Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Posmodernidad,
cambio de lectura, estructuras y lenguajes. Los tiempos se han terminado, los
vocablos experimentan el límite de las flexiones, los conceptos se desintegran,
la moral no es única, ni universal, la ética se ha vuelto subjetiva, las
percepciones se fragmentan, todo es parte de un cuadro amorfo, que parte de una
realidad cuyos campos nos resultan inconexos, lejanos, absurdos; la realidad se
ha vuelto intertextual y guarda múltiples lecturas y significaciones. El pesimismo,
la sofisticación, la producción masiva, la culpa y la ingenuidad se muestran
ante la mente como la única posibilidad dialéctica en un tiempo suspendido
sobre su eje, ya que "la clave del presente está en el futuro"[i].
Nuevos son los
tiempos y también lo son las formas de expresar el arte. Adentrarnos en este
periodo histórico y artístico, implica comprender un cambio en la naturaleza
humana y en sus formas básicas de expresión. El nuevo mundo ha construido un
hombre nuevo y por ende una nueva plástica.
¿Hacia
dónde se dirige la nueva estética?, ¿cuáles son sus temas y sus tratamientos?,
¿de qué códigos se apoya para narrar su realidad y construir su discurso?
Suzi
Gablik, en su ensayo ¿Fracaso la
modernidad?, nos deja ver cómo es que la posmodernidad ha dado pie a un
espíritu creativo muy alejado del canon tradicional en el que florecen los
artistas “cínicos, inútiles, sórdidos, mal educados, arrogantes, testarudos,
pervertidos, morbosos, indecentes y depresivos”[ii]. Tal es
el caso de los escultores Gilbert y George. ¿Pero, cuántos como ellos han
participado en la creación de un ambiente artificial y decadente en la estética
actual?
Hay quienes pensarían que el arte ha llegado a su fin y que en un mundo trastornado, sólo pueden surgir expresiones plásticas insensatas y faltas de fe. El valor del arte, para muchos, ha quedado en el olvido. Hoy vemos estímulos visuales, construcciones gráficas propositivas, acosos iconológicos, pulsiones oscópicas sobresaturadas de información. El arte es más mensaje y opinión que obra en sí.
Sus
virtudes son más reflejo del entorno que producto de su propia naturaleza.
¿Pero cómo es que esto se ha logrado? Frederic Jameson nos da una explicación
en su ensayo Posmodernismo y sociedad de
consumo. En él aclara que la mayor parte de los posmodernistas son
“reacciones específicas contra las formas establecidas del modernismo superior”[iii]. En su
momento la primera generación de artistas posmodernistas (años 60) reaccionaron
contra el arte muerto, asfixiante, canónico de las vanguardias y modernismos
superiores. Hoy día, una nueva generación de artistas, están reaccionando
contra las primeras manifestaciones posmodernistas.
Así
tenemos un arte extremo, una tendencia plástica que mantiene algunos
postulados, características y afinidades tipológicas con la posmodernidad en
general, pero que ha tomado el cuerpo como sujeto expresivo, que ha hecho de la
vida y la muerte un referente plástico; que se apoya en la violencia, la
agresión, la sexualidad explícita y la muerte misma como forma particular de
deconstruir la realidad.
Es
pues este ensayo una invitación parra conocer los justificadores
ético-políticos en los que se ha desarrollado este arte, cuáles son sus
categorías estéticas y cómo y quiénes han terminado por definir esta corriente.
Una nueva forma de ver el mundo se revela ante nuestros
ojos, no nos queda más que asumir su subjetividad radical y su relativismo
destructor, o asumir que efectivamente, el arte también se mide con criterios
de éxito y fracaso.
Gran controversia es la que
existe en torno al origen de la posmodernidad, hay quienes la ubican a fines de
los años 40 y principios del 50 en Estados Unidos; otros en Francia en 1958,
con el surgimiento de la Quinta República; un tercer grupo considera la década
de los 60, el tiempo en el que el nuevo orden internacional (neocolonialismo,
la revolución verde, la información electrónica y los ordenadores) tuvo su gran
boom. La posmodernidad entrará en
vigor en 1990 bajo las democracias participativas, la autonomía democrática, la
tercera revolución industrial, el neoliberalismo-globalización, el fin del
estado-nación y el neo imperialismo. Sea multinacional y paralelo su origen o consecuencia lógica
del capitalismo avanzado y la sociedad de consumo, lo que es un hecho es que la
posmodernidad se encuentra entre nosotros, tanto como periodo histórico, como
tendencia estilística en todas las disciplinas humanistas.
Entre
sus constantes encontramos nuevos tipos de consumo; desuso planificado de los
objetos, un ritmo cada vez más rápido de cambios en las modas y los estilos; la
penetración de la publicidad, la televisión y los demás medios de comunicación
de masas hasta un grado hasta ahora sin paralelo en la sociedad; la sustitución
de la antigua tensión entre la ciudad y el campo, el centro y la provincia, por
el suburbio y la uniformización universal; el desarrollo de las grandes redes
de autopistas y la llegada de la cultura del automóvil. De ahí que se le
relacione con el capitalismo tardío, de consumo o multinacional y la
desaparición de un sentido de la historia. Se difuminan algunos límites o
separaciones clave entre cultura superior y la cultura popular o de masas. Hay
mucho interés por la preservación de un ámbito de alta cultura contra el medio
circundante de gusto prosaico, lo ostentosamente vulgar y el kitsch, de las series de televisión y
las cultura del Reader’s Digest. Les
han fascinado los paisajes de publicidad y moteles, los desnudos de Las Vegas,
los programas de variedades y las películas hollywoodenses de la serie B, de la
llamada paraliteratura. Otro rasgo es el tratamiento del tiempo: textualidad o
escritura y la esquizofrenia como carencia de continuidad temporal; no hay
identidad personal, no hay compromiso con proyectos, se rompe la continuidad
temporal, hay perdida del significado, el sentido global, lo colectivo[iv].
Lo moderno,
nos dice José Tono Martínez “es sólo un punto de partida, el mero entrono
tácito de cualquier nueva creación”[v]; mientras
que la posmodernidad se caracterizaría, por esta aceptación desprejuiciada de
lo plural, por una tendencia a desjerarquizar las diferentes tendencias o
personalidades. “Hay una perdida de la confianza en la unidad teológica
sustancial de la modernidad, quedan como flecos sueltos, los ingredientes que
la componían, codeándose, en un plano de igualdad, con corrientes historicistas
y academicistas que siempre estuvieron al margen de las orgías vanguardistas.
(…) La actitud posmoderna frente a la historia no renuncia a los métodos
analíticos de las décadas anteriores, pero sí desconfía de las visiones
totalizadoras. Cuanto más general, más falso es el discurso y, por lo tanto,
más se aleja de esa pretensión de sinceridad que caracteriza a la modernidad.
La gran historia se disuelve en muchas historias microscópicas. El objetivo no
es ya tanto la verdad como la verosimilitud, la adecuación a las reglas del
juego. La historia hoy se afirma como relato y por este camino se acerca al
único mundo que no discrimina la ficción frente a la realidad: el arte. (…)
Posmoderno no significa antimoderno sino sencillamente lo que viene después de
lo moderno. Pero la etimología es equívoca, ya que la modernidad no ha
terminado todavía. La tendencia actual a legitimar todas las tendencias y
aspiraciones parece culminar el viejo deseo de libertad proclamado por los
pioneros de las vanguardias históricas. La diferencia fundamental reside en el
método, pues mientras la modernidad tendió a afirmarse de modo dogmático y
militante, la posmodernidad rehuye las ortodoxias, las posturas redentoristas y
los métodos vehementemente persuasivos. De ahí la curiosa paradoja: lo que
parece ir contra la modernidad es, en realidad, una afirmación franca y sin
cortapisas de la misma”[vi].
Los problemas derivados de la modernidad y extendidos a la posmodernidad, navegan en los terrenos del miedo, en la forma como hemos dominado la naturaleza y lo que hemos creído que vendría a mejorar incesantemente nuestras condiciones materiales de vida. Así, la tecnología y las ciencias han destruido nuestras certezas y nos han dejado sumidos en la perplejidad. “Las presiones demográficas, el conocimiento aplicado a la producción y el irresistible avance de la modernidad”[vii] nos han llevado a sufrir cambios en las estructuras soportantes de la vida. Ahora las relaciones son más “abstractas, voluntarias, de tipo contractual, crean unas sociedades frágiles, angustiadas por la soledad, asustadas frente a la vejez y la muerte, inhóspitas y frías”[viii]. Los ídolos se evaporan, el individuo no tiene de qué aferrarse, “De acuerdo con esta imagen, cabe suponer que la modernidad, técnica, incidental, mediática, la aceleración de todos los intercambios, económicos, políticos, sexuales, nos han conducido a una velocidad de liberación tal que nos hemos salido de la esfera referencial de lo real y de la historia”[ix]. Mientras que Marshall Berman afirma que “ser moderno es encontrarnos en una ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo”[x], la posmodernidad no promete nada; ahora reina la incertidumbre y el temor al futuro. La posmodernidad es ese estado de ánimo con el que intentamos nombrar lo que no sabemos si está unido, por ello deconstruimos, deshacemos todo lo que queda del viejo mundo, lucha contra la racionalidad de Occidente, carece de sentido y el futuro no tiene lugar.
Lo
real, nos dice Illya Prigogine, “pierde así su última garantía moderna: las
ciencias”[xi].
Quizá por ello el mismo Brünner nos dice que la modernidad “es una cadena
ininterrumpida de cambios en una dirección que no podemos controlar”[xii].
Encubriendo la resistencia
En un ambiente post-atómico la
historia parece detenerse y la modernidad se mezcla con el primitivismo por
"no existir nada más avant garde que la reintroducción”[xiii] en el
"post". Una extraña titularidad informática-periodística
infecta la escena de disturbios, crímenes, asesinatos, accidentes, violaciones,
políticas internacionales colapsadas y libertades aplacadas con la antagónica
consigna "derecho a la vida", "pena de muerte" en nombre de
Dios. Hoy día, el culto al odio ("Oi"[xiv]), la
sobrecarga tecnológica, el sexo impersonal, la autodestrucción, las drogas, la
violencia, la enajenación, la psicosis, la obsesión, la entropía, la muerte del
alma y las economías derrumbadas, son los iconos blindados y traumáticos del
nirvana pulverizado. He aquí el resultado de la revolución moral, social,
física y mental de los sesenta; he aquí el hongo expansible de las heridas
sangrantes del punk; he aquí la ultima gota de sangre del silencio minimalista;
he aquí los restos de los ecos de las culturas perdidas y buscantes de una
Norteamérica y una Europa multiraciales; he aquí un mundo sumergido en la
sequía tecnológica y el concreto cerebral; he aquí el último de los combates;
he aquí el fin de la ideología, del arte y las clases sociales; he aquí la posmodernidad[xv].
La
tierra de nadie se muestra ante nosotros. La razón y la pesadilla están
presentes en las luces incandescentes de la publicidad cegadora; la
pornografía, el voyeurismo y la insatisfacción son la esencia de la ciencia del
acontecimiento. Ha muerto el afecto. El sufrimiento y la mutilación son el
ideal del amor; la pasión creadora es posibilidad ilimitada de aislamiento,
introspección y alienación del individuo. El pesimismo, la sofisticación, la
producción masiva, la culpa y la ingenuidad se muestran ante la mente como la
única posibilidad dialéctica en un tiempo suspendido sobre su eje, ya que
"la clave del presente está en el futuro[xvi]".
Una paradoja que se resumen entre otras cosas
como: innovación formal (en un mundo de posibilidades agotadas); preocupación
por la estructura y el lenguaje (cuando el sistema es todo y nada); agudo
sentido por la parodia y la ironía (el minimalismo y su silencio son alarma de
que el individuo se está desintegrando de tanto pensar); predominio del juego
intelectualizado, de la fantasía y de la intertextualización[xvii].
Como
vieron y verán, así es todo esto, un discurso fragmentado, irónico, vacío,
multiracial, místico y no apto para mentes ligeras, además de ser en parte
absurdo, en parte reflexión axiomática Zen.
El
paisaje degradado, horrendo, kitsch, de las series televisivas;
de las fotonovelas y los "healt
magazines"; de la promiscuidad publicitaria y los moteles; de los fanzines y los comics; está por colarse en vuestras vidas. De ahora en adelante
prepárense a ver escenas repugnantes, inmorales, subversivas y antisociales
como lo clásico; adopten como pauta cultural lo oscuro, lo escandaloso y lo
disonante. Acostumbren sus sentidos a la innovación y a la experimentación
estética, pues una urgencia económica de olas está por caer. Apresúrense a
adoptar la sangre, la muerte, la tortura y el horror, como el sentido de las
expresiones, pues de lo contrario esta cultura de la imagen y el simulacro
harán de su historia una "estructura esquizofrénica”[xviii]
difícil de recuperar.
Dentro
de lo que cabe, uno de los rasgos distintivos dentro del nuevo estilo, fue el
reinterpretar las tradiciones, los ornamentos, los símbolos y los patrones sociales
de las culturas ancestrales, factor que se vio auxiliado por los primeros
brotes de reflexión minimalista y la incansable lucha que estaban gestando las
distintas etnias en busca de su reconocimiento social y su persistente
excavación en el origen de sus valores.
El
discurso histórico se ha roto y este a su vez ha desencadenando el efecto
domino sobre las pautas culturales, creando un cataclismo entre la forma como
nos relacionamos con el mundo y cómo lo percibimos. El hastío y el repudio a la
vida contemporánea ha sido pisoteado por una extraña fe que ordena y trasciende
el caos de la experiencia, al grado de provocar una emoción patética y
mediatizada entre la "angustia de la influencia y el querer buscar una
identidad propia"[xix]. Acabar
con las obras maestras fue el primer paso de esta mutación entre la experiencia
y el experimento. Buscar identidad, según el nuevo paradigma, es rascar en el
ser y aceptar la condición de que dentro de cada individuo hay un industria de
producción cultural. El arte en términos de causa-efecto, se vuelve individual,
lúdico, experimental, crítico, fantástico, cínico y descarado a la hora de
desenmascarar los hechos fraudulentos de la vida. Buscar en el ser, también
implica hacer introspección, acerca del tiempo, el espacio y el arraigo hacia
las cosas y la tierra que lo rodean. Durante esta introspección, la razón ha
quedado de lado para dar pie al sentimiento y la intuición. La experiencia es
la base retórica de este nuevo dramatismo, en el que se confirma la sentencia cíclica
del "post", en el que la referencia temporal se condensa en
agonía y desmoronamiento. Así, se abren paso en la cultura todos los
movimientos de búsqueda y reencuentro; de reflexión y silencio; de crítica y
proyección; de conciencia universal y actuar local.
El
mundo, al parecer, no es más ese sitio habitable y reluciente, son avenidas
saturadas de moteles, cucarachas y luces de neón. La violencia y las
psicopatologías son en el pan nuestro de cada día. Las calles se tornan cada
vez más oscuras y no proponen nada que se halla visto antes. Desgraciadamente
este es el horizonte de la miseria y del arte. Una miseria que día con día nos
carcome y hace de las suyas. Una miseria que no respeta fórmulas ni vidas
especiales. Estamos al borde de nuestros días, unos días que se han vaciado
quizá por habernos pertenecido demasiado. No lo se... ni quisiera dejarlo,
tampoco, a la buena de Dios... sería una condena muy grande.
El arte extremo
Rompiendo
deliberadamente todas las reglas morales de comportamiento y eliminando de su ethos, toda prohibición, la plástica
posmoderna ha tomado una inclinación hacia las prácticas extremas como si estas
fueran una especie de penitencia que los conduce incluso hacia la muerte. El
abuso físico y sexual, la violencia y el sadomasoquismo son algunas de las
atrocidades de los nuevos artistas. Susan Sontag se expresa de ellos diciendo
“que para la conciencia moderna el artista (en lugar del santo) es el sufridor
ejemplar”[xx].
En estas expresiones visuales, los
votos de resistencia y sufrimiento, las frecuentes perforaciones y sangrías, el
abuso de cadáveres humanos y animales, y la constante obsesión con el peligro,
el escándalo y el rompimiento de tabús vinculan a estos artistas con lo que
Erving Goffman ha llamado “la peligrosa región liminal, donde se borran las
fronteras que separan lo masculino de lo femenino, lo público de lo privado, lo
sagrado de lo profano, el placer sexual del dolor físico”[xxi].
El precedente de estos artistas lo
encontramos en Georg Grosz cuando orinaba sobre los cuadros expresionistas en
Berlin y en Franz Wedekind con sus provocaciones sexuales dadás y futuristas
espanta burgueses. Recientemente tenemos el caso del grupo austriaco Aktionismus al que pertenece Hermann
Nitsch que queriendo ser pintor de iglesias se dedicó a desmembrar y crucificar
animales como parte de orgías extáticas alimentadas por drogas, alcohol y
bailes a manera de raptos dionisiacos y ritos pre-cristianos*1. El mismo Nitsch llevó su
estética del exceso a la transgresión. En Sinfonías
de dolor y Teatro de los misterios
orgiásticos, creó inmensos despliegues de sangre y mutilación*2. En 1963 propuso desollar y
destazar el cadáver de un niño. Rudolf Schwarzkogler presentó niños con
testículos lacerados y escenificó tabúes sexuales y escatológicos. Günther Brus
se presentaba vestido como mujer, se cortaba hasta sacarse sangre y defecaba y
se comía su propio excremento. Estos performances terminaban en arresto y
redadas policíacas.
En Estados Unidos, Mariana Abramovic
y Ulay, Dennis Oppenheim, Valerie Export y Stelarc, así como Gina Pane
incluyeron elementos de peligro y auto-mutilación*3. Chris Burden en los setenta
realizó acciones peligrosas como su famoso Balazo
(1971) y White Light/white heat
(1975) en la que estuvo 22 días recostado en una plataforma en la esquina de
una galería. En Muerto (1972) se
envolvió en un lienzo de lona y se recostó en medio de una transitada avenida
de Los Ángeles con dos antorchas como única señal*4.
David Wojnarowicz se cosió la boca
para encarnar el slogan del grupo ACT UP: El
silencio es igual a la muerte*5.
Bob Flanagan introdujo el activismo y las referencias autobiográficas al
terreno de los performances; los realizaba en cuartos de hospitales, salas de
espera y enfermerías; convirtió su enfermedad de fibrosis quística en parte de
su obra*6.
Joe Coleman se prendía explosivos
atados a su cuerpo y decapitaba ratones a mordiscos predicando la llegada del
Apocalipsis*7. Los espectáculos rituales de
Survival Research Laboratories incluían destrucción, máquinas y animales
muertos para invocar un mundo de tecnología desaforada que ha quedado reducido
a un horripilante alud de ruido y destrucción*8.
Ron Arthey se perfora el cuerpo, se
saca sangre y practica el sadomasoquismo*9, siendo cero-positivo graba
dibujos en la espalda de otro artista que no lo es y recoge la sangre en
toallas de papel que luego cuelga sobre el público, lo que llevó a los artistas
del Walker Art Center a generar un perverso juego de competencia
auto-destructiva y necrofilia reiterativa. Michel Journiac en su obra Misa para un cuerpo prepara un pudín con
su propia sangre, se corta la cara y el cuerpo con navajas de afeitar y
masticando vidrio. Ben Vautier se golpea la cabeza contra una pared hasta
sacarse sangre y Pinocelli se metió en una bolsa con lastre e hizo que lo
arrojaran al océano.
Condenar estas obras como enfermas, exhibicionistas,
grotescas y vacías tanto intelectual, artísticas como moralmente, se convierte
como dice Flanagan, en una forma perversa de apoyarlas ya que el mismo rechazo
y el asco de los demás les produce placer sexual. Su poética es un desesperado
llamado al asesinato. Su fin va más allá del simple escándalo provocado por la
violencia, la auto-destrucción o el peligro.
Así
como estas formas encontramos también la foto-violencia, el cine snuf, el crime art, las instalaciones con restos humanos, la necro-plástica,
el arte objeto escatológico.
Todas
estas formas pretenden aprehender la realidad social y a su vez, entender los
comportamientos humanos más insólitos. Sus herramientas de expresión están
ligadas más que con la denuncia de una falla en el sistema, con el goce de la
práctica misma y la perversión. Este arte ideológico-mediático que pretende ser
“los ojos de la sociedad”[xxii], es
paradoja, subversión y evidencia de que una nueva retórica se está apoyando en
el desastre, la atención pública, los sucesos espectaculares, la profanación
ritual y la paranoia para la creación de la nueva imagen de la crítica social.
Hoy ser víctima y victimario es una práctica artística que pretende ser en sí
misma una bomba inteligente que haga que la realidad se confunda con el
artificio artístico. Lo ordinario y lo doméstico se mezcal con la sangre y el
sufrimiento.
Un
nuevo relato se construye más en la ambigüedad simbólica, como si se
pretendiera hacer más semiótica que arte. La era de los referentes ha llegado.
No hay significados absolutos sino investigaciones sobre la relación entre las
imágenes, la realidad y la reacción en los espectadores.
Quizá
la única intención de estos artistas sea dejar al descubierto la artificialidad
del mundo actual y el cuerpo historizado se desplaza como un nuevo espacio
ideológico. Lo funcional, según estos artistas también puede ser seducción,
violencia psicológica, social y política. La posibilidad polisemántica de todas estas obras responde a la propuesta
artística de Cildo Meireles quien afirma que “el arte debe producir un
desplazamiento subversivo que ponga en evidencia y cuestione los sistemas
dominantes en la estética, la ideología, la política y la ciencia.
Naturalmente, si el artista cumple su objetivo, estos sistemas será puestos en
peligro, aunque sea de manera sutil”[xxiii].
El
espectador ha sido confrontado, los temas dejan ver el peligro implícito en el
acto de ver, los títulos se refieren a lo que nos es vedado, aislado, encerrado
y protegido. Las obras han llegado al límite, en una frase al final. Ahora
parecen confusas las categorías que empleamos para clasificar el mundo y nos
ofusca no encontrar en este arte algo de significado. Sin embargo vale la pena
preguntarnos si ¿no es acaso el vacío interpretativo también un extremos
poderoso de la expresión humana?
[i]
BALLARD, James G., “Automóviles,
pornografía y literatura”, en La Pusmoderna,
No. 4, Primavera 1992, Editorial Praxis, México, p. 9
[ii]
GABLIK, Suzi. “¿Fracaso
la modernidad?”, en ¿Ha muerto el arte
moderno? Blume, Madrid, 1987, p. 107.
[iii]
JAMESON, Frederic.
“Posmodernismo y sociedad de consumo”, en La
posmodernidad de Hal Foster, et al. Ed. Kairós-Colofón, México, 1988. p.
166.
[v]
MARTÍNEZ, José Tono
(coord.), “Prologo”, en La
polémica de la posmodernidad. Ensayo. Ediciones libertarias, Madrid, 1986,
p. 15
[vii]
BRÜNNER, José
Joaquín. Globalización cultural y posmodernidad.
Fondo de Cultura Económica Chile, Santiago. 1999. p. 40.
[xiii]
MIZRACH, Steve (aka Seeker1),
"Modern Primitives: The accelerating collision of pasta and future in the
postmodern era", en Postmodern
Culture, Published by North Carolina State University, Oxford University
Press, and the University of Virginia's Institute for Advanced Technology in
the Humanities, SERVICIO INTERNET, pmc@jefferson.village.virginia.edu
[xiv]
GOLDSTEIN, Toby,
"James Graham Ballard: visionario del Apocalipsis", en La Pusmoderna,
No. 4, Primavera 1992, Editorial Praxis, México, p. 4
* Grupo
ultranacionalista que rinde culto al odio en nombre del patriotismo
[xv]
JAMESON, Fredric,
El posmodernismo o la lógica cultural del
capitalismo avanzado, Paidós Studio, Barcelona, 1991, p. 9
[xvii]
RIERA, Miguel,
"Muchas voces, muchos ámbitos" en Posmodernidad
USA, en Quimera Nº 3/4, Especial,
Plaza y Valdes, México, 1988, p. 5
[xix]
GARCÍA DÍEZ, Enrique,
"Experiencia y experimento", en Quimera,
Nº 3/4, Especial, Plaza y Valdes, México, 1988, p. 29
[xx]
LERNER, Jesse.
"Performances peligrosos", en Poliester,
Vol. 4 No.13, otoño, México, 1995, p. 8
[xxii]
NAVARRETE, Federico.
"Foto-violencia en México", en Poliester,
Vol. 4 No.13, otoño, México, 1995, p. 18