Reflexiones sobre el Proslogion de San Anselmo
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Razón que busca razones cuando la fe no es suficiente; pasión que se esclarece cuando la inteligencia vierte su ánimo de búsqueda; silencio que atormenta cuando no llega la respuesta… Servir y meditar… Pensar a Dios…
Ante más de 3 mil peregrinos, el Juan Pablo II, reflexionó en su audiencia general sobre la auténtica sabidurÃa, asegurando que no es otra cosa más que “un don de Dios que permite al hombre ver lo verdaderamente importante desde su perspectiva”. Esta “capacidad de penetrar en el sentido profundo del ser”, nos lleva a meditar sobre la actualidad de la búsqueda de San Anselmo.
Él (San Anselmo) como muchos cristianos de hoy en dÃa, anhelan que su corazón salvaje, pueda comprender con juicios -casi fórmulas-, que la imagen y presencia de Dios puede ser demostrada por la razón.
¿Pero qué necesidad habrÃa en los dÃas de San Anselmo -cuando uno pensarÃa que el cristianismo bullÃa con fuertes llamas de fervor- de insistir en la captación racional de la imagen de Dios y con ello, establecer un argumento que no necesitase más que de sà mismo?
Gerhard Voss, en su libro AstrologÃa y Cristianismo, nos da una clave que puede servir para resolver esta interrogante: “la Iglesia de los primeros tiempos estuvo en una confrontación extraordinariamente peligrosa con corrientes y sistemas que se engloban bajo el término de gnosis”
Asà es como encontramos, por un lado, un entorno de optimismo racionalista, en el que se buscaba a toda costa, que la razón pudiera percibir la estructura del cosmos en el logos; y otro, en el que la experiencia de no encontrarse el hombre en una armonÃa bienhechora, invitaba a adentrarse en el juego de las fuerzas irracionales.
Por lo que vemos, el marco contextual de San Anselmo y el nuestro, se asemejan y dan testimonio de esa búsqueda incansable de los cristianos, por entender los secretos teológicos para hacer de la revelación una praxis y construir asÃ, un camino de redención en un mundo que necesita de razones para contar con una razón propia para existir.
Creer para entender
Un espÃritu angustiado y atormentado se percibe en la búsqueda de compatibilidad entre la “razón y fe” de San Anselmo. Él, que a través de la contemplación busca entender lo que cree, se adelanta en ejercicio cartesiano, a la búsqueda de pruebas ontológicas de la existencia de Dios. Su meditación -más propia de la lógica de un poeta mÃstico- nos invita a la introspección fenomenológica, aunque quizá para muchos, sólo llegará a la comprobación gramatical: “tú eres más grande que todo lo que se puede pensar; más aún eres demasiado grande para que nuestro débil pensamiento pueda concebirte. Porque, ya que es posible pensar que existe algo que es asÃ, si no fueses tú esto mismo se podrÃa pensar una cosa mayor que tú, lo cual es imposible”.
El mismo Anselmo nos dice que amplia es la verdad y mentira y nada lo que se encuentra fuera de ella; pero qué dolor se siente cuando afirma: “tú estás en mÃ, y alrededor mÃo, y yo no te siento”.
¿Vano fue acaso, el intento por buscar el rostro, entrar en el santuario, encontrarse con el ausente… Hacer presente a quien nos ha creado para verlo?
El mismo Juan Pablo II en su meditación basada en el Cántico presente en el capÃtulo noveno del Libro de la SabidurÃa del Antiguo Testamento, reflexiona sobre el entender a Dios como esa participación de la mente misma de Dios; como la conquista de la sabidurÃa y el poder con ello –más allá de verlo- penetrar en “el sentido profundo del ser, de la vida y de la historia, yendo más allá de la superficie de las cosas y de los acontecimiento para descubrir el significado último”.
Infeliz, desgraciado y pobre es aquél que ha perdido aquello para lo que ha sido creado dice San Anselmo; e insiste: “no busco para creer, sino que creo para entender”.
Es la fe la que mueve todo entendimiento; es la sabidurÃa, como dice Juan Pablo II, la que ilumina nuestras opciones morales, la que nos revela el bien y el mal, lo justo y lo injusto, la que nos adentra en el mundo. Es ese estar en Él, lo que demuestra su propia existencia.
De ahà quizá otra variable a nuestra pregunta sobre las razones de probar la naturaleza de Dios: alcanzar la sabidurÃa para estar por encima de las pasiones, para colocarnos por encima del hombre común, para colocarnos a su altura; para estar en la mente de Dios.