Jorge Alberto Hidalgo Toledo
El futbol es el relato maravilloso que debe ser confrontado
tanto con los mitos de los pueblos primitivos,
como con los mitos de los estados civilizados contemporáneos
Vladimir Propp
Once gladiadores a punto de sitiar el feudo y tomar la capilla. Once guerreros más, colocados como espejo defiende el cáliz sagrado. La “guerra santa” ha comenzado. Cada quien defenderá su honra y cuidará que su arma no rompa los finos hilos en los que cuelgan las reglas. Sólo uno ejército puede tener la victoria, el otro esperará la revancha. El árbitro velará por mantener el orden bajo la luz de la moral más pura y conservadora. Al grito de gooooool, se alcanzará la gloria colectiva. Al llanto de gooooool, en la conciencia del que anota se está gestado el impertinente fantasma del éxito, aquel espíritu que eleva a un jugador común a la categoría de superhombre, leyenda y, con el paso de los años y el temple que dan las batallas, posiblemente aluda a lo divino, al mito que puede ser.
DEL FOXTROT A LA SAMBA
Futbol, ese frote ingenuo de esféricos desplazamientos del goce que producen los sentidos, simula en sí, el rito de los malabares, la bondad y la ternura excelsa que realizan los planeta cuando cumplen con su recorrido en el afanoso juego de la voluntad.
Desde los inicios formales del balompié en la Inglaterra del siglo XIX; los intentos frustrados por celebrar el Primer Campeonato Mundial en 1906; su incorporación a posteriori en los juegos Olímpicos de París y la celebración del Primer Campeonato del Mundo acaecido en 1930 en Uruguay; el futbol no sólo adquirió la jerarquía de deporte, sino que su plasticidad, espectacularidad y belleza cautivo a propios y ajenos elevándolo a juicio de críticos como Carlos Gonzáles Galván, a calidad de arte.
Desligar el desarrollo de la fortaleza de carácter, la capacidad técnica, organizativa, la calidad receptiva y sensibilidad amable del futbolista y la industria cultura del pan y circo que pudiera estar inmersa en los más de 130 países afiliados a la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA), los 50 millones de jugadores registrados, el 85% de varones y el 69% de mujeres que esperan a nivel mundial la celebración de la copa mundial y el 77% de la población de los países contendientes que siguen con expectación y fanatismo cada uno de los 64 encuentros del mundial, ha sido labor de teóricos y prácticos de todas partes del mundo.
Entre los cientos de análisis realizados, el futbol es visto, al igual que otros juegos, como “espejo de la sociedad”. Así lo señala Aída Reboredo, ya que en él se proyectan los valores, sueños y anhelos de una nación. Esa proyección ficticia o establecimiento de un sistema recreado en los límites de la realidad, nos habla no sólo de un sistema imaginario que compite con la realidad inmediata, también nos habla del establecimiento de un rito interaccionista donde se pone en juego la imaginación, el sueño, el temor, la libertad y la liberación del hombre en particular y, la masa que pone en juego su capacidad de elección al servicio del azar, al optar por la lucha colectiva de una subcultura que intenta conseguir un fin lícito, en épocas de crisis y de complejidad emocional: el triunfo de su equipo favorito.
Es ahí, en el marco de la victoria donde se construyen los pilares de la fuerza individual convertida en leyenda y el entusiasmo de la multitud que no sólo alaba y engrandece a un Di Stéfano, a un Gerd Müller, a Helmut Haller, a Ronaldo, a Pelé, a Leónidas Da Silva, a Franz Beckenbauer, a Cruyff o a Maradona, a la categoría divina que produce el tiempo aniquilado, es decir la virtud de la inmortalidad: el mito.
SILOGISMOS DE LA PATADA
El mito, ese problema metafísico y ético que habla de aquello que quiero ser pero no puedo o no me atrevo; de aquello que concierne al cuerpo y al espíritu, a lo próximo y a lo ajeno; de aquello que transciende lo cotidiano al grado de adquirir casi una fuerza divina, es lo que permite al aficionado liberar las pasiones inconscientemente reprimidas sin dejar sentimiento de culpa cuando llegan las derrotas.
El espectador ve en el jugador el alma humana idealizada. En su figura, enmarcada en los colores favoritos -que se diluyen en camiseta, calzón, medias, espinilleras y calzado-, distingue la carne de un mortal de la de un espíritu.
El futbol es una fábula que habla del destino humano, de sus sueños y fantasías. Es idea y acción, es redención, fracaso o salvación. Es la fuerza primaria y original enterrada y olvidada, es trascendencia y eternidad. El futbol, al entrar en la categoría de mito, se vuelve mediador entre el hombre común y la deidad.
Gabriel Careaga lo expone bien cuando se refiere al mito como “la historia de las dinastías célebres” y claro está cuando el aficionado para recubrir el vacío que puebla su tiempo libre idealiza la figura de un Rummenigge y su escuadra alemana o un Djalma Santos y su furia careoca.
Trauma, decepción, alegría y euforia al final de cada encuentro avalan a Gastón Bachelard cuando enuncia que el mito “transparenta un medio social, un medio que es mitad real y mitad ideal: un medio primitivo en donde el jefe (el jugador estrella) es después un Dios”. Todo mito, a su juicio, es drama humano condensado, un hecho social trascendido por fuerzas extrañas que intentan ir más allá del acto cotidiano. Quizá por ello concluye que la acción mítica “es una línea de vida, una figura del futuro, antes que una fábula fácil”.
En este acto futbolero de hacer notorio acciones, conductas o situaciones que rebasan lo banal, se nos permite distinguir las dos factores esenciales de los mitos: los que los crean (la afición) y los protagonistas (el jugador).
La afición, hacen del jugador un ser emancipador que busca la condición de héroe al intentar liberar a los mortales de su miseria, al grado que sus actitudes y conductas pasan de lo real a lo onírico, de lo humano a lo divino, de la chilena a la consagración, del culto a la inmortalidad. El futbolista lucha contra la vejez y la finitud de la vida, venciendo el rol carnal, logrando en un final el manejo absoluto de los destinos. Su esencia es el encarnar los sueños, deseos y fantasías reprimidas de las grandes masas aficionadas, la resolución de lo finito mediante una sola palabra desplazada: el éxito. El poder que da el recorrer -trofeo en mano- aquellas canchas de 110 por 75 metros. Los inconvenientes de la ascensión mítica -pregúntenle a Maradona- está en perder la felicidad, el sentimiento, la identidad y el único deseo verdaderamente humano: mantener el alma pura.
Por otra parte, los aficionados huyen de su propia decadencia y se muestran como víctimas de un sistema laboral, hombres desesperados por llegar a los estadios, pesimistas, gritones solitarios, hooligans rebeldes, enamorados culpables, apostadores frustrados, televidentes ausentes para sí mismo, perdedores autodestructibles, angustiados y desamparados, producto de las contradicciones y confusiones de la época y el intentar de ir en contra de ella o simplemente, evadirla.
Ahora el mito es más vigente y ausente que nunca. Antes los hombres se identificaban con un héroe o jugador, al grado de sentirse ambos como verdaderos humanos cuyas diferencias mínimas eran las circunstancias, la promoción, los chismes que se expanden, la cancha, las anécdotas aparecidas en la prensa deportiva, el encanto comunitario, en pocas palabras: la fama.
MI GRAN APORTACIÓN AL FUTBOL NACIONAL FUE LA CABELLERA
Pese a la necesidad de mitos que existe hoy en día, nadie desea ser como ellos, nadie se identifica con ellos, sólo incumben sus movimientos, tablas de clasificación, liderazgo en goleo, pareja de moda y otras acciones superfluas por el simple morbo de saber que no han muerto hasta el momento.
La falta de arraigo de los futbolistas y sus obras los ha llevado al uso de la prensa, ese gran medio dador de vida y recuperador de dos objetivos clave: retomar el trono de mitos y conseguir la inmortalidad.
Algunos logran conquistar esa pequeña inmortalidad que distingue Milán Kundera: estar en el recuerdo del hombre, en la mente de quienes lo conocieron, mientras que habrá otros que conquistarán la gran inmortalidad: el recuerdo del futbolista en la mente de aquellos a quienes no conoció personalmente, pero que con sus goles seguirá conquistando.