Un signo viviente es lo que somos; señal pura en movimiento. Animal objetual que cuenta historias; una sarta de palabras –afirmaba Pedro Salinas; representación de lo que es y de lo que creemos que somos. ¿Qué es entonces aquello que llamamos hombre? “Una gran pregunta” solía responderse Heidegger; y a esa cuestión, pretendemos darle hoy una salida.
Vida y muerte; ese binomio indestructible, aparentemente indestructible, que ha seguido a nuestra especie a lo largo de la evolución, nos ha llevado a construir los más altos y profundos edificios; en su nombre, hemos silueteado las más sencillas y complejas tesis filosóficas intentando así abstraer del universo nuestra esencia para reducir a una etiqueta nuestro ser. En virtud de este dualismo impertinente, que ocurre cuando nadie jamás lo llama y lo planea, dimos forma al hombre mismo desde su formación molecular, su paso como protosimio y los estadios intermedios a la celebración del sapiens sapiens.
Vida y muerte, unidades ontológicas que en su amanecer generaron mil preguntas, mil señales, mil dibujos, mil sonidos, mil palabras, mil historias, mil libros, mil culturas; hoy, con los avances en biotecnología, genética, cibernética y tecnologías de información requieren un replanteamiento.
La pregunta por el hombre, cobra más vigencia que nunca. Dimensionar nuestra naturaleza, más allá del tiempo y del espacio, de la vida y de la muerte, es una necesidad –que desgraciadamente, por adjetivo, moda, temporalidad y evolución médica, ya no podemos llamar vital.
En un milenio en el que la vida está por sobrepasar al promedio natural permitido; en el que muy pronto dejará de ser una fantasía, la experimentación de expresiones sensoriales multiespecies en un mismo cuerpo; en el que la muerte no será más la preocupación, sino si gozamos de una economía sana para sustituir un mal órgano o remplazar un tejido cancerígeno.
Cuando esas horas lleguen a tocar a nuestra puerta, ¿qué preguntas lanzaremos a los vientos? ¿Qué rol emprenderán los seres que al aniquilar la idea de Dios, también acabaron con la de hombre? ¿Cuál será la paradoja que anime nuestra esencia conceptual tripartita (cuerpo, alma y espíritu)? En sí, ¿qué será del hombre cuando los límites base que dieron razón de ser a todas sus cosmogonías, teologías, filosofías, culturas, manifestaciones rituales y expresiones “humanas”… ya no necesiten ser pensadas? ¿Dónde centrará sus ojos y con qué tipo de visión deberá enfocar el ser humano la pregunta por el ser?
Desconcertante… y desconcertado hoy me encuentro en esta crisis por la humanidad, donde identifico, efectivamente, una maquinaria existencial fascinante y especial lanzada a la deriva…
…Y cuando digo a la deriva, la ubico, literalmente, flotando en un mar de incertidumbre, desplazándose por el cosmos, perdida y enredada en las olas mismas del lenguaje; quizá, lo único que le queda como vestigio de esa totalidad que alguna vez fue.
Aspirando a la totalidad
Ese océano sin límites que alguna vez gozó con la idea de infinitud, de eternidad, está por entrar a un tercer nivel evolutivo que será punto intermedio y transitorio hacia la construcción de un universo completamente inimaginable. En esta escalera del homínido, del sapiens sapiens, del inter entem, y todo lo que en su esfera existencial se comprende, debemos mantener como punto central y de partida la herencia filosófica cartesiana: el hombre mismo.
Este trabajo que se anuncia en su metodología como una arqueología simbólica, nace de un intento por construir una teoría sistémica, holística e incluyente alrededor de la literatura. Lo que aspiraba ser una propuesta teórica unificadora de las humanidades, busca ser ahora, una antropología literaria; una totalidad que sirva como modelo, metodología y herramienta para entender el punto presente en el que nos encontramos como especie.
Al igual que ocurre en la ciencia, para explicar el tiempo y el espacio, a través del cono de luz pasado y el cono de luz futuro, podemos intentar hacer prospectiva social y filosófica; para ello hay que visualizar y ubicar en la región interior dentro de nuestro cono de evolución pasada todos los sucesos que pudieron, en principio, haber afectado a nuestro hombre.
Así, nuestro hombre presente, es el conjunto de todos los sucesos que en un principio pudieron afectarlo. Si tan sólo pudiéramos conocer lo que sucedió en un instante particular en todos los lugares de la región del espacio que cae dentro del cono de evolución pasada identificando su línea de desplazamiento, podríamos predecir lo que sucederá en nuestro cono de evolución futura.
A la sombra de esta tesis y traspolándola a las ciencias sociales, me di a la tarea de buscar algún punto que pudiera marcar la carrera evolutiva de nuestro hombre. Y aquello, que creo que nos define y me permite identificar en gran medida lo que somos, es la manifestación simbólica.
Somos lenguaje, diálogo, dinamismo, relación, espíritu pensante, conciencia moral; somos pensantes, pensados; simbolizantes, simbolizados; somos… y ya el verbo ser implica significado; es decir, algo que es, algo representado y algo a lo que representa. Somos, directa e indirectamente un símbolo.
Pero, ¿en qué momento de la evolución se gestó la revolución simbólica que dio pie a nuestra especie?, ¿cómo llegamos a la reducción del universo, su abstracción, asimilación y entendimiento, expresión y vivencia?, ¿qué relación metafísica existe entre la realidad, lo pensado y los conceptos?, ¿cómo logramos generar y madurar formas tan complejas de semantización y simbolización?
El mismo Ebner escribió: “A impulsos del amor debe brotar la palabra en el hombre. El amor debe llevar la palabra en su camino del yo al tú. Sólo en el amor, por el que el yo sale de su reclusión interna y se abre al tú, puede la palabra ser fructífera y crear vida espiritual en el hombre al que es dicha”.
Bondad, verdad… algo más hay en el yo, que da razón a todos los significados. Algo que a la fecha no hemos podido comprender y que en el fondo se mantiene como dice Martín Buber: “persistente y duradero”
En el principio fue el Verbo: un orden, un sentido, una palabra. Lo nombrado, aquello que se distingue del ser-cosa; lo que se experimenta como algo que se hace a sí mismo al nombrarse, al nombrar y ser nombrado.
Ser en el mundo, estar en el mundo, ser para otros, ser con los otros… rebasan al acontecer. Somos don que se da; entrega que se desenvuelve en la relación social; en todo aquello que se expresa, se piensa y se significa. Nuestro ontos es un logo; un symbolon. Somos señal y marca, algo que representa otra cosa, que servimos para identificación; somos aquello que echa junto, que reúne, que contribuye, que compara…
Somos… algo que permite verificar la existencia de otro algo muy semejante a nosotros.