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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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sábado, 19 de abril de 2014

¡Me lleva el diablo!


Reflexiones sobre la naturaleza del mal en
Aristóteles, San Agustín y Maimónides.


Jorge Alberto Hidalgo Toledo



En un mundo dicotómico, maniqueo y polarizado en el que constantemente escuchamos alusiones a lo que se debe o no hacer en esta vida; en el que constantemente se adjetiva el actuar del hombre; en el que las madres reprenden o exaltan las conductas de los hijos; en el que se insiste sobre la condición libre  de la persona y la responsabilidad de sus decisiones, pareciera absurdo detenernos un instante a cuestionarnos sobre la naturaleza profunda de aquella acción moral que gusta recriminar o satanizar. Hoy me aferro a mi pregunta, como se sostiene el supersticioso a un talismán y desde esa fracción de tiempo que detiene el mundo en mi cerebro, lanzo la interrogante: ¿qué es el mal? Y ¿en qué consiste el buen actuar?

Desde el origen de la humanidad, nuestra especie ha procurado establecer un vínculo armónico con el entorno para facilitar la sobrevivencia; esto ha implicado la creación de ciertas normas de convivencia y la detección e interpretación de ciertas leyes naturales que permitan mejorar la calidad de vida.
         Si nos remontamos a los primeros registros escritos de la humanidad, podemos encontrar que la gran mayoría plasman una preocupación honesta por dar explicación de lo divino, el espacio habitado y la existencia misma. Aunado a las preguntas planteadas y las soluciones expresadas, encontramos el establecimiento de normas, códigos, leyes o mandamientos para regular la interacción entre los tres grandes sistemas: Dios, el cosmos y el hombre. 
         Así, el buen actuar, pronto se convirtió en el tema de especulación. Lo que inició como una curiosidad vital, se terminó convirtiendo en una exigencia existencial. Las religiones, la filosofía, la ética e incluso la literatura, se han hecho las mismas preguntas: ¿existe un tipo ideal de vida?, ¿cómo distinguir un acto bueno de otro malo?, ¿hay una forma universal de bien y cuáles son sus límites?
         Este ensayo, pretende adentrarse en esta última cuestión partiendo de algunos presupuestos obvios como el que el hombre posee razón, libertad y voluntad. Retomaré las posiciones de Aristóteles, San Agustín y Maimónides, así como las de algunos otros filósofos para tratar de responder mi interrogante inicial: ¿qué es el mal y cuál es su naturaleza?
Desgraciadamente el espacio no será el suficiente para indagar la totalidad del planteamiento; sin embargo espero que el lector pueda encontrar una aproximación que le permita retomar a posteriori el asunto y seguir indagando en la cualidad semántica, ontológica y metaética del tema del mal.

Dios y el hombre, entre lo bueno y lo malo

Preguntar por la naturaleza del mal, implica asumir una posición dicotómica y maniquea de la vida. Sin embargo, el que juzguemos algo como bueno o malo, puede tener como punto de referencia varios criterios: primero, el que se valore conforme a la conciencia, la utilidad,  la intención, el momento, las creencias, algunas leyes o algún mandato. Claro está que cuando intentamos construir un criterio definitivo y universal, debemos trascender estos aspectos. Ello es lo que han pretendido los filósofos y teólogos que han buscado una solución definitiva al criterio de moralidad.
         Aristóteles (384-322 a.C)  en el siglo IV a. C identificó la noción de bien con la de fin; para él, el hombre pretende como fin último su propio bien, su perfección, su realización; su “felicidad”[1]. El ser la felicidad el centro de su ética es lo que se denomina eudemonismo. Esta felicidad de la que habla no es ni el placer, ni la fama, ni la riqueza sino la actuación conforme a la propia naturaleza (racional); es un actualizar las potencias, un perfeccionamiento. De ahí que para Aristóteles sea lo mismo ser perfecto que ser feliz.
        
En su Ética a Nicómaco, nos habla de las virtudes como formas de perfeccionamiento de alguna facultad humana. Estas virtudes son hábitos buenos; es decir, disposiciones estables y adquiridas que facilitan el actuar bien. Aristóteles distingue dos tipos de virtudes: las morales y las intelectuales. Las morales perfeccionan al hombre en cuanto tal (prudencia, justicia, fortaleza, templanza, amistad, etc.); las intelectuales o dianoéticas, perfeccionan al entendimiento especulativa (ciencia, intuición y sabiduría) y prácticamente (arte y prudencia). La ética aristotélica se queda en la esfera de lo humano; es decir, el hombre es bueno cuando es moralmente perfecto. “El hombre honesto y bueno es aquel para quien lo que es absolutamente bueno es bueno, y lo que es absolutamente honesto es honesto; porque un hombre así es él mismo ambas cosas, bueno y honesto. Por otra parte, aquel para quien los bienes absolutos no son bienes, no puede ser bueno y honesto; como tampoco consideraríamos sano a aquel para quien las cosas absolutamente saludables no fueran saludables”[2]. Así, deduciríamos que el mal radica en aquellos vicios o deleites que impiden obrar bien. La extrema malicia para él es el bestialismo (“modalidad del vicio que excede toda medida. Porque cuando vemos que un hombre es radicalmente malo, decimos que no es un hombre, sino un animal.”[3]).
         Su teoría se centra en la vida del hombre, no figura lo teológico, la idea de creación ni de providencia. Su actitud teleológica centrada en la felicidad se vuelve terrena y materialista cuando lo moral se sostiene en lo universal y trascendente.
         Aproximadamente 750 años después, el filósofo cristiano san Agustín (354-430 d. C.) , intentará establecer un puente entre la razón y la fe. Sus nociones metafísicas abordarán el destino del alma y la naturaleza del mal. La conducta del hombre y su relación con la vida moral y la existencia de Dios será una de sus grandes preocupaciones; su pensamiento al respecto está plasmado en De natura boni contra manicheos.
         Para San Agustín, el mal se presenta como “carencia de un bien y como una negación de nuestro propio ser; en consecuencia, el mal siempre es una falta, una falla, una carencia. De este modo, el bien se identifica con el ser, el mal con la falta de ser. El bien supremo es también el ser supremo de Dios”[4]. El mal absoluto es prácticamente el no ser, es la renuncia y la carencia de ser.
Gran relación existe con el pensamiento aristotélico y la noción de posibilidad. El mal obrar es negarme a la posibilidad de perfeccionamiento.
“El mal es relativo. Lo que existe verdaderamente es siempre un bien. Y si el mal es relativo y es falta de ser, no puede limitar a Dios perfecto y bueno”[5].
San Agustín consideró siempre que el gran error de los maniqueos fue concebir al mal como sustancia, ser y naturaleza. Pues ellos consideraban la vida entera como una lucha de los dos principios inconciliables: el bien y el mal.
El problema moral y la conducta del hombre no están desvinculados de cuestiones teológicas. El que considere que el hombre tiene una luz natural que le permite conocer es lo que le permite contar con una conciencia moral. La ética de san Agustín coincide con el fin último del hombre “que se trata de descubrir a Dios en la verdad que reside en el interior de la criatura humana”[6].
Siglos después encontramos a Moses Bar Maimón o Moisés Maimónides (1135-1204), quien trató de armonizar la filosofía aristotélica con la religión judaica. Al igual que San Agustín, considera que la religión y la filosofía tienen como objeto el conocimiento de Dios.
El mal para Maimónides es una privación y siempre se dará con relación a algo; “y todo mal en orden a una relación cualquiera consiste en la privación de ésta o de alguna de sus adecuadas condiciones; por eso se dice, en términos generales, que todos los males son privaciones. Por ejemplo, en el hombre la muerte es un mal, implica la inexistencia; igualmente, su enfermedad, pobreza, ignorancia, son males para el, porque son privaciones de su capacidad”[7].
Para Maimónides hay una relación muy estrecha entre lo moral y lo teológico, de ahí que puntualice que es inadmisible pensar que Dios sea responsable del mal; pues sus actos son el sumo bien. Dios sólo realiza el ser y todo ente es un bien. Los males como privaciones, como carencia de conocimiento, son el resultado de la ignorancia y de los imperfectos miembros de la especie humana. “por nuestras deficiencias nos lamentamos e imploramos ayuda; por los males que nosotros mismos nos acarreamos, por propia voluntad, nos dolemos y los atribuimos a Dios”[8].
Para explicar más claramente la cuestión moral, distingue tres cales de males: los primeros que advienen por estar dotado de materia; después los que recíprocamente se infligen los hombres; y tercero los que se aplica a sí mismo.
La buena vida será el resultado de acomodar la naturaleza de las cosas a los preceptos de la ley, quien contempla la bondad y la verdad universal se ha percatado de la finalidad tanto de la propia naturaleza como de la ley.

Hazte lo que eres

Ya Píndaro (518-438 a. C.)  había afirmado con esta frase que el hombre tenía la capacidad de llegar a ser más hombre; y pareciera que el eje de los tres filósofos anteriormente citados, respondieran a una construcción propia de la antropología filosófica, en la que el mayor de los bienes se refiere a la capacidad integral de autorrealización y trascendencia.
         Bajo los lineamientos expuestos, la vida consiste en desplazarnos en el mundo del valor para llegar a “ser”. La vivencia de los valores o los bienes, nos hace hombres y nuestra vida cobra sentido en la medida que toma forma y esto sólo se logra cuando hay concordancia entre lo hecho y la finalidad de la propia naturaleza.
         Hasta aquí pareciera que basta con asumir el compromiso de la propia vida, cerrarse en uno mismo, ser autosuficiente y pensar en la condición última de la vida como mera realización y felicidad (una concepción muy aristotélica si la vemos fríamente); pero si algo aportaron los dos pensadores bajo la luz de la ética judeo-cristiana fue el carácter trascendente del acto humano.
Si bien el hombre es parte de la naturaleza y está dotado de una racionalidad y una voluntad que le permiten cumplir o no con una ley natural y divina, un tercer elemento: la libertad, es el que hará que nos cuestionemos en función de la cualidad trascendente del hombre, la noción ontológica del mal.
Las preguntas que derivan de ello serían las siguientes:
1.    ¿El mal es independiente de la existencia de Dios?; es decir, ¿existen cosas y actos malos independientemente de que Dios así lo disponga?
2.    ¿Algo es malo porque contradice lo que Dios dijo?. Así, ¿el cumplimiento de su ley y sus designios serán el bien, sin importar que este Dios pudiera pedirnos hacer el mal?
3.    Si Dios es el bien supremo, es perfecto y lo es todo, ¿cómo es posible que el mal sea carencia del bien (Dios), imperfección y no ser?
4.    ¿El mal es un agente o facultad del hombre o de Dios?
5.    ¿El mal nos elige, lo elegimos, es un accidente o una fatalidad?
6.    ¿El mal es una entidad negativa?
7.    ¿Por qué el mal nos seduce y nos fascina?

Si pensamos de manera laica podríamos generar algunas conclusiones:
a)   Los males son creados socialmente si creemos que los bienes y valores son productos culturales, si creemos en el mal natural, los males son resultado del ir en contra de dicha ley;
b)   Que existen cosas malas como buenas en el mundo;
c)   Que las cosas no son malas por sí mismas, sino dependen de la intencionalidad del acto;
d)   Que lo malo es consecuencia del incumplimiento de alguna ley, sea creencia personal, ley civil o moral;
e)   Que el mal es la imperfección y la infelicidad;
f)    Que es consecuencia lógica de la existencia de la libertad;
g)   Son vicios que nos impiden cumplir nuestra naturaleza como hombres, que nos impiden llegar a ser;

En el momento que hacemos una construcción teológica del problema las deducciones que resultan son:
·      El bien y el mal existen desde siempre con Dios, son eternos y responden a la naturaleza divina;
·      Dios creó y permite el mal por alguna razón;
·      El mal es resultado de la voluntad de Dios;
·      Si Dios lo es todo, también el mal es un rol de Él;
·      El mal es el resultado de ir en contra de los mandatos de Dios;
·      Si Dios es bien y bondad, el mal como ausencia del bien no es posible, la ausencia de Dios, tampoco lo es porque es carencia y vacío y Dios es totalidad;
·      Si Dios es amor y el mal crueldad, existe contradicción;
·      Si la existencia del mal está supeditada a la existencia de Dios; ¿no hay mal para los ateos?, es decir, ¿necesariamente requiero la fe para actuar bien?
·      Todo mal es un pecado y todo pecado es ruptura de mi relación con Dios;
·      ¿El mal es físico o metafísico?; si existe un mal metafísico ¿es producido por alguien más que no es Dios? Y de ser así, ¿podría Dios impedirlo pues va en contra de su voluntad y su naturaleza, como en contra de la voluntad y naturaleza de sus criaturas?
·      Si el mal es consecuencia del mal uso de mi libertad, ¿qué caso tiene la presencia de Dios? Si finalmente Él me hizo libre y yo podría optar no creer en Él, optar por Él y realizarme en Él y Él no podría o debería castigarme por ello.
·      Si el mal trae como consecuencia un castigo; para que nos da Dios la libertad si en Él fondo el no busca hacernos daño.

         El psicólogo evolutivo Konrad Lorenz (1903-1989) estaba convencido que el mal ha acompañado al hombre desde sus orígenes, pues el hombre es malo por naturaleza y sus conductas agresivas y violentas son impulsos innatos; la sociedad y la vida comunitaria son las que han hecho al hombre un ser virtuoso.
         Tesis como esta son las que nos llevan a pensar que más que respuestas concretas, lo que poseemos son un catálogo de teorías al respecto. Las encontramos racionalistas, utilitaristas, altruistas, sentimentales, teológicas, positivistas, pragmáticas, legalistas… En fin, profundo es el mar en el que se desplaza la existencia y la moral humana.
         Compleja es la discusión sobre el tema, no obstante, no discernir sobre ello, es no querer aprender sobre la vida. El gran tema detrás del mal es la existencia misma, su sentido, el compromiso por vivir bien y ser dichosos para reafirmar como humildad como planteaban los filósofos vistos, nuestra relación con nosotros, los otros y con Dios.
         De ahí que retome la cita del Apóstol Pablo que dijo: “¡Oh hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios? ¿Acaso la pieza de barro dirá a quién modeló: “por qué me hiciste así”?”[9].


Bibliografía

  • ARISTÓTELES. Ética. Edimat libros. Madrid,
  • FAGOTHEY, Austin. Ética. Teoría y aplicación. McGraw-Hill. 1980.
    VARGAS MONTOYA, Samuel. Ética o filosofía moral. Editorial Porrúa. México, 1961.
  • GUTIERREZ SAENZ, Raúl. Introducción a la ética. Esfinge, México. 1990.
  • HELM, Paul. Los mandamientos divinos y la moralidad. FCE, México, 1986.
·      MAIMÓNIDES, Moisés. Guía de los perplejos. Editorial Nacional. España, 1984. p. 399.
·      MARÍAS, Julián. Historia de la filosofía. Alianza Editorial Mexicana. México, 1985
  • RAPHAEL, D. D. Filosofía moral. FCE. México, 1986.
·      Sagrada Biblia. Versión directa de las lenguas originales por Eloino Nacar Fuster y Alberto Colunga Cueto. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1977. p. 1429.
  • SANABRIA, José Rubén. Filosofía del hombre. Antropología filosófica. Porrúa. México, 2000.
  • STEVENSO, Leslie y HABERMAN, David. Diez teorías sobre la naturaleza humana. Cátedra. Madrid. 2001.
  • XIRAU, Ramón. Introducción a la historia de la filosofía. UNAM, México, 2001.
La naturaleza del mal. Revista Letras libres. Diciembre 2003, Año V, Número 60. Editorial Vuelta.




[1] VARGAS MONTOYA, Samuel. Ética o filosofía moral. Editorial Porrua. México, 1961. p. 101.
[2] ARISTÓTELES. Ética. Edimat libros. Madrid, p. 396.
[3] ARISTÓTELES. Op cit, p. 378.
[4] XIRAU, Ramón. Introducción a la historia de la filosofía. UNAM, México, 2001. p. 139
[5] XIRAU, Ramón. Op cit, p. 140.
[6] MARÍAS, Julián. Historia de la filosofía. Alianza Editorial Mexicana. México, 1985. p. 115
[7] MAIMÓNIDES, Moisés. Guía de los perplejos. Editorial Nacional. España, 1984. p. 399.
[8] MAIMÓNIDES, Moisés. Op cit, p. 402.
[9] Romanos, 9: 20, Sagrada Biblia. Versión directa de las lenguas originales por Eloino Nacar Fuster y Alberto Colunga Cueto. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1977. p. 1429.

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