Sobre cielos ignotos
“La Muerte es quien consuela, y ¡ay!
quien hace vivir:
La meta es de la vida y es la sola
esperanza
Que embriaga y nos eleva, igual que
un elixir,
Y para ir a la noche nos dona la
pujanza;
En la escarcha, la nieve, la galerna
al rugir,
De este negro horizonte es luz
vibrante a ultranza;
Es el famoso albergue que en el libro
inscribir,
Donde dormir, sentarse y gozar la
pitanza;
¡Es un Ángel que tiene en sus dedos
magnéticos
El reposo y el don de los sueños
proféticos,
Y quien hace la cama de indigentes y
rotos;
Es gloria de los Dioses, granero
espiritual,
Es la bolsa del pobre y su país
natal,
Es el pórtico abierto sobre cielos
ignotos!”.
(La muerte de los pobres, Charles
Baudelaire).
Desde hace seis semanas el mundo es otro. La vida entera se ha empezado
a recargar en aquellos pequeños matices que dejamos pasar desapercibidos.
Aquello a lo que no dábamos importancia o que durante años quisimos
ignorar ahora se está amplificando con la crisis.
Hoy que se nos pide estar unidos y luchando contra una misma causa no
podemos sumarnos del todo porque nos hemos dedicado a dividirnos; nos
fragmentamos, nos polarizamos, nos radicalizamos. La divisoria se ha hecho
evidente y cada día la resaltamos con más saña. Con la intención de que unos
caigan y otros también. Como bien señalan en las redes socio digitales:
“queremos ver sangre”. Queremos se cumpla el famoso “te lo dije”, “ellos
estaban mal”.
“El todos estamos en el mismo mar, pero no en el mismo barco” lo hemos
recalcado hasta el cansancio. Algunos son los afortunados que viven el
resguardo en una casa con piscina mientras otros lo padecen en casas de una
sola habitación en la que viven seis o siete miembros confinados. Lo sabemos,
lo evidenciamos, lo denunciamos no para hacer un acto reflexivo sobre la
injusticia de las posibilidades para todos, sino para que alguien salga, tome
gasolina e incendie la barca del otro.
Cuando se nos pide tirar “para adelante” diciendo que lo que hicieron
los otros “todo estuvo mal”, la simple inercia del ataque al otro no deja
avanzar.
Desde hace seis semanas el discurso mediático de salvación es unísono:
de esta saldremos todos juntos: “Te cuidas tú, me cuidas a mí”.
Sin embargo, la paradoja es que las narrativas actuales nos habían
venido diciendo lo contrario. Nos separaron entre los de arriba y los de abajo
-como en la cinta El hoyo; o los parásitos; las Cleo; los élite… Ahora
estamos llenos de ricos y pobres malos. Pasamos de los miserables, los olvidados,
los invisibles al odio.
El énfasis de algunas lecturas de esas narrativas no ha sido denunciar
la injusticia, rastrear el origen de ese mal social, sino evidenciar que
estamos divididos y que difícilmente habremos de acabar con dichas divisorias.
Si el mundo es de buenos y malos; ricos y pobres; viejos y jóvenes;
enfermos y sanos; conscientes e inconscientes; letrados contra analfabetos...
¿cómo esperamos salir juntos de esta tempestad?
Como bien señalan gran parte de los análisis, la crisis que se nos viene
no es la del incremento de números de casos probables infectados. El problema
real será cuando la crisis sanitaria y económica entre ahí donde nuestra
conciencia no ha querido entrar por culpa de estas divisorias.
El problema está donde no llegó el sistema de salud, donde el sistema
económico no generó un apoyo para todos.
Tanto así que se teme que el momento crítico de la pandemia será cuando
el coronavirus se interne en las zonas suburbanas y barrios marginales. Cuando
se interne en aquellas zonas donde la pobreza, el hambre, el desempleo, la
carencia y los fallos estructurales se han hecho más marcados.
La extrema división que hoy tenemos es quizá el peor de los males
estructurales que hemos potenciado en los últimos años.
La brecha más difícil de acortar tendrá que ver con ello. Con los
puentes que no hemos logrado tender para atender las causas profundas que
originan todas estas divisiones y la manera como algunos las enfatizan para
generar rupturas en el tejido social.
A seis semanas de este nuevo mundo que se avecina, resuena el reclamo
que dentro de pronto puede convertirse en lo que hunda nuestras barcas. Si no
pensamos entre todos en cómo resolver estas grandes diferencias nos será muy
difícil resolver las precariedades que se anuncian.
Estamos sin duda ante un sismo que puede golpear la base de todas las
estructuras que hemos construidos. Si no apuntalamos el eje axiológico y
antropológico de nuestras acciones, lo económico y lo sanitario resultará más
crítico de lo que pensamos.