentes.
Esto quiere decir que
en nuestro país tenemos entre 11 y 16 formas muy diversas de vivir el
confinamiento. Formas complejas de aproximarnos a esta crisis sanitaria,
económica y social.
El imaginario de
pensarnos como una masa uniforme que vive y padece de la misma manera sus
dolores y alegrías hoy no tiene cabida.
Por ello es importante
hacer hincapié en que en algunas la dinámica de regreso a la vida pública on line se ha complejizado aún más.
Sobre todo, en esos más de nueve millones de hogares donde la jefatura familiar
la lleva una mujer que tiene que cumplir con la triple jornada (madre,
educadora y trabajadora).
Si en el hogar
tradicional y en aquellos donde varios miembros se distribuyen las acciones de
limpieza, alimentación, cuidado del otro se ha complejizado el home office y el home schooling, ni pensar cómo lo estarán viviendo en aquellos
hogares monoparentales (18% de la población).
Desde hace cinco semanas
nuestro banco emocional ha experimentado todas sus formas de abono y
resistencia. En los distintos hogares se han manejado las emociones desde las
formas más solidarias hasta las más violentas. Vivimos bajo una presión
extraña, un modo complejo que nuestras generaciones no conocían.
Una presión fundamentada
en el ejercicio y restricción doméstica de nuestras libertades. Desde el
encierro aprenderemos nuevamente a fortalecer vínculos y afianzar lealtades.
Algunos tendrán que hacerlo en soledad, otros tantos con la fortuna de la compañía.
La vida que solíamos
hacer en comunidad, hoy está replanteando sus formas simbólicas de expresarse y
expandirse. Tendremos que aprender formar diversas de solidarizarnos con el
otro, de aproximarnos a sus realidades, de entender sus contextos y amplificar
nuestras respuestas a sus necesidades psicoemocionales.
Dieciséis identidades familiares,
dieciséis búsquedas, dieciséis rutas de viaje, multiplicadas por las
diferencias entre las modalidades urbanas y rurales; redimensionadas desde lo
económico y la escolaridad.
Pensar en el otro desde sus espacios y contextos
físicos y simbólicos es un requerimiento para buscar las empatías que llevan a los
vínculos comunitarios sanos. Pensar desde el otro será la única forma de salir bien librados de esta
contingencia.
Si no pensamos desde el
otro, no entenderemos sus miedos y
presiones; difícilmente podremos dimensionar el umbral de sus presiones y el
tope de sus resistencias.
Hoy el tema
conciliación familia-trabajo-ocio debe entrar nuevamente a la discusión para
revisar cómo encontrar el balance concreto para cada contexto específico. Habrá
que entender que necesitamos formas diversas de reordenar el hogar durante y
posterior a la pandemia.
Habrá que pensar cómo
lograr la sanidad mental equilibrando todos los momentos de la vida en un mismo
espacio psicodemográfico. Tener presente estas nuevas realidades, es tener más
clara la tonalidad de la melodía.
Desde hace cinco
semanas el mundo es otro. Y hay que prepararnos para el mundo que viene. Como
las placas tectónicas, la vida se está acomodando. En algunos lugares hará
erupción, en otros, sólo desprenderá fumarolas.