LA MUERTE Y OTROS ENCUENTROS CALLEJEROS - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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martes, 18 de marzo de 2014

LA MUERTE Y OTROS ENCUENTROS CALLEJEROS

Jorge Alberto Hidalgo Toledo
“... cómo podría decirles que este fantasma era un demonio
envuelto en el disfraz de un amigo.”
Martin Bowes, A girl called Harmony

PRIMAVERA
(Ese indiscutible paso entre la beatitud y la orfandad)
“Aquí se tiene una gran facilidad para morir, que es más fuerte en su atracción conforme mayor cantidad de sangre india tenemos en las venas. Mientras más criollo se es, mayor temor tenemos por la muerte, puesto que eso es lo que se nos enseña.”
Xavier Villaurrutia
Primera llamada. Se cuela una mujer vestida de calavera gritando primer acto mientras persigue a su hijo con una sandalia en la mano. Se filtra hasta la cocina. Segunda llamada. Sigue la misma mujer corriendo y gritando segundo acto , pero esta vez perseguida por su hijo que viste de espectro y que trae la misma sandalia en la misma mano, sólo que ahora llegan hasta el baño. Tercera llamada. Ambos gritancomenzamos y nos abrimos paso a una extraña y absurda comedia donde la Muerte es el único protagonista, donde el juicio radica en las tradiciones y la pasión en la creencia de la resurrección de las almas.
Esta comedia no es más que una tradición milenaria en peligro de extinción. Un extraño ritual que se sitúa en la encrucijada de los cuatro puntos que llevan a Mictlán, punto donde reposan las almas para después renacer en un campo nuevo como lo hace la semilla del maíz una vez que se le escapó el espíritu al tostarse.
La magia y el terror de los misterios ancestrales son el centro de atención de este indescifrable enigma en una tierra donde todos son santos y en cada alma hay un altar. Sólo aquí persisten esos espíritus desnudos bañados en colores violentos, agrios y puros.
Siendo así, brindemos y cantemos como los poetas (sin caer en la ridiculez): ¡Dulce embriago de soledad e imaginación que te mueves con piel de cordero!, Desnuda tus frutos y muéstrate tal como eres: un esqueleto sonriente. Un cráneo danzante e inagotable que te mueves como el viento, y como el viento nos llegas. Nos hieres, nos llevas. Nos sumerges en tus terrenos, en la insólita e inagotable sorpresa del fin de los tiempos, del verdadero juicio final.
La MUERTE, ese diálogo no apto para principiantes, es más que un mero espectáculo de mercado, más una riña, unos balazos o una injuria. Es más que un muro de descargas y cantos incomunicados. Es... y con eso le basta, (eso dice ella).
Pero, la verdad, le basta con arrancarnos el alma y vertirnos en una cuchillada, en medio de canciones y aullidos, al lado de ofrendas y sacrificios. Envueltos en la calma de los festejos a un santo o a un patrono. Le basta con vernos alegres, en la revuelta, en otro tiempo; en pocas palabras, en el mero acto de vivir.
La muerte, ese cúmulo de huesos que suscitan el renacer, el apetito la orgía, la fecundidad y el vómito, es para el mexicano el símbolo de la dualidad, del júbilo y el lamento, de la explosión y el estallido, de lo puro y lo fortificado por el caos. Nuestra muerte es como somos, es como nos vemos, es espejo y se refleja, es como la buscamos y como la entendemos. Es como la hacemos y la describimos, así es que dime cómo mueres y te diré quién eres.
Tantos conceptos y deseos de inmortalidad reunidos en una misma muerte “pelona” justifican que el mexicano la viva y la festeje, la acaricie, que quiera dormir con ella, que le escriba poemas y la convierta en un juguete, en una burla, en un objeto sexual (¡perdón!), que a muy temprana hora la mande a dormir.
Esta misma devoción y seducción libre de terror, le ha permitido adornarla de azúcar y papel de China. Le ha permitido hacerle programas de televisión cantando “calaca tilica y flaca”. La burla es el fuerte de nuestras tradiciones y en este caso ha despertado un extraño culto a lo oculto que es dejarse caer... caer.. caer...

INTERMEDIO
¡Maldita sea!, ¡siempre se tiene que caer! ¿Por qué nunca sirve el sistema?, ----Deglutió la muerte pelona entre vocablos injuriosos, sapos y serpientes.
Una vez más estaba imposibilitada para cumplir sus funciones. Su “login” había sido botado como el de muchos usuarios de INTERNET, por lo mismo, tomó su discman, puso algo de The Orb, peinó su corta cabellera color plata y coral y se decidió a trabajar a la vieja usanza.
La muerte, ese esqueleto acostumbrado al inexorable e implícito lenguaje de los sistemas computacionales, cruzó unas calles de cibernéticos locales iluminados de azul y humo.
Envuelta en el frenético espacio de la significación desprovista de erotismo de los tiempos modernos, entró al subterráneo, donde largos y espesos vagones se desprendían de la tierra como senderos de fibra óptica saturados de información.
Su popularidad, tan confidencial, detrás de un monitor de 17 pulgadas trabajando a millones de colores, lucía tan estéril como en los viejos tiempos. De nada le valía venir vestida de plata y charol. Con fibras tan entalladas que permitían mostrar sus huesos a los cientos de hackers que viajan como posmodernos criminales en medio de tantas ondas.
Tan fría y dubitante como el medievo entró en los andenes, en ese mundo prenatal donde la vida se confunde. Cegada como un animal se perfiló como una víctima más de la intolerancia y la infinita soledad de la clonación. De la duplicidad de verse parada en uno y otro lado del andén sin poder concluir sus funciones de muerte encaminadora. Era ella misma sin llegar a serlo. Vestida y peinada de igual manera; y es que en un mundo de espejos la muerte siempre viene por sí. Sorpresa y espejismo la hicieron perder el equilibrio y se dejó caer... caer.. caer...
Caer en el largo sueño de la inconsciencia y la nostalgia. En medio de un mundo mágico donde lo que menos importa es la temporalidad de las cosas, la buenaventura. La impunidad.
¡Esto es la muerte! --Gritó la señora que ahora yace rapada y vestida de azteca junto con su hijo que se encuentra tirado, llorando con la sandalia incrustada en la cabeza a manera de sacrificio. Les damos quince minutos --entonó como coro griego-- porque la función debe continuar.

VERANO
(Incinerante despojo que convierte al objeto en víctima)
“Los canes infernales ladran al moribundo, cuyos sentidos ya se hallan cerrados por la muy fuerte y horrible cerradura de la muerte, para que dude, desespere y blasfeme.”
Mâle, Ars Moriendi
Esta nueva vida que es la muerte, no es de ahora, sino de siempre. Los antiguos habitantes de Mesoamérica, entre ellos mayas y aztecas, guardaban un culto singular por este túnel libre de angustias. Los antiguos mexicanos no temblaban anteMictlantecuhtli , el dios de la muerte, sino por la incertidumbre inherente a la vida. Ese terror demoníaco propio del medievo estuvo lejos de la mentalidad de aquellos que ven lo eterno en la transformación.
Para ellos los que tenían una muerte normal emprendían un penoso viaje de cuatro años, lleno de duras y mágicas pruebas hasta llegar a Mictlán ( Metnal para los mayas) donde reposaban felices en calidad de huéspedes para luego despertar del sueño en que habían vivido.
Este cansado y peligroso peregrinar prometía la felicidad que produce la inmortalidad, de ahí que se infiera que las ofrendas funerarias encontradas en las excavaciones fueran el equipaje para el largo viaje.
Seler ( Gesammelte Abhandlungen ) cree sin duda que esta costumbre se basaba en que “temían que el muerto pudiera regresar y reclamar lo que había sido suyo”, mientras que Carl Lumholtz ( El México desconocido ) supone que los difuntos “conservan su afición a las buenas cosas que han dejado en el mundo, y hacen cuanto pueden por tenerlas”. Tan firme es la idea de que los desaparecidos siguen adueñados de cuanto poseían, que para calmar su descontento se les ofrecetesgüino ( cerveza de maíz tostado ) y toda clase de alimentos, porque necesitan lo mismo que necesitaban aquí.
Los tarahumaras quienes creen que los muertos están solos y anhelan la compañía de sus deudos, provocándoles enfermedades para que mueran y se junten con ellos, --ordenan de la forma más severa, durante el entierro, que no se moleste a sus familiares.
En Juan Pérez Jolote , se habla de un entierro chamula donde los familiares celebran un banquete para encaminar a su difunto. Una vez que llegaban al panteón lo llenaban de provisiones y le decían: “Esto es para que comas en tu viaje, es tuyo, guárdalo bien, no vayas a dejar que te lo quiten”.
Inmersos en el pensamiento de un mundo mágico, el verdadero yo es el “espíritu” que mora dentro del hombre; el cuerpo es sólo manifestación de ese “espíritu” que vive en la imaginación como algo incapaz de asumir otras formas y aspectos y que, incluso, puede pasar a otro ser. En esta creencia estriba todo culto a los antepasados y gran parte del culto a los muertos: donde el que muere es .

OTOÑO
(Morada eterna donde solemos dormir)
“Nosotros sabemos lo que tú enseñas: que todas las cosas vuelven eternamente y que nosotros mismos volvemos con ellas; que nosotros hemos existido ya infinidad de veces y que todas las cosas han existido con nosotros.”
Federico Nietzsche
La calavera, símbolo de la vida, carece de angustia y horror para el mexicano, tanto que se convierte en alusión a la inmortalidad, signo lleno de promesas y resurrección. Esta cárcel existencial se interpreta como mera estación de tránsito, como sentimiento de negación y unidad indestructible.
El 2 de noviembre se abren las puertas del alma y se concede una “libertad de carnaval”, al pliego suelto se le llama calaverita y sirve para el desahogo, se satiriza de forma popular la frivolidad y corrupción de la política, a las figuras de primer plano y a los personajes efímeros se les reviste de hueso y azúcar. El ingenio, la sonrisa sarcástica y el alfilerazo irónico humanizan a la “pelona” sin llegar a lo macabro. Esa Muerte en calavera no es la demoniaca enemiga del hombre sino más bien su contrincante en una de las más limpias luchas. Por eso, el día de la fiesta a los Fieles Difuntos, se le trata como huésped ilustre, ya que al igual que a los muertos queridos se le da licencia en el “más allá” para visitar a sus parientes que se han quedado en la tierra. Dicha visita amerita el más atento y agasajante de los festejos. Las casas se adornan con flores de cempazúchil , guirnaldas de papel de China e imágenes de santos. En el cuarto más grande se improvisa un altar lleno de ofrendas, “pan de muerto”, golosinas y platillos que habían sido de su agrado. Los niños reciben juguetes confeccionados expresamente para la fecha, calaveras de chocolate o azúcar decoradas con papelitos de colores y lentejuela. Las tumbas se adornan con ramos y coronas florales y el camino se riega con flores y hojas para que el difunto no se extravíe.
Los guardianes de la tradición piensan que durante tres años hay en la tumba algo del muerto y le llevan su ofrenda. Pasando ese tiempo creen que el espíritu del susodicho ha dejado de tener personalidad propia y se funde en el gran todo, en un solo y gran espíritu a quien le levantan un único arco y al cual ofrendan como deudo común en el atrio de la iglesia.
Durante la fiesta son los muertos quienes inician el convite. Nadie puede tocar sus manjares mientras ellos no se han servido libremente. Cada difunto tiene su puesto señalado en la mesa y está representado por una vela encendida que simboliza el espíritu del muerto y de los dioses.
Los parientes no lloran a sus muertos para no mojarles el camino. Por lo mismo, la ceremonia, después de un lapso prudencial, se convierte en una conmovedora manifestación de alegría y desenfreno por el reencuentro entre vivos y muertos. El recuerdo a los muertos despierta la alegría por vivir, la embriaguez y el desequilibrio. Y es que en medio de tanta alegría ¿quién puede pecar gravemente frente a las almas visitantes?

INVIERNO
(Infernal virtud que se eleva como llanto de jaguar)
“Luchaba por los derechos de los vivos contra las injustificadas pretensiones de los muertos. Porque el rostro que mañana desaparecerá en la tierra o en el fuego no pertenece al futuro muerto, sino única y exclusivamente a los vivos, que están hambrientos y tienen necesidad de comerse a los muertos, sus cartas, su dinero, sus fotografías, sus viejos amores, sus secretos.”
Milan Kundera
Ritual, magia, enmascaramiento y creación: eso es el Día de Muertos, día en que se vigilan a las lamas para que ninguna de ellas pueda quedarse emboscada en la Tierra; día en que la encarnizada rivalidad de los magos que se metamorfosean a veces en serpientes, a veces en nubes o en ríos, se torne en súbita reconciliación para defenderse del Viento que ha jurado destrozarlos.
Según comenta Laurette Séjourné en Superviviencias de un mundo mágico , “a los muertos se les debe de temer por encima de todo como causa principal de las enfermedades”, ya que pensar en un muerto es una imprudencia que se debe reparar apresuradamente por medio de ofrendas y de rezos si no se desea caer enfermo. Servirse de un muerto para malear, es cosa corriente; sin embargo, alguna infección resultará de esta lástima mal interpretada. No obstante, las lamas más perniciosas son las de los que mueren por accidente fuera del pueblo, puesto que, no encontrando lugar de reposo, recorren los caminos con esperanza de introducirse en el cuerpo de un ser viviente.
Esta mentalidad explica la atmósfera de devoción que reina en nuestro pueblo, donde si se necesita rezar para curarse, también se necesita hacerlo como medida de higiene a fin de que tanto hombres, santos, muertos y animales no pierdan jamás su armonía; ya que las desgracias son producto del desequilibrio de este todo homogéneo. Esta realidad impregnada de lo divino, semejante al fanatismo sólo es posible en un mundo infundido de simbolismos y amor por la vida. Un mundo donde el único dolor es no obtener la gracia de los dioses. La magia y el culto permanecen vivos en medio de tanta perfección tecnológica, entre tanto criminal posmoderno que desprecia la vida por su voluntario escamoteo con la muerte. En medio de tal desierto, tan incierto, como yo.

PRIMAVERA
(Obertura indiscutible de la reconciliación)
“Vladimir: ¿Qué dicen?
Estragón: Hablan de su vida.
Vladimir: No les basta haber vivido.
Estragón: Necesitan hablar de ella.
Vladimir: No les basta con estar muertas.
Estragón: No es suficiente.”
Samuel Beckett
La señora se despierta y llora por no haber podido ser un ángel, por estar representando una comedia tan absurda como el que su hijo salga vestido ahora de Fausto, recitando frases de Shakespeare. Se acerca y acaricia al niño, le quita la sandia que hace unos minutos usaba a manera de laúd, con una rapidez tal que lo obliga a correr de espanto... Este es el punto donde los contrarios se reconcilian, se complementan. El niño corre irónicamente alegre. Es aquí donde las sombras y la luz se funden. La función ha vuelto a continuar, ha vuelto a ser el punto donde los extremos se contemplan, donde los rostros se entreven tan firmes como en el punto original. Ambos se inclinan ante el público que los mira de forma incomprensible mientras gritan, cantan, y lloran: “He aquí la muerte, ese estado prenatal donde la palabra nos hace hombres. Donde la temporalidad enciende una hoguera que sólo se apaga con la eternidad”. La gente los abuchea. El niño y la señora corren alegres; tan pronto se encuentran, chocan y se diluyen como dos calaveritas de azúcar dejadas al sol.

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