Señales evidentes de un hombre nuevo en los “Cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Búscame
en otros días; en aquellos días en que Inglaterra sube y cae; en las cortes y
caballerías de Eduardo III, en esas vidas llenas de brillantez, de torneos y
festividades; en sus victorias militares en Crécy y en Poitiers; en sus
etiquetas e ideas refinadas; en sus seis epidemias de peste negra y la
transformación económica que dejó la muerte de su mano de obra agrícola; en los
reveses que sufrió el ejército en Francia y la animosidad creciente a la
corona. Búscame en aquellos días en que la miseria de los humildes, la corrupción
de la Iglesia, la ambición de los señores hacen que retroceda el francés y se
abran paso las lenguas indígenas; y entre esas voces, en el corazón mismo de la
corte, en el seno hinchado de la burguesía, entre los favoritos del rey, ubica
nuestra voz; el timbre mismo de los que gozaron de los frutos de un espíritu crítico,
realista, incómodo ante un feudalismo conservador y sus códigos caballerescos
que se sostenían de símbolos artificiales. Ahí, en esos días, se escribe
nuestra historia; la épica de muchos hombres, la gesta de muchos corazones, la
fábula de un sólo narrador: Geoffrey Chaucer.
Ubica en esos días a nuestro contador de historias, a quien
se ganara en 1368 el título de “esquire of lesse degree[1]” por
distraer con viola en mano a los señores de Láncaster. Ese, el coral de nuestro
cuento, fue importante en su reino: participó en misiones en Génova; Ricardo
II, confiando en él, lo envió a Milán como miembro del séquito de Sir Eduardo
de Berkeley; lo nombró inspector de los derechos y subsidios de las lanas,
pieles y cueros del puerto de Londres; acompañó al Conde de Salisbury a
negociar el matrimonio de su rey con la hija de Carlos V; traduce la Roman de la Rose; imita a Boccaccio, elogia a Dante, conoce a Petrarca y se
fascina con Ovidio; y cae como muchos en desgracia cuando su esposa muere en
1387 y fue privado de su cargo y su pensión al aprovechar el duque de
Gloucester la ausencia de Juan de Gante…
Ahí, con el corazón desplomado y sin
más fortuna alguna que dedicar sus días a la lectura y a las letras, escribe
nuestra historia; una partida literaria que nace en el peregrinaje, en la
memoria de quien observó las costumbres y la psicología de los artesanos, los
negociantes, los molineros, los clérigos… La gente común. En ese recorrer el
alma humana hace una pausa y en 1387, da con el centro, con el hilo conductor
de su cortejo de gentes y los ubica camino al santuario donde yacen los restos
del arzobispo Tomás Becket, mejor conocido como Santo Tomás de Canterbury.
Desde ahí, construye su imperio
literario y nos deja los restos humanos de una generación de hombres que se
descomponen entre la malicia, el fraude, la inteligencia invertida, la
indulgencia y el perdón… Uno a uno los hace apostar teniendo como única arma su
palabra y su poder generador. Un hombre, un sólo hombre será el incitador, crítico,
denunciante y admirador de las mejores historias: un hostelero que logra
convencer a 30 peregrinos (un caballero, su hijo, el escudero y asistente, un
molinero, un carpintero, un cocinero, un magistrado, un marinero, una priora,
el poeta, un monje, un médico, un bulero, una mujer de Bath, un fraile
mendicante, un alguacil, un clérigo estudiante, un mercader, tres sacerdotes,
un hacendado, una monja de oratorio, un párroco, un tejedor, un tapicero, un
tintorero, un administrador de un colegio y un criado del canónigo) de que
narren 2 cuentos de ida y 2 de vuelta. El ganador y contador de la mejor
historia se llevará una cena en la posada del Tabardo, en un suburbio de
Londres.
Sin embargo, esta Summa antropolexicogenética boceteó tan sólo nueve fragmentos
con veintiún cuentos completos y tres incompletos. Estas son las voces de
Chaucer y sus decires; sus angustias, temores y alegrías. La picardía, la
parodia y el consuelo de que sólo las letras nos hacen mejor…
Y abre su historia con un prólogo
cargado de astrología, de referencias celestes y retratos de hombres mundanos,
pero a su vez complejos, como las constelaciones mismas que emplea para
justificar su aquí y ahora; nos habla de un caballero digno y gallardo como
aquellos días de caballería literaria que habrá de criticar; de su hijo y su
escudero, de su arquero, entendidos en el cabalgar y en el amor; de la priora
que nunca juraba y que comía con gracia y presencia entonada en los modos
cortesanos; del monje visitador de su Orden aplicado a las nuevas maneras del
mundo; del fraile mendicante que conocía todas las tabernas de las ciudades;
del mercader de barba truncada que miraba con el rabo del ojo siempre el
aumento de sus ganancias; del estudiante de Oxford amante de los verbos de
Aristóteles y las inflexiones de la filosofía; del prudente y sabio jurista
conocedor de la justicia por memoria; del hacendado barba blanca degustador de
vinos por la mañana; del lencero y carpintero, del tejedor, del tintorero y
tapicero representantes de sus gremios; del marino conocedor del Finisterre y
su barco Magdalena; del doctor en física conocedor de astros y los influjos de
las horas; de la viuda de Bath, cuestionadora del amor, el matrimonio y la
virginidad; del pobre párroco que encaminaba a su grey con el ejemplo; de su
hermano, un labrador, que amaba a Dios por encima de su gente; de un mayordomo
cretino y colérico diestro en calcular; un molinero roba trigo; un alguacil
eclesiástico cargado en granos faciales y palabras en latín; un bulero de
Roncesvalles vendedor de indulgencias y portador de reliquias; un administrador
de colegio más sabio que sus educandos; un hostelero que sabiendo que las
palabras son primas de los hechos, los ha puesto a competir.
¿A dónde van las palabras que
compiten sino es que al corazón mismo del hombre, a convertirse en lección de
virtudes y evocadoras de una nueva moral?
Son los Cuentos de Canterbury la
descripción de personajes y situaciones, de un tiempo físico y espacial, de una
astrología que da forma al lugar, la región y la habitación donde cada
personaje se hace hombre física, psicológica, moral y socialmente. Cada uno
justifica su narración y describe lo que en voz del hostelero debe ser
placentero e instructivo.
Así nos abre la puerta de un
universo que flota entre el Medievo y el Renacimiento y toma como cancerbero a
un Caballero, quien empapado del furor clásico
del siglo XII, retoma el humanismo mìtico de los griegos para hablarnos del
destino, de la muerte, la traición, de los esclavos, los prisioneros y la
liberación. Un antiguo citando a los antiguos, contando la historia de Teseo y
sus bodas con Hipólita y cómo éste al regresar a Atenas después de luchar
contra las amazonas encuentra a sus mujeres enlutadas y le cuentan cómo fueron
ultrajadas impidiendo que sus maridos sean sepultados y sus cuerpos sean
desgarrados por los canes. Teseo, quien diera muerte al Minotauro, jura
venganza y combate contra Creón, tirano de Tebas. Dos mancebos sobreviven,
Arcites y Palamón a quienes toma por rehenes y los deja por años en una prisión
oscura desde la que ven a Emilia paseando por el jardín. Se enamoran y
comienzan los conflictos. A Arcites, le dan la libertad y lo expulsan del
reino. Cambia de identidad y se vuelve fiel a Teseo quien llega a quererlo
bien. Un día se encuentra en el bosque con su hermano y luchan por el amor de
Emilia. El destino que los ha vuelto a unir los hace combatir por ella y su
batalla se extiende al cielo. Gana Arcites pero muere quedándose al final
Emilia con Palamón. Particularmente en este cuento, Chaucer reflexiona sobre la
muerte, el destino y el amor, y la naturaleza de los dioses y cómo mueven los
hilos que dan forma a los hombres.
En los cuentos posteriores,
encontramos al molinero que cuenta la historia de un
carpintero que fue engañado por un estudiante quien le hizo creer que se
acercaba un nuevo diluvio para engañarlo con su esposa. En éste ensaya sobre la
superioridad y la astucia de quien se prepara académicamente, incluso para el
engaño y de quien mal cuida lo que tanto cela.
En el cuento del mayordomo nos muestra a un molinero fanfarrón
que a todos engañaba robándoles el trigo como el agua. Un día un administrador
de colegio pide a dos de sus estudiantes que vayan a moler el grano pero que se
cuiden de ser robados. Los mismos, arman un gran plan pero al final son
burlados por el molinero que suelta su caballo para que descuiden ellos el
encargo. En venganza piden asilo y en la noche engañan al molinero con su mujer
y su hija y recuperen su harina. Admirable comedia de enredos, examplum de la deshonra y el deshonrado, que como dice el mismo
Chaucer: “A pícaro, pícaro y medio[2]”
El cuento del cocinero, breve, incompleto, pero aleccionador, cuenta la
historia del Jaranero Perkin, un aprendiz que todo lo jugaba a
los dados. Sobre la honradez y el daño que hace tener una manzana podrida en la
cocina es la moraleja de tan corta historia.
El cuento del magistrado es de una belleza sublime; en él nos narra la
historia de la hija de un emperador de Roma que sufrirá la herejía del sultán
de Siria, quien sólo de oídas se enamora de ella y renuncia a su fe por amor.
Severa es la crítica a los infieles y la condena tortuosa de quien acepta, aún
llegada la conversión, acercarse a los que practican las enseñanzas de Mahoma.
La romana sobrevive a la masacre organizada por la madre del infiel y es
desterrada; en una barca flota por los mares hasta que llega a un país donde
los cristianos temen reunirse para practicar su culto. Constanza es perseguida
por Satanás y es acusada del asesinato de la esposa del guarda que le dio
asilo. El rey Alla, quien la juzgará y condenará al verdadero asesino, se
apiada de ella, se enamora y se casa con tan noble doncella. Su madre,
Doneguilda, quien se opuso a que su hijo se casara con una extranjera, elabora
un plan y la arroja de su país, pero el destino grato, que siempre arropa a los
que se someten a la “gloria de la Cristiandad”, reunió nuevamente a Constanza
con Alla y su hijo Mauricio fue hecho emperador por el Papa y aportó mucha
gloria a la Santa Iglesia. Aquí nos pregunta Chaucer: ¿cuánto cuesta la
felicidad humana y cuánto dura lo que se somete al tiempo de esta tierra? No
hay respuesta clara, sólo una bella historia que anuncia la forma como se las
juegan los que temen que en Europa se pierda la fe.
Y brinca pues al cuento del marinero, donde un mercader que se presume sabio se hace amigo de un
monje que terminará engañándolo a él y a su mujer pidiendo un préstamo que utilizará
para que la señora tenga placer con él y la paga la use para comprarse los
vestidos que el marido no ha querido comprar. La mezquindad del monje y la
naturaleza infiel de la mujer se pondrán sobre la mesa cuando reflexione con
nosotros sobre el costo de los lujos mundanos y cómo se terminan cerrando, los
círculos que comienzan con engaños.
En el cuento de la priora se retoma un milagro de la época y
se explota a toda costa el antisemitismo cuando nos cuenta la historia de un niño
que es muerto por los judíos porque cantaba el Alma Redemptoris.
Jesús, para castigar a los que ofendieron a quien a su madre loaba, le confesó
a la madre el paradero de su hijo y quiénes le dieron muerte. Así, hicieron
matar a todos los judíos que conocían el asesinato. El niño fue sepultado y en
su lecho cantaba: O Alma Redemptoris
mater! Pues la Virgen
había depositado en su lengua un grano de trigo para protegerle. Además de la
condena antijudía está en este cuento presente el valor redentor de la figura
creada en el medioevo, la Madre intercesora, que acerca a los hombre a Cristo y
allega lo sublime a lo terreno cuando a ella se le pide intervención. Vestigios
de Alfonso el Sabio, Berceo y el mismo Conde Lucanor.
El cuento de Don Thopas es otro de los pasajes incompletos; una narración
fantástica de un caballero que sueña que la reina de las hadas habría de ser su
amante; así sale a buscarle y tendrá que pelear contra gigantes…
Antes de dar inicio al cuento de Melibeo, explica brevemente la interrupción donde lo maravilloso ya
no cabe en los terrenos donde la pasión de Jesucristo, los romances y las
historias de enseñanza sí tienen lugar. Ahí nos hablará de Melibeo, Prudencia y
su hija Sofía quienes fueron maltratadas por tres de sus enemigos. Melibeo reúne
a muchos hombres y pide consejos. Este cuento de una profundidad y una didáctica
soberbia enseña cómo pedir consejas, a quiénes y qué hacer con ellos.
Prudencia, su mujer, se monta en las glorias de Salomón y nos remite a lo más
sublime del ejercicio racional de su época. Vaya manejo de la lógica la que
emplea Prudencia y Chaucer para bienaventurar a los sabios de su tiempo.
El cuento del monje habla de las tragedias, las caídas y la miseria de los que
cuelgan sus glorias en la fortuna partiendo del rey de falsos reyes, Lucifer,
pasando por Adán, Sansón, Hércules, Nabucodonosor, Baltasar, Zenobia, Pedro de España, Pedro de
Chipre, Barnabo de Lombardía, Hugolino de Pisa, Nerón, Holofernes, Antíoco,
Alejandro, Julio César y el mismo Creso.
El cuento del capellán de monjas retoma la fábula y cuenta la
historia de una viuda y hace del cuento una Matrushka –historia dentro de
historia- para versar sobre el peso de los sueños, y usa a un gallo para ello,
y luego a Macrobio y a Creso y a Andrómaca. Y nos saca de lo onírico para cerrar
con el engañador y el engañado; un gallo que escapa de las fauces de un zorro
imprudente como él.
El cuento del médico, en el que nos adoctrina sobre la moral femenina,
expone a la hija de Virginio quien enloquece con su belleza a un magistrado
quien a toda costa quiere apoderarse de su doncellez; el padre le pide la
muerte antes que la deshonra y ella fiel al valor de su virginidad, da muerte
para que Dios la dé a los gusanos cuya conciencia los refugia en la mala vida.
En el cuento del bulero condena
los pecados y enlista los males del hombre: la embriaguez, la glotonería, los
excesos, los juegos de azar y cómo quien se entrega a lo que las escrituras
prohíben acaban sin digna sepultura. Así tres hombres que pretenden retar a la
muerte, por la muerte son vencidos.
El cuento de la mujer de Bath, gentilmente arremete contra el matrimonio y la virginidad;
sin prólogo alguno como es su costumbre, Chaucer se mueve en terreno ambiguo y
concluye con una historia aleccionadora sobre la fealdad y la vejez como guardianes
de la castidad; un caballero que en los tiempos del rey Arturo ultraja a una
doncella y para salvar su propia cabeza tiene que buscar en un lapso de un año,
qué es lo que más desean las mujeres.
El cuento del fraile,
con maestría escolástica explora la naturaleza del demonio y sus formas de
proceder; con la fuerza moral de un exampla piadoso, nos narra los procederes
del alguacil y su ayudante que sin temor alguno a Dios, robaba a todos cuanto
podía; cierto día el ayudante se topó con un guardabosques con el que juró
hermandad a cambio de compartir ambos sus secretos. Su corazón enegrecido no se
turbó en lo más mínimo al saber que su compinche era el mismo diablo quien en
una de las suyas lo llevó hasta el mismo infierno, lejana morada de los que a las
espaldas del mismo Jesús arremeten contra el inocente.
El cuento del alguacil, es de una gracia hedonista; en él se narra con
ventura escatológica la naturaleza corrompida de los monjes y los frailes,
quienes predican una cosa distinta a la que cumplen. En él, un fraile de York
visita a su amigo Tomás quien se encuentra en el lecho enfermo y al que quiere
despojar de sus bienes para que sean usados para la construcción de una
iglesia. Tomás, ingenioso y viendo en él fraile a un hipócrita, le pide que busque
en su espalda lo que el fraile creerá será un majestuoso botín.
Por su parte, el cuento del estudiante, raya en el amor piadoso y benevolente. Para ello se toma un marqués de ilustres
antepasados al que quiere su pueblo casar. Él, amante de la vida libre accede
hacerlo pero con la mujer crea pertinente. Así encuentra a la bella, pura y
casta Griselida quien al ser escogida por el rey y advertida de que hará
cumplir su voluntad a toda costa se desposa con él. Varias serán las pruebas
que le pondrá el marqué a Griselida venciendo al final su nobleza y honradez.
Paciente como Job y piadosa como Abraham, Griselida marca el rol fino y cortés
que quiere forjar Chaucer en sus contemporáneas.
En el cuento del mercader, nuevamente ensaya sobre el matrimonio, sus bondades y pesares. En la
figura de un noble y anciano caballero de Pavía, reflexiona sobre la
importancia de tomar mujer joven y bella para sacralizar lo que resta de su
vida. Imágenes bellas y aleccionadoras son las que encontramos en este pasaje
en el que con teologal maestría justifica el nuevo sacramento inventado por la
iglesia siglos antes de Chaucer, aunque también explora las artimañas de las
que se vale la mujer para ser infiel al marido.
El tercero de los cuentos
incompletos se hace manifiesto en el pasaje narrado por el escudero; en él cuenta a medias la celebración de los veinte años de
Canacea, hija del noble rey tártaro Cambinskan, y los obsequios que le son
dados por un caballero enviado por el rey de Arabia y de la India. Entre los
presentes se encuentran un caballo de bronce mecánico, un espejo para ver la
adversidad y un anillo que le permitirá entender a toda ave que vuele bajo el
cielo. Por éste último conocerá los pesares de un halcón que llega herido hasta
su jardín.
Una vez más el tema del matrimonio,
la fidelidad y la castidad se hacen patentes en el adoctrinamiento narrativo de
Chaucer, pero con una nueva variante, la incorporación de la magia como ciencia
prohibida. El cuento del hacendado, tomará como pretexto la historia
de una gran dama, Dorigena y su esposo Arverago quien ansiaba regresar con su
mujer. Ella sufría todos los días en su Bretaña por su ausencia. Aurelio quien
se encontraba de Dorigena enamorado, pidió su corazón y esta, desde la altura
de quien así mismo y por Dios se llama fiel, dijo que sería suyo el día que
todas las rocas infernales fueran borradas de Bretaña. Así Aurelio, apoyado por
su hermano visitarán a un Mago en Orleáns quien los apoyará a cumplir su fin.
Dorigena, quien consideraba imposible la petición hecha a Aurelio, confiesa al
regreso de su marido Arverago lo ocurrido y cierta virtuosamente, la apuesta
celebrada.
Santidad, virginidad e inmaculada
belleza es lo que hay en el cuento de la
segunda monja, quien
narra la vida de Santa Cecilia y cómo logró ésta alcanzar su beatitud. Lo
milagroso se extiende por todo el texto dejando ver su preocupación por
enunciar la heroicidad de los que practican la fe verdadera. No cabe duda que
el recurso didáctico del cuento sirvió a Chaucer para potenciar la mística cristiana.
Denuncia y dominio del oficio es lo
que se vislumbra en el cuento del criado
del canónigo, en el que
a través del criado nos hablará de la alquimia y los modos en que se las gastan
los que se mueven entre esta disciplina. Un final desencantado de la filosofía
y la ciencia filosofal con moraleja y sentencia contra los que quieren pasar su
vida transmutando.
El cuento del administrador de colegio, retomará el espíritu clásico y en la persona de Febo,
contará la historia de su cuervo y de su esposa y de cómo a ambos quería. El
cuervo que era blanco como la nieve había aprendido hablar como un papagayo
hasta que un día después de ver a la mujer de Febo engañarlo cantó Cucú y tras
escuchar Febo la traición de cuervo le arrancó todas las plumas blancas y lo
volvió negro. Gran enseñanza sobre la virtud del silencio y la prudencia la que
está cargada a su vez de grandes enseñanzas de Salomón y Séneca.
Para cerrar el incompleto glosario
de almas sajonas está el cuento del párroco, en el que culminará sermoneando,
citando a San Ambrosio, San Gregorio y Agustín, entre muchos otros, para
mostrarnos el dominio que tiene de los evangelios y de los pecados de los
hombres. Los siete pecados capitales tendrán un lugar particular así como sus
remedios. La confesión, la contrición, la limosna, la caridad y las penas
corporales serán parte de las prácticas propuestas como remuneración y así
alcanzar las bienaventuranzas del cielo.
Así, Chaucer nos introduce al alma
humana. Con reflexiones profundas y pasajes bellos en figuras, costumbres y
personalidades, se adentra en el corazón del hombre mismo. En las entrañas de
un hombre que se revela ante un nuevo mundo, ante un horizonte florido que raya
entre lo moralizador y lo pagano. Lo sacro y lo mundano se hacen sombra y
hablan de tiempos nuevos, de un renacimiento que se viene preparando desde el
siglo XII y esas temáticas completamente nuevas en su enfoque.
El hombre de Chaucer, es anticipo a
la modernidad, pero también es el cordero que habrá de sacrificarse para gloria
del hombre mismo. Veamos dónde se preparó la caída del medievo y cuántas
historias previas se enlutaron para que nuestro héroe tuviera tela para tejer.
La región más
miserable de este cuerpo
Para
ubicar las aguas que llenaron el corazón de nuestro hombre y determinar los
ecos de donde habrá de tomar las voces que usó para construir su obra
literaria, más que hablar del mismo Chaucer, habría que situarnos algunos
siglos antes, cuando el “escenario del mundo se agranda y la figura del
extranjero invade el espacio más próximo[3]”;
cuando hablar de imperios y cristiandad es mismo tema; cuando ya no es posible
hablar de un mundo unitario, homogéneo y cerrado; cuando las ideas, los
pueblos, las maneras de vivir y de sentir conforman identidades nacionales,
cuando surgen y se desarrollan nuevas clases sociales: “nobles y clérigos,
campesinos, gentes de negocio que se ocupan de los intercambios comerciales,
comentadores y copistas, creadores de ciencia y multiplicadores del saber[4]”;
cuando las nuevas formas de pensar revolucionan la moral que media el mundo y
las premisas sobre las que se articuló todo el pensamiento humano que veremos
en la obra de Chaucer.
Esos años de leyenda son los mismos que vieron el
descubrimiento de la tradición griega en el siglo XII; la concentración de la
cultura entorno a los monasterios y a las escuelas, permitiendo una ruptura entre
la elite y el mundo laico lo que “precipitó la escisión entre las lenguas
vulgares, vivas, orales y el latín, lengua erudita, escolar, reservada a una
elite; donde sólo los que habían aprendido esta lengua en las escuelas podían
acceder a la cultura escrita[5]”.
Aquellos son los años que siguieron a la muerte de Hugo en Cluny cuando se
censaron más de 1,184 monasterios que iban desde Francia, Alemania, Suiza,
Lombardía, España e Inglaterra; mismos que impulsaron una cristiandad homogénea
con sus fuertes cargas religiosas y morales. Son los días pasados de Pedro el
Venerable y San Bernardo, quien impuso un rostro austero en la abadía de Cîteaux
buscando que su congregación mantuviera una tradición de simplicidad y
desnudez. Aquellos son los días de los “feudos religiosos y los archipiélagos
privilegiados[6]”;
y la proliferación de catedrales como la de Saint-Étienne de Sens, Noyon,
Lisieux, Soissons, Senlis, Laon, Notre-Dame, Colonia y la de Durham en
Inglaterra y las grandes construcciones intelectuales de Chartres, Reims,
Amiens y Beauvais.
En el centro
de las nuevas sedes litúrgicas se consolidará el poder sociopolítico y cultural
de la autoridad obispal y se congregarán multitudes; las casas del pueblo
renovarán la salud moral de la vida de los parroquianos. El bien espiritual será
resguardado en esos días por un cabildo que aseguraba la regularidad de la oración
canónica, aunque también por las escuelas catedralicias y bibliotecas. En esos
años de conversión y reconquista, florecerán los nombres de Domingo de Guzmán y
su comunidad de predicadores consagrados al estudio y la proclamación de la
verdad; y del papa Inocencio III, quien reaccionaba duramente contra los
albigenses (o cátaros).
En ese espacio, surgirá el primer
monasterio femenino en Prouille, cerca de Faujeaux. El espíritu de la pobreza
mendicante -preocupado por la difusión de la fe y el reformar las costumbres-
bañará a Francisco de Asís y a su amiga Clara, fundadores de la Orden de las
Damas Pobres y la Orden Tercera. Así, la imagen del martirio, el eremitismo y
el cenobitismo, se convertirán nuevamente, en modelo de imitación para romper
con “las fuerzas del mal que actúan en un mundo negado a todo reconocimiento de
la verdad religiosa y moral[7]” y crearán
un movimiento de vuelta al mundo que imperó en el siglo XIII: las órdenes
mendicantes.
Sus votos de
pobreza, castidad y obediencia, contradicen las ansias de dinero, goce y poder
que dan cimiento a esa civilización gobernada por la lógica de lo económico;
sin embargo, la fuerza de su fe se mantendrá viva hasta la construcción del espíritu
humanista del siglo XVI y entrará en conflicto con la recién creada Universidad
de París (1250) por el apoyo que las órdenes recibían de Roma.
Así, estos
hombres que circulan entre los hombres sin vivir como ellos, darán testimonio
de un nuevo espíritu que está por superar el dualismo de lo político y lo
religioso: la cristiandad.
Con ello vale
la pena mencionar que en esas tierras se verán la confusión que trajo la cuarta
Cruzada y la toma de Constantinopla para la constitución de un “Imperio latino[8]”; la
celebración del IV Concilio de Letrán (1215) y la decisión de emprender una
quinta Cruzada que terminó en humillación y derrota en El Cairo; la entrada en
Jerusalén de Federico II, quien guerreara en Siria y pactara en Jaffa con
Malik-al-Kamil (1229); y la participación de Luis IX, rey de Francia, en las
dos últimas Cruzadas (1224 y 1263) proclamadas por los papas Inocencio IV y
Urbano IV.
La presencia
occidental en Oriente Medio, la miseria, la crueldad y la intolerancia trajeron
consigo, contradictoriamente, la apertura de espacios económicos nuevos;
intercambios mercantiles y culturales que ya se habían dejado ver en la seducción
musulmana que penetró en el corazón mismo del Occidente cristiano cuando
llegaron los árabes a España.
Piedad, sacrificio, son conceptos
labrados en el espíritu de la época; a lo cual contribuyeron hábilmente
predicadores e intelectuales que escribieron, para finales del siglo XIII y el
primer cuarto del XIV, libelos o tratados eruditos para defender la primacía
pontificia que se está cuestionando en el Concilio de Lyón y en el Concilio
celebrado en París en 1283 (en el que se están sentando las bases para una
“cierta emancipación de la Iglesia galicana[9]” por la
falta de un acercamiento doctrinal y disciplinario con Oriente).
En esos
momentos de tensión, el beato Jacobo de Viterbo (+1308), escribirá un tratado
de eclesiología que tomará partido a favor de Bonifacio VIII –en nombre de una
teocracia moderada- y no por su opositor Felipe el Hermoso quien ya había sido
excomulgado en 1303. El cardenal Gil de Roma, dará a luz dos escritos
fundamentales para reivindicar la supremacía papal: De regimine principum y De eclesiástica
potestate.
Momentos difíciles
vivirá la iglesia católica cuando sea coronado el antipapa Nicolás V y cuando
el papa Juan XXII (que residía en Aviñón) sea excomulgado en 1327. Largas serán
las horas de la caída de la idea teocrática y las reglas sobre la fiscalidad
eclesiástica que pretendía sustraer definitivamente la competencia de nombrar
obispos a los príncipes temporales.
Una larga
epopeya se venía gestando en el ámbito cultural, la efervescencia del hierro
candente sumergido en las aguas de la fe, animó a muchos héroes a la mezcla de
mentalidades que se concretizaban en las aventuras guerreras y la explosión
filosófica latente desde Agustín de Hipona, Dioniso el Areopagita, Boecio,
Avicena, San Alberto Magno, Maimónides, Averroes, Pedro Lombardo, San Anselmo, Abelardo,
Gilberto de la Porrée, Joaquín de Fiore, Buenaventura y Tomás de Aquino.
Grandes catedrales y Sumas se fueron construyendo al tiempo que surgieron las
Universidades de Bolonia, Palencia (1208), Oxford (1214), París (1215), Nápoles
y Padua (1224), Cambridge y Toulouse (1229), Salamanca (1230), Roma (1245),
Coimbra (1279), Montpellier (1289), Lisboa (1290), Lérida (1300) y Orleáns
(1305).
Para ese
entonces, las lenguas vernáculas aportaron grandemente en el campo de la poesía
y la epopeya narrativa en la literatura edificante y la forma mística que
estaba pasando del estadio de la comunicación oral a la escritura literaria. Así
surge una literatura popular[10] que
impactó en gran medida al latín literario que había prevalecido hasta el final
del siglo XII.
En la transición
de lo oral a lo escrito, tendrá gran peso la teatralidad y la memoria.
Personajes como el juglar –contadores de historias que recurren a la palabra y
los gestos-; los trovadores –cuya producción lírica se centra en la exaltación
del amor cortesano y su langue d’oc en el sur de Francia-; los troveros
–divulgadores de una literatura épica en la langue
d’oil en el norte de
Francia-; y los minnesänger –recitadores de canciones de amor en la región noreste-,
difundirán por todo el occidente europe la cortesía, el romanticismo medieval,
el Amour courtois que ellos preferían llamar el “fine amor[11]”.
Desde España
hasta las Marcas del Este europeo, desde Toscana hasta Bretaña, esta literatura
recurrirá a un lenguaje rebuscado propio de los ambientes cortesano cultivando
cierto hermetismo. Así tendremos a personajes cultos de la época como Guillermo
IX de Aquitania, Teobaldo de Champaña, Alfonso X el Sabio, Carlos de Orleáns
que terminarán haciendo, de lo que empezó como moda, una pasión.
En esa Europa
feudal cada vez más pujante se construirá una ideología que sobrepasará la
institución real e histórica que le dio origen: los caballeros y la caballería.
A partir del siglo XII, los escritores ya no estarán al servicio de la Iglesia,
lo que les permitirá expresarse en lenguas vulgares, y explorar nuevos modos de
sentir e imaginar lo novelesco, lo romántico y lo caballeresco.
Se habla de un
Renacimiento del siglo XII en el que destacarán: “la renovación de los saberes
intelectuales, el progreso de los estudios del clero, el aumento de las
bibliotecas y del conocimiento de la literatura latina, el desarrollo de la
teología, la historiografía, el derecho y las ciencias, y la aparición de las
primeras universidades (…) todo respondía a varios factores: la decadencia de
la nobleza feudal, primer esbozo de las monarquías tradicionales, reforma monástica,
resurgimiento del dualismo maniqueo, movimiento de las Cruzadas, depuración del
latín, interés por el árabe y el griego, el retorno al derecho romano, los
nuevos avances en la ciencia médica, la sistematización de la filosofía y la
teología, el desarrollo de las Escuelas, primer esbozo de los que serán las
Universidades, el progreso de las lenguas y las literaturas nacionales, la
difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ogival[12]”.
En el orden de
la sensibilidad popular, se moverán durante los siglos XII y XIII, los Cantares de gesta (Chansons), las parodias o sátiras compuestas
por cuentos y fábulas, episodios que se han dado en llamar el Ciclo del Roman de Renart, en los que se hacía burla de las novelas cortesanas y de
los cantares de gesta mediante animales que ocupaban el lugar de las damas y
caballeros de las corte. En ese marco, se pondrá en entredicho, en tono
burlesco, la organización social y la estructura misma de la caballería, lo que
“servirá de catarsis y contrapeso social[13]”.
Hay que
recordar que desde el siglo XII, se había dado un “refinamiento de las
costumbres, una mayor emancipación de la mujer en las capas nobles, crisis
espirituales y una moral más rica en matices y más relajada[14]”.
Así, las
lenguas nacionales se alimentaron de las hazañas guerreras (epopeyas) y el amor
cortesano (poesía lírica) además de los escritos espirituales y místicos que
florecieron en el siglo XII y XIII.
Los grandes
temas de la época ponían en entre dicho la organización feudal de las
relaciones humanas y el sistema de reparto de las riquezas; así los poemas que
ensalzan el amor puro, se llenarán de violencia, contemplación y culto mariano,
denuncia social, radicalidad del Evangelio, penitencias purificadoras,
visiones, milagros, sermones, luchas entre el bien y el mal, Dios y el hombre,
se exaltará lo mundano y la guerra, el paraíso y el infierno, el cuerpo y el
alma, la eternidad y la banalidad de las formas materiales.
La sociedad caballeresca que
reclamaba participar en la cultura superior, buscará exaltar sus propios
ideales; la noble y mundana posición preocupada por hacer cultura de sus buenos
modales y su ética de la generosidad, darán cobijo a las letras al norte de
Francia primero y después en Inglaterra.
En 1274, además
de celebrarse el II Concilio de Lyón, será determinante por “la muerte de
Buenaventura y de Tomás de Aquino; el encuentro de Dante y de Beatriz,
personificación de la inteligencia, la belleza y el amor (amor a la vez
cortesano y divino) y por último, la <definición> en un documento canónico
autorizado de la existencia del Purgatorio[15]”.
Regresando un
poco en la historia habría que decir que la épica francesa, cuyo origen se
concentra en un ámbito más nórdico, renovó fuertemente la literatura feudal y
cortesana en Normandía e Inglaterra; cortes que habían destacado por su poderío
y riqueza. Fue tal el impacto de los normandos instalados en el trono de
Inglaterra tras la batalla de Hastings (1066), que la corte de los Plantagenet
será considerada como “la más brillante de su siglo[16]”
Enrique I, apodado el Beauclerc, sobresalió por su notable cultura. Para su primera esposa
mandó a escribir el Viaje de San Brandán y para la segunda, Aaliz de Lovaina
–gran protectora de las letras, compuso Felipe de Thaun su Bestiario.
Enrique II
Plantagenet tuvo una corte más espectacular. Era esposo de Leonor de Aquitania,
nieta de Guillermo IX El trovador, antes mujer del rey de Francia Luis VII.
Entre su distinguida corte trabajaron intelectuales de la talla de Wace, quien
romanceó en su Brut la Historia Regum
Britaniea de Geoffrey
de Monmounth; Beneit de Saint Maure, autor del Roman de Troie;
Thomas, el poeta de Tristán e Isolda; y María de Francia, la autora de
los Lais y las fábulas esópicas en verso.
Su maestría
como historiadores y conocimiento de los textos clásicos les permitió incluir
relatos de origen celta y bretón que terminaría siendo lo que se llamó: la
materia de Bretaña.
Lo espiritual
y lo sentimental alimentarán en gran medida a esa literatura cortés que exaltará
lo femenino, su psicología, su dignidad y las resonancias religiosas que ello
trajo como el tema del matrimonio, el honor y la castidad. “Esta metaforización
del lenguaje feudal o feudalización del pacto amoroso subvierte la relación
habitual de la mujer en el matrimonio y la ensalza por encima del varón[17]”.
La nueva ética
social construida en ese marco donde la cortesía distingue a los nobles de los
villanos y burgueses y del comportamiento burdo y vulgar del guerrero llevará a
la idealización del amor sexual, en una sociedad que como señala C. S. Lewis:
“donde el matrimonio es puramente utilitario, tiene que comenzar por ser una
idealización del adulterio[18]”.
Lo erótico, el
alegórico dios Amor, convivirá con el repertorio novelesco y la fantasía artúrica
cuyo centro estará en la Inglaterra de los Plantagenet y las cortes feudales de
la Champaña y Normandía. En un siglo aparecerán en la zona una serie de relatos
que responden a una fabulosa galería de figuras y aventuras que serán parte del
Ciclo de Lanzarote o la Vulgata artúrica[19] del siglo XIII.
El siglo XIII
estará plagado de viajes asiáticos que se están desarrollando rápidamente como
consecuencia de las conquistas mongolas. “Hubo en Europa occidental hombres de
gran curiosidad y capacidad intelectual, especialmente entre las ordenes de
frailes recién fundadas. Los esfuerzos del dominico Tomás de Aquino por
absorber las obras recién recuperadas de Aristóteles, y tratar de que fueran
coherentes con la teología cristiana. Pero hubo otros hombres cuya obra tuvo un
gran significado para el desarrollo de la especulación geográfica[20]”
Hasta este
momento hemos hablado de una Inglaterra que bien podría ser un crisol de
pueblos: galeses, escoceses e irlandeses que asimilaron el cristianismo y
algunas influencias germánicas pero que fueron refractarios e ignoraron incluso
los valores culturales latinos en sus inicios. En ese terruño, sobrevivió
durante muchos siglos una cultura latina cristiana, tan intensa que llegó a
influir en el continente pero demasiado evolucionada para que pudieran integrarse
los elementos populares. Esa cultura anglosajona erosionada y múltiple quedó
yuxtapuesta con la fuerte cultura francesa que reinó hasta el siglo XIV momento
en que aparecerá Chaucer y contribuirá con una decisión meramente personal y
deliberada para modificar el idioma y proporcionar con esa decisión lingüística
a dar forma a una nación que “pretenderá en lo sucesivo existir como tal con
relación a sus vecinos continentales[21]”.
La
incertidumbre de tomar como lazo de unión un lenguaje común, lo podemos ver en
un contemporáneo de Chaucer, John Gower (1325-1408) quien escribió una titánica
obra trilingüe; en latín su Vox clamantis –deplorando las desdichas de la época;
en francés su Espejo del hombre –difuso tratado moral en imágenes; y
su Confessio amantis –narraciones unidas por un poema en
inglés.
La cuestión
idiomática preocupaba desde que el rey Alfredo (871-901) cuestionara la extraña
dispersión de la vida cultural agravada por la conquista de Guillermo de
Normandía, en 1066. Todo a raíz de la importación de una lengua y de una
literatura francesa evolucionada.
Varios serán
los hombres que junto con Chaucer darán unidad a su nación: William Langland
(1332-1399), John Wyclef (1320-1384) un reformador religioso en la línea herética
de Guillermo de Occam (1270-1347) y Walter Lollar (¿-1322).
El siglo XIV
será decisivo en la historia de Inglaterra, será el siglo del surgimiento de la
literatura inglesa y el establecer como prólogo la literatura anglosajona y sus
fuentes primitivas, casi a manera de los mitos célticos, las epopeyas germánicas
y escandinavias y la literatura caballeresca y cortesana francesa. Estos serán
los años de la vaciladora actitud inglesa entre lo francés y lo alemán. “El
propio Chaucer, que ostentaba el apellido muy francés de <cazador>, se
hallaba compenetrado con el espíritu románico y se inspiró mucho más en la
tradición latina, francesa e italiana que en la anglosajona: en cambio, la
literatura anglosajona seguía siendo profundamente germánica. Así pues, puede
aplicarse o no la Entente Cordiale…[22]”
Las
influencias literarias de Chaucer partirán desde finales del siglo VIII con el
desconocido Cynewulf, autor del Himno a
la Cruz; Layamon o
Lawman autor del Roman de Brut (s. XII); las leyendas de Artús y la Tabla
Redonda; El poema de Beowulf, considerado la primera gran obra nacida en Inglaterra.
Durante los
reinados de los tres Eduardos, quienes sucedieron a los normandos, habían dado
unidad, fuerza y organización a Inglaterra bajo un régimen feudal aristocrático
mitigado por el Parlamento, con una burguesía de progresión ascendente y los
derechos políticos que la Carta Magna, arrancada en 1214 a Juan sin Tierra.
Para los días
reinantes de Eduardo III, Inglaterra comienza a llamarse la merry England[23]; considerada ya lo suficientemente
segura para aceptar el diálogo con el mundo exterior. Quienes se mantuvieron
renuentes a ello fueron los celtas que se oponían a esta amalgama. Los tres
Eduardos lucharon contra los galeses y los escoceses y un irredentismo anglosajón
subsistía en medio de la aceptación de las influencias extranjeras. Todo ello
fue preparando el terreno para que en el siglo XVI, Inglaterra llevara a cabo
su Reforma y su Renacimiento.
Los tres
siglos desde la batalla de Hastings (1066) y el tratado de Bretigny (1360)
transformaron la totalidad del sudoeste francés en un condado inglés; la tierra
baldía donde Chaucer habría de recoger trigo.
En el marco
literario, durante el siglo XIV prevalecía cierta apertura al exterior en la
que algunos autores escogían el latín y el francés para redactar, aún cuando ya
había quienes se replegaban sobre sí mismos buscando empaparse del dialecto
local, imitando, plagiando o adaptando obras francesas. Otros tantos mantenían
la traición germánica.
Chaucer quien
se codeaba con la burguesía a diferencia del inmovilismo de su contemporáneo
William Langland, mantuvo un espíritu audaz, optimista y juvenil. A diferencia
del encierro en biblioteca de sus congéneres, él escribió desde el mundo, en
movimiento, registrando los cambios que percibía en sus viajes.
Enrolado en la
corte de Juan de Gante, uno de los hijos del rey Eduardo, gozó de su aprecio y
los placeres de la vida caballeresca medieval.
Su posición de
embajador y diplomático a temprana edad, le permitió deleitarse en los medios
artísticos y cultos del primer renacimiento italiano.
“En Francia
mantuvo contacto con Froissart, Guillermo de Machaut y Eustaquio Dechamps; en
Italia frecuentó los c´riculos eruditos que le revelaron a Dante, Boccaccio y
Petrarca, cuyas obras introdujo en Inglaterra y, de todos tomaba sin reparos,
con ingenuidad de principiante, la métrica del verso, temas o el mecanismo de
una obra. No es manera de producir obras maestras como no lo son la alegoría
del Parlamento de los pájaros, la Casa de la Fama,
imitada de Dante, o la Leyenda de las
mujeres ejemplares,
pero consigue al menos obras vivas adecuadas a su época, que responden a
necesidades concretas y en las que se forja lentamente una lengua literaria,
una técnica poética, un concepto de la literatura, resultante y amalgama de
cuatro tradiciones: latina, francesa, italiana y anglosajona. Además, la lengua
poética de Chaucer fue la fuerza viva que desterró de la literatura los
dialectos locales[24]”.
Tal fue el
conocimiento de Chaucer de los conocimientos de su época que “a finales del
siglo XIV, utilizó el Kalendariu, compuesto en 1386 por el carmelita
inglés Nicolás de Lynn para establecer el marco de referencia cronológico de
sus Cuentos de Canterbury, y escribió un tratado sobre el
astrolabio, instrumento astronómico y de la navegación[25]”
Como lo
advierte Jacques Le Goff, a Chaucer le tocó vivir los días posteriores a la
cristiandad en crisis, lo que hacía ver ciudades nuevas fortificadas al
suroeste de Francia, mientras otras decaen; los suelos periféricos de mala
calidad son agotados por el cultivo y luego abandonados en Inglaterra. Los
explotadores agrícolas ricos, aprovechándose del estatuto de Merton, hacen uso
de los campos cercados y explotan pastizales imponiendo límites geográficos que
rebasan lo agrícola pero que a su vez terminan eliminando las fronteras.
“La expansión
pacífica de los mercaderes no se detiene hasta comienzos del siglo XIV. Algunas
hazañas terminan en fracasos o se quedan en aventuras aisladas. Cuando Marco
Polo publica su relato, dictado en las prisiones de Génova a finales de siglo,
todo el mundo le toma por un hombre dotado de una gran imaginación y el libro
ocupa un puesto junto a las novelas de aventuras bojo el título de El millón o El Libro de las
Maravillas[26]”.
Los Cuentos de Canterbury de Chaucer, lograrán expresar “por
entero toda su época[27]”
haciendo un cuadro costumbrista extrayendo personajes de los temas
tradicionales y añadiéndoles toda la experiencia de su vida para bocetearlos.
Chaucer “observó el mundo con mirada nueva, tal como era y no a través de una
tradición o de un sistema; por todos lados, considera que esta visión renovada
es digna de convertirse en materia artística.[28]”
Más allá de un
relato picante que causa risa, las moralejas y las consejas, estamos ante un
texto que se diluye entre la visión medieval del mundo y la intuición de una
libertad de pensamiento completamente nueva, unificadora, nacional, global,
libre, tan libre como la voz que saldrá desde sus cuentos.
Plegaria por la
sabidurìa y la bondad
¿Qué
son los Cuentos de Canterbury sino un espejo de la Inglaterra naciente, un
retrato fiel del espíritu de una época nebulosa y el corazón mismo de unos
hombres que están encontrando su lugar en ese nuevo mundo? Vanguardia y tradición
es la pasión que se vive en los cuentos que se sufren a sí mismos entre risas,
sátira y picaresca medieval y el humanismo de los tiempos futuros. Quizá de ahí
nace su peregrinar, su anhelo por buscar al hombre nuevo al final del camino.
Un camino que se vuelca sobre la palabra en lengua joven. El bocetear perfiles
de hombres naturales, no alegóricos, no ficticios hablando de lo que los mueve,
de lo que temen, de lo que anhelan, aunque mucho de ello sea contradictorio.
Realismo, mucho realismo es lo que vemos en ese caballero
que retoma el espíritu griego para redescubrirnos la sensibilidad divorciándose
de lo caballeresco como haría al interrumpir el cuento de Don Thopas; desagravios humanos, de carne y hueso más allá de la idealización del
matrimonio, la fidelidad y la castidad; recomendaciones prácticas alejadas de
las abstracciones y grandes discusiones teologales; dolor y disconformidad
ajenos a los embates escolásticos de la época…
Sus personajes, constantemente se
disculpan por su ignorancia y falta de conocimiento, hablan al natural, se
interrumpen, dudan, ignoran, se equivocan, se contradicen, hablan… Su arte, es
el arte sin grandes fórmulas; más cargado de pasión y flujos inconscientes de
conciencia que narraciones estilizadas de un sólo objetivo.
Aún cuando no hay novedad en el hilo
conductor que emplea, ya usado por Boccaccio en el Decamerón, The Seven Sages y las Mil y una Noche,
la contienda literaria cobra fuerza cuando recordamos su pretensión unificadora
y nacionalista, cuando su asunto se vuelve en un tema de vida, sin pretensiones
morales –aún cuando el lector las perciba.
Su arte, es el arte del que ve,
observa, expresa y redacta. Truman Capote probablemente lo hubiera ubicado
entre los mecanógrafos del mundo. Yo lo coloco entre los que terminaron
inventando uno; pues no es esa la tónica de sus contemporáneos. Su espíritu
renovador, es el del hombre que ve más allá de su tierra otros horizontes, es
el del escritor que en sus personajes denuncia tierras nuevas, su voz es la de
aquél que escucha murmullos que brotan del interior de la conciencia; una
conciencia que se mantuvo apagada por la exagerada importación del modelo francés
y el golpeador influjo anglosajón.
“El mérito supremo de Chucer, como
creador de una lengua poética, consistió, pues, no en haber acertado a hacer,
de entre una abigarrada muchedumbre de unidades fónicas, una selección que
desde entonces sirviera de regla a toda Inglaterra: en una serie de casos
ofrece peculiaridades y vacilaciones dialectales, que la lengua escrita había
de resolver más tarde de otro modo, yendo más allá de Chaucer. Su mérito
consistió, más bien, en haber dado, con una intuición genial, un ritmo a esta
lengua, y, mediante el gran ejemplo de empleo artístico en sus inmortales
poemas, haberla impreso en la memoria, y con ello en el sentido lingüístico, de
un modo tan fácil y natural, que constituyó a partir de entonces la fuerza
determinante en la vida del idioma, desarrollándose en esta dirección, hasta
que en el gran período isabelino alcanzó una perfección que podría resistir
todas las tormentas futuras[29]”.
Lengua es
identidad, lengua es destino, lengua es conocimiento, lengua es historia. Una
historia que se fue acumulando en el seno de la familia de los Chaucer desde
que Eduardo III iniciara la guerra de los Cien años y fundara la nobilísima
Orden de la Jarretera y condujera a su pueblo encauzándolo en “el fanatismo
patriótico[30]”
muy notorio en la Inglaterra de mediados del siglo XIV, así como las cuestiones
escocesas y flamencas que aumentaban la tensión entre Francia e Inglaterra y se
fueron complicando con el interés francés por Escocia, la coronación de Felipe
de Valois, el litigio anglo-francés en la región de Flandes, la posición de
Benedicto XII a favor de Felipe VI, la batalla naval de La Esclusa y la Batalla
de Crécy y las victorias de Poitiers que dejaban ver que se trataba de una
“contienda dinástica, feudal, nacional e imperialista[31]”.
Toda esa
historia nacionalista acumulada dotará a Chaucer y sus cuentos de un espíritu
crítico. Ya en las calles, en las posadas y en el Parlamento empezaba a
filtrarse el idioma de las clases humildes, extendiéndose a los tribunales y a
la literatura. Hacia 1350, “el sentimiento nacional comenzó a expresarse en
inglés[32]” y
Chaucer sabiamente se aprovechará de ello.
Wat Tyler, al
frente de los rebeldes que se habrán de amotinar en Canterbury el 10 de junio
de 1381, gritando que los monjes deberían elegir un nuevo arzobispo; la reforma
solicitada por Wyclef clamando que la Iglesia debía despojarse de sus bienes
superfluos; la guía de Ricardo II asumiéndose como jefe de las multitudes son
parte de la ambigüedad de los dos mundos que se dejarán ver en la moral de los
personajes de Chucer.
“Los
predicadores ingleses eran muy hábiles en relatar historias durante sus
sermones. Para mantener despierta la atención del pueblo, se valín de símbolos,
tales como el señor recorriendo los caminos con su séquito impresionante, el
hostelero que se apresuraba a salir de su posada para saludar, sombrero en
mano, a los huéspedes ilustres, al campesino, al burgués, al artesano, al
salteador, al jugador y otros bribones. Evocaban ante su auditori los suntuosos
palacios de los nobles y las miserables cabañas de los pobres, los anfiteatros
de las universidades y los calabozos de los castillos fortificados. En dichos
sermones se refleja toda la vida de la Edad Media, con su tipismo y colorido[33]”.
Chaucer, sabrá tomarlos como inspiración para sus pasajes realistas y agudos;
se apoyará en la figura del venerado santo nacional Tomás Becket de Canterbury
y un largo e inacabado peregrinar en busca de una capilla donde no existiera
sufrimientos y luchas como ocurre en sus historias. Una “pradera primaveral[34]” de
vidas agradables, simpatía y comprensión es lo que vemos camino a la bendición.
Un pueblo
pasivo y activo desfila en su literatura, “toda la old merry England está presente: un valiente caballero con un petimetre por
hijo, un prelado de Roma, un monje de un convento rico y un fraile mendicante,
sabios, comerciantes, un jurista lleno de quehaceres, un apacible labrador, un
molinero, un marinero, un cocinero…[35]”
Lo medieval y
lo humanístico están presentes en la ejecución, el manejo de temas bíblicos,
legendarios, mitológicos, históricos y tomados de la vida del presente. Los
discursos, la gentileza, las respuestas ingeniosas, la bravura, los misterios,
la farsa, los milagros, la artificiosa poesía caballeresca, la literatura erótica
latino-clerical, los oficios litúrgicos, la poesía goliárdica, las corrientes
panteístas y libertinas contra la castidad, los votos monásticos, la
virginidad, los decretos de castidad, los castigos infernales, la magia, el
desarrollo de las ciencias, la fe, las tradiciones del pasado, lo racional, los
placeres mundanos, el indisoluble matrimonio y la familia, las uniones
ilegales, la fidelidad conyugal, la fragilidad de la mujer, la corrupción de
los clérigos, las costumbres cristianas, hablan de la erudición de Chaucer y
sus saberes librescos, de su “respondía a una realidad social cotidiana[36]”.
Lo universal y
lo común, lo ingenioso y lo extravagante, los gremios y los intelectuales, lo
prohibido y lo sacro, la burguesía y los plebeyos, los libros y la intuición
natural, son parte del sistema de opuestos que se construyen en la Inglaterra
de los Cuentos de Canterbury.
Actualidad y
una categoría universal es lo que veo en Chaucer, un hombre que nos presta su
mirada para dar cuenta de su tierra y de sus hombres; un autor que se nutre de
su tiempo, de su historia y de su mundo; un escritor que transforma
profundamente la conciencia de su tiempo, la moral de sus contemporáneos, el
idioma de su gente, la patria de los desvalidos, la fe de los paganos….
He aquí, la
voz de toda una cultura y de una sociedad, 24 cuentos, 9 fragmentos, un autor,
un poeta, una aventura en busca de la identidad en medio de un mundo que se
construye entre la maravilla…
Apariciones y críticas
al milagro de una vida
Más
allá de una nacionalismo recalcitrante, activista e intolerante, nos
encontramos ante lo flexible, extraño, estilizado, lo sobrenatural y lo
maravilloso. Los Cuentos de Canterbury son en sí mismos mágicos, un milagro. Y
digo mágicos porque se orientan hacia lo sobrenatural maléfico y milagroso por
lo múltiple y maravilloso de su fuerza interior.
Leer esos pasajes en que Santa Cecilia se encuentra en un baño
de agua hirviendo, largas noches y días y su cuerpo sigue frío sin sentir
dolor, sin sufrimiento alguno y el verdugo da tres golpes en el cuello y ella
yace medio muerta, con el cuello tronchado tres días más para instruir a todos
en la fe[37];
o el prólogo del cuento del alguacil en el que sin pudor alguno la escatología
se hace patente describiendo cómo Satanás tiene un rabo más ancho que la vela
de un barco y “enseña las nalgas y deja que el fraile vea dónde está el nido de
los suyos en el infierno[38]”; o el
cuento del escudero y sus caballos biomecánicos… Eso sí es maravilloso, ver cómo
aparecen miles de historias y a su vez se desvanecen entre moralejas y
consejas, entre racionalizaciones y lo imprevisible.
Santidad y
trivialidad en lo cotidiano, en el corazón mismo de una nación que se encuentra
peregrinando hacia la abundancia que produce contar con una identidad.
Un humanismo
que de vez en cuando animaliza el mundo inglés y lo muestra débil, temeroso,
monstruoso y vil; pero a su vez inocente, desprotegido, necesitado de un Dios
que lo proteja y lo absuelva de todos sus pecados, que lo cobije como lo
hicieron los grandes al tener entre sus manos un estado puro, de fronteras
permeables pero resistentes.
La contienda
literaria da para mil noches y más, para encontrarle un origen mítico a la
nobleza y maravilloso, a los gentiles.
Ver a través
de los ojos de Chaucer, es vincular el acontecimiento histórico con un tótem de
mil cabezas; es recuperar la forma de lo que se mueve entre lo simbólico y lo
intelectual; es movernos entre las fronteras de lo marginal, lo que podría no
ser literatura, filosofía ni teología.
La evocación
de Canterbury es la revolución y evolución del alma inglesa hacia un cuerpo que
ya no es prisión ni tormento; donde una vida virtuosa es sólo una vida
virtuosa; donde la máxima penitencia es escuchar una mala historia y no poder
sacar provecho de ella; donde el horror culmina cuando comienza cuando inicia
el otro cuento.
Lo villano, lo
feo, lo deforme es el cuerpo y el alma que están abandonando los hombres de
esta historia; su nueva naturaleza, es la de los que descubrieron ese paraíso
temporal llamado purgatorio donde ni descansan las almas pero tampoco se
encuentran sufriendo.
La muchedumbre
que circula a Canterbury se nutre de carne delicada más que de gusanos y fuego;
este conglomerado de hombres que no se excusan, se revelan frecuentemente y su
crítica tolerante se torna en medicina para esa biología que aspira al
misticismo.
Santidad,
mucha santidad es lo que veo en las más de 375 páginas que dan forma a esa
reliquia de la cristiandad y su caída; a esa adolescencia bretona, que no
entiende de culpas porque todavía sus hombres andan vivos.
Algo se agita
en la iconósfera de mil historias, una dentro de otra y otra y otra casi hasta
el infinito. Algo más original que el pecado, más dulce que la gracia y más
libre que el albedrío, asciende y desciende entre esas hojas que no entienden
de verbos en voz pasiva.
No importan
los lugares, los múltiples protagonistas, ni la geografía de su imaginación. Lo
que importa en Chaucer es ese nuevo espacio orientado hacia el movimiento,
hacia la oposición espacial de lo que ya no es únicamente medieval ni
propiamente renacentista.
El hombre del
que hablamos así como sus letras, se abren paso entre la historia y se excluyen
de lo que simplemente son clasificados de palabras. Aquí sí hay historias de
verdad, a imagen y semejanza del verbo primario, del logos creador.
La salvación
de todos sus pasajes es la seducción y manipulación en sus lectores. Un nuevo
destino es lo que vemos en la práctica verbal de Geoffrey Chaucer; en ese
andar, en ese cierre tan poético como su historia misma: “Y el cuento es
acabado, y Dios libre de mal a esta buena gente.[39]”
[1] LAS VERGNAS, Raymond, Introducción a los Cuentos de
Canterbury, en “Cuentos de Canterbury” de Geoffrey Chaucer, Editorial Porrúa,
Colección “Sepan Cuantos”. México, 2000, Pág.
X
[2]CHAUCER, Goffrey, Cuentos de Canterbury,
Editorial Porrúa, Colección “Sepan Cuantos”. México, 2000, Pág. 64
[3] LABARRIÉRE, Pierre-Jean, De la Europa carolingia a la era de Dante,
Ediciones Akal, Madrid, 1997, Pág. 5.
[11]GARCÍA GUAL, Carlos,
El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo XII, Ediciones
Akal, Madrid, 1997, Pág. 5.
[20] PHILLIPS, J. R. S., La expansión medieval de Europa,
Fondo de Cultura Económica. México, 1994, Pág.
240.
[21] AA VV, Inglaterra y América del Norte. Gran Bretaña,
Estados Unidos de América, Historia Universal de la Literatura. Ediciones
Daimon. México, 1977, Pág. 26
[35] BÚHLER, Johannes, Vida y cultura en la Edad Media,
Fondo de Cultura Económica. México, 1977,
Pág. 233.
[36] AZUELA, Cristina, El mundo de la erudición frente a
la gente común en los Cuentos de Canterbury, en Acta Poética Número 21,
2000. Universidad Nacional Autónoma de México. México, 2000, Pág.
171.