Reflexiones sobre la naturaleza del mal en
Aristóteles, San
Agustín y Maimónides.
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
En un mundo
dicotómico, maniqueo y polarizado en el que constantemente escuchamos alusiones
a lo que se debe o no hacer en esta vida; en el que constantemente se adjetiva
el actuar del hombre; en el que las madres reprenden o exaltan las conductas de
los hijos; en el que se insiste sobre la condición libre de la persona y la responsabilidad de sus
decisiones, pareciera absurdo detenernos un instante a cuestionarnos sobre la
naturaleza profunda de aquella acción moral que gusta recriminar o satanizar.
Hoy me aferro a mi pregunta, como se sostiene el supersticioso a un talismán y
desde esa fracción de tiempo que detiene el mundo en mi cerebro, lanzo la
interrogante: ¿qué es el mal? Y ¿en qué consiste el buen actuar?
Desde
el origen de la humanidad, nuestra especie ha procurado establecer un vínculo
armónico con el entorno para facilitar la sobrevivencia; esto ha implicado la
creación de ciertas normas de convivencia y la detección e interpretación de
ciertas leyes naturales que permitan mejorar la calidad de vida.
Si nos remontamos a los primeros
registros escritos de la humanidad, podemos encontrar que la gran mayoría plasman
una preocupación honesta por dar explicación de lo divino, el espacio habitado
y la existencia misma. Aunado a las preguntas planteadas y las soluciones
expresadas, encontramos el establecimiento de normas, códigos, leyes o
mandamientos para regular la interacción entre los tres grandes sistemas: Dios,
el cosmos y el hombre.
Así, el buen actuar, pronto se
convirtió en el tema de especulación. Lo que inició como una curiosidad vital,
se terminó convirtiendo en una exigencia existencial. Las religiones, la
filosofía, la ética e incluso la literatura, se han hecho las mismas preguntas:
¿existe un tipo ideal de vida?, ¿cómo distinguir un acto bueno de otro malo?,
¿hay una forma universal de bien y cuáles son sus límites?
Este ensayo, pretende adentrarse en
esta última cuestión partiendo de algunos presupuestos obvios como el que el
hombre posee razón, libertad y voluntad. Retomaré las posiciones de
Aristóteles, San Agustín y Maimónides, así como las de algunos otros filósofos
para tratar de responder mi interrogante inicial: ¿qué es el mal y cuál es su
naturaleza?
Desgraciadamente el espacio no será el suficiente
para indagar la totalidad del planteamiento; sin embargo espero que el lector
pueda encontrar una aproximación que le permita retomar a posteriori el asunto
y seguir indagando en la cualidad semántica, ontológica y metaética del tema
del mal.
Dios y el hombre, entre lo bueno y lo malo
Preguntar
por la naturaleza del mal, implica asumir una posición dicotómica y maniquea de
la vida. Sin embargo, el que juzguemos algo como bueno o malo, puede tener como
punto de referencia varios criterios: primero, el que se valore conforme a la
conciencia, la utilidad, la intención,
el momento, las creencias, algunas leyes o algún mandato. Claro está que cuando
intentamos construir un criterio definitivo y universal, debemos trascender
estos aspectos. Ello es lo que han pretendido los filósofos y teólogos que han
buscado una solución definitiva al criterio de moralidad.
Aristóteles (384-322 a.C) en el siglo IV a. C identificó la noción de
bien con la de fin; para él, el hombre pretende como fin último su propio bien,
su perfección, su realización; su “felicidad”[1]. El ser la felicidad el centro de su ética es lo
que se denomina eudemonismo. Esta
felicidad de la que habla no es ni el placer, ni la fama, ni la riqueza sino la
actuación conforme a la propia naturaleza (racional); es un actualizar las
potencias, un perfeccionamiento. De ahí que para Aristóteles sea lo mismo ser
perfecto que ser feliz.
Su teoría se centra en la vida del
hombre, no figura lo teológico, la idea de creación ni de providencia. Su
actitud teleológica centrada en la felicidad se vuelve terrena y materialista
cuando lo moral se sostiene en lo universal y trascendente.
Aproximadamente 750 años después, el
filósofo cristiano san Agustín (354-430 d. C.) , intentará establecer un puente
entre la razón y la fe. Sus nociones metafísicas abordarán el destino del alma
y la naturaleza del mal. La conducta del hombre y su relación con la vida moral
y la existencia de Dios será una de sus grandes preocupaciones; su pensamiento
al respecto está plasmado en De natura
boni contra manicheos.
Para San Agustín, el mal se presenta
como “carencia de un bien y como una negación de nuestro propio ser; en
consecuencia, el mal siempre es una falta, una falla, una carencia. De este
modo, el bien se identifica con el ser, el mal con la falta de ser. El bien
supremo es también el ser supremo de Dios”[4]. El mal absoluto es prácticamente el no ser, es la
renuncia y la carencia de ser.
Gran relación existe con el pensamiento aristotélico
y la noción de posibilidad. El mal obrar es negarme a la posibilidad de
perfeccionamiento.
“El mal es relativo. Lo que existe verdaderamente es
siempre un bien. Y si el mal es relativo y es falta de ser, no puede limitar a
Dios perfecto y bueno”[5].
San Agustín consideró siempre que el gran error de
los maniqueos fue concebir al mal como sustancia, ser y naturaleza. Pues ellos
consideraban la vida entera como una lucha de los dos principios
inconciliables: el bien y el mal.
El problema moral y la conducta del hombre no están
desvinculados de cuestiones teológicas. El que considere que el hombre tiene
una luz natural que le permite conocer es lo que le permite contar con una
conciencia moral. La ética de san Agustín coincide con el fin último del hombre
“que se trata de descubrir a Dios en la verdad que reside en el interior de la
criatura humana”[6].
Siglos después encontramos a Moses Bar Maimón o
Moisés Maimónides (1135-1204), quien trató de armonizar la filosofía
aristotélica con la religión judaica. Al igual que San Agustín, considera que
la religión y la filosofía tienen como objeto el conocimiento de Dios.
El mal para Maimónides es una privación y siempre se
dará con relación a algo; “y todo mal en orden a una relación cualquiera
consiste en la privación de ésta o de alguna de sus adecuadas condiciones; por
eso se dice, en términos generales, que todos los males son privaciones. Por
ejemplo, en el hombre la muerte es un mal, implica la inexistencia; igualmente,
su enfermedad, pobreza, ignorancia, son males para el, porque son privaciones
de su capacidad”[7].
Para Maimónides hay una relación muy estrecha entre
lo moral y lo teológico, de ahí que puntualice que es inadmisible pensar que
Dios sea responsable del mal; pues sus actos son el sumo bien. Dios sólo
realiza el ser y todo ente es un bien. Los males como privaciones, como
carencia de conocimiento, son el resultado de la ignorancia y de los
imperfectos miembros de la especie humana. “por nuestras deficiencias nos
lamentamos e imploramos ayuda; por los males que nosotros mismos nos
acarreamos, por propia voluntad, nos dolemos y los atribuimos a Dios”[8].
Para explicar más claramente la cuestión moral,
distingue tres cales de males: los primeros que advienen por estar dotado de
materia; después los que recíprocamente se infligen los hombres; y tercero los
que se aplica a sí mismo.
La buena vida será el resultado de acomodar la
naturaleza de las cosas a los preceptos de la ley, quien contempla la bondad y
la verdad universal se ha percatado de la finalidad tanto de la propia
naturaleza como de la ley.
Hazte lo que eres
Ya Píndaro (518-438 a. C.) había afirmado con esta frase que el hombre
tenía la capacidad de llegar a ser más hombre; y pareciera que el eje de los
tres filósofos anteriormente citados, respondieran a una construcción propia de
la antropología filosófica, en la que el mayor de los bienes se refiere a la
capacidad integral de autorrealización y trascendencia.
Bajo los lineamientos expuestos, la
vida consiste en desplazarnos en el mundo del valor para llegar a “ser”. La
vivencia de los valores o los bienes, nos hace hombres y nuestra vida cobra sentido
en la medida que toma forma y esto sólo se logra cuando hay concordancia entre
lo hecho y la finalidad de la propia naturaleza.
Hasta aquí pareciera que basta con
asumir el compromiso de la propia vida, cerrarse en uno mismo, ser
autosuficiente y pensar en la condición última de la vida como mera realización
y felicidad (una concepción muy aristotélica si la vemos fríamente); pero si
algo aportaron los dos pensadores bajo la luz de la ética judeo-cristiana fue
el carácter trascendente del acto humano.
Si bien el hombre es parte de la naturaleza y está
dotado de una racionalidad y una voluntad que le permiten cumplir o no con una
ley natural y divina, un tercer elemento: la libertad, es el que hará que nos
cuestionemos en función de la cualidad trascendente del hombre, la noción
ontológica del mal.
Las preguntas que derivan de ello serían las
siguientes:
1.
¿El mal es
independiente de la existencia de Dios?; es decir, ¿existen cosas y actos malos
independientemente de que Dios así lo disponga?
2.
¿Algo es malo
porque contradice lo que Dios dijo?. Así, ¿el cumplimiento de su ley y sus
designios serán el bien, sin importar que este Dios pudiera pedirnos hacer el
mal?
3.
Si Dios es el
bien supremo, es perfecto y lo es todo, ¿cómo es posible que el mal sea
carencia del bien (Dios), imperfección y no ser?
4.
¿El mal es un
agente o facultad del hombre o de Dios?
5.
¿El mal nos
elige, lo elegimos, es un accidente o una fatalidad?
6.
¿El mal es una
entidad negativa?
7.
¿Por qué el mal
nos seduce y nos fascina?
Si
pensamos de manera laica podríamos generar algunas conclusiones:
a)
Los males son
creados socialmente si creemos que los bienes y valores son productos
culturales, si creemos en el mal natural, los males son resultado del ir en
contra de dicha ley;
b)
Que existen
cosas malas como buenas en el mundo;
c)
Que las cosas
no son malas por sí mismas, sino dependen de la intencionalidad del acto;
d)
Que lo malo es
consecuencia del incumplimiento de alguna ley, sea creencia personal, ley civil
o moral;
e)
Que el mal es
la imperfección y la infelicidad;
f)
Que es
consecuencia lógica de la existencia de la libertad;
g)
Son vicios que
nos impiden cumplir nuestra naturaleza como hombres, que nos impiden llegar a
ser;
En
el momento que hacemos una construcción teológica del problema las deducciones
que resultan son:
·
El bien y el
mal existen desde siempre con Dios, son eternos y responden a la naturaleza
divina;
·
Dios creó y
permite el mal por alguna razón;
·
El mal es
resultado de la voluntad de Dios;
·
Si Dios lo es
todo, también el mal es un rol de Él;
·
El mal es el
resultado de ir en contra de los mandatos de Dios;
·
Si Dios es bien
y bondad, el mal como ausencia del bien no es posible, la ausencia de Dios,
tampoco lo es porque es carencia y vacío y Dios es totalidad;
·
Si Dios es amor
y el mal crueldad, existe contradicción;
·
Si la
existencia del mal está supeditada a la existencia de Dios; ¿no hay mal para
los ateos?, es decir, ¿necesariamente requiero la fe para actuar bien?
·
Todo mal es un
pecado y todo pecado es ruptura de mi relación con Dios;
·
¿El mal es
físico o metafísico?; si existe un mal metafísico ¿es producido por alguien más
que no es Dios? Y de ser así, ¿podría Dios impedirlo pues va en contra de su
voluntad y su naturaleza, como en contra de la voluntad y naturaleza de sus
criaturas?
·
Si el mal es
consecuencia del mal uso de mi libertad, ¿qué caso tiene la presencia de Dios?
Si finalmente Él me hizo libre y yo podría optar no creer en Él, optar por Él y
realizarme en Él y Él no podría o debería castigarme por ello.
·
Si el mal trae
como consecuencia un castigo; para que nos da Dios la libertad si en Él fondo
el no busca hacernos daño.
El
psicólogo evolutivo Konrad Lorenz (1903-1989) estaba convencido que el mal ha
acompañado al hombre desde sus orígenes, pues el hombre es malo por naturaleza
y sus conductas agresivas y violentas son impulsos innatos; la sociedad y la
vida comunitaria son las que han hecho al hombre un ser virtuoso.
Tesis como esta son las que nos llevan
a pensar que más que respuestas concretas, lo que poseemos son un catálogo de
teorías al respecto. Las encontramos racionalistas, utilitaristas, altruistas,
sentimentales, teológicas, positivistas, pragmáticas, legalistas… En fin,
profundo es el mar en el que se desplaza la existencia y la moral humana.
Compleja es la discusión sobre el tema,
no obstante, no discernir sobre ello, es no querer aprender sobre la vida. El
gran tema detrás del mal es la existencia misma, su sentido, el compromiso por
vivir bien y ser dichosos para reafirmar como humildad como planteaban los
filósofos vistos, nuestra relación con nosotros, los otros y con Dios.
De ahí que retome la cita del Apóstol
Pablo que dijo: “¡Oh hombre! Pero ¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios?
¿Acaso la pieza de barro dirá a quién modeló: “por qué me hiciste así”?”[9].
Bibliografía
- ARISTÓTELES. Ética. Edimat libros. Madrid,
- FAGOTHEY, Austin.
Ética. Teoría y aplicación. McGraw-Hill. 1980.
VARGAS MONTOYA, Samuel. Ética o filosofía moral. Editorial Porrúa. México, 1961. - GUTIERREZ SAENZ,
Raúl. Introducción a la ética.
Esfinge, México. 1990.
- HELM, Paul. Los mandamientos divinos y la moralidad.
FCE, México, 1986.
·
MAIMÓNIDES,
Moisés. Guía de los perplejos.
Editorial Nacional. España, 1984. p. 399.
·
MARÍAS, Julián.
Historia de la filosofía. Alianza
Editorial Mexicana. México, 1985
- RAPHAEL, D. D. Filosofía moral. FCE. México, 1986.
·
Sagrada Biblia. Versión directa de las lenguas originales por Eloino Nacar Fuster y
Alberto Colunga Cueto. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1977. p. 1429.
- SANABRIA, José
Rubén. Filosofía del hombre.
Antropología filosófica. Porrúa. México, 2000.
- STEVENSO, Leslie y
HABERMAN, David. Diez teorías sobre
la naturaleza humana. Cátedra. Madrid. 2001.
- XIRAU, Ramón. Introducción a la historia de la
filosofía. UNAM, México, 2001.
La
naturaleza del mal. Revista Letras
libres. Diciembre 2003, Año V, Número 60. Editorial Vuelta.
[1] VARGAS
MONTOYA, Samuel. Ética o filosofía moral.
Editorial Porrua. México, 1961. p. 101.
[2]
ARISTÓTELES. Ética. Edimat libros.
Madrid, p. 396.
[3]
ARISTÓTELES. Op cit, p. 378.
[4] XIRAU,
Ramón. Introducción a la historia de la
filosofía. UNAM, México, 2001. p. 139
[5] XIRAU,
Ramón. Op cit, p. 140.
[6] MARÍAS,
Julián. Historia de la filosofía.
Alianza Editorial Mexicana. México, 1985. p. 115
[7]
MAIMÓNIDES, Moisés. Guía de los perplejos.
Editorial Nacional. España, 1984. p. 399.
[8]
MAIMÓNIDES, Moisés. Op cit, p. 402.
[9] Romanos,
9: 20, Sagrada Biblia. Versión
directa de las lenguas originales por Eloino Nacar Fuster y Alberto Colunga
Cueto. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1977. p. 1429.