Búscame en otros días - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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viernes, 18 de abril de 2014

Búscame en otros días

Señales evidentes de un hombre nuevo en los “Cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer

Jorge Alberto Hidalgo Toledo


Búscame en otros días; en aquellos días en que Inglaterra sube y cae; en las cortes y caballerías de Eduardo III, en esas vidas llenas de brillantez, de torneos y festividades; en sus victorias militares en Crécy y en Poitiers; en sus etiquetas e ideas refinadas; en sus seis epidemias de peste negra y la transformación económica que dejó la muerte de su mano de obra agrícola; en los reveses que sufrió el ejército en Francia y la animosidad creciente a la corona. Búscame en aquellos días en que la miseria de los humildes, la corrupción de la Iglesia, la ambición de los señores hacen que retroceda el francés y se abran paso las lenguas indígenas; y entre esas voces, en el corazón mismo de la corte, en el seno hinchado de la burguesía, entre los favoritos del rey, ubica nuestra voz; el timbre mismo de los que gozaron de los frutos de un espíritu crítico, realista, incómodo ante un feudalismo conservador y sus códigos caballerescos que se sostenían de símbolos artificiales. Ahí, en esos días, se escribe nuestra historia; la épica de muchos hombres, la gesta de muchos corazones, la fábula de un sólo narrador: Geoffrey Chaucer.

Ubica en esos días a nuestro contador de historias, a quien se ganara en 1368 el título de “esquire of lesse degree[1]” por distraer con viola en mano a los señores de Láncaster. Ese, el coral de nuestro cuento, fue importante en su reino: participó en misiones en Génova; Ricardo II, confiando en él, lo envió a Milán como miembro del séquito de Sir Eduardo de Berkeley; lo nombró inspector de los derechos y subsidios de las lanas, pieles y cueros del puerto de Londres; acompañó al Conde de Salisbury a negociar el matrimonio de su rey con la hija de Carlos V; traduce la Roman de la Rose; imita a Boccaccio, elogia a Dante, conoce a Petrarca y se fascina con Ovidio; y cae como muchos en desgracia cuando su esposa muere en 1387 y fue privado de su cargo y su pensión al aprovechar el duque de Gloucester la ausencia de Juan de Gante…
Ahí, con el corazón desplomado y sin más fortuna alguna que dedicar sus días a la lectura y a las letras, escribe nuestra historia; una partida literaria que nace en el peregrinaje, en la memoria de quien observó las costumbres y la psicología de los artesanos, los negociantes, los molineros, los clérigos… La gente común. En ese recorrer el alma humana hace una pausa y en 1387, da con el centro, con el hilo conductor de su cortejo de gentes y los ubica camino al santuario donde yacen los restos del arzobispo Tomás Becket, mejor conocido como Santo Tomás de Canterbury.
Desde ahí, construye su imperio literario y nos deja los restos humanos de una generación de hombres que se descomponen entre la malicia, el fraude, la inteligencia invertida, la indulgencia y el perdón… Uno a uno los hace apostar teniendo como única arma su palabra y su poder generador. Un hombre, un sólo hombre será el incitador, crítico, denunciante y admirador de las mejores historias: un hostelero que logra convencer a 30 peregrinos (un caballero, su hijo, el escudero y asistente, un molinero, un carpintero, un cocinero, un magistrado, un marinero, una priora, el poeta, un monje, un médico, un bulero, una mujer de Bath, un fraile mendicante, un alguacil, un clérigo estudiante, un mercader, tres sacerdotes, un hacendado, una monja de oratorio, un párroco, un tejedor, un tapicero, un tintorero, un administrador de un colegio y un criado del canónigo) de que narren 2 cuentos de ida y 2 de vuelta. El ganador y contador de la mejor historia se llevará una cena en la posada del Tabardo, en un suburbio de Londres.
Sin embargo, esta Summa antropolexicogenética boceteó tan sólo nueve fragmentos con veintiún cuentos completos y tres incompletos. Estas son las voces de Chaucer y sus decires; sus angustias, temores y alegrías. La picardía, la parodia y el consuelo de que sólo las letras nos hacen mejor…
Y abre su historia con un prólogo cargado de astrología, de referencias celestes y retratos de hombres mundanos, pero a su vez complejos, como las constelaciones mismas que emplea para justificar su aquí y ahora; nos habla de un caballero digno y gallardo como aquellos días de caballería literaria que habrá de criticar; de su hijo y su escudero, de su arquero, entendidos en el cabalgar y en el amor; de la priora que nunca juraba y que comía con gracia y presencia entonada en los modos cortesanos; del monje visitador de su Orden aplicado a las nuevas maneras del mundo; del fraile mendicante que conocía todas las tabernas de las ciudades; del mercader de barba truncada que miraba con el rabo del ojo siempre el aumento de sus ganancias; del estudiante de Oxford amante de los verbos de Aristóteles y las inflexiones de la filosofía; del prudente y sabio jurista conocedor de la justicia por memoria; del hacendado barba blanca degustador de vinos por la mañana; del lencero y carpintero, del tejedor, del tintorero y tapicero representantes de sus gremios; del marino conocedor del Finisterre y su barco Magdalena; del doctor en física conocedor de astros y los influjos de las horas; de la viuda de Bath, cuestionadora del amor, el matrimonio y la virginidad; del pobre párroco que encaminaba a su grey con el ejemplo; de su hermano, un labrador, que amaba a Dios por encima de su gente; de un mayordomo cretino y colérico diestro en calcular; un molinero roba trigo; un alguacil eclesiástico cargado en granos faciales y palabras en latín; un bulero de Roncesvalles vendedor de indulgencias y portador de reliquias; un administrador de colegio más sabio que sus educandos; un hostelero que sabiendo que las palabras son primas de los hechos, los ha puesto a competir.

¿A dónde van las palabras que compiten sino es que al corazón mismo del hombre, a convertirse en lección de virtudes y evocadoras de una nueva moral?
Son los Cuentos de Canterbury la descripción de personajes y situaciones, de un tiempo físico y espacial, de una astrología que da forma al lugar, la región y la habitación donde cada personaje se hace hombre física, psicológica, moral y socialmente. Cada uno justifica su narración y describe lo que en voz del hostelero debe ser placentero e instructivo.
Así nos abre la puerta de un universo que flota entre el Medievo y el Renacimiento y toma como cancerbero a un Caballero, quien empapado del furor clásico del siglo XII, retoma el humanismo mìtico de los griegos para hablarnos del destino, de la muerte, la traición, de los esclavos, los prisioneros y la liberación. Un antiguo citando a los antiguos, contando la historia de Teseo y sus bodas con Hipólita y cómo éste al regresar a Atenas después de luchar contra las amazonas encuentra a sus mujeres enlutadas y le cuentan cómo fueron ultrajadas impidiendo que sus maridos sean sepultados y sus cuerpos sean desgarrados por los canes. Teseo, quien diera muerte al Minotauro, jura venganza y combate contra Creón, tirano de Tebas. Dos mancebos sobreviven, Arcites y Palamón a quienes toma por rehenes y los deja por años en una prisión oscura desde la que ven a Emilia paseando por el jardín. Se enamoran y comienzan los conflictos. A Arcites, le dan la libertad y lo expulsan del reino. Cambia de identidad y se vuelve fiel a Teseo quien llega a quererlo bien. Un día se encuentra en el bosque con su hermano y luchan por el amor de Emilia. El destino que los ha vuelto a unir los hace combatir por ella y su batalla se extiende al cielo. Gana Arcites pero muere quedándose al final Emilia con Palamón. Particularmente en este cuento, Chaucer reflexiona sobre la muerte, el destino y el amor, y la naturaleza de los dioses y cómo mueven los hilos que dan forma a los hombres.
En los cuentos posteriores, encontramos al molinero que cuenta la historia de un carpintero que fue engañado por un estudiante quien le hizo creer que se acercaba un nuevo diluvio para engañarlo con su esposa. En éste ensaya sobre la superioridad y la astucia de quien se prepara académicamente, incluso para el engaño y de quien mal cuida lo que tanto cela.
En el cuento del mayordomo nos muestra a un molinero fanfarrón que a todos engañaba robándoles el trigo como el agua. Un día un administrador de colegio pide a dos de sus estudiantes que vayan a moler el grano pero que se cuiden de ser robados. Los mismos, arman un gran plan pero al final son burlados por el molinero que suelta su caballo para que descuiden ellos el encargo. En venganza piden asilo y en la noche engañan al molinero con su mujer y su hija y recuperen su harina. Admirable comedia de enredos, examplum de la deshonra y el deshonrado, que como dice el mismo Chaucer: “A pícaro, pícaro y medio[2]
El cuento del cocinero, breve, incompleto, pero aleccionador, cuenta la historia del Jaranero Perkin, un aprendiz que todo lo jugaba a los dados. Sobre la honradez y el daño que hace tener una manzana podrida en la cocina es la moraleja de tan corta historia.
El cuento del magistrado es de una belleza sublime; en él nos narra la historia de la hija de un emperador de Roma que sufrirá la herejía del sultán de Siria, quien sólo de oídas se enamora de ella y renuncia a su fe por amor. Severa es la crítica a los infieles y la condena tortuosa de quien acepta, aún llegada la conversión, acercarse a los que practican las enseñanzas de Mahoma. La romana sobrevive a la masacre organizada por la madre del infiel y es desterrada; en una barca flota por los mares hasta que llega a un país donde los cristianos temen reunirse para practicar su culto. Constanza es perseguida por Satanás y es acusada del asesinato de la esposa del guarda que le dio asilo. El rey Alla, quien la juzgará y condenará al verdadero asesino, se apiada de ella, se enamora y se casa con tan noble doncella. Su madre, Doneguilda, quien se opuso a que su hijo se casara con una extranjera, elabora un plan y la arroja de su país, pero el destino grato, que siempre arropa a los que se someten a la “gloria de la Cristiandad”, reunió nuevamente a Constanza con Alla y su hijo Mauricio fue hecho emperador por el Papa y aportó mucha gloria a la Santa Iglesia. Aquí nos pregunta Chaucer: ¿cuánto cuesta la felicidad humana y cuánto dura lo que se somete al tiempo de esta tierra? No hay respuesta clara, sólo una bella historia que anuncia la forma como se las juegan los que temen que en Europa se pierda la fe.

Y brinca pues al cuento del marinero, donde un mercader que se presume sabio se hace amigo de un monje que terminará engañándolo a él y a su mujer pidiendo un préstamo que utilizará para que la señora tenga placer con él y la paga la use para comprarse los vestidos que el marido no ha querido comprar. La mezquindad del monje y la naturaleza infiel de la mujer se pondrán sobre la mesa cuando reflexione con nosotros sobre el costo de los lujos mundanos y cómo se terminan cerrando, los círculos que comienzan con engaños.
En el cuento de la priora se retoma un milagro de la época y se explota a toda costa el antisemitismo cuando nos cuenta la historia de un niño que es muerto por los judíos porque cantaba el Alma Redemptoris. Jesús, para castigar a los que ofendieron a quien a su madre loaba, le confesó a la madre el paradero de su hijo y quiénes le dieron muerte. Así, hicieron matar a todos los judíos que conocían el asesinato. El niño fue sepultado y en su lecho cantaba: O Alma Redemptoris mater! Pues la Virgen había depositado en su lengua un grano de trigo para protegerle. Además de la condena antijudía está en este cuento presente el valor redentor de la figura creada en el medioevo, la Madre intercesora, que acerca a los hombre a Cristo y allega lo sublime a lo terreno cuando a ella se le pide intervención. Vestigios de Alfonso el Sabio, Berceo y el mismo Conde Lucanor.
El cuento de Don Thopas es otro de los pasajes incompletos; una narración fantástica de un caballero que sueña que la reina de las hadas habría de ser su amante; así sale a buscarle y tendrá que pelear contra gigantes…
Antes de dar inicio al cuento de Melibeo, explica brevemente la interrupción donde lo maravilloso ya no cabe en los terrenos donde la pasión de Jesucristo, los romances y las historias de enseñanza sí tienen lugar. Ahí nos hablará de Melibeo, Prudencia y su hija Sofía quienes fueron maltratadas por tres de sus enemigos. Melibeo reúne a muchos hombres y pide consejos. Este cuento de una profundidad y una didáctica soberbia enseña cómo pedir consejas, a quiénes y qué hacer con ellos. Prudencia, su mujer, se monta en las glorias de Salomón y nos remite a lo más sublime del ejercicio racional de su época. Vaya manejo de la lógica la que emplea Prudencia y Chaucer para bienaventurar a los sabios de su tiempo.
El cuento del monje habla de las tragedias, las caídas y la miseria de los que cuelgan sus glorias en la fortuna partiendo del rey de falsos reyes, Lucifer, pasando por Adán, Sansón, Hércules, Nabucodonosor,  Baltasar, Zenobia, Pedro de España, Pedro de Chipre, Barnabo de Lombardía, Hugolino de Pisa, Nerón, Holofernes, Antíoco, Alejandro, Julio César y el mismo Creso.
El cuento del capellán de monjas retoma la fábula y cuenta la historia de una viuda y hace del cuento una Matrushka –historia dentro de historia- para versar sobre el peso de los sueños, y usa a un gallo para ello, y luego a Macrobio y a Creso y a Andrómaca. Y nos saca de lo onírico para cerrar con el engañador y el engañado; un gallo que escapa de las fauces de un zorro imprudente como él.
El cuento del médico, en el que nos adoctrina sobre la moral femenina, expone a la hija de Virginio quien enloquece con su belleza a un magistrado quien a toda costa quiere apoderarse de su doncellez; el padre le pide la muerte antes que la deshonra y ella fiel al valor de su virginidad, da muerte para que Dios la dé a los gusanos cuya conciencia los refugia en la mala vida.

En el cuento del bulero condena los pecados y enlista los males del hombre: la embriaguez, la glotonería, los excesos, los juegos de azar y cómo quien se entrega a lo que las escrituras prohíben acaban sin digna sepultura. Así tres hombres que pretenden retar a la muerte, por la muerte son vencidos.
El cuento de la mujer de Bath, gentilmente arremete contra el matrimonio y la virginidad; sin prólogo alguno como es su costumbre, Chaucer se mueve en terreno ambiguo y concluye con una historia aleccionadora sobre la fealdad y la vejez como guardianes de la castidad; un caballero que en los tiempos del rey Arturo ultraja a una doncella y para salvar su propia cabeza tiene que buscar en un lapso de un año, qué es lo que más desean las mujeres.
El cuento del fraile, con maestría escolástica explora la naturaleza del demonio y sus formas de proceder; con la fuerza moral de un exampla piadoso, nos narra los procederes del alguacil y su ayudante que sin temor alguno a Dios, robaba a todos cuanto podía; cierto día el ayudante se topó con un guardabosques con el que juró hermandad a cambio de compartir ambos sus secretos. Su corazón enegrecido no se turbó en lo más mínimo al saber que su compinche era el mismo diablo quien en una de las suyas lo llevó hasta el mismo infierno, lejana morada de los que a las espaldas del mismo Jesús arremeten contra el inocente.
El cuento del alguacil, es de una gracia hedonista; en él se narra con ventura escatológica la naturaleza corrompida de los monjes y los frailes, quienes predican una cosa distinta a la que cumplen. En él, un fraile de York visita a su amigo Tomás quien se encuentra en el lecho enfermo y al que quiere despojar de sus bienes para que sean usados para la construcción de una iglesia. Tomás, ingenioso y viendo en él fraile a un hipócrita, le pide que busque en su espalda lo que el fraile creerá será un majestuoso botín.

Por su parte, el cuento del estudiante, raya en el amor piadoso y benevolente.  Para ello se toma un marqués de ilustres antepasados al que quiere su pueblo casar. Él, amante de la vida libre accede hacerlo pero con la mujer crea pertinente. Así encuentra a la bella, pura y casta Griselida quien al ser escogida por el rey y advertida de que hará cumplir su voluntad a toda costa se desposa con él. Varias serán las pruebas que le pondrá el marqué a Griselida venciendo al final su nobleza y honradez. Paciente como Job y piadosa como Abraham, Griselida marca el rol fino y cortés que quiere forjar Chaucer en sus contemporáneas.
En el cuento del mercader, nuevamente ensaya sobre el matrimonio, sus bondades y pesares. En la figura de un noble y anciano caballero de Pavía, reflexiona sobre la importancia de tomar mujer joven y bella para sacralizar lo que resta de su vida. Imágenes bellas y aleccionadoras son las que encontramos en este pasaje en el que con teologal maestría justifica el nuevo sacramento inventado por la iglesia siglos antes de Chaucer, aunque también explora las artimañas de las que se vale la mujer para ser infiel al marido.
El tercero de los cuentos incompletos se hace manifiesto en el pasaje narrado por el escudero; en él cuenta a medias la celebración de los veinte años de Canacea, hija del noble rey tártaro Cambinskan, y los obsequios que le son dados por un caballero enviado por el rey de Arabia y de la India. Entre los presentes se encuentran un caballo de bronce mecánico, un espejo para ver la adversidad y un anillo que le permitirá entender a toda ave que vuele bajo el cielo. Por éste último conocerá los pesares de un halcón que llega herido hasta su jardín.
Una vez más el tema del matrimonio, la fidelidad y la castidad se hacen patentes en el adoctrinamiento narrativo de Chaucer, pero con una nueva variante, la incorporación de la magia como ciencia prohibida. El cuento del hacendado, tomará como pretexto la historia de una gran dama, Dorigena y su esposo Arverago quien ansiaba regresar con su mujer. Ella sufría todos los días en su Bretaña por su ausencia. Aurelio quien se encontraba de Dorigena enamorado, pidió su corazón y esta, desde la altura de quien así mismo y por Dios se llama fiel, dijo que sería suyo el día que todas las rocas infernales fueran borradas de Bretaña. Así Aurelio, apoyado por su hermano visitarán a un Mago en Orleáns quien los apoyará a cumplir su fin. Dorigena, quien consideraba imposible la petición hecha a Aurelio, confiesa al regreso de su marido Arverago lo ocurrido y cierta virtuosamente, la apuesta celebrada.
Santidad, virginidad e inmaculada belleza es lo que hay en el cuento de la segunda monja, quien narra la vida de Santa Cecilia y cómo logró ésta alcanzar su beatitud. Lo milagroso se extiende por todo el texto dejando ver su preocupación por enunciar la heroicidad de los que practican la fe verdadera. No cabe duda que el recurso didáctico del cuento sirvió a Chaucer para potenciar la mística cristiana.

Denuncia y dominio del oficio es lo que se vislumbra en el cuento del criado del canónigo, en el que a través del criado nos hablará de la alquimia y los modos en que se las gastan los que se mueven entre esta disciplina. Un final desencantado de la filosofía y la ciencia filosofal con moraleja y sentencia contra los que quieren pasar su vida transmutando.
El cuento del administrador de colegio, retomará el espíritu clásico y en la persona de Febo, contará la historia de su cuervo y de su esposa y de cómo a ambos quería. El cuervo que era blanco como la nieve había aprendido hablar como un papagayo hasta que un día después de ver a la mujer de Febo engañarlo cantó Cucú y tras escuchar Febo la traición de cuervo le arrancó todas las plumas blancas y lo volvió negro. Gran enseñanza sobre la virtud del silencio y la prudencia la que está cargada a su vez de grandes enseñanzas de Salomón y Séneca.
Para cerrar el incompleto glosario de almas sajonas está el cuento del párroco, en el que culminará sermoneando, citando a San Ambrosio, San Gregorio y Agustín, entre muchos otros, para mostrarnos el dominio que tiene de los evangelios y de los pecados de los hombres. Los siete pecados capitales tendrán un lugar particular así como sus remedios. La confesión, la contrición, la limosna, la caridad y las penas corporales serán parte de las prácticas propuestas como remuneración y así alcanzar las bienaventuranzas del cielo.
Así, Chaucer nos introduce al alma humana. Con reflexiones profundas y pasajes bellos en figuras, costumbres y personalidades, se adentra en el corazón del hombre mismo. En las entrañas de un hombre que se revela ante un nuevo mundo, ante un horizonte florido que raya entre lo moralizador y lo pagano. Lo sacro y lo mundano se hacen sombra y hablan de tiempos nuevos, de un renacimiento que se viene preparando desde el siglo XII y esas temáticas completamente nuevas en su enfoque.
El hombre de Chaucer, es anticipo a la modernidad, pero también es el cordero que habrá de sacrificarse para gloria del hombre mismo. Veamos dónde se preparó la caída del medievo y cuántas historias previas se enlutaron para que nuestro héroe tuviera tela para tejer.


La región más miserable de este cuerpo
Para ubicar las aguas que llenaron el corazón de nuestro hombre y determinar los ecos de donde habrá de tomar las voces que usó para construir su obra literaria, más que hablar del mismo Chaucer, habría que situarnos algunos siglos antes, cuando el “escenario del mundo se agranda y la figura del extranjero invade el espacio más próximo[3]”; cuando hablar de imperios y cristiandad es mismo tema; cuando ya no es posible hablar de un mundo unitario, homogéneo y cerrado; cuando las ideas, los pueblos, las maneras de vivir y de sentir conforman identidades nacionales, cuando surgen y se desarrollan nuevas clases sociales: “nobles y clérigos, campesinos, gentes de negocio que se ocupan de los intercambios comerciales, comentadores y copistas, creadores de ciencia y multiplicadores del saber[4]”; cuando las nuevas formas de pensar revolucionan la moral que media el mundo y las premisas sobre las que se articuló todo el pensamiento humano que veremos en la obra de Chaucer.


Esos años de leyenda son los mismos que vieron el descubrimiento de la tradición griega en el siglo XII; la concentración de la cultura entorno a los monasterios y a las escuelas, permitiendo una ruptura entre la elite y el mundo laico lo que “precipitó la escisión entre las lenguas vulgares, vivas, orales y el latín, lengua erudita, escolar, reservada a una elite; donde sólo los que habían aprendido esta lengua en las escuelas podían acceder a la cultura escrita[5]”. Aquellos son los años que siguieron a la muerte de Hugo en Cluny cuando se censaron más de 1,184 monasterios que iban desde Francia, Alemania, Suiza, Lombardía, España e Inglaterra; mismos que impulsaron una cristiandad homogénea con sus fuertes cargas religiosas y morales. Son los días pasados de Pedro el Venerable y San Bernardo, quien impuso un rostro austero en la abadía de Cîteaux buscando que su congregación mantuviera una tradición de simplicidad y desnudez. Aquellos son los días de los “feudos religiosos y los archipiélagos privilegiados[6]”; y la proliferación de catedrales como la de Saint-Étienne de Sens, Noyon, Lisieux, Soissons, Senlis, Laon, Notre-Dame, Colonia y la de Durham en Inglaterra y las grandes construcciones intelectuales de Chartres, Reims, Amiens y Beauvais.
         En el centro de las nuevas sedes litúrgicas se consolidará el poder sociopolítico y cultural de la autoridad obispal y se congregarán multitudes; las casas del pueblo renovarán la salud moral de la vida de los parroquianos. El bien espiritual será resguardado en esos días por un cabildo que aseguraba la regularidad de la oración canónica, aunque también por las escuelas catedralicias y bibliotecas. En esos años de conversión y reconquista, florecerán los nombres de Domingo de Guzmán y su comunidad de predicadores consagrados al estudio y la proclamación de la verdad; y del papa Inocencio III, quien reaccionaba duramente contra los albigenses (o cátaros). 
En ese espacio, surgirá el primer monasterio femenino en Prouille, cerca de Faujeaux. El espíritu de la pobreza mendicante -preocupado por la difusión de la fe y el reformar las costumbres- bañará a Francisco de Asís y a su amiga Clara, fundadores de la Orden de las Damas Pobres y la Orden Tercera. Así, la imagen del martirio, el eremitismo y el cenobitismo, se convertirán nuevamente, en modelo de imitación para romper con “las fuerzas del mal que actúan en un mundo negado a todo reconocimiento de la verdad religiosa y moral[7]” y crearán un movimiento de vuelta al mundo que imperó en el siglo XIII: las órdenes mendicantes.
         Sus votos de pobreza, castidad y obediencia, contradicen las ansias de dinero, goce y poder que dan cimiento a esa civilización gobernada por la lógica de lo económico; sin embargo, la fuerza de su fe se mantendrá viva hasta la construcción del espíritu humanista del siglo XVI y entrará en conflicto con la recién creada Universidad de París (1250) por el apoyo que las órdenes recibían de Roma.
         Así, estos hombres que circulan entre los hombres sin vivir como ellos, darán testimonio de un nuevo espíritu que está por superar el dualismo de lo político y lo religioso: la cristiandad.
         Con ello vale la pena mencionar que en esas tierras se verán la confusión que trajo la cuarta Cruzada y la toma de Constantinopla para la constitución de un “Imperio latino[8]”; la celebración del IV Concilio de Letrán (1215) y la decisión de emprender una quinta Cruzada que terminó en humillación y derrota en El Cairo; la entrada en Jerusalén de Federico II, quien guerreara en Siria y pactara en Jaffa con Malik-al-Kamil (1229); y la participación de Luis IX, rey de Francia, en las dos últimas Cruzadas (1224 y 1263) proclamadas por los papas Inocencio IV y Urbano IV.
       
  La presencia occidental en Oriente Medio, la miseria, la crueldad y la intolerancia trajeron consigo, contradictoriamente, la apertura de espacios económicos nuevos; intercambios mercantiles y culturales que ya se habían dejado ver en la seducción musulmana que penetró en el corazón mismo del Occidente cristiano cuando llegaron los árabes a España.
Piedad, sacrificio, son conceptos labrados en el espíritu de la época; a lo cual contribuyeron hábilmente predicadores e intelectuales que escribieron, para finales del siglo XIII y el primer cuarto del XIV, libelos o tratados eruditos para defender la primacía pontificia que se está cuestionando en el Concilio de Lyón y en el Concilio celebrado en París en 1283 (en el que se están sentando las bases para una “cierta emancipación de la Iglesia galicana[9]” por la falta de un acercamiento doctrinal y disciplinario con Oriente).
         En esos momentos de tensión, el beato Jacobo de Viterbo (+1308), escribirá un tratado de eclesiología que tomará partido a favor de Bonifacio VIII –en nombre de una teocracia moderada- y no por su opositor Felipe el Hermoso quien ya había sido excomulgado en 1303. El cardenal Gil de Roma, dará a luz dos escritos fundamentales para reivindicar la supremacía papal: De regimine principum y De eclesiástica potestate.
         Momentos difíciles vivirá la iglesia católica cuando sea coronado el antipapa Nicolás V y cuando el papa Juan XXII (que residía en Aviñón) sea excomulgado en 1327. Largas serán las horas de la caída de la idea teocrática y las reglas sobre la fiscalidad eclesiástica que pretendía sustraer definitivamente la competencia de nombrar obispos a los príncipes temporales. 
         Una larga epopeya se venía gestando en el ámbito cultural, la efervescencia del hierro candente sumergido en las aguas de la fe, animó a muchos héroes a la mezcla de mentalidades que se concretizaban en las aventuras guerreras y la explosión filosófica latente desde Agustín de Hipona, Dioniso el Areopagita, Boecio, Avicena, San Alberto Magno, Maimónides, Averroes,  Pedro Lombardo, San Anselmo, Abelardo, Gilberto de la Porrée, Joaquín de Fiore, Buenaventura y Tomás de Aquino. Grandes catedrales y Sumas se fueron construyendo al tiempo que surgieron las Universidades de Bolonia, Palencia (1208), Oxford (1214), París (1215), Nápoles y Padua (1224), Cambridge y Toulouse (1229), Salamanca (1230), Roma (1245), Coimbra (1279), Montpellier (1289), Lisboa (1290), Lérida (1300) y Orleáns (1305).
         Para ese entonces, las lenguas vernáculas aportaron grandemente en el campo de la poesía y la epopeya narrativa en la literatura edificante y la forma mística que estaba pasando del estadio de la comunicación oral a la escritura literaria. Así surge una literatura popular[10] que impactó en gran medida al latín literario que había prevalecido hasta el final del siglo XII.
         En la transición de lo oral a lo escrito, tendrá gran peso la teatralidad y la memoria. Personajes como el juglar –contadores de historias que recurren a la palabra y los gestos-; los trovadores –cuya producción lírica se centra en la exaltación del amor cortesano y su langue d’oc en el sur de Francia-; los troveros –divulgadores de una literatura épica en la langue d’oil en el norte de Francia-; y los minnesänger –recitadores de canciones de amor en la región noreste-, difundirán por todo el occidente europe la cortesía, el romanticismo medieval, el Amour courtois que ellos preferían llamar el “fine amor[11]”.
         
Desde España hasta las Marcas del Este europeo, desde Toscana hasta Bretaña, esta literatura recurrirá a un lenguaje rebuscado propio de los ambientes cortesano cultivando cierto hermetismo. Así tendremos a personajes cultos de la época como Guillermo IX de Aquitania, Teobaldo de Champaña, Alfonso X el Sabio, Carlos de Orleáns que terminarán haciendo, de lo que empezó como moda, una pasión.
         En esa Europa feudal cada vez más pujante se construirá una ideología que sobrepasará la institución real e histórica que le dio origen: los caballeros y la caballería. A partir del siglo XII, los escritores ya no estarán al servicio de la Iglesia, lo que les permitirá expresarse en lenguas vulgares, y explorar nuevos modos de sentir e imaginar lo novelesco, lo romántico y lo caballeresco.
         Se habla de un Renacimiento del siglo XII en el que destacarán: “la renovación de los saberes intelectuales, el progreso de los estudios del clero, el aumento de las bibliotecas y del conocimiento de la literatura latina, el desarrollo de la teología, la historiografía, el derecho y las ciencias, y la aparición de las primeras universidades (…) todo respondía a varios factores: la decadencia de la nobleza feudal, primer esbozo de las monarquías tradicionales, reforma monástica, resurgimiento del dualismo maniqueo, movimiento de las Cruzadas, depuración del latín, interés por el árabe y el griego, el retorno al derecho romano, los nuevos avances en la ciencia médica, la sistematización de la filosofía y la teología, el desarrollo de las Escuelas, primer esbozo de los que serán las Universidades, el progreso de las lenguas y las literaturas nacionales, la difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ogival[12]”.
         En el orden de la sensibilidad popular, se moverán durante los siglos XII y XIII, los Cantares de gesta (Chansons), las parodias o sátiras compuestas por cuentos y fábulas, episodios que se han dado en llamar el Ciclo del Roman de Renart, en los que se hacía burla de las novelas cortesanas y de los cantares de gesta mediante animales que ocupaban el lugar de las damas y caballeros de las corte. En ese marco, se pondrá en entredicho, en tono burlesco, la organización social y la estructura misma de la caballería, lo que “servirá de catarsis y contrapeso social[13]”.
         Hay que recordar que desde el siglo XII, se había dado un “refinamiento de las costumbres, una mayor emancipación de la mujer en las capas nobles, crisis espirituales y una moral más rica en matices y más relajada[14]”.
         Así, las lenguas nacionales se alimentaron de las hazañas guerreras (epopeyas) y el amor cortesano (poesía lírica) además de los escritos espirituales y místicos que florecieron en el siglo XII y XIII.
         Los grandes temas de la época ponían en entre dicho la organización feudal de las relaciones humanas y el sistema de reparto de las riquezas; así los poemas que ensalzan el amor puro, se llenarán de violencia, contemplación y culto mariano, denuncia social, radicalidad del Evangelio, penitencias purificadoras, visiones, milagros, sermones, luchas entre el bien y el mal, Dios y el hombre, se exaltará lo mundano y la guerra, el paraíso y el infierno, el cuerpo y el alma, la eternidad y la banalidad de las formas materiales.
La sociedad caballeresca que reclamaba participar en la cultura superior, buscará exaltar sus propios ideales; la noble y mundana posición preocupada por hacer cultura de sus buenos modales y su ética de la generosidad, darán cobijo a las letras al norte de Francia primero y después en Inglaterra.
         En 1274, además de celebrarse el II Concilio de Lyón, será determinante por “la muerte de Buenaventura y de Tomás de Aquino; el encuentro de Dante y de Beatriz, personificación de la inteligencia, la belleza y el amor (amor a la vez cortesano y divino) y por último, la <definición> en un documento canónico autorizado de la existencia del Purgatorio[15]”.
        
Regresando un poco en la historia habría que decir que la épica francesa, cuyo origen se concentra en un ámbito más nórdico, renovó fuertemente la literatura feudal y cortesana en Normandía e Inglaterra; cortes que habían destacado por su poderío y riqueza. Fue tal el impacto de los normandos instalados en el trono de Inglaterra tras la batalla de Hastings (1066), que la corte de los Plantagenet será considerada como “la más brillante de su siglo[16]
         Enrique I, apodado el Beauclerc, sobresalió por su notable cultura. Para su primera esposa mandó a escribir el Viaje de San Brandán y para la segunda, Aaliz de Lovaina –gran protectora de las letras, compuso Felipe de Thaun su Bestiario.
         Enrique II Plantagenet tuvo una corte más espectacular. Era esposo de Leonor de Aquitania, nieta de Guillermo IX El trovador, antes mujer del rey de Francia Luis VII. Entre su distinguida corte trabajaron intelectuales de la talla de Wace, quien romanceó en su Brut la Historia Regum Britaniea de Geoffrey de Monmounth; Beneit de Saint Maure, autor del Roman de Troie; Thomas, el poeta de Tristán e Isolda; y María de Francia, la autora de los Lais y las fábulas esópicas en verso.
         Su maestría como historiadores y conocimiento de los textos clásicos les permitió incluir relatos de origen celta y bretón que terminaría siendo lo que se llamó: la materia de Bretaña.
         Lo espiritual y lo sentimental alimentarán en gran medida a esa literatura cortés que exaltará lo femenino, su psicología, su dignidad y las resonancias religiosas que ello trajo como el tema del matrimonio, el honor y la castidad. “Esta metaforización del lenguaje feudal o feudalización del pacto amoroso subvierte la relación habitual de la mujer en el matrimonio y la ensalza por encima del varón[17]”.
         La nueva ética social construida en ese marco donde la cortesía distingue a los nobles de los villanos y burgueses y del comportamiento burdo y vulgar del guerrero llevará a la idealización del amor sexual, en una sociedad que como señala C. S. Lewis: “donde el matrimonio es puramente utilitario, tiene que comenzar por ser una idealización del adulterio[18]”.
         Lo erótico, el alegórico dios Amor, convivirá con el repertorio novelesco y la fantasía artúrica cuyo centro estará en la Inglaterra de los Plantagenet y las cortes feudales de la Champaña y Normandía. En un siglo aparecerán en la zona una serie de relatos que responden a una fabulosa galería de figuras y aventuras que serán parte del Ciclo de Lanzarote o la Vulgata artúrica[19] del siglo XIII.
         
El siglo XIII estará plagado de viajes asiáticos que se están desarrollando rápidamente como consecuencia de las conquistas mongolas. “Hubo en Europa occidental hombres de gran curiosidad y capacidad intelectual, especialmente entre las ordenes de frailes recién fundadas. Los esfuerzos del dominico Tomás de Aquino por absorber las obras recién recuperadas de Aristóteles, y tratar de que fueran coherentes con la teología cristiana. Pero hubo otros hombres cuya obra tuvo un gran significado para el desarrollo de la especulación geográfica[20]
         Hasta este momento hemos hablado de una Inglaterra que bien podría ser un crisol de pueblos: galeses, escoceses e irlandeses que asimilaron el cristianismo y algunas influencias germánicas pero que fueron refractarios e ignoraron incluso los valores culturales latinos en sus inicios. En ese terruño, sobrevivió durante muchos siglos una cultura latina cristiana, tan intensa que llegó a influir en el continente pero demasiado evolucionada para que pudieran integrarse los elementos populares. Esa cultura anglosajona erosionada y múltiple quedó yuxtapuesta con la fuerte cultura francesa que reinó hasta el siglo XIV momento en que aparecerá Chaucer y contribuirá con una decisión meramente personal y deliberada para modificar el idioma y proporcionar con esa decisión lingüística a dar forma a una nación que “pretenderá en lo sucesivo existir como tal con relación a sus vecinos continentales[21]”.
         La incertidumbre de tomar como lazo de unión un lenguaje común, lo podemos ver en un contemporáneo de Chaucer, John Gower (1325-1408) quien escribió una titánica obra trilingüe; en latín su Vox clamantis –deplorando las desdichas de la época; en francés su Espejo del hombre –difuso tratado moral en imágenes; y su Confessio amantis –narraciones unidas por un poema en inglés.
         La cuestión idiomática preocupaba desde que el rey Alfredo (871-901) cuestionara la extraña dispersión de la vida cultural agravada por la conquista de Guillermo de Normandía, en 1066. Todo a raíz de la importación de una lengua y de una literatura francesa evolucionada.
         Varios serán los hombres que junto con Chaucer darán unidad a su nación: William Langland (1332-1399), John Wyclef (1320-1384) un reformador religioso en la línea herética de Guillermo de Occam (1270-1347) y Walter Lollar (¿-1322).
         El siglo XIV será decisivo en la historia de Inglaterra, será el siglo del surgimiento de la literatura inglesa y el establecer como prólogo la literatura anglosajona y sus fuentes primitivas, casi a manera de los mitos célticos, las epopeyas germánicas y escandinavias y la literatura caballeresca y cortesana francesa. Estos serán los años de la vaciladora actitud inglesa entre lo francés y lo alemán. “El propio Chaucer, que ostentaba el apellido muy francés de <cazador>, se hallaba compenetrado con el espíritu románico y se inspiró mucho más en la tradición latina, francesa e italiana que en la anglosajona: en cambio, la literatura anglosajona seguía siendo profundamente germánica. Así pues, puede aplicarse o no la Entente Cordiale…[22]
         Las influencias literarias de Chaucer partirán desde finales del siglo VIII con el desconocido Cynewulf, autor del Himno a la Cruz; Layamon o Lawman autor del Roman de Brut (s. XII); las leyendas de Artús y la Tabla Redonda; El poema de Beowulf, considerado la primera gran obra nacida en Inglaterra.
         Durante los reinados de los tres Eduardos, quienes sucedieron a los normandos, habían dado unidad, fuerza y organización a Inglaterra bajo un régimen feudal aristocrático mitigado por el Parlamento, con una burguesía de progresión ascendente y los derechos políticos que la Carta Magna, arrancada en 1214 a Juan sin Tierra.
         
Para los días reinantes de Eduardo III, Inglaterra comienza a llamarse la merry England[23]; considerada ya lo suficientemente segura para aceptar el diálogo con el mundo exterior. Quienes se mantuvieron renuentes a ello fueron los celtas que se oponían a esta amalgama. Los tres Eduardos lucharon contra los galeses y los escoceses y un irredentismo anglosajón subsistía en medio de la aceptación de las influencias extranjeras. Todo ello fue preparando el terreno para que en el siglo XVI, Inglaterra llevara a cabo su Reforma y su Renacimiento.
         Los tres siglos desde la batalla de Hastings (1066) y el tratado de Bretigny (1360) transformaron la totalidad del sudoeste francés en un condado inglés; la tierra baldía donde Chaucer habría de recoger trigo.
         En el marco literario, durante el siglo XIV prevalecía cierta apertura al exterior en la que algunos autores escogían el latín y el francés para redactar, aún cuando ya había quienes se replegaban sobre sí mismos buscando empaparse del dialecto local, imitando, plagiando o adaptando obras francesas. Otros tantos mantenían la traición germánica.
         Chaucer quien se codeaba con la burguesía a diferencia del inmovilismo de su contemporáneo William Langland, mantuvo un espíritu audaz, optimista y juvenil. A diferencia del encierro en biblioteca de sus congéneres, él escribió desde el mundo, en movimiento, registrando los cambios que percibía en sus viajes.
         Enrolado en la corte de Juan de Gante, uno de los hijos del rey Eduardo, gozó de su aprecio y los placeres de la vida caballeresca medieval.
         Su posición de embajador y diplomático a temprana edad, le permitió deleitarse en los medios artísticos y cultos del primer renacimiento italiano.
         “En Francia mantuvo contacto con Froissart, Guillermo de Machaut y Eustaquio Dechamps; en Italia frecuentó los c´riculos eruditos que le revelaron a Dante, Boccaccio y Petrarca, cuyas obras introdujo en Inglaterra y, de todos tomaba sin reparos, con ingenuidad de principiante, la métrica del verso, temas o el mecanismo de una obra. No es manera de producir obras maestras como no lo son la alegoría del Parlamento de los pájaros, la Casa de la Fama, imitada de Dante, o la Leyenda de las mujeres ejemplares, pero consigue al menos obras vivas adecuadas a su época, que responden a necesidades concretas y en las que se forja lentamente una lengua literaria, una técnica poética, un concepto de la literatura, resultante y amalgama de cuatro tradiciones: latina, francesa, italiana y anglosajona. Además, la lengua poética de Chaucer fue la fuerza viva que desterró de la literatura los dialectos locales[24]”.
         Tal fue el conocimiento de Chaucer de los conocimientos de su época que “a finales del siglo XIV, utilizó el Kalendariu, compuesto en 1386 por el carmelita inglés Nicolás de Lynn para establecer el marco de referencia cronológico de sus Cuentos de Canterbury, y escribió un tratado sobre el astrolabio, instrumento astronómico y de la navegación[25]
         Como lo advierte Jacques Le Goff, a Chaucer le tocó vivir los días posteriores a la cristiandad en crisis, lo que hacía ver ciudades nuevas fortificadas al suroeste de Francia, mientras otras decaen; los suelos periféricos de mala calidad son agotados por el cultivo y luego abandonados en Inglaterra. Los explotadores agrícolas ricos, aprovechándose del estatuto de Merton, hacen uso de los campos cercados y explotan pastizales imponiendo límites geográficos que rebasan lo agrícola pero que a su vez terminan eliminando las fronteras.
         “La expansión pacífica de los mercaderes no se detiene hasta comienzos del siglo XIV. Algunas hazañas terminan en fracasos o se quedan en aventuras aisladas. Cuando Marco Polo publica su relato, dictado en las prisiones de Génova a finales de siglo, todo el mundo le toma por un hombre dotado de una gran imaginación y el libro ocupa un puesto junto a las novelas de aventuras bojo el título de El millón o El Libro de las Maravillas[26]”.
         Los Cuentos de Canterbury de Chaucer, lograrán expresar “por entero toda su época[27]” haciendo un cuadro costumbrista extrayendo personajes de los temas tradicionales y añadiéndoles toda la experiencia de su vida para bocetearlos. Chaucer “observó el mundo con mirada nueva, tal como era y no a través de una tradición o de un sistema; por todos lados, considera que esta visión renovada es digna de convertirse en materia artística.[28]
         Más allá de un relato picante que causa risa, las moralejas y las consejas, estamos ante un texto que se diluye entre la visión medieval del mundo y la intuición de una libertad de pensamiento completamente nueva, unificadora, nacional, global, libre, tan libre como la voz que saldrá desde sus cuentos.


Plegaria por la sabidurìa y la bondad
¿Qué son los Cuentos de Canterbury sino un espejo de la Inglaterra naciente, un retrato fiel del espíritu de una época nebulosa y el corazón mismo de unos hombres que están encontrando su lugar en ese nuevo mundo? Vanguardia y tradición es la pasión que se vive en los cuentos que se sufren a sí mismos entre risas, sátira y picaresca medieval y el humanismo de los tiempos futuros. Quizá de ahí nace su peregrinar, su anhelo por buscar al hombre nuevo al final del camino. Un camino que se vuelca sobre la palabra en lengua joven. El bocetear perfiles de hombres naturales, no alegóricos, no ficticios hablando de lo que los mueve, de lo que temen, de lo que anhelan, aunque mucho de ello sea contradictorio.

Realismo, mucho realismo es lo que vemos en ese caballero que retoma el espíritu griego para redescubrirnos la sensibilidad divorciándose de lo caballeresco como haría al interrumpir el cuento de Don Thopas; desagravios humanos, de carne y hueso más allá de la idealización del matrimonio, la fidelidad y la castidad; recomendaciones prácticas alejadas de las abstracciones y grandes discusiones teologales; dolor y disconformidad ajenos a los embates escolásticos de la época…
Sus personajes, constantemente se disculpan por su ignorancia y falta de conocimiento, hablan al natural, se interrumpen, dudan, ignoran, se equivocan, se contradicen, hablan… Su arte, es el arte sin grandes fórmulas; más cargado de pasión y flujos inconscientes de conciencia que narraciones estilizadas de un sólo objetivo.
Aún cuando no hay novedad en el hilo conductor que emplea, ya usado por Boccaccio en el Decamerón, The Seven Sages y las Mil y una Noche, la contienda literaria cobra fuerza cuando recordamos su pretensión unificadora y nacionalista, cuando su asunto se vuelve en un tema de vida, sin pretensiones morales –aún cuando el lector las perciba.
Su arte, es el arte del que ve, observa, expresa y redacta. Truman Capote probablemente lo hubiera ubicado entre los mecanógrafos del mundo. Yo lo coloco entre los que terminaron inventando uno; pues no es esa la tónica de sus contemporáneos. Su espíritu renovador, es el del hombre que ve más allá de su tierra otros horizontes, es el del escritor que en sus personajes denuncia tierras nuevas, su voz es la de aquél que escucha murmullos que brotan del interior de la conciencia; una conciencia que se mantuvo apagada por la exagerada importación del modelo francés y el golpeador influjo anglosajón.
“El mérito supremo de Chucer, como creador de una lengua poética, consistió, pues, no en haber acertado a hacer, de entre una abigarrada muchedumbre de unidades fónicas, una selección que desde entonces sirviera de regla a toda Inglaterra: en una serie de casos ofrece peculiaridades y vacilaciones dialectales, que la lengua escrita había de resolver más tarde de otro modo, yendo más allá de Chaucer. Su mérito consistió, más bien, en haber dado, con una intuición genial, un ritmo a esta lengua, y, mediante el gran ejemplo de empleo artístico en sus inmortales poemas, haberla impreso en la memoria, y con ello en el sentido lingüístico, de un modo tan fácil y natural, que constituyó a partir de entonces la fuerza determinante en la vida del idioma, desarrollándose en esta dirección, hasta que en el gran período isabelino alcanzó una perfección que podría resistir todas las tormentas futuras[29]”.
         Lengua es identidad, lengua es destino, lengua es conocimiento, lengua es historia. Una historia que se fue acumulando en el seno de la familia de los Chaucer desde que Eduardo III iniciara la guerra de los Cien años y fundara la nobilísima Orden de la Jarretera y condujera a su pueblo encauzándolo en “el fanatismo patriótico[30]” muy notorio en la Inglaterra de mediados del siglo XIV, así como las cuestiones escocesas y flamencas que aumentaban la tensión entre Francia e Inglaterra y se fueron complicando con el interés francés por Escocia, la coronación de Felipe de Valois, el litigio anglo-francés en la región de Flandes, la posición de Benedicto XII a favor de Felipe VI, la batalla naval de La Esclusa y la Batalla de Crécy y las victorias de Poitiers que dejaban ver que se trataba de una “contienda dinástica, feudal, nacional e imperialista[31]”.
         Toda esa historia nacionalista acumulada dotará a Chaucer y sus cuentos de un espíritu crítico. Ya en las calles, en las posadas y en el Parlamento empezaba a filtrarse el idioma de las clases humildes, extendiéndose a los tribunales y a la literatura. Hacia 1350, “el sentimiento nacional comenzó a expresarse en inglés[32]” y Chaucer sabiamente se aprovechará de ello.
         Wat Tyler, al frente de los rebeldes que se habrán de amotinar en Canterbury el 10 de junio de 1381, gritando que los monjes deberían elegir un nuevo arzobispo; la reforma solicitada por Wyclef clamando que la Iglesia debía despojarse de sus bienes superfluos; la guía de Ricardo II asumiéndose como jefe de las multitudes son parte de la ambigüedad de los dos mundos que se dejarán ver en la moral de los personajes de Chucer.
         “Los predicadores ingleses eran muy hábiles en relatar historias durante sus sermones. Para mantener despierta la atención del pueblo, se valín de símbolos, tales como el señor recorriendo los caminos con su séquito impresionante, el hostelero que se apresuraba a salir de su posada para saludar, sombrero en mano, a los huéspedes ilustres, al campesino, al burgués, al artesano, al salteador, al jugador y otros bribones. Evocaban ante su auditori los suntuosos palacios de los nobles y las miserables cabañas de los pobres, los anfiteatros de las universidades y los calabozos de los castillos fortificados. En dichos sermones se refleja toda la vida de la Edad Media, con su tipismo y colorido[33]”. Chaucer, sabrá tomarlos como inspiración para sus pasajes realistas y agudos; se apoyará en la figura del venerado santo nacional Tomás Becket de Canterbury y un largo e inacabado peregrinar en busca de una capilla donde no existiera sufrimientos y luchas como ocurre en sus historias. Una “pradera primaveral[34]” de vidas agradables, simpatía y comprensión es lo que vemos camino a la bendición.
         Un pueblo pasivo y activo desfila en su literatura, “toda la old merry England está presente: un valiente caballero con un petimetre por hijo, un prelado de Roma, un monje de un convento rico y un fraile mendicante, sabios, comerciantes, un jurista lleno de quehaceres, un apacible labrador, un molinero, un marinero, un cocinero…[35]
         Lo medieval y lo humanístico están presentes en la ejecución, el manejo de temas bíblicos, legendarios, mitológicos, históricos y tomados de la vida del presente. Los discursos, la gentileza, las respuestas ingeniosas, la bravura, los misterios, la farsa, los milagros, la artificiosa poesía caballeresca, la literatura erótica latino-clerical, los oficios litúrgicos, la poesía goliárdica, las corrientes panteístas y libertinas contra la castidad, los votos monásticos, la virginidad, los decretos de castidad, los castigos infernales, la magia, el desarrollo de las ciencias, la fe, las tradiciones del pasado, lo racional, los placeres mundanos, el indisoluble matrimonio y la familia, las uniones ilegales, la fidelidad conyugal, la fragilidad de la mujer, la corrupción de los clérigos, las costumbres cristianas, hablan de la erudición de Chaucer y sus saberes librescos, de su “respondía a una realidad social cotidiana[36]”.
         Lo universal y lo común, lo ingenioso y lo extravagante, los gremios y los intelectuales, lo prohibido y lo sacro, la burguesía y los plebeyos, los libros y la intuición natural, son parte del sistema de opuestos que se construyen en la Inglaterra de los Cuentos de Canterbury.
         Actualidad y una categoría universal es lo que veo en Chaucer, un hombre que nos presta su mirada para dar cuenta de su tierra y de sus hombres; un autor que se nutre de su tiempo, de su historia y de su mundo; un escritor que transforma profundamente la conciencia de su tiempo, la moral de sus contemporáneos, el idioma de su gente, la patria de los desvalidos, la fe de los paganos….
         He aquí, la voz de toda una cultura y de una sociedad, 24 cuentos, 9 fragmentos, un autor, un poeta, una aventura en busca de la identidad en medio de un mundo que se construye entre la maravilla…


Apariciones y críticas al milagro de una vida
Más allá de una nacionalismo recalcitrante, activista e intolerante, nos encontramos ante lo flexible, extraño, estilizado, lo sobrenatural y lo maravilloso. Los Cuentos de Canterbury son en sí mismos mágicos, un milagro. Y digo mágicos porque se orientan hacia lo sobrenatural maléfico y milagroso por lo múltiple y maravilloso de su fuerza interior.

Leer esos pasajes en que Santa Cecilia se encuentra en un baño de agua hirviendo, largas noches y días y su cuerpo sigue frío sin sentir dolor, sin sufrimiento alguno y el verdugo da tres golpes en el cuello y ella yace medio muerta, con el cuello tronchado tres días más para instruir a todos en la fe[37]; o el prólogo del cuento del alguacil en el que sin pudor alguno la escatología se hace patente describiendo cómo Satanás tiene un rabo más ancho que la vela de un barco y “enseña las nalgas y deja que el fraile vea dónde está el nido de los suyos en el infierno[38]”; o el cuento del escudero y sus caballos biomecánicos… Eso sí es maravilloso, ver cómo aparecen miles de historias y a su vez se desvanecen entre moralejas y consejas, entre racionalizaciones y lo imprevisible.
         Santidad y trivialidad en lo cotidiano, en el corazón mismo de una nación que se encuentra peregrinando hacia la abundancia que produce contar con una identidad.
         Un humanismo que de vez en cuando animaliza el mundo inglés y lo muestra débil, temeroso, monstruoso y vil; pero a su vez inocente, desprotegido, necesitado de un Dios que lo proteja y lo absuelva de todos sus pecados, que lo cobije como lo hicieron los grandes al tener entre sus manos un estado puro, de fronteras permeables pero resistentes.
         La contienda literaria da para mil noches y más, para encontrarle un origen mítico a la nobleza y maravilloso, a los gentiles.
         Ver a través de los ojos de Chaucer, es vincular el acontecimiento histórico con un tótem de mil cabezas; es recuperar la forma de lo que se mueve entre lo simbólico y lo intelectual; es movernos entre las fronteras de lo marginal, lo que podría no ser literatura, filosofía ni teología.
         La evocación de Canterbury es la revolución y evolución del alma inglesa hacia un cuerpo que ya no es prisión ni tormento; donde una vida virtuosa es sólo una vida virtuosa; donde la máxima penitencia es escuchar una mala historia y no poder sacar provecho de ella; donde el horror culmina cuando comienza cuando inicia el otro cuento.
         Lo villano, lo feo, lo deforme es el cuerpo y el alma que están abandonando los hombres de esta historia; su nueva naturaleza, es la de los que descubrieron ese paraíso temporal llamado purgatorio donde ni descansan las almas pero tampoco se encuentran sufriendo.
         La muchedumbre que circula a Canterbury se nutre de carne delicada más que de gusanos y fuego; este conglomerado de hombres que no se excusan, se revelan frecuentemente y su crítica tolerante se torna en medicina para esa biología que aspira al misticismo.
         Santidad, mucha santidad es lo que veo en las más de 375 páginas que dan forma a esa reliquia de la cristiandad y su caída; a esa adolescencia bretona, que no entiende de culpas porque todavía sus hombres andan vivos.
         Algo se agita en la iconósfera de mil historias, una dentro de otra y otra y otra casi hasta el infinito. Algo más original que el pecado, más dulce que la gracia y más libre que el albedrío, asciende y desciende entre esas hojas que no entienden de verbos en voz pasiva.
         No importan los lugares, los múltiples protagonistas, ni la geografía de su imaginación. Lo que importa en Chaucer es ese nuevo espacio orientado hacia el movimiento, hacia la oposición espacial de lo que ya no es únicamente medieval ni propiamente renacentista.
         El hombre del que hablamos así como sus letras, se abren paso entre la historia y se excluyen de lo que simplemente son clasificados de palabras. Aquí sí hay historias de verdad, a imagen y semejanza del verbo primario, del logos creador.
         La salvación de todos sus pasajes es la seducción y manipulación en sus lectores. Un nuevo destino es lo que vemos en la práctica verbal de Geoffrey Chaucer; en ese andar, en ese cierre tan poético como su historia misma: “Y el cuento es acabado, y Dios libre de mal a esta buena gente.[39]



[1] LAS VERGNAS, Raymond, Introducción a los Cuentos de Canterbury, en “Cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer, Editorial Porrúa, Colección “Sepan Cuantos”. México, 2000, Pág.  X
[2]CHAUCER, Goffrey, Cuentos de Canterbury, Editorial Porrúa, Colección “Sepan Cuantos”. México, 2000, Pág.  64
[3] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  De la Europa carolingia a la era de Dante, Ediciones Akal, Madrid, 1997,  Pág.  5.
[4] Íbidem.
[5] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  12.
[6] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  15.
[7] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  17.
[8] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  22.
[9] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  32.
[10] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  45.
[11]GARCÍA GUAL, Carlos,  El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII, Ediciones Akal, Madrid, 1997, Pág.  5.
[12] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág.  7.
[13] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  47.
[14] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág.  8.
[15] LABARRIÉRE, Pierre-Jean,  Op cit, Pág.  56.
[16] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág.  13.
[17] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág.  19.
[18] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág.  20.
[19] GARCÍA GUAL, Carlos,  Op cit, Pág 37.
[20] PHILLIPS, J. R. S., La expansión medieval de Europa, Fondo de Cultura Económica. México, 1994, Pág.  240.
[21] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América, Historia Universal de la Literatura. Ediciones Daimon. México, 1977, Pág.  26
[22] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  27
[23] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  35
[24] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  40
[25] PHILLIPS, J. R. S., Op cit, Pág.  239.
[26] LE GOFF, Jacques,  La baja edad media, Siglo Veintiuno editores. México, 2000, Pág.  268.
[27] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  40
[28] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  42
[29] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña, Estados Unidos de América,  Pág.  44
[30]AA VV, Los siglos del gótico, Historia Universal. Ediciones Daimon. México, 1987,  Pág.  110.
[31] AA VV, Los siglos del gótico,  Pág.  117.
[32] AA VV, Los siglos del gótico,  Pág.  150.
[33] AA VV, Los siglos del gótico,  Pág.  247.
[34] AA VV, Los siglos del gótico,  Pág.  260.
[35] BÚHLER, Johannes, Vida y cultura en la Edad Media, Fondo de Cultura Económica. México, 1977,  Pág.  233.
[36] AZUELA, Cristina, El mundo de la erudición frente a la gente común en los Cuentos de Canterbury, en Acta Poética Número 21, 2000. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 2000,  Pág.  171.
[37] CHAUCER, Goffrey, Op cit, Pág.  294.
[38] CHAUCER, Goffrey, Op cit, Pág.  205.
[39] CHAUCER, Goffrey, Op cit, Pág.  56.

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