Mística judía, cábala y mesianismo.
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Los ecos de
la celeidoscópica Jerusalén (Introducción)
1463, Cosme de
Medici, ejerce la punitiva, sutil y sadomasoquista presión -que sólo la
intelectualidad puede provocar cuando actúa con toda autoridad- sobre Marsilio
Ficino, principal representante de la Academia Platónica Florentina, para que
tradujera una síntesis de catorce tratados de los primeros siglos del
cristianismo. El documento, cuyo título era el Corpus
Hermeticum, consistía en una serie de
tratados gnóstico-neoplatónicos, atribuidos a un tal Hermes “el tres veces grande”,
que pretendían explicar los grandes misterios antiguos en un estilo muy similar
al del Nuevo Testamento. Los textos hablaban de una disciplina antigua y
secreta perteneciente al pueblo hebreo. Ya el mismo Pico della Mirándola, gran
amigo de Ficino, había argumentado que debía existir una “prisca sapientia de
espíritu totalmente cristiano”[1]; y al
parecer, este texto vino a reforzar su hipótesis. Esta ciencia contenida en los
textos traducidos y que tanto maravilló a los humanistas y a los hombres del
Renacimiento, no era otra más que la Cábala.
La Cábala, en términos muy generales, consiste en un
método ancestral para explicar los misterios contenidos en las sagradas
escrituras. Mediante ella, es posible desentrañar e interpretar el corazón
mismo de la doctrina y entender así, “la verdad interna en oposición a la
externa”[2].
La Verdad, la Sabiduría Divina, una
compleja y oculta doctrina son parte de las fronteras que enmarcan este antiguo
conocimiento que vincula a Dios con el hombre, a través del lenguaje.
La gran revelación es manifestación pura
del verbo recibido; raíz de la que
deriva la palabra Cábala o Cabalá (KBL). Ya nos cuentan las
escrituras que Moisés recibió la Torá en el Sinaí. Pese a que esta recepción y
el deseo de recibir ha estado presente a lo largo de la historia de los pueblos
judeo-cristianos, no fue hasta “el siglo XVI que la Cábala empezó a difundirse
mucho entre los judíos”[3] y los humanistas cristianos.
Este
trabajo pretende por un lado, hacer una relación y recorrido de la mística
judía en los siglos XV, XVI y XVII y por otro, identificar sus constantes roces
con el cristianismo.
¿Qué es lo que nos intriga de esta relación
bilateral no ortodoxa? Veamos: desde sus orígenes, la mística cristiana se
nutrió de la fe judía; sin embargo es hasta el siglo XIV que las grandes
corrientes gnósticas, neoplatónicas, teosóficas y judías, darán origen a lo que
se ha dado a llamar como el esoterismo cristiano; una corriente desapegada del
magisterio de la Iglesia que tuvo gran fuerza en Europa desde el siglo XV hasta
el XVIII. De ahí que me pregunte: ¿cuánto tuvieron que ver las conversiones
masivas hacia el cristianismo durante el siglo XV para que en la teología
católica se den brotes hermeneúticos con toques cabalísticos?, ¿cuánto influyó
la libertad de credo establecida en Ámsterdam y el desarrollo de la imprenta
para la divulgación de estas ideas?, ¿cuánto tuvo que ver el desarrollo del
protestantismo para que muchos preceptos mìstico-judìos fueran retomados por
pensadores cristianos producto de los arrebatos mesiánicos y la búsqueda de las
fuentes de la verdad en la libre interpretación de la Biblia?, ¿cómo y por qué
interesó tanto la mística judía a los pensadores humanistas y renacentistas?,
¿cuánto de este pensamiento esotérico cristiano es producto de un intercambio
“cordial” de ideas entre judíos y cristianos de la época?
Veamos
pues cuántas de estas dudas podremos resolver a lo largo de este breve ensayo,
que no pretende ser más que una introducción al tema para que el lector
interesado pueda profundizar de manera personal en la resolución profunda a
dichas interrogantes.
El sepulcro
de la verdad interior (Desarrollo)
En el principio, fue el Verbo y posterior a él vino
el libro de los hombres cuya raíz se encuentra en Beth y su valor numérico es
el 2 y que representa a la boca “como órgano de la palabra humana”[4] y que en comunión con la Aleph, genera la dialéctica, el movimiento, el paso
mismo de la historia.
La Cábala es el corazón mismo de la
mística judía; permite al individuo “comprender el verdadero significado de la
Creación, que constituye la raíz de toda la existencia, no sólo de la física
sino también de la existencia a nivel metafísico”[5]; es decir contiene las claves para entender todos
los misterios, lo desconocido, lo que
trae por consecuencia, adquirir sabiduría y liberar el espíritu.
Su origen es muy incierto; el primer
texto conocido y publicado con a ella es el Sefer
Yetzirá, cuya autoría dicen algunos es del patriarca Abraham. No obstante,
es el Zohar el principal compendio de
sabiduría espiritual. Cuenta la historia
que en los lejanos días en que Israel estaba bajo el yugo romano, Rabí Akiva
enseñaba la Torá incluso en contra del decreto que prohibía su estudio. Akiva
fue ejecutado y su principal discípulo, Rabí Simón Bar Yojai, huyó a la montaña
y en una caverna se refugió durante trece años. Los grandes secretos le fueron
revelados, la luz interna y la circundante lo cegaron de sabiduría y fue así
como brotó la fuente lumínica llamada el Libro
del Esplendor.
A la muerte del emperador,
Simón y su hijo formaron la Gran Asamblea; camino de Merón a Safed en la
Galilea. A la muerte de Bar Yojai, se guardó silencio y el saber quedó oculto.
Existen otras fuentes que insisten que la autoría del texto es de Rabí Moses de
León, un judío que murió en Guadalajara España en el año de 1305.
No obstante, ya en el Talmud
de Babilonia existen referencia al Sefer Yetzirá y a tópicos que serán tratados
en el Zohar.
“La opinión moderna más
generalmente aceptada es que el autor fue Rabí Akiba, que vivió en el tiempo
del emperador Adriano, en el año 120. Graetz, sin embargo, lo asigna a los
tiempos de los primeros gnósticos, siglos III o IV y Zunz habla de él como
post-talmúdico y perteneciente al periodo geónico (700 a 800 d. C)”[6].
En 1492, cuando los judíos
fueron expulsados de España se inició, extrañamente, una Edad de Oro para la
Cábala ya que al enfrentarse a “un futuro muy incierto, trataron de comprender
las razones de su infortunio y sus sufrimientos. Las enseñanzas filosóficas de
entonces no eran suficientes como para poder explicar las opresivas desgracias
que habían caído repentinamente sobre ellos, y llegaron a considerar la Cabalá
como un medio que les pudiera aclarar y resolver las enigmáticas complejidades
de la existencia”[7].
A partir de ese momento la
sabiduría esotérica se convirtió en el centro de la tradición judía. No es
gratuita la concentración mesiánica y la escatología de la época.
Es importante puntualizar
que no es hasta 1558 que el Zohar
será impreso en Mantua; en 1560 en Cremona, 1623, en Lublín y en 1684 en
Sulzbach. Famosas serán las impresiones del Sefer
Yetzirah editadas por e impresas en: “Ben David en Mantua, 1562; Rabí
Abraham F. Dio, Ámsterdam 1642; Ben J. Chagiz, Ámsterdam 1713; Constantinopla,
1719; Zolkiew, 1745; Moses Ben Jacob, zozec, 1779; Grodno, 1806; Dyhernfurth,
1812; y Salónica, 1813”[8].
La penuria y la palabra
Largos fueron los años en que los judíos sintieron
el azote sobre su fe y la mano inquisidora que los perseguía por las tierras
cristianas; clero y laicos, reyes y sabios, estuvieron entre la jauría. Algunos
judíos afortunados, pudieron mantener la vida bajo la humillante etiqueta del
marranismo y la no menos denigrante imposibilidad de practicar sus costumbres,
tradiciones y creencias.
Opresión,
dolor, degradación, pobreza y desdicha fueron nublando el horizonte de las
distintas comunidades que tuvieron que abandonarlo todo para mantener el
principal don que Dios les había dado y que debían mantener como buenos hijos
de Moisés: la vida.
Esta
falta, de un aparente sentido en la vida, y el vacío que produce no poder vivir
en paz con integridad su religión, despertó la memoria dormida y resurgió con
mayor vigor aquella escatología que anuncia con siete trompetas, la llegada del
Mesías.
Esta
profunda preocupación fue la que movió a don Isaac Abarbanel, quien encabezara
a los judíos que fueron desterrados de España y que se establecieron en Italia.
La situación por la que pasaba su pueblo, lo llevaron a abandonar su cargo como
oficial en la corte del rey de Nápoles para dedicarse a profundizar en la
religión hebrea. Como gran cabalista, penetró con el corazón extendido sobre la
tradición; de ahí nació su obsesión por la llegada del Mesías, misma que no
pudo ver, pese a que trató de fijar una fecha, pues murió en Venecia en 1509.
Liberación,
una vez más, es lo que anhelaba el pueblo que asumió involuntariamente la
condición de éxodo perpetuo. Liberación en todos los ámbitos de la vida, pero
sobre todo, en lo espiritual. He ahí la
clave del resurgir de los misterios, del mundo de ultratumba, del entender las
leyes que regían su destino, de la manera como se debía vivir profundamente la
tradición.
La
semilla sembrada por Abarbanel floreció entre los judíos italianos en 1524;
fecha en que llegó a Venecia un tal David, de la tribu de Rubén. “Decía venir
de la lejana Arabia, donde existía un reino judío poblado por los descendientes
de las dos tribus pastoriles de Rubén y Gad; que su hermano era el rey de aquel
país y que él había sido enviado a Europa con una importante misión ante los
soberanos cristianos”[9].
David Reubeni se entrevistó en Roma con
el papa Clemente VII, en Portugal con el rey Juan III y en Regensburgo con
Carlos V, quien se enteró que Reubeni y el marrano de Lisboa Salomón Molko
estaban preparando una guerra contra Turquía para reconquistar Palestina. En
España y Portugal, las comunidades perseguidas, habían visto en David al Mesías
anunciado por Abarbanel. El desencanto llegó cuando Reubeni murió encarcelado
en España.
Grandes
quemas masivas se hicieron del Talmud
el día de Rosh Haschana en 1553; la Inquisición y los enemigos del judaísmo,
como más odio que nunca, usaron como justificación, que contenía textos
ofensivos al cristianismo. En Portugal se habla de un cristiano viejo, Gil Vaz
Bugalho, “que se adhirió a una secta mesiánica y fue quemado en 1551”[10].
Los
judíos fueron sometidos a ghettos y los sábados se les obligaba a asistir a los
sermones obligatorios. Nada de esto impidió que “los judíos italianos
alcanzaran un alto grado de desarrollo espiritual en los siglos XVI y XVII”[11].
Con todas estas ideas en el aire, lo que
antes sólo deambulaba como manuscrito, comenzó a publicarse. El Zohar, se desplazaba ahora entre los
hombres como liebre salvaje en la pradera. Ascetas y predicadores hablaban de
arrepentimiento, del reino de Dios, de santidad…
Ya el mismo rabí José Caro (1488-1575) se
había encargado de plasmar la preocupación de los grandes cerebros de los
judíos palestinos, cuando demostró sus grandes conocimientos de la Cábala, de
la Torá y el Talmud al escribir el que sería el código hebraico para uso de su
pueblo: la Schuljan Aruj (1565).
Como él, se hicieron públicos en Safed
cabalistas como Moisés Cordobero y Elías Vidas. En Italia tenemos al discípulo
de Galileo, Elías del Médigo, autor del texto cabalista: Fundición de la sabiduría y al autor del autonombrado Segundo Zohar, Moisés Jaime Luzzato
(1707-1747).
Alrededor del libro Rescht Jojma, escrito por Vidas, se agruparon devotos en la
sinagoga de Safed encabezados por Isaac Luria Askenazi, mejor conocido como Ari
el Santo.
Luria
se había educado en la fe judía profundizando desde muy joven en el Zohar; a los 36 años, llegó dirigir la
asociación local de cabalistas. Cuentan sus historiadores que en más de una
ocasión celebró ceremonias misteriosas en el sepulcro de rabí Simeón ben Yojai
entonando “oraciones inspiradas y hablaba acerca de la proximidad del fin de la
Dispersión y de la manera de prepararse para la llegada del Mesías”[12]. Este espíritu mesiánico se mantuvo vigente a su
pronta muerte (1572). Su discípulo, Rabí Jaime Vital se encargó de dar
continuidad al pensamiento místico a través de lo que él denominaba la Cábala práctica, la cual consistía en la
liberación del alma humana de los espíritus malignos que habían alejado al
hombre (impulsado por su naturaleza pecaminosa) de la mano de Dios; la oración
y el ayuno, llevarían nuevamente al hombre a su estado puro. La idea de la
reencarnación con fines purificadores estaba muy latente, así como la
interacción del hombre con los espíritus. Este vínculo entre el hombre y los
mundos superiores podía hacer, que ante el arrepentimiento sincero, se diera el
advenimiento del Mesías; pensamiento que estuvo vigente a lo largo del siglo
XVII en el que se dieron los grandes movimientos mesiánicos que volvieron a
conmover al mundo hebreo.
En esta línea tenemos a los judíos de
Turquía, Asia y Europa. Algunos cabalistas de la zona llegaron a afirmar que el
mismo Zohar especificaba como fecha
redentora el año de 1648.
“El Zohar
expresa la idea que la era mesiánica será introducida en un período de
ilustración sin precedentes: el Mesianismo, que representa la esencia de la
esperanza y el optimismo, surge de la creencia indeleble de que habrá un
eventual triunfo de la armonía del mundo sobre la confusión, del amor, sobre el
odio, y en última instancia, una vidtoria de la justicia y la bondad sobre la
opresión y la codicia. Esta victoria, declara el Zohyar, está inexplicablemente
atada a Jojmá (sabiduría), y depende de la divulgación del verdadero saber, la
sublime sabiduría de la Cábala”[13].
Por aquellos días, un judío
de Esmirna, hijo de comerciantes sefardíes y discípulo del famoso rabino José
Ascupi, asumió la bandera que Ari no pudo portar.
Pronunciando el Nombre Inefable de Dios,
irrumpió en la sinagoga de Esmirna, anunciando con ello que los días de la
restauración del Templo habían llegado. Sabetai Zevi, fue excomulgado y se
dedicó a predicar. Recorrió Constantinopla, Salónica, Jerusalén y El Cairo. Su
fama llegó a Holanda donde se decía se encontraba Sara, una judía polaca que
había sido robada y cuyo destino era ser esposa del Mesías hebreo. ¡Viva el Rey
Mesías! Llegaron a gritar sus seguidores cuando regresó a su patria. Todas las
promesas que colgaban sobre su figura se vinieron abajo cuando fue capturado
por el sultán de Turquía, encarcelado y obligado a abjurar de su fe. Gerschom
Scholem escribió al respecto: “Es probable que la idea de un mesías apóstata se
les presentase como la glorificación del mismo acto que atormentaba
continuamente su propia conciencia”[14].
Sabetai, fue uno más de los tantos
falsos profetas cuya voz tuvo gran eco en la época. Ya el mismo cabalista
Nehemías Cohen había intentado demostrar que Zevi, como un tal Natán de Gaza,
no eran emisarios de Dios.
Pese a la muerte solitaria que lo
alcanzó en Dulcina, donde fue desterrado por el sultán Mahomet IV, su cuñado
Jacobo Zevi se encargó de dar continuidad a su proyecto salvífico formando una
secta sabetaísta. Sus ideas se extendieron por Salónica, ahora enseñaban que
“existían dos dioses: el Creador del mundo y el Dios del pueblo hebreo; este
último había bajado a la tierra en la figura de Sabetai Zevi”[15]. Para esta secta, ya no era importante cumplir con
las leyes morales pues en los “días finales” todo estaba permitido. La
continuidad de la secta se debió al hijo de Jacobo, Beajia (1695-1740) pese a
que todos los pronósticos coincidían en que el año de la redención sería 1666,
“de conformidad con una concepción milenarista de origen cristiano”[16]. En nuestros días se mantiene viva bajo el nombre
de Donme.
Al mismo Luzzato se le consideró
continuista de la tradición sabetaísta y fue excomulgado pues se le había
pedido que no volviese a escribir más acerca de la cábala y no cumplió con su
palabra. Pesaba más la salvación de su alma que el rechazo y la soledad.
En Alemania también se dieron seguidores
de Sabetai; el rabino de Praga Johanán Eibeschütz, gran estudioso de la cábala,
mantuvo una fuerte discusión con el rabí Jacobo Emden de Altona que derivó en
un “cisma completo entre los talmudistas y los cabalistas de Alemania”[17].
El desbocado misticismo de Sabetai y sus
seguidores “suscitó un enorme fervor en las colonias de marranos o ex marranos”[18].
La expulsión de los judíos de España y
su llegada y asentamiento en Holanda, trajo consigo un periodo de calma en el
que florecieron junto con los libre-pensadores, los estudios de cábala
fuertemente inspirados por la filosofía. Este matiz fue un rasgo muy peculiar,
pues nos traerá a la escena a Menasé ben Israel, quien en su libro Nischmath Jaim mezclará cábala y
filosofía.
Estas actitudes poco ortodoxas que tanto
auge tuvieron en la comunidad sefardí de Ámsterdam, están latentes en la obra
de Rabí Moshe Hagiz, Sefat Emet (comienzos
del siglo XVIII), y el judaísmo no confesional que Uriel da Costa. “Esta
interpretación del judaísmo era básicamente individualista y se basaba en la
premisa de que el creyente no necesita de la mediación de una congregación para
su relación con Dios”[19]. ¿No acaso suena esta idea familiar y con bastante
similitud al concepto de Iglesia interior de los gnósticos cristianos y
posteriormente a las ideas del sacerdocio universal de Martín Lutero?
La solidificación del espíritu
Importante será el papel que habrá
de desempeñar Menasé, pues su gran conocimiento de las lenguas europeas y la
amistosa relación que mantuvo con sabios cristianos de su tiempo, lo llevaron a
convertirse en mediador de la comunidad judía de Ámsterdam ante el gobierno de
Inglaterra.
Con la
Reforma, se asentó en Inglaterra la secta puritana que “estudiaba atentamente
el Antiguo Testamento buscando en él los fundamentos de la verdadera fe”[20]. Ese fue el lazo que afianzó la unión entre los
reformistas ingleses y los judíos.
Algo
similar ocurrió en Alemania donde el humanista Juan Reuchlin, defendió a los judíos diciendo: “el Talmud es una vieja recopilación de
comentarios sobre los preceptos de la Torá;
que se ocupa de la religión judía, de la moral y de la medicina; que sería
inútil quemar el Talmud, pues contra
opiniones era menester combatir con convicciones y no con la fuerza bruta; que
los libros de la cábala eran dignos de estímulo, puesto que ellos se expresan
con frecuencia ideas muy cercanas al dogma cristiano”[21].
En
aquellos días (1523), Lutero publicó las siguientes líneas en defensa del
pueblo hebreo: “Nuestros necios –escribía- los papas, obispos y monjes han
tratado hasta ahora a los hebreos de tal manera que todo cristiano verdadero
debería hacerse judío. Si yo fuera hebreo y viera cómo esos imbéciles dirigen
la Iglesia, preferiría ser un cerdo antes que un católico. Porque han tratado a
los judíos cual si éstos fueran perros y no hombres. Y sin embargo, los judíos
son nuestros parientes carnales y los hermanos de nuestro Señor”[22]. Tiempo después, cuando se encontró como papa
protestante, también se dedicó a perseguirlos. Esto tampoco frenó el alto grado
espiritual que desarrollaron cabalistas como Isaías Horwitz, rabino de
Frankfurt y Praga (1630) quien compiló en su libro Schne Lujot Haberti conocimientos inspirados en Ari y Jaime Vital.
La
Reforma en Alemania produjo en Polonia varias sectas religiosas; un caso muy
judaizado es el de los Unitarios que negaban la divinidad de Cristo y la
Santísima Trinidad.
En ese
ambiente floreció el Megale Amukot de
Natán Schapira, el cabalista de Cracovia uno más al que se acusó de promover el
surgimiento de falso profeta.
El
mesianismo se extendió en la misma Polonia, en la figura de Jacobo Frank un sabetaísta más que llegó incluso a
predicar una extraña mezcla entre cristianismo, las ideas de Sabetai y un
gnosticismo antiguo que derivó en una teología que “preconizaba multiplicar los
pecados y las apostasías, mentir, robar y fornicar, perjudicar al prójimo,
abrazar sucesivamente todas las religiones existentes y mofarse de ellas para
llegar entonces a la libertad total del reino del Mesías”[23].
El martirio de los metales (Conclusión)
Extrañas y complejas maneras ha encontrado el hombre para
establecer su diálogo con Dios. Del silencio a la voz; de la voz a la palabra;
del cielo a la tierra; de innombrable a lo nombrado. En el número y la letra,
está el significante y el significado. Es espíritu y la letra decía San Pablo.
La senda de la palabra es la senda del
mártir. Fe, conversión, continuidad histórica y el verbo que sigue hecho carne,
que sigue hecho lenguaje. Ya lo anunció Eliécer Ben Yehuda: “se cumplirán las
profecías de los grandes profetas y la letra se convertirá nuevamente en
espíritu. Hasta que lo desencarnado encarne”[25].
Dios se ha encarnado para los judíos en el
lenguaje; su sabiduría pese a su condición diaspórica se ha mantenido en sus
libros.
Los momentos mesiánicos han sido los
brotes del espíritu que penetra y transforma la carne del hombre en la
historia. Gershom Scholem nos recuerda la vieja tradición talmúdica que afirma:
“en cada generación hay treinta y seis justos de los que depende la existencia
del mundo. En una acepción mística, esta frase equivale a los justos ocultos,
es decir, muchas veces por ellos mismos. Nadie sabe, nadie puede saber quiénes
son en realidad esos santos sobre los que descansa el mundo. Si desapareciese
el anonimato, característica inherente a su ser, ya no serían nada. Uno de
ellos es tal vez el Mesías, quien continúa oculto porque los tiempos no son
dignos de él”[26].
La historia, en este breve espacio, nos ha
permitido encontrar los pasos dados por la ciencia ancestral para mantener su
llama ardiente en el corazón de cada uno de los místicos que dieron incluso su
vida por mantener vigente la tradición. Si el Profeta anuncia, la justicia está
por llegar; si el Mesías salva, por la palabra todos los fieles que le siguieron,
han sido reivindicados.
Este pequeño ensayo, no ha sido más que un
intento por dar continuidad a la transmisión del mensaje; por dar cuenta, del
peso que tiene el lenguaje en la historia y cómo la letra llegó a tornarse en
divina y mesiánica.
Espero poder dar continuidad a este
estudio y mostrar a futuros lectores cómo se dio la incursión de la cábala en
el mundo cristiano, como anticipo les digo que esto fue mucho antes de la
publicación del Zohar y la
expulsión de los judíos de España. Existen antecedentes de interacción del
cristianismo primitivo con el pensamiento gnóstico, el paganismo teosófico y el
judaísmo cabalístico en la obra de Clemente de Alejandría u Orígenes. En el
neoplatonismo de Ammonkio Saccas, Plotinio, Jámblico y Juliano el Apóstata. En
el siglo II y III tenemos a Hermes Trismegistro y su Corpus Hermeticum.
Posteriormente serán importantes los nombres de Arnaldo de Vilanova, Raimundo
Lulio, Guillaume de Lorris, Jean de Meung, Joaquín de Fiore, el mismo Dante,
Chrétien de Troyes, Wolfram von Eschenbach, Roger Bacon, Nicolás Flamel,
Bernardo de Treviso, Jorge Ripley, Tomás Norton, Basilio Valentín y Paracelso.
Basta recordar la bula lanzada por el papa Juan XXII, en 1317, bajo el nombre
de Spondent
pariter, donde condenaba la alquimia y el arte hermético.
En la actualidad Rosacruces, Teósofos,
Francmasones, Espiritistas, Iluminatis, New Ageros y un sinfín de sectas de
tipo místico especulativas, han retomado el estudio cabalístico para alimentar
su espíritu esotérico.
En mi caso, más allá de la revelación
mística y la iluminación está el interés por entender cómo se dio la evolución
histórica de una práctica muy vinculada a mi gran pasión existencial: la
literatura.
Como
comunicólogo y apasionado de la semiótica y la hermenéutica es fundamental
entender la relación entre logos y acción; entre palabra y entendimiento. El
gran Martín Buber, ya ha dedicado grandes reflexiones filosóficas al respecto,
así como Heidegger, Witgenstein, Eco y otros filósofos del lenguaje. En lo
particular considero que falta profundizar en la mística para complementar
dicha reflexión. De ahí que insista que este trabajo, no pretendo que sea más
que el inicio para despertar al Ave
Fénix que se encuentra en las cenizas de estas letras que hoy se hunden en la
historia, buscando la Verdad.
Los componentes del Macrocosmos (Bibliografía)
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[5]BERG,
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