La razón dirigida - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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viernes, 25 de abril de 2014

La razón dirigida

Análisis del texto El espíritu de la filosofía medieval de Gilson Etienne.
Jorge Alberto Hidalgo Toledo


¿Responde la necesidad de sacralizar la ciencia y racionalizar la fe, a una búsqueda compartida de vías de salvación en el quehacer cognitivo? Interrogantes como ésta aparecen a lo largo de nuestra lectura del texto El espíritu de la filosofía medieval y nos llevan a reflexionar sobre el método, el fin y los resultados obtenidos por la filosofía y el cristianismo a lo largo de su evolución histórica-ideológica en el occidente medieval.

La pregunta inicial de Gilson sobre ¿qué había en el cristianismo que cautivó a los filósofos de la antigüedad?, se resuelve a su parecer, en las verdades encontradas en aquellos hombres que se adentraron al problema de la fe con ojos nuevos. 
Lo que descubrieron, personajes como San Pablo, San Justino, San Agustín, Plotino, Lactancio, San Anselmo y Santo Tomás, es que la pugna entre la verdad cristina y la verdad filosófica sí tiene una resolución: el cristianismo es un método de salvación, no de conocimiento. 
Si la construcción y naturaleza del cristianismo tiene como fin último la salvación, ¿de qué herramientas se vale uno?, ¿qué papel juega la razón?, ¿dónde encaja la filosofía en esta búsqueda?, ¿podría salvarnos la razón por sí misma?, si la certeza sólo puede ser revelada, ¿cómo puede la filosofía ofrecernos verdades?
La exposición de Gilson, acaba con aquel prejuicio que se tiene del cristianismo como una doctrina negada a la razón. Por el contrario, en la fórmula de San Anselmo: “creo para comprender” podemos distinguir un horizonte clarificador al eje de nuestras interrogantes.
La razón sola no se basta; como tampoco la fe. De ahí que si la fe es lo que habrá de salvar al cristiano; éste debe de contar con todas las pruebas para ello. He ahí la afirmación de San Justino: “el objeto de la filosofía es conducirnos hacia Dios y unirnos a Él”. Y no puede haber unidad cuando no hay un conocimiento pleno de las partes.
Por ello, el verdadero cristiano, debe ser testigo de la verdad para poseer la sabiduría; para poseer a Cristo. La verdad del cristiano, no es tan sólo la verdad predicada, el conocimiento natural de la ley moral, la revelación natural del Verbo, el conocimiento abstracto, la especulación interesante o el saber; la verdad cristiana es la creencia comprobada, vivida, la que indagó racionalmente el principio y fin de las cosas (que nos dirigen a la salvación) y no pudo encontrar más respuestas que una realidad divina.
El cristiano en su método, sabe que la fe es apertura, un abrirse y aceptar racionalmente la verdad. En ese caos de preguntas y respuestas, la revelación ordena y da sentido; por ello el verdadero cristiano se atreve a vivir según el Verbo y se responsabiliza del destino que ha creado. 
El cristianismo pasa así, a ser conducta de vida; práctica de salvación. El saber que da la filosofía, con la fe se torna en la certidumbre de la razón dirigida.
Inteligencia, razonar la fe, dejar satisfecha a la razón, consolar, aspirar a esa forma terrena de salvación: la felicidad…
Así, hemos vuelto a nuestra pregunta inicial: sacralizar la ciencia (filosofía) y racionalizar la fe ¿responde a un panorama desesperanzador?, ¿a una búsqueda honesta de conciliar las diferencias en beneficio del hombre mismo?, ¿a la necesidad de construir un modelo óptimo de desarrollo, perfección y salvación?, ¿o a que por fin se ha dado con la clave del problema? 
Gilson nos dice: “El contenido de la filosofía cristiana es, pues, el cuerpo de las verdades racionales que han sido descubiertas, profundizadas o simplemente salvaguardadas, gracias a la ayuda que la revelación ha prestado a la razón”.
Posiblemente sea ésta la clave de que a los hombres cultos de la antigüedad les pareciera llamativa una doctrina que indagaba en la naturaleza y los sobrenatural, apoyando su revelación en la razón.
Disertaciones actuales que intentan reflexionar o conocer la naturaleza de Dios y comprobar su existencia, a juicio personal son absurdas e inconvenientes para quien está convencido que el plan del hombre se encamina a la salvación. 
Para quien a la fecha se pregunta ¿por qué el hombre debe aspirar a la salvación y de qué habrá de salvarse? Puede que la verdad, como la realidad, no le sea accesible solamente a través de la razón y puede, también, que tampoco le convenza el que la filosofía ofrece la verdad fragmentada. 

Roger Bacon afirma que “hallar la verdad, es encontrar una revelación original hoy perdida” y como Gilson, insiste, habrá que indagar, si queremos dar con esa “verdad absoluta”, en el momento en que se produjo, pues sólo ahí, debió ser más sensible que nunca y más clara para los que la contemplaron.

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