Levantar a nuestros muertos
“(…) -¿Te duele? –preguntaba.
Los pacientes, aferrándose a los
costados del sillón, respondÃan abriendo desmesuradamente los ojos y sudando a
mares.
Algunos pretendÃan retirar de sus
bocas las manos insolentes del dentista y responderle con la justa puteada,
pero sus intenciones chocaban con los brazos fuertes y con la voz autoritaria
del odontólogo.
-¡Quieto, Carajo! ¡Quita las manos!
Ya sé que duele. ¿Y de quién es la culpa? ¿A ver? ¿MÃa? ¡Del Gobierno! Métetelo
bien en la mollera. El Gobierno no tiene la culpa de que tengas los dientes
podridos. El Gobierno es culpable de que te duela…
(…) Antonio José BolÃvar Proaño se
quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de
maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de
oro, a todos los que emputecÃan la virginidad de su amazonÃa, cortó de un
machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio,
de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas
que a veces le hacÃan olvidar la barbarie humana”.
(Un viejo que leÃa novelas de amor, Luis
Sepúlveda).
Desde hace cinco semanas el mundo es otro y en medio de notas sobre el
déficit público que se disparará para España; las noticias falsas que se multiplican
en las redes sociales; la venta de más de 500 mil contraseñas y cuentas en la
Deep Web; la fabricación de 20 mil bolsas para los cadáveres que deje el
Covid-19, se filtran memes, festejos en solitario, adivinanzas para iniciar el
dÃa, recuerdos y recomendaciones cinematográficas de cintas liberadas en la
red.
Desde hace más de un
mes, nos hemos enterado en medio del confinamiento de la pérdida progresiva de espacios
y libertades. Hemos visto caer a voces que fueron referentes en nuestros
momentos de juventud.
Ya hemos perdido cineastas, filósofos, músicos y escritores y no hemos
tenido la oportunidad de despedirlos como se despide a un compañero de viaje.
Lo mismo nos ha pasado con familiares y amigos. Y muy probablemente mientras
dure el confinamiento los casos se irán multiplicando.
Aun cuando en Wuhan celebraron
con euforia sus dos meses de confinamiento; en otras regiones del mundo, como
en México, proyectan el fin de la pandemia todavÃa para mediados de junio. AsÃ
que al menos nos quedan diez semanas más de historias tristes y momentos de
dolor que no tendrán su ciclo completo de duelo.
Es como poner en
suspenso el levantamiento de nuestros muertos. Es como si estuviéramos sentados
en la sala esperando a que lleguen sus cuerpos para tenerlos presentes.
Toda perdida se lleva
con ella algo de nosotros. Nos hace sentir un vacÃo; una sensación de
desamparo. Nos disloca, nos divorcia por momentos de la realidad; nos lleva a
experimentar el tiempo y el espacio con opresión y pesadez. La vida se
desajusta.
En el curso natural de
la vida las personas tienen la posibilidad sentir su pérdida y vivir las
distintas etapas del luto. En el confinamiento, al vivir en un permanente
estado de sufrimiento y tristeza contenida, bajo la sensación permanente de
cansancio y saturación, no hemos tenido tiempo para pensar en ellos y en lo que
se pierde con su ausencia.
A cinco semanas del
nuevo mundo, no hemos podido levantar a nuestros muertos. No hemos tenido el
tiempo suficiente para sentir su ausencia, pero tampoco para acompañarlos en su
nuevo destino.
Nos hemos reorganizado
en la racionalidad de la pausa, del dejar el tiempo y la vida en suspenso. Una
pausa que tendremos que suspender para que la vida siga también ese otro curso.
Este intervalo
existencial no sabemos realmente cuánto dure y cómo modificará nuestros
sentimientos en el futuro.
La vida por completo se
ha alterado, asà como sus ciclos naturales. El tiempo para nacer, para morir,
para plantar, para cosechar, para sanar, para construir, para llorar, para
reÃr, para estar de luto, para saltar de gusto, para esparcir piedras y
recogerlas se resguardado en el armario con nuestros zapatos.
Ese tiempo que antes
todo tenÃa, hoy ha cambiado. Es como si se diera un gran silencio en medio de
una canción. ¿Qué representa ese nuevo signo gramatical en nuestras vidas? No
lo sabemos. Sólo sabemos que en este pentagrama se están escribiendo nuevas
canciones. Nuevas tonadas que tampoco tenemos claro cómo las habremos de
cantar.
Ya habrá tiempo para
tomarnos un descanso y levantar a nuestros muertos; habrá tiempo para sentirnos
tristes y acompañarlos. Para abrazarnos y darnos terapia en grupo. Ya habrá
tiempo para recomenzar el ciclo que dejamos en pausa. Para llorar y dolernos
dentro de la normalidad si es que ésta tuvo alguna vez un lugar en nuestras
vidas.