Notas desde el encierro imaginario 21 - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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miércoles, 15 de abril de 2020

Notas desde el encierro imaginario 21


La última lengua del mundo

“Cuando muere una lengua
Las cosas divinas,
Estrellas, sol y luna;
Las cosas humanas,
Pensar y sentir,
No se reflejan ya
En ese espejo.
Cuando muere una lengua
Todo lo que hay en el mundo
Mares y ríos,
Animales y plantas,
Ni se piensan, ni pronuncian
Con atisbos y sonidos
Que no existen ya.
Entonces se cierra
A todos los pueblos del mundo
Una ventana,
Una puerta.
Un asomarse
De modo distinto
A las cosas divinas y humanas,
A cuanto es ser y vida en la tierra.
Cuando muere una lengua,
Sus palabras de amor,
Entonación de dolor y querencia,
Tal vez viejos cantos,
Relatos, discursos, plegarias,
Nadie cual fueron
Alcanzarán a repetir.
Cuando muere una lengua,
Ya muchas han muerto
Y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
Sombra de voces
Para siempre acalladas:
La humanidad se empobrece”
(Cuando muere una lengua, Miguel León Portilla).

Desde hace cinco semanas el mundo es otro y ha puesto en entredicho nuestra escala de valores; nuestra condición de ser y estar; nuestra forma de medir y pesar la realidad.
En las últimas semanas nos hemos dado cuenta de que nuestra verdadera crisis no es sanitaria, ni económica sino humana. La manera como tomamos decisiones y el fin último de cada uno de nuestros actos evidencia dónde están hoy -y dónde han estado siempre- nuestras prioridades.
Periodistas agredidos al evidenciar falta de insumos en hospitales; hospitales que rechazan a personas sin hogar positivas en coronavirus; rechazo al extranjero por considerarlo foco de infección; youtubers contagiados de Covid que publican videos recorriendo establecimientos durante confinamiento obligatorio; turistas irresponsables buscando playas y balnearios en medio de la contingencia sanitaria; guías Bioéticas de asignación de recursos de medicina crítica en las que se recomienda priorizar la atención a jóvenes por encima de adultos mayores; acosos a sanitarios y cajeros rociando de cloro las puertas de sus viviendas o agrediéndolos en los transportes públicos; expresiones de odio contra médicos que salen todos los días a trabajar; cruceros que vagan por el mar porque ningún país los quiere acoger… notas que contrastan con el suicidio de un académico preocupado por el errático destino del país y el de un padre de familia indígena que se quitó la vida para no contagiar a su familia y su comunidad.
Múltiples miradas de un mismo fenómeno; hombres preocupados por sí mismos y otros preocupados por su comunidad. Mientras unos se abren al mundo en medio de las crisis, otros se repliegan en su interior. Unos salen a la defensa de la vida, otros confrontan la existencia de los otros buscando sólo saciar sus intereses.
En esta crisis de valores y jerarquías axiológicas el odio recorre las calles semi vacías y los callejones de nuestras pantallas.
Hay un sentimiento de profunda apatía, enemistad, disgusto y aversión en el ambiente. Uno pensaría que ante tantos casos de agresión al hombre y los derechos humanos estaríamos en estos momentos más propensos a velar por la dignidad de las personas. Pero no, pareciera que en la era de la defensa de los derechos humanos, es cuando más los pisoteamos.
El odio y el desapego por los otros parecieran acumularse por el mundo; están en la calle, en nuestros cuartos, en las oficinas, en las noticias, en nuestras pantallas. Se acumulan en nuestras vidas como mercancías en un almacén.
El odio no es propio de la marginalidad, ni de los espacios límite. El odio hoy se mezcla con los prejuicios sociales, el racismo y la multiplicidad de creencias e ideologías.
Desde hace cinco semanas la zona de conflicto se ha expandido por el mundo bajo una misma etiqueta histórica: el Covid-19.
El mundo actual parece emular la ya clásica película La Haine (El odio) de Mathieu Kassovitz en la que se describen 24 horas de la vida de tres jóvenes habitantes de un suburbio de París, mientras al inicio y cierre de la cinta nos dicen: "Es la historia de un hombre que cae de un edificio de cincuenta pisos. Para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien... hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje."
Así como en la cita se expone la decadencia de la sociedad, hoy la pandemia nos coloca metafóricamente en un espacio simbólico similar. El miedo justificado o no; el odio justificado o no, expresa nuestra aversión, rechazo y deseo de agresión.
El odio está corrompiendo a las personas. Su expresión va desde las formas más sutiles y simbólicas como un mensaje pegado en la puerta del edificio, una pinta en el toldo del auto o un baño de lejía a un agente sanitario.
La sinrazón lleva al rechazo, a la discriminación, al escepticismo, al paro, la intimidación, el acoso, el abuso verbal y la ira. Este sentimiento de destrucción del equilibrio se mueve en modo rastrero, como serpiente; por ello, como en la cinta del odio, terminamos afirmando “hasta ahora todo va bien”. Para evadirlo todo; para sentir que nada pasa y que eso no es cierto. Así nos mostramos indiferentes, aunque en el fondo nos sabemos indigentes de nuestra propia humanidad.
Este modo del ser es parte del correlato de nuestro paso por la historia. Ha sido una expresión constante de nuestra condición humana y al parecer la herida no la hemos curado con el tiempo.
Desde hace cinco semanas nos sabemos cayendo y lo duro será el aterrizaje; el momento en que veamos que derivada de esta crisis humana seguimos perdiendo gente, voces, historias, lenguas y, por ende, formas de nombrar el mundo.
Mientras el odio fluye nos perdemos como tribu, como comunidad de significación que intentó dar sentido al mundo. Vamos gestando miopía, y tarde o temprano terminaremos por movernos en la oscuridad.
A cinco semanas del nuevo mundo, podemos todavía empezar a contar otra historia. Podríamos resignificar nuestro flujo en la vida de otros y contemplarnos en un nuevo espejo. Podríamos replantearnos el lugar que queremos tener cuando todo esto termine. Cuando las cosas primarias del mundo vuelvan a ocupar su lugar y nosotros, logremos hacer de la fraternidad la última lengua del mundo.

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