Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Pensar en Dios para
tocar el mundo; partir de lo absoluto para ir
penetrando en su espíritu y llegar a la esencia de las cosas. ¿Hacía qué
extraños senderos nos mueve Hegel a lo largo del prólogo de su obra, La
fenomenología del espíritu? La
complejidad racional del ensayo y sus elucubraciones conceptuales, nos llevan,
más que a la elaboración de una reflexión global del texto, a retomar algunos
puntos para establecer nuestro marco de reflexión.
En términos generales, entenderíamos el prólogo como
una descripción general de una metodología para poder realizar una
fenomenología de la verdad. El mismo Hegel denomina a esta verdad, como un
sistema científico, lo que comprendería el ver a la filosofía como medio y fin
para llegar a ella. El mismo Hegel nos dice que la filosofía existe en lo
universal y lleva dentro de sí lo particular y que expresa la esencia perfecta.
Captar
dicha esencia nos llevaría a concebir a la filosofía como un sistema en cuya
esencia está inscrito lo absoluto y sólo puede percibirse por lo particular.
¿Pero es acaso este sistema, una ciencia o una expresión bohemia de la
realidad? Para hablar de un sistema es necesario visualizar, modelar y
concretar sus componentes; determinar qué tipo de relaciones se mantienen entre
ellos; y cuáles son sus modos de regulación, comunicación y retroalimentación.
En su
modelo percibimos agentes como lo absoluto y el sujeto y subsistemas como la
conciencia, la intuición, el saber inmediato y el sentimiento interactuando con
lo teológico, lo estética, lo psicológico, lo axiológico y lo pragmático.
Aunado
a ello, encontramos un meta-sistema ubicado no fuera del sistema sino grabado
en su misma naturaleza; este es denominado: El espíritu. Este espíritu que
parece ser la esencia de las cosas se implante en el sentimiento y se busca por
lo intelectivo.
No
obstante Hegel nos dice que: “Lo bello, lo sagrado, lo eterno, la religión y el
amor son el cebo que se ofrece para morder en el anzuelo; la actitud y el
progresivo despliegue de la riqueza de la sustancia no debe buscarse en el
concepto, sino en el éxtasis, no en la fría necesidad progresiva de la cosa,
sino en la llama del entusiasmo”[1].
Cierto
misticismo es lo que se desprende de esta cita, lo que nos lleva a pensar que
la captación de la verdad, la esencia de la cosa o el espíritu del mundo no es
otra cosa que una revelación, un desplante iniciático que permite dar cuenta de
lo supremo fuera de él mismo pero a su vez, dentro del universo que lo
controla.
De ahí
que suene connatural al hombre la búsqueda de lo infinito y lo divino como
sustancia y sentido del mundo. Sin
embargo, el mismo Hegel detecta que en el mundo actual, el hombre se ha perdido
en su búsqueda y el espíritu se le revela al hombre no para dar sentido al
hombre sino sólo como fuente de esperanza: “El espíritu se revela tan pobre,
que, como el peregrino en el desierto, parece suspirar tan sólo por una gota de
agua, por el tenue sentimiento de lo divino en general, que necesita para
confrontarse”[2].
Hegel
no está convencido de que sea la ciencia pura la que pueda llevar al hombre a
recobrar el sentido del mundo, pero tampoco quiere afirmar que sea la filosofía
sea quien deba colgarse el escapulario.
Pareciera
que su propuesta está en la creación de una fenomenología, es decir, la
introspección que lleve al desarrollo de una conciencia que capte lo absoluto y
lo materialice como la ciencia de lo particular.
Así,
la verdad debe ser captada como sustancia y como sujeto. Esto que pareciera una
sintaxis o la gramática de lo absoluto, también conlleva una pragmática y una
semántica.
Hegel
nos dice, cuando nos explica su sistema: “Lo verdadero es el todo. Pero el todo
es solamente la esencia que se completa mediante su desarrollo. De lo absoluto
hay que decir que es esencialmente resultado, que sólo al fin es lo que es en
verdad, y en ello precisamente estriba su naturaleza, que es la de ser real,
sujeto o devenir de sí mismo”[3].
¿Qué
es lo real, qué es lo verdadero y cuál es su diferencia? Hegel nos responde:
“Sólo lo espiritual es lo real; es la
esencia o el ser en sí, lo que se mantiene y lo determinado –el ser otro
y el ser para sí- y lo que permanece
en sí mismo en esta determinabilidad o en su ser fuera de sí o es en y para sí
[…]. El espíritu que se sabe desarrollado así como espíritu es la ciencia. Ésta
es la realidad de ese espíritu y el reino que el espíritu se construye en su
propio elemento”.[4]
Todo
sistema cuenta con un modo de autorregulación y alimentación; Hegel lo ubica en
el devenir, en la acción e interacción entre la ciencia y la conciencia, entre
el saber y la certeza. El devenir de la ciencia es la materia de su
fenomenología.
La
aparición del individuo como un nuevo agente o actor, donde se materializa y
concretiza lo dado, nos lleva a proyectar el mismo sistema hacia el interior
del mismo, como si existiera un macro y un micro sistema. Ahora ya no habla de
ciencia sino de lógica, ya no habla de sujeto sino de individuo, ya no menciona
al objeto sino del mundo.
El
conocimiento pasa a ser filosófico y nos habla en términos de lo verdadero y lo
falso, de lo negativo y lo positivo. Este maniquismo del saber ¿qué pretende en
realidad y más cuando distingue entre un conocimiento histórico y uno matemático
que podrían tener formas distintas de construir y demostrar, cuyos medios y
fines son completamente diferentes entre sí?
La
filosofía busca la esencia, lo esencial, lo real, lo que se pone a sí mismo y
vive en sí, el ser allí en su concepto.
Por
eso insisto que la fenomenología del espíritu como toda gramática concluye y se
renueva en su significación; en el concepto, en la esencia de la cosa y no en
su referente, sino en lo referido. Toda fenomenología es hermenéutica del
espíritu, es comprensión de lo interpretado y captación de lo verdadero. La
revelación que no llega al hombre común vía, simplemente en la experiencia o en
el conocimiento, está ahora en la introspección fenomenológica; en el dotar de
sentido y contenido, lo que simplemente parecía un nombre. Pues como dice
Hegel: “lo importante no era dejar lo mejor recatado en el fondo del corazón,
sino sacarlo de ese pozo a la luz del día”[5].