De regreso al Edén olvidado - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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sábado, 19 de abril de 2014

De regreso al Edén olvidado

La naturaleza de los milagros y la figura virginal en “Los Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo.
Jorge Alberto Hidalgo Toledo










Índice


Creyendo que veía un fantasma… 
(Introducción) Pág. 2

Vuelve a mí tu rostro, pues ya estoy arrepentido…
(Capítulo I. Marco histórico) Pág. 5

Jesucristo os ama y yo, mientras viva, estaré a vuestras órdenes…
(Capítulo II. Marco teórico) Pág. 10

Madre del Rey de la Gloria, por piedad, purifica mis labios y mi corazón…
(Capítulo III. Marco de Análisis) Pág. 14

Madre, no nos iremos de aquí sin contar con tu ayuda…
(Conclusión) Pág. 17

Se calmó el ardor, no sintieron más dolores…
(Bibliografía) Pág. 20

Creyendo que veían un fantasma 
Cuando incorporamos la palabra “milagro” en nuestra vida, lo hacemos por lo general pensando en lo fantástico, en aquello que rebasa la naturaleza y que podría bien pertenecer al ámbito de lo maravilloso, de lo mágico, de lo sobrenatural, de lo incomprensible. Cuando damos unos cuantos pasos más atrás, en el lecho frío de nuestra historia, vemos que hay periodos revestidos de esta categoría teológica e intelectual, que poco tiene que ver con trucos de magia y escenarios circenses de más de tres pistas. Introducirnos en el imaginario universal y penetrar en el nivel semántico de nuestra propia historia, es compenetrarnos de un pasado envuelto en maravillas, es entender el por qué de la expresión y lo que implica vivir con ella. Hombres que vuelven de la muerte, demonios que corrompen a los monjes, clérigos que inclinan su cabeza ante una imagen, hombres que sanan de su enfermedad abandonando su cuerpo a la Gloriosa, limosneros que reparten su miseria entre los pobres, ladrones que sobreviven a la horca; en fin, milagros al fin y al cabo.  

¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de milagros? Hablamos de una categoría mental, literaria e intelectual viva y corriente en el mundo medieval; en los días en que Gonzalo de Berceo edificó su majestuosa obra doctrinal Los Milagros de Nuestra Señora. Hablamos también, de una conceptualización particular del universo; de una forma diferente de entender nuestra relación con los objetos. 
Hoy, nos es válido afirmar que los hombres de la Edad Media no veían el mundo con nuestros mismos ojos; un haz de luz particular, proyectaba sus actos y circunstancias en las retinas de su existencia. De ahí que sea fundamental entender que para los oriundos del medioevo, la palabra mirabilia comprendiera los fenómenos que daban forma a su espíritu y a su literatura. 
Jacques LeGoff lo explica bien en su texto Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval: “Mirabilia cuya raíz es mir (miror, mirari), implica lo visual; se trata de la mirada” De una visión particular que apela a los sentidos, a lo que versa entre lo real y lo ilusorio. La maravilla del contexto medieval occidental, es la que deambula en un mundo imaginario como si se moviese uno en un cuarto plagado de espejos. 
Entorno a ese fenómeno óptico-vital, el mismo LeGoff nos plantea tres cuestiones relativas que no podemos dejar pasar de largo: 
  1. 1. ¿Cuáles fueron las actitudes de los hombres de la Edad Media respecto de las herencias de lo maravilloso que recibieron?
  2. 2. ¿Qué papel desempeñó lo maravilloso en el seno de una religión monoteísta?
  3. 3. ¿Qué funciones cumplió lo maravilloso en la literatura?
Siguiendo estas interrogantes nos propusimos indagar dónde se ubicaba la fuente de la cual se nutrió la obra de Berceo, siendo que a él le tocó vivir en un periodo en que el cristianismo creó muy poco en el dominio de lo maravilloso. 
Por el contrario, la posición cristiana frente a lo maravilloso, fue lo sobrenatural y lo milagroso. El checoslovaco, Frantisek Graus y el mismo LeGoff, afirman que entre los siglos V y el XI, existía una preocupación por parte de la Iglesia “por transformar profundamente lo maravilloso (cuyas raíces son precristianas), dándole una significación tan nueva que ya no nos encontramos frente al mismo fenómeno; o bien la preocupación de ocultar y hasta destruir lo que para la Iglesia representa uno de los elementos quizá más peligrosos de la cultura tradicional, a la que llama pagana, en la medida en que lo maravilloso ejerció en los espíritus evidentes seducciones que son una de las funciones de lo maravilloso en la cultura y la sociedad”.
Para los siglos XII y XIII, se da una irrupción de lo maravilloso en la cultura erudita que responde a la hipótesis de Erich Köhler: “Por una parte, a la literatura cortesana ligada a los intereses sociológicos y culturales de una capa social que se hallaba en ascenso y a la vez ya amenazada: la pequeña y la mediana nobleza, la caballería. Lo que la hace recurrir a un acervo cultural existente, es decir, a esa cultura oral en la que lo maravilloso es un elemento importante, es el deseo de esa capa social de oponer a la cultura eclesiástica vinculada con la aristocracia, no una contracultura, sino otra cultura que le pertenezca más y con la que pueda hacer lo que quiera. (…) Lo maravilloso, también está profundamente integrado en esa búsqueda de la identidad individual y colectiva del caballero idealizado. (…) La aventura misma, que consiste en esa proeza, en esa búsqueda de la identidad del caballero en el mundo cortesano es, en definitiva, ella misma una maravilla. Por otra parte, está el hecho de la convergencia de la presión ejercida por cierta base laica y de la tolerancia relativa de la Iglesia que permitió la irrupción de lo maravilloso en la época gótica”. 
En los periodos centrales de nuestro estudio: entre los siglos XI y XIII se dará una estetización de lo maravilloso que responde a la diversificación en el mundo de lo sobrenatural y la religión cristiana. Así, aparecen tesis como la de Todorov quien establece una diferencia entre lo extraño y lo maravilloso argumentando que lo primero, lo extraño, “puede resolverse mediante la reflexión, en cambio, lo maravilloso conserva siempre un residuo sobrenatural que nunca podrá explicarse sino por lo sobrenatural”.
El mundo de lo sobrenatural, en los siglos de Berceo, se divide en tres dominios: mirabilis (lo precristiano), magicus (lo sobrenatural maléfico y satánico), miraculosus (el milagro o maravilloso cristiano).
Es en este tercer apartado en el cual nos habremos de detener nosotros, en el que se sacan a la luz pública una serie de fuerzas, objetos y acciones diversas que ponen a Dios y a la Virgen como únicos autores. 
¿Cuál es la reglamentación que dará forma al milagro? Lo imprevisible, la aparición, el quebrantar las fuerzas naturales y desestructurar la regularidad del mundo; nada escapa del plan divino y quien recurre a sus intermediarios, sobrepasa la trivialidad y la regularidad de lo cotidiano. 
Berceo nos hablará de sexualidad, ocio, riquezas, desnudez, robo, herejías, peregrinos, ignorancia, avaricia, envidia, pleitesía, profanación, vicios, borracheras, celibato, castidad, deudas, naufragios, corrupción… De la vida misma. 

En Los Milagros de Nuestra Señora, tenemos la posibilidad de ver los medios para alcanzar el paraíso terrenal y reencontrarnos purificados con nuestro pasado. 
Nuestro hombre medieval, gracias a la obra de Berceo, tendrá la posibilidad de unirse a lo sublime gracias a la intervención de la Virgen María y construirse a imagen y semejanza del Dios que le dio la vida.
Aún cuando el mismo Berceo no crea el género sino que lo retoma de 2 autores anteriores, supo llevar, con su obra, la visión teológica maravillosa a los horizontes populares. Con gran erudición y esplendor literario, Los Milagros de Nuestra Señora, nos acercan al fenómeno marginal que rebasa todo derroche científico de intelectualismo; nos sacan a los límites de lo excepcional; nos arrojan fuera del orden natural; nos vinculan con los acontecimientos suspendidos en el tiempo y el espacio… 
Cuando hablamos de milagros en la obra de Gonzalo de Berceo, hablamos de una recuperación simbólica y moralizante; de un tiempo hermoso en que el hombre esperaba una explicación significante y sustancial a los problemas teológicos de su mundo natural. 
¿Qué fuerza oculta movió a nuestro autor a construir el prefacio de una época teocéntrica-mariana? Veamos pues dónde está la fuente de toda esa maravilla. Racionalicemos los misterios del folklore medieval, entendamos la magia del espejo de las maravillas que Pierre Mabille define como: “Lo maravilloso no como evasión, sino como realización: Más allá del placer, de la curiosidad, de todas las emociones que nos procuran las narraciones, los relatos y las leyendas, más allá de las necesidades de distraerse, de olvidar, de vivir sensaciones agradables y aterradoras, el fin real del viaje maravilloso es… la exploración más completa de la realidad universal”.

Vuelve a mí tu rostro, pues ya estoy arrepentido
Asistamos pues al crepúsculo de la miseria y la gloria, y ubiquemos nuestra historia en aquellos episodios medievales donde las palabras “Imperio” y “cristiandad”, se construían en paralelo. Hagamos una nueva lectura del pasado tomando como referente aquella inédita mirada del hombre y ese mundo que presenta modos desconocidos de dirigir los discursos, llevando a las letras a la proyección de una aurora en busca de identidad. En aquellos días en que nacen y se desarrollan nuevas clases sociales: donde nobles y clérigos, campesinos y negociantes, intercambian bienes con religiosos de todas las órdenes y de todas las inspiraciones; un nuevo horizonte se desplaza, como también lo hicieran las fronteras, las zonas espirituales donde podían influir. Tomemos como punto de partida, casi un siglo antes del supuesto nacimiento de nuestro autor Gonzalo de Berceo. Orientemos nuestro elixir anímico a los días en que Carlomagno, el emperador lampiño, es elevado a los altares por el antipapa Pascual a iniciativa de Federico Barbarroja. En aquellos días, del año 1165, todavía se hablaba en Europa, de las acciones unificadoras y el esfuerzo guerrero que empeñó hasta su gloriosa coronación. Sus grandes gestas, “hicieron posible la aparición de un zócalo histórico estable sobre el que pudieron edificarse, con sus incertidumbres, todas las aventuras espirituales que conocerán los siglos siguientes”. Nos ubicamos en los últimos decenios del siglo XII, cuando el Imperio Germánico buscaba a toda costa reforzar su autoridad, así implicara esto, el hacer santo, a un héroe de leyenda.

Ese deambular entre la luz y la sombra; entre la santidad y lo mundano, abrió paso a una época de gran creatividad artística donde la cultura latina alcanzó una cima desde la que pudo proyectarse a los siguientes siglos a la par del descubrimiento, en el siglo XII, de la tradición griega. Importantísima será la concentración de la cultura en torno a los monasterios y a las escuelas, lo que provocará una ruptura entre esa elite y el mundo laico, abandonado a su incultura. Pierre-Jean Labarriére, autor del libro De la Europa carolingia a la era de Dante, argumenta que “al restituir el latín en su pureza clásica, el renacimiento carolingio, precipitó la escisión entre las lenguas vulgares, vivas, orales y el latín, lengua erudita, escolar, reservada a una elite”.
En aquellos días se mantenía dominante el impulso civilizador y político de la congregación benedictina de “Cluny”, creada en el 909 por Bernon, abad de Baume. La influencia de Cluny se extendió más allá de los límites de Borgoña y la acción de Pedro el Venerable, su director. Se calcula que para finales del siglo XII había más de 1,184 monasterios distribuidos por Francia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Lombardía y España que permitieron organizar verdaderas redes centralizadas; fuentes de los impulsos religiosos y morales que dieron forma a la cristiandad homogénea junto con la explosión de catedrales que servirán como lugar de reunión de la intelectualidad y el pueblo europeo.
También serán los días de Domingo de Guzmán y sus Predicadores, y el Papa Inocencio III y sus incitaciones a las cruzadas bélicas; se instaurará el primer monasterio femenino en Prouille, cerca de Faujeaux (1215). La aparición de este nuevo ideal religioso orientará la búsqueda de una santificación personal hacia una acción evangelizadora que se dedicará a difundir la fe y a reformar las costumbres. Las nociones de martirio y eremitismo promovidas por los Hermanos menores, la Orden de las Damas Pobres y la Orden Tercera, impregnarán al mundo de ese sentimiento que pugnaba por vencer al mal del mundo con el testimonio de una verdad religiosa y moral única. 
Los inicios del siglo XIII son reflejo de ese “movimiento de vuelta al mundo” donde la fundación de las órdenes mendicantes se oponía a las ansias de dinero, de goce y de poder. Un dualismo político y religioso era el que se vivía entre la lógica de lo económico y los hombres de Dios que circulan entre los hombres sin vivir como ellos.
El espíritu de las Cruzadas en dirección a Tierra Santa que comenzaron en 1096 y concluyeron en 1291, edificaron y consolidaron política y religiosamente la cristiandad.
Se presume que el nacimiento de nuestro autor se ubica entre la tercera (1190) y cuarta Cruzada (1198), puesto que “en el año 1220 era diácono; presbítero en 1237; testigo en varios documentos de los años 1240, 42 y 46; citado en un testamento de 1264 como maestro de confesión del otorgante y, por último, ya muy viejo y cansado, hacia el último cuarto del siglo XIII, escribiendo la vida de Santa Oria”.
A Berceo le tocará experimentar esos nuevos espacios económicos que engendraron un interés por los intercambios comerciales producto de las Cruzadas. Independientemente de la miseria, crueldad e intolerancia que se vivió en aquellos días, los intercambios culturales permitieron a sus contemporáneos gozar de los grandes sistemas de pensamiento rescatados de la antigüedad griega y la seducción del arte musulmán. 
Todo en esta historia parece ondear entre la piedad y el sacrificio. El sueño filosófico y místico unificará al mundo de Berceo dotándolo de una naturaleza alegórica edificante. 
El diálogo con los misterios y la fe se ha establecido. El auge de las Universidades dará pie a la conjugación de la fe con la razón. Contemporáneas a Berceo serán las grandes síntesis dogmáticas del siglo XIII: la de Alberto Magno, Buenaventura y Tomás de Aquino.
Las lenguas vernáculas o vulgares empleadas por la gente común, fueron ganando camino al pasar de la comunicación oral al de la escritura literaria en dos terrenos: en la poesía (como epopeyas narrativas) y como la literatura edificante en su forma mística. 
“Si bien es cierto que el latín literario prevaleció hasta el final del siglo XII, dominando el ámbito académico, las ceremonias religiosas y el campo de la estética, sufrió no obstante el impacto del desarrollo de la literatura popular”.
En la transición de lo oral a lo escrito, tendrá gran peso la teatralidad y la memoria. Personajes como el juglar –contadores de historias que recurren a la palabra y los gestos-; los trovadores –cuya producción lírica se centra en la exaltación del amor cortesano y su langue d’oc en el sur de Francia-; los troveros –divulgadores de una literatura épica en la langue d’oil en el norte de Francia-; y los minnesänger –recitadores de canciones de amor en la región noreste-, difundirán por todo el occidente europe la cortesía, el romanticismo medieval, el Amour courtois que ellos preferían llamar el “fine amor”.
Desde España hasta las Marcas del Este europeo, desde Toscana hasta Bretaña, esta literatura recurrirá a un lenguaje rebuscado propio de los ambientes cortesano cultivando cierto hermetismo. Así tendremos a personajes cultos de la época como Guillermo IX de Aquitania, Teobaldo de Champaña, Alfonso X el Sabio, Carlos de Orleáns que terminarán haciendo, de lo que empezó como moda, una pasión.
En esa Europa feudal cada vez más pujante se construirá una ideología que sobrepasará la institución real e histórica que le dio origen: los caballeros y la caballería. A partir del siglo XII, los escritores ya no estarán al servicio de la Iglesia, lo que les permitirá expresarse en lenguas vulgares, y explorar nuevos modos de sentir e imaginar lo novelesco, lo romántico y lo caballeresco.
Se habla de un Renacimiento del siglo XII en el que destacarán: “la renovación de los saberes intelectuales, el progreso de los estudios del clero, el aumento de las bibliotecas y del conocimiento de la literatura latina, el desarrollo de la teología, la historiografía, el derecho y las ciencias, y la aparición de las primeras universidades (…) todo respondía a varios factores: la decadencia de la nobleza feudal, primer esbozo de las monarquías tradicionales, reforma monástica, resurgimiento del dualismo maniqueo, movimiento de las Cruzadas, depuración del latín, interés por el árabe y el griego, el retorno al derecho romano, los nuevos avances en la ciencia médica, la sistematización de la filosofía y la teología, el desarrollo de las Escuelas, primer esbozo de los que serán las Universidades, el progreso de las lenguas y las literaturas nacionales, la difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ogival”.  
En el orden de la sensibilidad popular, se moverán durante los siglos XII y XIII, los Cantares de gesta (Chansons), las parodias o sátiras compuestas por cuentos y fábulas, episodios que se han dado en llamar el Ciclo del Roman de Renart, en los que se hacía burla de las novelas cortesanas y de los cantares de gesta mediante animales que ocupaban el lugar de las damas y caballeros de las corte. En ese marco, se pondrá en entredicho, en tono burlesco, la organización social y la estructura misma de la caballería, lo que “servirá de catarsis y contrapeso social”.
Hay que recordar que desde el siglo XII, se había dado un “refinamiento de las costumbres, una mayor emancipación de la mujer en las capas nobles, crisis espirituales y una moral más rica en matices y más relajada”. 
Así, las lenguas nacionales se alimentaron de las hazañas guerreras (epopeyas) y el amor cortesano (poesía lírica) además de los escritos espirituales y místicos que florecieron en el siglo XII y XIII. 
Los grandes temas de la época ponían en entre dicho la organización feudal de las relaciones humanas y el sistema de reparto de las riquezas; así los poemas que ensalzan el amor puro, se llenarán de violencia, contemplación y culto mariano, denuncia social, radicalidad del Evangelio, penitencias purificadoras, visiones, milagros, sermones, luchas entre el bien y el mal, Dios y el hombre, se exaltará lo mundano y la guerra, el paraíso y el infierno, el cuerpo y el alma, la eternidad y la banalidad de las formas materiales.
La sociedad caballeresca que reclamaba participar en la cultura superior, buscará exaltar sus propios ideales; la noble y mundana posición preocupada por hacer cultura de sus buenos modales y su ética de la generosidad, darán cobijo a las letras al norte de Francia primero y después en Inglaterra.
En 1274, además de celebrarse el II Concilio de Lyón, será determinante por “la muerte de Buenaventura y de Tomás de Aquino; el encuentro de Dante y de Beatriz, personificación de la inteligencia, la belleza y el amor (amor a la vez cortesano y divino) y por último, la <definición> en un documento canónico autorizado de la existencia del Purgatorio”.
Lo espiritual y lo sentimental alimentarán en gran medida a esa literatura cortés que exaltará lo femenino, su psicología, su dignidad y las resonancias religiosas que ello trajo como el tema del matrimonio, el honor y la castidad. “Esta metaforización del lenguaje feudal o feudalización del pacto amoroso subvierte la relación habitual de la mujer en el matrimonio y la ensalza por encima del varón”. La nueva ética social construida en ese marco donde la cortesía distingue a los nobles de los villanos y burgueses y del comportamiento burdo y vulgar del guerrero llevará a la idealización del amor sexual, en una sociedad que como señala C. S. Lewis: “donde el matrimonio es puramente utilitario, tiene que comenzar por ser una idealización del adulterio”.
El siglo XIII estará plagado de viajes asiáticos que se están desarrollando rápidamente como consecuencia de las conquistas mongolas. “Hubo en Europa occidental hombres de gran curiosidad y capacidad intelectual, especialmente entre las ordenes de frailes recién fundadas. Los esfuerzos del dominico Tomás de Aquino por absorber las obras recién recuperadas de Aristóteles, y tratar de que fueran coherentes con la teología cristiana. Pero hubo otros hombres cuya obra tuvo un gran significado para el desarrollo de la especulación geográfica”.
Pasado el periodo heroico de los cantares de gesta se impondrá la literatura escrita, un “mester de clerecía” o menester de hombres cultos. En el mundo estético de las letras surgirán figuras que gozarán de cierta erudición libresca asimilada de los códices de las parvas bibliotecas conventuales. Tal es el caso de Gonzalo de Berceo, primer poeta castellano de nombre conocido catalogado por algunos como “hombre de versos monótonos, sencillos e ingenuos, con la disciplina y el rigor de un arte románico no exento de realismo y con cierta propensión a lo popular” mientras que para investigadores de la talla de Michael Gerli, las obras de Berceo “no son literatura forjada por una imaginación popular, sino literatura para la imaginación popular creada por un hábil artista de amplia formación libresca quien adapta su expresión a la mentalidad del pueblo que busca influir. Berceo rebaja, concreta y coloquializa los hechos que narra, infundiendo su expresión de popularismo, para aproximarlos a un público no erudito. Este es uno de los rasgos fundamentales del tono poético del Mester de Clerecía, y su origen se encuentra sin duda en la teoría y práctica de la predicación medieval”. 
Esos son los días y el sentimiento que impera en el corazón mismo de Berceo; lugar donde se gestará un amor enorme, falto de caricias por la Madre de los hombres, donde el milagro reivindicará la figura femenina y la Gran Dama, nos llevará a explorar escenarios místicos que oscilan entre la oración y la gracia. Veamos pues, dónde radica la maravilla de su obra…


Jesucristo os ama y yo, mientras viva, estaré a vuestras órdenes
Más allá de una imitación desmedida de la antigüedad, la poesía medieval es el reflejo de las nuevas circunstancias que mueven a los pueblos europeos; originalidad y espontaneidad son dos de las variables que se verán reflejadas en una sociedad cuyas costumbres espirituales oscilan en la contienda entre lo popular y la religiosidad. Aunado a esto, tenemos la aparición de la rima y sus matices, completamente desconocida en la poesía de Grecia y Roma. Ahí, en las fronteras de la “grandeza heroica y semibárbara”, de Menéndez Pelayo, y una sociedad que buscará refinar sus emociones, es donde debemos situar a nuestro poeta; aquel que buscará elevar a una categoría poética y mística las epopeyas espirituales de la historia que escribían los que no contaban con historiadores a la mano. 

El poema, que será una combinación de la épica con las formas cultas ya imperantes, tendrá una forma sencilla y será adecuado para ser recitado en público, su redacción y estilo para muchos resultará prosaico y monótono por su deseo de conocer, informar y comunicar los hechos de interés común, exponiendo relatos de acontecimientos sucedidos, impregnándolos de realismo, energía y variedad; así como para otros su forma lírica exteriorizará los sentimientos individuales y las propias pasiones exponiendo al hombre a categorías inimaginadas.
La lírica culta no estará alejada de la influencia latina, oriental, provenzal, árabe culto y religiosa; mientras que el lirismo popular se nutrirá de las pastorales, la canción campesina, los cantares de serrana y las fiestas aldeanas.
“Suele indicarse la confluencia de tres corrientes principales en la primitiva lírica castellana: dos de ellas peninsulares, y la tercera, ultrapirenaica. Ante todo, el influjo de la poesía gallega, melancólica, nostálgica y sentimental: la primera lírica peninsular entre las lenguas romances, y cuya presencia históricoliteraria se impone hasta la irrupción del Renacimiento. En segundo lugar, la arábiga, que influye constantemente desde Al-Andalus, cuyas similitudes e incluso precedencia con respecto a la lírica provenzal son notorias, y que afecta sobre todo a las capas populares. Por último, el lirismo ultrapirenaico, provenzal o languedociano, reflejo del gran periodo de esplendor de Occidente. Durante el último cuarto del siglo XI y primeras décadas del XII, el influjo directo procedente del otro lado de los Pirineos es un hecho debido a factores concretos: el apogeo de las peregrinaciones compostelanas, la proliferación cluniacense, los caballeros que acuden a colaborar en las reconquistas de Toledo y Zaragoza –borgoñones, provenzales, gascones- precedente inmediato de las Cruzadas, la eclosión del arte románico y la uniformidad litúrgica y bibliográfica. A mayor abundamiento, en 1092, una gran parte de Provenza se une al principado de Cataluña y quedan hermanados ambos países política y culturalmente: una puerta continuamente abierta a Europa”. 
El modo libre y desenfadado de los juglares generará reacciones en el campo clerical, coexistente con el mester u oficio de juglaría. Habría que hacer notar que los clérigos han abandonado ocasionalmente el latín para adentrarse en el mundo e incorporarse a la naciente literatura en lengua romance, ofreciendo con ello, “juglarías a lo divino”, con temas, a veces, poco religiosos.
El saber libresco de los clérigos se abrirá, junto con la Iglesia, al pueblo, sus temas carecerán de la espontaneidad y el sentir popular, adoptarán la cuadernavía y las sílabas contadas: estrofas de cuatro versos alejandrinos o de catorce sílabas (dos hemistiquios de site sílabas con pausa o cesura en el medio. La estrofa está formada por cuatro versos con rima consonante uniforme), integrando el llamado tetrástrofo monorrimo. Su arte será reaccionario y en contraposición a la poesía trovadoresca y las cortes de amor, buscarán promover la devoción a la Virgen; alcanzando el culto mariano cotas muy elevadas en Gonzalo de Berceo y Alfonso X.
Gonzalo de Berceo, el primer poeta español de nombre conocido, nació en Berceo, pueblo de la actual provincia de Logroño, diócesis de Calahorra. En ese “lugar de verdura”, etimología tradicional de Berceo, buscará apagar sus ímpetus doctrinales a cambio de un buen vaso de vino, costumbre que lo seguirá hasta las puertas del monasterio de San Millán de Suso, donde solía sentarse a recitar a los fuertes labriegos riojanos, los milagros de la Gloriosa, las vidas de Santo Domingo o San Millán, los loores de la Virgen y todos los cuentos y leyendas que después recogerán los editores para congregar su obra.
Su universo literario se divide en tres poemas dedicados a la Virgen María, tres vidas de santos y tres poemas de asunto religioso. El que nos interesa es Los Milagros de Nuestra Señora, donde además de dejar ver su formación religiosa y su heroicidad enmarcada por la virtud y la santidad, nos permite adentrarnos a la galaxia fantástica de lo maravilloso cristiano: el milagro.
Los Milagros de Nuestra Señora se compone de veinticinco leyendas devotas relativas a la Virgen María; no todas ellas ocurren en España y tampoco son originales. Hay indicios de que Berceo inició su elaboración antes de 1246 y continuaba trabajando en ellos después de 1252. 
Desde el siglo XI se escribieron colecciones de milagros de la Virgen en latín; el interés mariano por parte de la Iglesia se debía a que servían de inspiración e instrucción a los predicadores que ilustraban con las anécdotas sus sermones. Algunas colecciones pretendían dar a conocer algún santuario que poseía algún tipo de reliquia o fuese escenario de algún milagro de la Virgen. Los siglos XII y XIII vivirán el esplendor de la literatura taumatúrgica, difundiéndose los milagros de María en textos escritos en lengua eclesiástica, vía oral y en manuscritos vernáculos.
“En el siglo XIII en la Península Ibérica se distinguen tres colecciones de Milagros de la Virgen: Las Cantigas de Santa María, de Alfonso el Sabio, escritas en gallego-portugués, el Liber Marie, de Juan Gil Fernández de Zamora, en prosa latina, y los milagros castellanos de Berceo”.
Existen dos manuscritos escritos en prosa latina de donde se presume que Berceo tomó las historias para la construcción de sus milagros: el manuscrito Thott 128 de la Biblioteca Real de Copenhague y un manuscrito hispánico descrito por Richard Kinkade en su artículo “A new latin source for Berceo’s Milagros”; también está la suposición de que los temas ya habían sido abordados por Gautier de Coincy, prior de Vic-sur-Aisne, en sus Miracles de la Sainte Vierge; Vicente de Beauvais y su Speculum historiale; y Prüffing y el Liber de Miraculis.
Aún cuando los temas pudieran estar presentes y el mismo Berceo cuente con tan mala prensa por algunos críticos que no lo ubican más que como un “rudo y sencillo clérigo”, su talento literario está en el método desarrollado para contarnos la historia. En sus milagros, el dramatismo, la coherencia y la fuerza estilística se mezcla con la erudición de un hombre que supo llevar a un público vulgar una piedad desinteresada, la sencillez de la virtud y el poder de lo escrito como depositario de la verdad.
Su fe, es parte de un fenómeno vinculado con el hacer de la vida una poderosa arma didáctica y un arte comprometido; enseñar y persuadir para entusiasmar y salvar las almas de sus contemporáneos.
Con Berceo, los héroes clásicos se transforman en santos cristianos; su heroína será La Mujer por excelencia, la santa, la virtuosa, la elevación estética de La Dama y sus Milagros.
En voz de Américo Castro “entre los milagros y quien los narra se ha creado una conexión vital” muy similar a la que se logra entre el lector y la virtud. Cada prodigio nos refiere a las circunstancias, el ambiente, las reacciones y destinos de quienes intervienen en él. 
Sin alcanzar la categoría de teólogo, dotará de una vitalidad a la lírica española de su época que pocos sabrán alcanzar y muchos terminarán criticando como copia burda “ceñida escrupulosamente a la escriptura, al librillo y al cartulario, es decir, a los textos sagrados, en los que habitualmente se inspira”. Su humor, su ironía, su burla, chocará con el tremendismo apocalíptico dotando el marco sacro de escenas que de pronto se tornar en caricaturas llenas de simbolismos y alegorías supraterrenas.
La frontera históricoliteraria que le tocará vivir a Berceo será quizá parte del desencanto que producirá en muchos de sus estudiosos. Sin embargo, es importante hacer notar el tratamiento temático que nos ofrecerá y que desarrollaremos en uno momento después de ver qué es lo que hacían sus contemporáneos.
Para entender el fervor mariano extendido en la Europa de Berceo, habría que regresarnos unos siglos y darnos cuenta que el culto a la Virgen María ni siquiera es contemporáneo al mismo Cristo. Cincuenta y siete años después de la muerte de Jesús, San Pablo dejará escrita la primera referencia conocida. En el siglo II, se infiltrará su devoción por los escritos de San Justiniano y San Ireneo, incorporándose en el esquema teológico de la salvación y redención cristiana. 
María será identificada con la Nueva Eva y cobrará importancia su figura en la concomitante aparición de los tempranos libros apócrifos de la Biblia. En el 431, se declara a María Theotokos, o madre divina; en el siglo V, aparecerá en la liturgia mozárabe en España. En la Iglesia visigótica española se desarrollarán muchas de las creencias claves del marianismo: San Ildefonso de Toledo, protagonista del primer Milagro de Berceo, curiosamente es el primer gran reformador de la liturgia mariana. En esas fechas, aparecerá la idea de María como Humani generis reparatrix, mediadora en la salvación que nos abrirá las puertas del cielo. Su nombre ahora es sinónimo de salvación de los pecadores y contará con una gracia especial ante Dios. 
En el siglo XII, los sermones de San Bernardo de Clairvaux serán vitales en la evolución de la piedad en Occidente. Su sensibilidad religiosa construirá una espiritualidad afectiva y humana. En su  De aquaeductu desarrollará en forma metafórica la teoría de la mediación universal. Será de ahí la virgen el canal de la gracia divina o mejor camino hacia Dios; Ella, la fuente viva de gracia. Su naturaleza humana la convierte en la mejor mediadora entre los hombres y Cristo, entre el cielo y la tierra. Sen su Sermón séptimo sobre la Natividad, San Bernardo retoma su condición virginal para recalcarnos su condición pura, fuera de mácula y cómo es que en esta pureza se haya dado la concepción del hijo de Dios, hermano salvador de todos los hombres. Su papel materno captará la imaginación de los fieles y llevará a los fieles a recorrer la Europa medieval en su peregrinaciones a los santuarios, a plasmar en la iconografía y la literatura todos sus avatares.
Esa vida espiritual empastada en la mariología estará viva en el Monasterio de Yuso de San Millán de la Cogolla y sus reliquias; origen de las obras marianas de Berceo.
La introducción de Berceo a los Milagros será fundamental en nuestro análisis, no se pierda de vista que será en ella donde se colocará el autor como peregrino de la Virgen a manera de Virgilio (quien ya en su Égloga IV anunciaba la era cristiana y que su “Virgen” permitiría al mundo regocijarse con la redención) para hacernos ver el papel de Nuestra Señora en el plan de la salvación universal.
Algunos otros poemas como la Vida de santa María Egipciaca y el Lybre dels tres reis d’Orient, serán testimonio del sentir religioso y profano de su época. Destacarán en su tiempo el Libro de Alexandre y el Libro de Apolonio, la Disputa del alma y del cuerpo y la Elena y María.
Pero no es hasta Berceo que la realidad local y universal proveerán de fuerza motriz a la compleja realidad social e ideológica de la España del siglo XIII. Descifremos algunos de los misterios planteado “ingenuamente” por Berceo en esa construcción literaria de la teología mariana de la religio perennis que pretendrá divulgar a través de todas esas flores, aves laudatorias, fuentes, estrellas, constelaciones y demás símbolos de los que se valdrá para aproximarnos a la tipología de María y la naturaleza misericordiosa del Milagro.

Madre del Rey de la Gloria, por piedad, purifica mis labios y mi corazón
Adentrémonos en la teología gloriosa de Berceo y su infinito reino de las maravillas. Veamos como la tipología bíblica es rebasada por ese sistema alegórico que trasciende a la simple literatura. Su construcción figurativa, técnica de composición e interpretación textual ampliamente practicada durante la Edad Media, nos permite encontrar conexiones históricas con personajes y acontecimientos de la antigüedad ubicados en un tiempo y un espacio lejano, incluso, al Antiguo Testamento. Símbolos que nos hablan de la caída y la redención de los hombres, historias que invertidas nos revelan nuestro destino, milagros que en su significación hermética encierran los grandes misterios de la estructura del Axis Mundi. Allanemos la morada del signo definitivo y entendamos cuál es la naturaleza del milagro y qué papel desempeñó la figura virginal en la construcción de esa unificación entre lo humano y lo divino que encontramos en Los Milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo.

Para entender la coherencia del sistema de asociaciones planteado por nuestro autor, sobrevolemos la superficie carnosa de sus propias letras para después situarnos en el corazón mismo de su preocupación. Es en su Introducción donde podremos encontrar el gran hilo dorado que entreteje y organiza su cosmología. Presten oídos vivos a la sinfonía triunfal que acabó con la maldición de Adán y Eva; escuchemos de su puño y letra el resonar de su canción: “…yendo una vez en romería, me detuve en un prado verde, de hierba no cortada, lleno de flores, lugar a propósito para descansar. Había allí olores fragantes que refrescaban la cara y la memoria; de cada peña salía una fuente de agua cristalina, fresca en verano, templada en invierno. Abundaban también los árboles frutales: granados, higueras, perales y manzanos; había frutas de todo precio, pero no se encontraba ninguna que estuviera podrida o agria”.
María, la Virgen, la iluminadora, la santa, dentro de la jerarquía de la eminencias espirituales, supera el punto de vista administrativo y pasa por alto la naturaleza de las cosas pues ella misma es espíritu y verdad encarnada en “su pobreza” humana y en la gracia de la santidad del Nombre divino. Ella es ya nombrada en El Magnificat (Lucas, I, 46-55) como el santo gozo en Dios; su humildad la dotará de la Misericordia que no se agota, temor, justicia inmanente y universal socorrerán al Pueblo Elegido que se ubica en el corazón de todo hombre y así “cortará de golpe la ilusión de una religiosidad superficial y fácil que confunde la Bondad divina con las flaquezas del humanismo, del psicologismo, el narcisismo moderno y la desacralización resultante de él.”
María, quien aparece en la Introducción de Berceo como alegoría del prado virgen donde descansan los peregrinos, es alusión a aquella boda entre la naturaleza humana y la divina. Ella quien trajo al mundo al Hijo del Cielo y de la Tierra, es reconocida por la Acatista como aquella Tierra virgen: “Salve, campo no labrado que ha producido la Espiga divina reconocida por el mundo entero”. El mismo San Víctor en su himno de Adán, Tertuliano y San Ireneo en su Adversus hœreses, habían desarrollado la idea de que María es la tierra del paraíso que de nuevo se ha vuelto virgen para que Dios pueda amasar con ella al nuevo Adán.
En ese Paraíso, se ha plantado el Árbol de la Vida, aquél cuyos frutos sabrosos alimentarán a los fieles; aquél que dio al fruto (Cristo) que procura el gozo de los que comen de él. Ese árbol es la imagen de la fuente inagotable de la fertilidad cósmica; su vegetación es epifanía de la divinidad, de la muerte y la resurrección. Por ello, María será toda la representación de toda la vida vegetal. Ya en el Cantar de los Cantares, se le invocaba prematuramente como el Jardín cercado o cerrado o vivo o luminoso, sus perfumes estarán presentes en la lección en el Oficio del 8 de diciembre de Pascasio Radberto, autor del siglo IX; en los Libros de Horas y en los oficios del 7 y el 14 de septiembre en la liturgia bizantina. 
Ella, la Rosa divina, de la letanía de la Acatista, la Rosa mística de las letanías de la Iglesia de Occidente, la rosa del Paraíso de San Pedro Damián, el Rosarius de Santa Inés de Montepulciano y el Paraíso en forma de inmensa rosa de Dante, la colocarán como el alimento espiritual que vela por los alimentos terrenos de sus hijos. Ella, la Tierra Madre o Madre cósmica, guarda los atributos de la fecundidad, del alimento, de la inmortalidad, del racimo de bendiciones.
Su cuerpo de tierra es recorrido por corrientes de aguas vivificantes; ella es fuente inagotable, medio original de los seres “receptáculo de los gérmenes, matriz de las posibilidades de existencia, el agua, con la tierra y la mujer, constituyen el circuito antropocósmico de la fecundidad”.
Ella, fuente cristalina y segura, nos salva con su dulzura, con su pureza implacable. Ella es el equilibrio entre la substancia cósmica, maternal y virginal y la substancia de armonía y belleza. La enseñanza mariana es el orgullo, la justicia la austeridad, el amor al prójimo, la desposesión. Su mensaje de generosidad divina es la respuesta con humildad, la Misericordia.
Ella como Stella Matutina o Stella Maris, es el cuerpo virginal, árbol bendito de “maternidad espiritual y la fecundidad luminosa o la sangre de la Virgen”. María es alimentada por Dios; pero mientras que los frutos llegan mientras ella invoca a Dios con sus oraciones, aparece el milagro, el que se da de pura gracia y el que se da de fe. Oración y estásis, contemplación y el milagro como acción, dinamismo y actividad.
La beatitud ontológica de infinitud en Dios se entiende cuando captamos que es en su  intacta virginidad donde está el simbolismo del corazón. “Dios introduce en el corazón virgen un elemento de su Naturaleza, es decir, que en realidad Él abre ese corazón al Espíritu divino trascendentalmente omnipresente; este Espíritu es de hecho desconocido por los corazones a causa de su endurecimiento, que es al mismo tiempo su disipación y su impureza.”.
Es quizá por esa dureza que sopla milagros y evoca en la intimidad y en la sutiliza del don su Espíritu.
Y así nos vuelve a decir Berceo: “Si Adán hubiese comido tales frutas, no hubiera sido arrojado del Paraíso ni los hijos de Eva hubieran recibido tanto daño.”He aquí una prueba más de que Gonzalo organizó su obra en ese esquema de caída y redención del hombre, sus evocaciones constantes a la salvación universal del Pecado Original a través de Cristo y sobre todo, al instrumento de su encarnación, la Virgen María- San Jerónimo en su Epístola 22 declara: “ahora que ha concebido una virgen y nos ha dado un niño …ahora se ha roto la cadena de la maldición. Vino la muerte por medio de Eva y la vida por medio de María”. He ahí la paranomasia anagramática entre la clerecía difundida durante la Edad Media: “Entre Ave Eva”.
Los peregrinos de la vida de Berceo encuentran la gracia perdida por los primeros padres la recobran en la inversión hecha por nuestro autor cuando en María reconstituye la inocencia perdida. Ella nuevamente es el árbol cuya sombra protege y sus frutas que son milagros, redimen. 
La inocencia vuelve al hombre rechazando la vergüenza, recobrando la vida eterna. Ella ha mostrado la fórmula de la salvación a cada hombre; sus milagros son instrumentos de conocimiento para los files. Las distintas epíclesis o nombres con los cuales se la invocan son encarnaciones del Verbo de Dios en el seno virginal. Su misericordia inagotable tiene un aire poético y misterioso que raya en lo asombroso. 
La Nueva Eva, ha venido a salvar al mundo con el Verbo incorpóreo, ese delicioso grano de trigo en tierra fértil. Su forma lunar y su apariencia de astro sublime, la mostrará como el gran signo en el cielo, vestida de sol con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza como dice el Apocalipsis. Ese diálogo místico registrado por los pitagóricos nos abren la puerta por la que pasará la luz que alzará al hombre sobre el mundo. 
Estrella del mar, reina del cielo, puerta cerrada, paloma inmaculada, vid y alta palmera, son unos de los tantos nombres, designaciones, mitos y formas que ha tenido el  mismo fenómeno desde su aparición en la religio perenne. Es el catolicismo quien sabrá llevarla a su forma más elevada.
He ahí, al que supo captar las influencias benéficas que descienden del cielo a la tierra, grande sea Berceo el que supo llevar esa convergencia ontológica a cada símbolo no simples alegorías, sino imágenes del Todo; unidad múltiple de líneas irradiantes que llevan a un mismo centro; líneas protectoras, que salvan, “incontables como las arenas del mar”.
 
Madre, no nos iremos de aquí sin contar con tu ayuda
Canta Salomón, el pueblo de Israel y sus profetas a través de los Salmos: “Dios es bueno para todos y Su misericordia se extiende a todas Sus criaturas”. Justicia, bondad y misericordia… Equilibrada trinidad cuando hablamos del orden natural y la creación refleja de todo cuanto nos rodea. Vaya trilogía: un Dios que “mide por medida”; un cosmos sobrenatural que devela su dimensión interna en atributos de belleza; un hombre que despierta su deseo en el corazón en devota adoración. En el centro de esa triada es donde todo ocurre, donde las leyes fijas de la naturaleza, que funcionan dentro de un tiempo y un espacio creado, reflejan el atributo Divino de poder y de justicia; es ahí, en el corazón de toda plegaria, donde rezamos para que se curen los enfermos, donde solicitamos la provisión de las necesidades de los pobres, donde suplicamos la bendición del estéril con hijos… Ahí, donde pedimos claridad mental y de corazón para conocer a Dios y ser capaces de emular Sus caminos, ahí es donde todo ocurre, donde por misericordia se alteran las leyes estrictas de la naturaleza y Dios se expresa ante nosotros en forma de milagro. Sí, como lo oye, en forma de Milagros.

Ahí, en el centro de toda historia, de nuestra historia, se conjugan todas las posibilidades y todos los verbos; pero es curioso, sólo los que escapan de lo habitual, los que se manifiestan como raros y exóticos nos atraen. Cuando el mago capta la atención de los presentes tallando un trozo de papel ardiendo sobre su brazo y dejando ver el nombre inscrito con cenizas, del ser en que estábamos pensando hablamos maravillas porque rompe toda relación con la vida cotidiana. Lo mismo ocurre con el enfermo que sana tras la plegaria o el dinero que aparece en el bolsillo después de una oración. ¿Casualidad, causalidad, destino, providencia? No lo sé.
Algunos más escépticos hablan de fenómenos naturales que ocurren en momentos oportunos; los científicos hablan de estadísticas; los físicos de la excepción que hace la regla y el creyente ¿qué explicación le da?
Hoy día hablamos de la historia del pueblo de Israel como si habláramos de cuentos infantiles, historias fantásticas y cuentos maravillosos. Nos parece increíble que Dios cambiara las leyes de la naturaleza para ayudar a los judíos mandando las diez plagas que golpearon a Egipto. Así nos cuestionamos ¿por qué a ellos?, ¿por qué lo hizo a través de un proceso tan largo y desgastante?, ¿qué pretendía al afectar a dudosos –egipcios y no judíos- salvando sólo a los hijos del pueblo de Israel?, ¿hubieran sobrevivido en tiempos de destrucción y exilio sin la ayuda de una fuerza superior?
Immanuel Velikovsky usa el papiro Ipuwer como base para su libro Worlds in Collison en el que dice que toda la historia del éxodo es verdad, pero que las plagas ocurrieron porque un cometa pasó cerca de la Tierra. También dice que el polvo del cometa transformó el agua en líquido rojo y la fuerza del campo gravitacional del cometa dividió el mar. Sin embargo, al leer la Biblia vemos que la plaga de sangre, no fue sólo convertir al agua en un líquido de color rojo. El Midrash nos dice que los egipcios sufrieron porque el agua se transformó en sangre para ellos y para los judíos no.
A diferencia de las diez plagas, la división del Mar de los Juncos, el lam Suf, puede ser explicado como un evento natural que ocurrió en el momento oportuno. Hace algunos años, oceanógrafos documentaron que cada 2,500 años la combinación correcta de vientos y marea van a causar que el océano se divida en el área del Mar de los Juncos. A diferencia de la versión de la película, donde en pocos minutos el mar se divide, la historia de la Biblia relata un proceso lento –justo como está documentado- del viento soplando toda la noche y a la mañana siguiente un lugar seco aparece para caminar sobre él. Hace 200 años Napoleón fue testigo de un mismo fenómeno. ¿Puede imaginarse que esto le pasara a usted? Justo en el momento que necesitaba cruzar el mar éste se divide para usted durante la noche. Si un evento que ocurre estadísticamente una vez cada 2,500 años le ocurre a usted, justo cuando lo necesitaba, no diría: “Esa es una combinación interesante de vientos y mareas” sino que diría “Dios mío. ¡Esto es un milagro!” 
¡Vaya milagro! Ser judío en la tierra de Goshen y salir ileso. ¡Vaya razón la nuestra pretender demostrar las “verdades” mediante milagros. El D’varim nos alerta y nos dice: “Cuídate de esas personas que emplean el milagro para demostrar”. El Ramba’’m lo reitera cuando nos hace saber que los judíos no creyeron en Dios simplemente por haber visto maravillas.
Naturaleza que actúa independientemente o junto con Dios. Fenómenos naturales que ocurren en los momentos oportunos. Todo un conjunto de cosas sobrenaturales nos llevan a lanzar la interrogante: ¿Qué hay detrás de la expresión de Dios?
Daniel Oppenheimer, en su texto Los milagros, aclara: “El milagro, es decir, algo que escapa a lo natural, no es el único fenómeno que los judíos denominan como nes”. Por el contrario, agradecen diariamente tres veces en la Amidá: “ve’al niseja shebejol iom imanu” (por los milagros que suceden diariamente). “Diariamente nos pasan muchas cosas, buenas y malas, pero no nos parecen ser algo fuera de lo natural. Nos referimos pues, en este agradecimiento a Dios a los ‘milagros naturales’ que suceden en cada instante a los que habitualmente denominamos ‘naturaleza’ simplemente porque estamos tan acostumbrados a ellos que nos parece ‘natural’ que ocurran”. 
“Estos milagros y maravillas que acontecen dentro de nuestro cuerpo tal como los distintos sistemas (circulatorio, digestivo, nervioso, respiratorio, reproductivo, etc.) o fuera de él (el cosmos, la fuerza de gravedad, la fotosíntesis, etc.) a los que llamamos naturales, son los que hacen que podamos vivir una vida ‘normal’. Confiamos ciegamente en la constancia de esta naturaleza para todo lo que hacemos. Si la naturaleza no fuese constante y confiable, nos volveríamos absolutamente locos por no poder prever nada”.
Orden y constancia… Un sol que siempre sale por el este y las cosas que soltamos que siempre caen hacia abajo. Milagros en lo ordinario, en el acontecer diario de los hechos y las cosas. ¿Dónde quedó pues el fenómeno de la revelación; de aquello que se muestra ante los ojos del hombre en situaciones y circunstancias extraordinarias rompiendo con las leyes básicas de la lógica y la ciencia elemental? ¿Dónde quedó la afirmación elemental del milagro… algo que se escapa a lo natural?
Cuán aburrida será la vida que deseamos vivir en un mundo no tan real, angustiante y cruel como el nuestro. Cuán vacuo será que anhelamos con insistencia la maravilla. 
Oppenheimer nos recuerda: “Es superior aquel que reconoce al Todopoderoso en la naturaleza cotidiana, que aquel que no cree a menos que le demuestren que esa naturaleza se puede modificar. El desafío está en ‘ver’ a Dios en la naturaleza en nuestro sustento diario y en este mundo ‘di vrá gireuté’ (que creó de acuerdo a Su plan –Kadish).”
¡Vaya suerte la nuestra: esforzarnos por crecer, mejorar las características humanas y observar las leyes para ser cada vez mejor! No me explico entonces ¿para qué suceden los milagros? ¿Para entender la ley de Dios o simplemente para dar muestra de Él?

¿Qué hace que ocurran los milagro?
Luis Büchner en su ensayo Fuerza y materia; estudios populares de historia y filosofía naturales, en el apartado correspondiente a la “Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza” nos dice: “Dondequiera que se encuentren el fuego y el agua, tienen que producir vapores y ejercer éstos sus irresistibles fuerzas sobre todo lo que les rodea. Dondequiera que cae una semilla en la tierra, allí crece; dondequiera que el rayo es atraído, allí cae”. Así, bajo un axioma que se “ha verificado a consecuencia de la necesidad más rigurosa”; con la seguridad de que una “necesidad absoluta e inflexible domina a la materia” nos recuerda a Moleschott: “La ley de la Naturaleza es la expresión más rigurosa de la necesidad”. 
Pues bien, con la rigurosidad de la razón nos habla de leyes eternas e inmutables; de piedras que siempre caen cuando se les arroja, de fuerzas que jamás levantarán la montaña hacia los cielos, de mares que en la vida serán transportados, de hombres y animales que en lo absoluto fueron creados por consideraciones o conveniencias personales. Quizá de ahí que Büchner sentencie con sus postulados anunciando la llegada de la pubertad histórica; ya que su método y su técnica recalcan la superación de la infancia de los pueblos y la muerte de las supersticiones, el desplomo del poder inmenso de los espíritus y de los dioses, cediendo su lugar a “las luces de los pueblos civilizados”.
Y no es sólo él sino todo el clan naturalista: Vogt, Feuerbach, Liebig y el mismo… ¿Lutero? Sí, este último afirma “Sabemos por experiencia que Dios no se mezcla de modo alguno en esta vida terrestre”. ¿Entonces en cuál sería mi pregunta? A lo cual responde el mismo Liebig: “Un espíritu cuyas manifestaciones fuesen independientes de las fuerzas de la Naturaleza no puede existir, porque jamás hombre alguno exento de preocupaciones e iluminado por el estudio de las ciencias ha notado semejantes fenómenos”. Dicha “verdad” científica refuerza aquella idea de Feuerbach que dice: “La Naturaleza no contesta a las quejas ni a los ruegos del hombre, sino que le rechaza inexorablemente a sí mismo”. 
En este cubo axiomático de pronto me pierdo, sobre todo cuando escucho a Vogt decir que “las leyes de la Naturaleza son fuerzas bárbaras, inflexibles y no conocen moral ni benevolencia”. Así, sarcásticamente los cuatro insisten en que ninguna invocación de madre, lágrima de esposa, ni la desesperación de un hijo, pueden quebrantar el orden de las cosas, despertar del sueño a los muertos o liberar al prisionero. Drásticamente la reflexión de Büchner se concreta con lenguaje muy sencillo cuando dice: “¿Cómo sería posible que el orden inmutable en que se mueven las cosas llegara nunca a interrumpirse sin producir un irremediable trastorno en el mundo, sin entregar al universo y a los seres que le puebla a un poder árbitro y desolador, sin admitir que la ciencia toda es puro fárrago, y todas las investigaciones que en la tierra se hacen, inútiles trabajos?”
Y cuando digo que me pierdo lo digo de verdad; porque entre la cadena de leyes naturales que describe Alejandro de Humboldt en su Cosmos, no encuentro ni la entrada ni la salida y mucho menos al minotauro. Tampoco entiendo a Jouvencel y su expresión: “No hay en el universo cualidades ni milagros; lo que hay son fenómenos regidos por leyes”. Y cuando digo no entender no presumo la cavidad cilíndrica ni la métrica cúbica de mis hemisferios cerebrales. Digo no entender por razones que rebasan mi razón y las leyes básicas de mi naturaleza y porque por más que leo a Berceo o al mismo Alfonso X, no encuentro respuesta a las preguntas: ¿son deseables los milagros?, ¿rezamos para ver milagros?, ¿pueden los milagros revelarse ante los ojos del alma?, ¿dónde estaba que no lo había visto antes?

Se calmó el ardor, no sintieron más dolores

  1. 1. BERCEO, Gonzalo de, Los Milagros de Nuestra Señora, Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuantos, México, 1981. 
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  3. 3. GARCÍA GUAL, Carlos,  El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII, Ediciones Akal, Madrid, 1997.
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  10. 10. LLOPIS, José J. y FERRER, Miquel, España. Literaturas castellana, catalana, gallega y vascuence. Historia Universal de la Literatura.  Daimon. Ediciones Daimon, México, 1984. 
  11. 11. PHILLIPS, J. R. S., La expansión medieval de Europa, Fondo de Cultura Económica. México, 1994.
  12. 12. SHUON, Frithjof, Forma y substancia en las religiones. Colección Sophia Perennis, José J. de Olañeta, Editor. Barcelona, España, 1998. 

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