“Sólo quiero que me quieran -maldiciendo al mundo y todo lo que me ha enseñado: principios, distinciones, elecciones, moral, compromisos, conocimientos, unidad, oración. Todo estaba equivocado, carecÃa de objetivo final.
Todo ello se reduce a: muere o adáptate”.
(Breat Easton Ellis, Psicosis Americana)
LES MISÉRABLES
Hablar de soledad, es hablar de ti y de mÃ. De hombres sujetos a la metamorfosis que corrompe al glamoroso gusano de la moda. A ese grotesco bicho que encuentra su alma viciada por el asqueado sentido de pertenencia cuando roza de forma ligera las puertas de Princenton Club, Barcadia o Nell’s con sus siempre nuevas y juncales alas.
Esos somos nosotros, el compendio más extenso de vanidad y galanterÃa dislocada, igual que las vertebras roÃdas de nuestra próxima vÃctima: nosotros mismos. Porque eso es justo lo que buscamos: acabar con nuestra propia naturaleza. Tumbarla al suelo y cortarle de un solo tajo -ya sea con un simple cuchillo o una motosierra- la cutÃcula que cubre los sentidos; alma podrida de la percepción. De nuestra percepción. De la visión usada para descifrar los más vagos enigmas que se esconden bajo un rostro garbosamente marinado, por el efecto que sufre al amplificarlo y abrir el grano, para ilustrar la vida oculta en las pasiones vertidas en la cubierta de una novela, que además de reflejar a la más tristes de las naciones resume sus miedos y tensiones en un tÃtulo de dos palabras: Psicosis Americana , de un tal novelista, de un talyuppie , de un tal Breat Easton Ellis .
Psicosis Americana es el resumen de la década de los ochenta, quizá la más plástica y bizarra de la historia de este siglo, mismo que vio y vivió, durante ésta, el fin de la guerra frÃa, la andrajosa ética de Ronald Reagan, el desplante masivo de la industria hollywoodense y sus filmes de serie “B”. Y digo el resumen porque a lo largo de sus 357 páginas se desarrolla el comercial más largo de sà mismo, de Norteamérica.
Publicidad, trademarks , ejecutivos de cuenta, accionistas, restaurantes y bares de moda, recrean la asfixiante y esquizofrénica atmósfera del mal traducido American Pshyco .
Patrick Bateman, quien gracias a su primer morfema nos recuerda al legendario y amigable (como mi Macintosh) Norman Bates, se desplaza a lo largo del texto como esa conciencia criminal resultado del sistema norteamericano deseoso de edificar utopÃas aderezadas por la sentencia: “El dinero no lo es todo, pero sà da felicidad”.
Bateman, detrás de sus airosos trajes Bill Robinson , sus camisas de algodón de Charivari y sus corbatas de seda Armani , esconde la conciencia del imbécil de fin de milenio; la mente obsesionada por “el buen gusto” y la estética de la publicidad.
Pat, como le llaman los que dicen conocerlo y siempre lo confunden con algún otro joven inversionista de moda, es el aborto viviente de los errores polÃticos, económicos y morales de una sociedad guiada por el sentimiento mercantil que ha desatado la locura en el sistema.
Es asà como Pat, no sólo reconstruye las costumbres y excesos de su entorno sino que construye un pequeño jardÃn de las delicias donde el hombre inocente como Adán, es violado, mutilado y videograbado con una cámara Sony CCD-V200 de 8 milÃmetros, con generador de caracteres incluÃdo, mando de montaje para grabado automático lo que “permite grabar la descomposición de un cadáver a intervalos de quince segundos o grabar a un perro cuando agoniza, envenenado”.
Con Ellis las mentes psicópatas cobran rating como los programas de Patty Winters. Gracias a él, la lucidez, la precisión y la sangre frÃa se ponen al servicio de la literatura. Basta tener 27 años para iniciar la carrera contra los saldos existenciales y entrar en la desoladora escena de los noventa con los puños de una camisa de algodón de Ike Behard llenos de sangre y pelos.
Ante el crimen no hay redentores. No hay avatares porque todavÃa falta mucho para el fin de los tiempos. Y de eso Ellis está seguro como seguro está de que quedan nuevas vÃctimas por sufrir el escalofriante desmembramiento de sus partes antes de irnos a un corte comercial.
LA VIDA ES UN MISTERIO, TODO EL MUNDO DEBE ESTAR SOLO
Si se teme al sexo duro y explÃcito, Psicosis Americana no es un texto para usted. Si la frivolidad, el glamour y las pláticas idiotas le desconfiguran el estómago seguro está en el ascensor equivocado, éste hiede a Obsession , platillos voladores, jacuzzis de mármol, granos de pimienta rosa y pechos de mujer hechos papilla.
AquÃ, seguramente, es el infierno, donde el único espÃritu necrófilo y sobreviviente es el de usted; el que concluye hasta la última palabra de ese mundo en destrucción lleno de personas apaleadas, de homeless , de taxistas armenios, diarios financieros, estados de coma, asesinatos, “lienzos blancos que se convierten por sà solos en una telenovela”.
Si usted es de esos lectores que se horrorizan porque ante nuestros ojos se cuela la inevitable descripción de una violación o un asesinato en serie, no intente ir más allá de las quince letras que comprenden el nombre del autor, quien hoy reside feliz en Greenwich Village en Nueva York, acompañado de la memoria de los más grandes enfermos del siglo XX y el éxito de sus dos primeras obras: Less than zero y las Leyes de la atracción .
Easton Ellis, al igual que Patrick Bateman, es un obsesivo de los parajes apocalÃpticos y las situaciones lÃmite, quizá por eso comparte su visión hostil, amenazadora, violenta y salvaje con algunos de los escritores yuppies (Tama Janowitz, David Leavitt, Kathy Acker, Jay McInerney) que se han encargado de extender la cultura afrodisiaca y el desmadre urbano lejos de las fronteras que puede imponer la gran cafeterÃa que es Nueva York y sus baños públicos llenos de fiestas y largas lÃneas de cocaÃna disueltas con laxante o azúcar glass.
Para esta generación de escritores, su código de relaciónes es la sobredosis de placer. Las relaciones públicas y el cuidado de la imagen importan más que el cuidado de las letras, quizá por ello en sus escritos reina la amnesia, los productos desechables, las acciones consumibles, la decadencia como vÃa de reestructuración de las formas sin importancia. Quizá por ello sólo podemos ubicar a Easton Ellis leyendo su propia obra, solitario y en un lugar muy lejano del Apocalipsis.
Alimentos exóticos, cine porno, almas gore , orfandad existencial y los grandes misterios de las aspirinas son llamados hacia el gran caño que yace al final del absorbente drenaje de los textos de Ellis. No hay mejor callejón sin salida que los lÃmites expuestos por la más bastarda de las culturas, la única que devora su propia mercancÃa incapaz de integrarse al ritmo de la sociedad orientada a producir: la América Pop.
LOS ASESINOS DE LA CAJA DE HERRAMIENTAS
¿Las normas para llevar pañuelo de bolsillo son las mismas cuando se lleva un saco blanco de esmoquin? ¿Soy adicto al ejercicio fÃsico? ¿Cómo se puede enterar uno de la calidad de los discos compactos antes de comprarlos? Son algunas de las incógnitas que se descifran en el texto donde a los mismos yuppies no los bajan de mierda.
Y es que ellos, como sus hábitos de consumo, se reducen a la apreciación sinfónica de un “Te amo” en sonido Dolby ; al deguste de un buen vodka Absolut o una Diet Pepsi casi congelada; al magnetismo armónico de la voz de Whitney Houston y su “How Will I Know” o el “If This Is It” de Huey Lewis and the News. Todos esos vómitos de una comunidad delirante ejercen, bajo una prosa dilatada, directa, desenfadada, una crÃtica que asfixia al expectante por sentirse claramente definido y atrapado por esa corteza de rasgos bruscos que ve a su historia como un espectáculo defectuoso, digno de aparecer en Broadway a lado de La ópera de tres centavos o los mismos Misérables.
Ellis es el maestro de los antihéroes y las vidas de tira cómica. DiscÃpulo aberrante del buen Bukowski, del sagrado genio de Kennedy Toole y el grandioso Henry Miller da con su obra un gran salto en la proyección de las vidas vacÃas. La originalidad en su camino lleno de referencia de GQ , Fortune Magazine y Miss Manners on Office Etiquette , se vuelve intertextual, filtrada y filtrable. La dinámica social carece de impermeabilizantes. No hay más farsa en esta vida que los finales predecibles y los trucos de maquillaje mal logrados.
Si nos hubiéramos dado cuenta de nuestros horrores hubiéramos tenido tiempo para adelantarnos a la mente del asesino. Pero por eso el criminal resulta ser un genio. Por el simple detalle de tener un pie delante de sus ojos. Delante de los nuestros. AhÃ, justo donde se rompen las barreras del tú. Del yo. De tu existencia mutilada. De mi naturaleza cercenada. De toda la creación filtrada en la punta de un fusil de asalto Harrison AK-47, con un cargador de treinta balas “para volarle después la cabeza a tu madre y ponérsela al maricón de tu hermano”; para suspirar luego de un ligero encogimiento de hombros y encontrar encima de una puerta tapada por cortinas de terciopelo rojo de Harry’s un cartel con letras, que hace juego con el color de las cortinas y dice: “Esta no es una salida”. Todo esto es simple ficción.
JORGE ALBERTO HIDALGO TOLEDO