Jorge
Alberto Hidalgo Toledo
Tratar de explorar el origen de la cultura, necesariamente
nos lleva a rastrear en el pasado histórico qué es lo que ha ocurrido y cómo es
que ha ocurrido. Así, poco a poco, conforme nos vamos internando, atendemos la
formación, el florecimiento y la decadencia de un sin número de civilizaciones.
Con esa inquietud curiosa, las cosas grandes que vamos conociendo, en dicha exploración,
van llenando de esperanza nuestras concepciones actuales de cultura. No es de
extrañar, que la reacción inmediata a nuestro descenso histórico sea la
comparación de la antigüedad con lo actual y el preguntarnos: ¿dónde nos
hallamos actualmente, como humanidad, en la corriente de la historia? Y ¿qué es
lo que esa corriente de la historia pretende de nosotros?
El escrutinio obsesivo del pasado, es prolongación de
nuestra angustia y preocupación por entender la situación actual; enmarañada y
obscura de significación y alcance para muchos de nosotros.
Ya en el año
410 d. C., cuando fue destruida Roma y cuando toda la civilización grecorromana
oscilaba en sus cimientos, San Agustín escribió la Ciudad de Dios, como
un intento de dotar de fe la comprensión de la historia y para que los
creyentes del futuro, no perdiesen la orientación. Desde entonces, nuestra
inquietud por el pasado se reviste de ese anhelo de renovación y voluntad de
formación en graves tiempos de crisis.
Casi un
milenio y medio después, en medio de la gran crisis que la Revolución francesa
produjo tras la búsqueda de una toma de conciencia, sobre el nuevo plan del
hombre y su lugar en la historia, surge nuevamente la necesidad de hacer una
interpretación total del acontecer humano con la construcción hegeliana.
San Agustín
había opuesto a la decadencia del Imperio romano la visión del Imperio divino
cristiano y eclesiástico; y, en parte, con las fuerzas que mediante ella
desarrolló en la Iglesia, salvó un cúmulo de productos de la historia antigua,
salvó su contenido cultural y sus obras, haciéndolas sobrevivir por encima del
hundimiento del mundo romano. Análogamente, Hegel trató, por su parte, mediante
su filosofía de la historia, de elevar al Estado como producto elaborado por la
divina razón, por encima del hundimiento de la vieja sociedad occidental; y, de
esta manera, trató también de salvarlo como la forma de vida en el futuro.
Hoy, las
interpretaciones de la historia y el origen de la cultura parecen no querer
partir de ninguna creencia, ni tampoco de ningún a priori; sino que se
jactan de comprobar simplemente con espíritu positivista los rasgos del proceso
total, pero tratando, además, de determinar el futuro sobre esa base.
Es en este
tipo de pensamiento donde se construyen las sociologías de la historia. Marx y
su interpretación del devenir histórico, se encuentran inspirados por esta visión
del futuro. La concepción marxista, intenta mostrar la vinculación entre el
proceso necesario del destino y el querer humano que brota de ese destino para
llevar a cabo su cumplimiento.
La exploración
histórica debe permitirnos bocetear una naturaleza viva, liberadora y
edificante del destino humano.
Bajo esta
mirada, intento familiarizarlos con el origen de la cultura y su referente histórico
más próximo: el mismo hombre.
Y es que sólo
es en el origen del hombre y su conciencia, donde podemos ubicar a nuestro
sujeto de estudio: la cultura. ¿No es acaso, en el espacio que separa a una
conciencia de otra donde se ubican los objetos de conocimiento –según la
ciencia- y de arte –según la estética?
Conocer es
dialogar con el mundo, con el cosmos, con el otro; y es en esa comunicación
donde se construyeron las representaciones simbólicas que darán origen al arte,
a la escritura, la arquitectura, la religión, la civilización y la historia.
Es en el génesis
del “yo”, del logos creador, de la estructura reverente, abierta y
cocreadora, donde podemos referir el nacimiento de la significación, del
ordenar el mundo, del devenir de la palabra; de la cultura.
Desde el ser
se pronuncia –nos dice Martín Buber- toda relación con el yo-tú y el yo-ello.
Mismidad, otredad, lenguaje al fin y al cabo; lenguaje que dota al mundo de
significación y actualiza lo esencial.
Entre el yo, el tú
y el ello, se establece una triada que nos permite “hablar sobre”, que
nos posibilita entender que los dominios son ilimitados y que la causalidad
puede ser un fenómeno físico o psíquico, tan fugitivo y pasajero como lo que
por otro lado se vuelve persistente y duradero.
Identificar el origen del
lenguaje y la significación en sus distintas manifestaciones artísticas a través
de la búsqueda antropológica, es remitirnos al principio de la relación, es
entender en qué momento la inmediatez buscó la permanencia; en qué preciso
instante, la existencia intentó diferenciarse del ser-cosa; cómo es que
se buscó la revelación como fundamento del misterio ontológico; cómo es que
intentamos tender una cuerda entre la cosa opaca y resistente y nuestra
naturaleza desnuda e indigente.
Levinás nos dice: “La dimensión
de lo divino se abre a partir del rostro humano[1]”; y con
el rostro humano, llega lo semántico, lo gnoseológico, lo ontológico, lo
social, lo psicoanalítico, lo antropológico, lo estético… En pocas palabras,
llega el hombre… Ya lo dijo Heidegger: “en el lenguaje está la morada del ser[2]”.
En este dinamismo significativo y lleno de posibilidad
hemos tirado las redes. Fuera de milagros y avatares, pensamos encontrar
figuras, grabados, dibujos y escrituras que nos permitan entender la condición
de la existencia personal, a partir de los sistemas comunicativos. Así nos
preguntamos: ¿Qué llevó al hombre a comunicarse con los otros? ¿Cómo es que
pudo desarrollar un sistema articulado tan complejo para ello? ¿Qué condiciones
bio-sociales facilitaron la abstracción y significación del mundo? ¿Es la
relación dialogal simbólica expresión única del hombre? ¿Existe condición genómica
que nos permita entender en qué momento de la evolución homínida se gestaron
los módulos del lenguaje que nos distinguieron de las demás especies? ¿Qué vínculos
evolutivos podemos encontrar entre visión, conciencia, interpretación, memoria,
cognición, significación, lenguaje y expresión?
En la base de
estas preguntas es donde podemos encontrar la búsqueda de una respuesta holística
al problema del lenguaje, sus manifestaciones gráficas y la persona humana. Aún
cuando no hay acuerdo entre los autores con relación al lenguaje y la palabra,
podemos recurrir a Gusdorf quien dice que la palabra “designa la realidad
humana tal como ella se manifiesta en la expresión[3]” y Ebner
que piensa “que el misterio de la palabra es el misterio del espíritu[4]”.
Demos unos
largos y profundos pasos atrás en la historia del hombre y bajemos a indagar en
los orígenes del ser humano, algo más que miembros y ramas en el árbol genealógico;
hagamos del horizonte más lejano algo más que un llano de restos y miserias.
Sea pues la última palabra únicamente la primera, la que nos permita descubrir
ese lenguaje histórico, ético, artístico… La que nos posibilite dimensionar la
“existencia incorporada[5]” de
Mounier, la que dé forma al aspecto psíquico, físico, espiritual y corpóreo de
ese… Alguien evolutivo que en un momento muy preciso de su historia, dio
sentido, con una sola grafía, a todo cuanto se encuentra a nuestro alrededor.
Veamos pues,
en las creaciones primarias con intención comunicativa y en los registros gráficos
qué legó a sus descendientes; el rostro, la forma y la dimensión entera de ese
hombre que no es otro que todos los hombres; el mismo que complicó a Raymond
Bayer y le obligó a afirmar que “La estética prehistórica es quizá un problema
inexistente[6]”
simple y sencillamente porque no hay autores con voz ni firma.
El mismo Bayer, con todo y que no
cuenta con forma y figura concreta, no excluye la posibilidad y nos dice que es
factible extraer “una ciencia del arte de las obras de arte que han llegado a
nosotros[7]”. Su
preocupación por la estética y la historia de la misma, limitan sus respuestas
a éste periodo a creer que el arte prehistórico, sólo ayuda a representarnos la
mentalidad y la sensibilidad de los hombres que crearon dichas obras.
No obstante, será Bayer quien nos
invite a averiguar un poco más de este homo sapiens prehistórico, que
según él, tenía una gran conocimiento de las formas, de los volúmenes y
colores, por mucho que estuvieran supeditadas a fines prácticos, no tanto estéticas,
sus representaciones animales, humanas o simbólicas.
Por él, con él
y en él, inicio este viaje hacia el pasado y hago algunas paradas; me detendré
en la evolución homínida e indagaré, la forma misma de los cuerpos y su
estructura craneal; así veremos cómo la retroalimentación con su ambiente, llevó
a modificar la forma, el tamaño y las habilidades que de él se desprenden.
Esto, obviamente, modificó los puntos de atención, la forma como se procesan
los estímulos ambientales y la respuesta obligada; naciendo con ello, módulos
cerebrales como la conciencia, la memoria, la sensibilidad artística, la
conceptualización y la expresión simbólica que darán como resultado, el
nacimiento de un lenguaje que ha caracterizado por milenios a nuestro hombre.
El
entendimiento utilitario de este lenguaje, los lugares, los temas, las
herramientas y técnicas desarrolladas, nos ayudarán a dibujar al hombre que
evolucionó con sus instrumentos y que después, buscó un perfeccionamiento progresivo.
Bayer nos da
algunas pistas del punto coyuntural de esta historia cuando nos indica que
desde el Paleolítico Inferior, el hombre del que hablamos, utilizaba la madera
y la piedra sin pulir para la elaboración de flechas, mazas y hachas.
La modificación
progresiva de los instrumentos que le ofrecía la naturaleza desencadenó una
precisión notable en la elaboración de yunques, percusores, raederas,
raspadores, picos, cuchillos, cinceles, taladros y buriles. Con estas
herramientas, llegó a trabajar de forma notable la madera, la piedra, el hueso,
el marfil del mamut, el cuerno de reno y el ámbar. Los usos que a estas le
daba, tenían que ver con sus modos de producción y obtención alimenticia: la
caza y la pesca.
La evolución técnica
se registra claramente en el Paleolítico Medio y Superior donde nacerá y
desarrollará la instrumentaria microlítica que pulirá en el Mesolítico. Ya en
el Neolítico encontramos piedra pulida y el nacimiento de la alfarería.
En el
instrumento y la fabricación con usos determinados y fines prácticos
encontramos los antecedentes de la relación que establecerá el hombre con el
objeto, los usos y lo que pretende expresar con ellos.
Bayer define
la creación como la “modificación intencional que el espíritu humano imprime en
los objetos de la naturaleza[8]”. Como
podemos ver, la creación y el desinterés, constituyen el arte para él, pues en
el fondo generan satisfacción porque lo hecho, responde a su finalidad.
Una
advertencia clara es la hecha por Bayer cuando nos dice que el remontarnos en
el tiempo, genera una “mentalidad prelógica” es decir, nos lleva a creer que
entre más viejo sea el arte, más simbólico es y menos capaz era ese hombre de
ver las cosas tal como eran.
Afortunadamente
la realidad no es así; los descubrimientos nos muestran lo contrario. Hoy
sabemos que las representaciones de un ciervo común en Altamira o un caballo en
Combarelles fueron hechas por amantes del realismo y que toda visión mágica que
se solía interponer entre el ojo y la realidad quedan de lado cuando apreciamos
que el arte prehistórico es un arte intelectual, en el que el hombre con toda
licencia se toma la libertad para deformar la realidad o aquella parte del
animal a la que le interesa dar fuerza o expresión.
Cuando el abad
Breuil, afirma que “un ser vivo imita a otro”, lo hace para que entendamos que
el arte mural figurado se basa en la imitación de los gestos, actitudes y
gritos, que después veremos reflejados en la danza, las máscaras, en el disfraz
imitando al animal quizá para engañarlo, después, posiblemente, para influir en
él y atraerlo.
Con todo esto
queremos decir que el arte rupestre y la manifestación simbólica se desarrolló,
gracias al extenso conocimiento que estos hombre tenían de las formas y las
costumbres de los animales. Este arte, de gran carácter social no se habría
podido crear si no lo hubieran considerado útil.
Creaciones
extraordinarias, realismo exagerado, magia y acción, son algunos de los temas
que se desprenden de la acción indagatoria del origen de la cultura. Veamos
pues, cómo se llegó a la creación de este modelo análogo de la realidad; cómo
se brincó del gesto, la imitación y mimetismo, a la exteriorización de estados
anímicos y la representación de abstracciones que tienen que ver con el mundo,
con lo que nos distingue de él, con el Yo, con el No-Yo.
Encontremos pues, el punto donde convergen, la antropología, la estética, la ética,
la ontología y la metafísica. Vean bien a ese hombre del cual hablaremos,
porque debajo de su piel, dice Nietzsche, hay un Dios.
Hoy día, la investigación
científica nos muestra a la historia de la vida como una serie altas y bajas;
extinciones, muertes y sobrevivientes. 99.9% de lo que alguna vez existió, hoy
se encuentra extinto.
La evolución dice el paleontólogo S.
Gould, “es una narración de eliminación masiva seguida de diferenciación en el
interior de unos cuantos supervivientes. Es a priori imposible
determinar la dirección de la evolución porque la importancia de los
acontecimientos concretos, contingentes, como la extinción o no de un grupo de
organismos en el caso de una extinción en masa, o la posesión o no de una
variante adaptativa adecuada cuando ésta es requerida, son los verdaderos
agentes de la historia.[9]”
La continua búsqueda de nuestros orígenes ha
permitido a los científicos formarse una idea de nuestro pasado. Algunos
parecidos bioquímicos, genéticos y morfológicos les han llevado a situar al ser
humano en el orden de los primates de la clase mamíferos, teniendo como
parientes próximos a los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. 98.5% de
similitud entre secuencias de ADN, son las que existen entre el humano y el
chimpancé; mayor similitud, incluso, que la existente entre el chimpancé y el
gorila o el gorila y nosotros. La cercanía biológico-evolutiva se estima en 5
millones de años; tiempo mayor al que se había calculado sólo con aspectos
morfológicos.
En nuestra evolución se registran dos grandes
adquisiciones: la marcha bípeda y el desarrollo del cerebro. Gracias al
registro fósil se ha demostrado que la postura erguida precedió al desarrollo
cerebral y que África es la cuna de la humanidad.
Algunas de las conclusiones que
se han sacado de los fósiles exhumados en la región del lago Turkana en África
oriental, hablan de la forma que pudo tener esa especie que se encuentra en la
cúspide entre los simios y los humanos. Rasgos simiescos, bípedos, un cerebro
pequeño y la posición erguida caracterizan, según Meave Leakey, a los primeros
miembros del árbol genealógico humano.
Los homínidos y los simios
africanos -cuenta Meave: “comparten un antepasado común, un animal cuyo aspecto
desconocemos pero del que podemos deducir que, como nuestros antepasados vivos
más próximos, los chimpancés y los gorilas, vivía en bosques y se desplazaba
por los árboles, colgándose de los brazos y trepando a cuatro patas. En un
momento determinado, un grupo de estos antepasado dio el primer paso crucial en
el camino evolutivo hacia los humanos actuales: desarrollaron el hábito de
caminar sobre dos piernas. No sabemos por qué se convirtieron en bípedos, pero
esto supuso cambios anatómicos tan profundos que marcaron la separación entre
los homínidos y los simios.[10]”
El
cráneo más recientemente hallado en Dmanisis por el equipo de David
Lordkipanidze ha llevado a la comunidad científica a preguntarse si no es
necesario repensar el árbol genealógico más común del género homo. El
hallazgo pertenece a un grupo de al menos seis individuos encontrados desde
1991, en una misma capa de sedimentos de entre un millón 800 mil y un millón
700 mil años de antigüedad. El cráneo de Dmanisi -dice Rick Gore: “sugiere un
aspecto bastante más primitivo[11]” que el
de aquel homínido de gran cerebro que se creyó durante muchos años, que había
sido el primero en ir de un continente a otro.
Como
podemos ver, antes del ser humano, la vida experimentó miles de caminos
diferentes y en dicho camino fue perfeccionando las estructuras de control e
información. Nuestro hombre ni nació del aire, ni encarnó espíritus
circulantes; es el resultado de una compleja tendencia expansionista de la vida
que llevó a la conquista de la Tierra completa y al cumplimiento, por su parte,
de la tendencia piramidal universal a organizarse de forma más compleja.
El
fortalecimiento de las fuerzas informativas -dice Arnoldo Águila: “llegó a un
punto tal en el homínido que la estructura informativa comenzó a oscilar
creando o deformando la información. Hasta ese momento de la historia biológica
los seres vivos se contentaban con recibir información del entorno y utilizarla
mediante programaciones sencillas, instintos y conductas simples aprendidas
socialmente, pero el foco vital surgido en relación a la aparición del ser
humano desarrolló hasta puntos insospechados la tendencia al aprendizaje social
y la comunicación social. El ser humano heredó una tendencia comunicativa y
desarrolló una capacidad fónica como no la tenía ningún animal hasta el
momento, fue desde su inicio un animal comunicativo y finalmente parloteador con
una gran carga de transmisión social de aprendizaje. La capacidad de su cerebro
fue tan ampliada que alcanzó niveles de oscilación que modificaban la información
que recibía y obtuvo de esa manera un espacio interior mayor que el de ningún
ser vivo dando un lugar de resonancia para el miedo y una posibilidad ilimitada
de interiorizar la alegría y el contraste mutuo entre estas dos emociones hizo
más perceptibles a ambas en esa zona virgen[12].”
Así, nos adentramos al gran misterio de la
mente, su origen y sus proyecciones. ¿Cuántas modificaciones ha tenido la
estructura craneal y cómo influyeron estas a la distinción en las especies?
Encontremos pues la respuesta a muchas interrogantes a partir de los
principales estadios de la evolución morfológica humana, la cual, por cierto,
ha adquirido un aspecto muy ramificado.
Intentar
ligar cada uno de los eslabones de la cadena homínida, va más allá de las
pretensiones del arzobispo Ussher, por encontrar la hora y el día exacto de la
creación o definir la ubicación geográfica de los antepasados del Adán de
Robert Silverberg. Hoy sabemos que nuestro mundo es muy viejo y que sentencias
como la de sir John Lubbock que afirmaban que: “la aparición del hombre en
Europa data de un periodo tan remoto que ni la historia ni la tradición pueden
arrojar ninguna luz sobre su origen o modo de vida[13]” son
completamente obsoletas.
Desde
la publicación en 1650 de los Anales del Antiguo y del Nuevo Testamento del arzobispo Ussher; los descubrimientos de conchas
fosilizadas de grandes criaturas semejantes a caracoles halladas por Leonardo
de Vinci en el siglo XV; las especulaciones de una vis plastica o fuerza
moldeadora que imitaba caprichosamente las formas de huesos y conchas; la
explicación que identificaba cinco huesos enormes encontrados en 1613 como las
reliquias del rey bárbaro Teotoboco, enemigo de Roma que se suponía medía 7.62
m; y el cálculo del francés Henrion, en 1718 tomando como referencia los fósiles
gigantescos de un diente hallado en Nueva Inglaterra en 1712, quien aseguró que
Adán medía 38.25 m de altura, mientras que Moisés no tenía más que 3.96 y de no
ser por la intervención de Cristo en la historia, para salvarnos, el
encogimiento hubiera continuado hasta que todos tuviéramos las dimensiones de
motas de polvo; por fortuna, se ha dado continuidad a esta revolución en el
pensamiento humano y como dice Silverberg: “los viejos ídolos se quebraron y se
dejaron en el montón de los desperdicios, como basura intelectual desechada.[14]” La
verdadera historia es otra y ocurrió así…
El mismo
Carrillo Gil presenta en su artículo Evolución
de la especie humana las tendencias evolutivas que se observan en los homínidos y las enlista de la siguiente
manera:
·
Tendencia al bipedismo o postura erguida,
posiblemente por el cambio climático que modificó su hábitat pasando de la
selva arbolada a la sabana, la cual contaba con espacios abiertos para caminar.
·
Liberación del suelo de las extremidades
anteriores que se transformaron en superiores. Lo que favoreció la construcción
de herramientas y contribuyó al desarrollo de la inteligencia.
·
El crecimiento del pulgar, la reducción de las uñas
y la piel de los dedos, en especial de las yemas, acumulando mayor cantidad de
corpúsculos sensitivos, haciéndose fina, delicada y muy sensible.
·
Desarrollo progresivo de la capacidad craneana,
de 400 c.c. en chimpancés a 1,400 c.c. en la especie humana.
·
Aumento de volumen del encéfalo y del número de
neuronas gracias a las circunvoluciones cerebrales; con esto se consiguió mayor
inteligencia y el desarrollo de un sistema de comunicación complejo: el
lenguaje hablado.
·
Creciente neotenia; tendencia que favorece una
mayor plasticidad y totipotencia en las células que permiten flexibilidad y
adaptabilidad evolutiva respecto a los cambios ambientales.
·
Progresiva falta de pelo en el cuerpo.
·
Transformaciones de la cara.
·
La visión binocular y estereoscópica,
consiguiendo una visión en relieve, disminuyendo el campo de visión.
·
Los arcos mandibulares se hicieron más gráciles
y pequeños con reducción de dientes.
·
El incremento en la estatura debido,
posiblemente, a su alimentación.
Gordon Childe nos sugiere a lo
largo de su obra, Los orígenes de la civilización,
que la “prehistoria es una continuación de la historia natural y que existe una
analogía entre la evolución orgánica y el progreso de la cultura. La historia
universal indaga la aparición de nuevas especies cada vez mejor adaptadas para
sobrevivir, más aptas para conseguir alimento y abrigo y para multiplicarse. La
historia humana muestra al hombre creando nuevas industrias y nuevas economías
que han promovido el incremento de su especie y, con esto, ha reivindicado el
mejoramiento de su aptitud.[16]”
Entendamos las diferencias que
generó este nuevo hombre y cómo vinculó el proceso histórico y su evolución orgánica,
cómo su apresto corpóreo, su herencia social y biológica dieron forma a la
cultura humana que hoy conocemos.
Tras
la búsqueda iniciada, por encontrar el punto exacto de la “caída de la figura
humana y las manifestaciones del hombre”, en el proceso del devenir histórico,
podemos encontrar el punto en que la evolución biológica sobrepasa las barreras
de lo místico y nos adentramos en los términos de la confianza que genera la
idea básica de progreso.
Gordon
Childe cuestiona legítimamente esta idea cuando expone su tesis sobre la
historia como consecuencia de las ciencias naturales, la biología, la
paleontología y la geología al afirmar: “el progreso se convierte en lo que ha
ocurrido realmente, es decir, en el contenido de la historia[17]”.
Esta historia realista que pretendemos
reconstruir, a partir de un ejercicio multidisciplinario, insistirá en la
significación engendrada por las primeras formas humanas para modelar y
determinar el sistema sociocultural en el que habría de desplazarse.
Así, una hacha dejará de ser un simple
utensilio superior y supondrá una estructura económica y social compleja. Un
grabado y una pintura, denunciarán la síntesis de una serie de caracteres
bio-evolutivos en el esquema de significación y lenguaje.
El mismo Childe se expresa de la
prehistoria no solamente como lo que “amplía la historia escrita hacia el
pasado, sino que también hace avanzar a la historia natural. En rigor, si una
de las raíces de la arqueología prehistórica es la historia antigua, la otra es
la geología. La prehistoria constituye un puente entre la historia humana y las
ciencias naturales de la zoología, la paleontología y la geología.[18]”
¿Cuán
largo, acho y vasto es ese puente? Quizá la respuesta a esta interrogante es
tan profunda como el abismo sobre el cual pende dicha unión. No obstante, la
amplitud de nuestra duda se resume y se refleja en el éxito de la vida.
Nuestra experiencia acumulada y
transmitida por la tradición social y una serie de patrones biológicos
heredados, para la supervivencia de nuestra especie, hablan del proceso histórico
y la evolución orgánica, del binomio establecido en la retroalimentación existente entre herencia
social y biológica.
Partiremos en nuestra excavación hacia
el pasado, del esquema heredado y aprendido que tendió una línea evolutiva
entre la revolución análoga y la revolución simbólica.
Este
punto lo resume perfectamente Childe cuando afirma que: “La herencia social del
hombre es una tradición que él empieza a adquirir sólo después de que ha
surgido del seno de su madre. Las modificaciones a la cultura y a la tradición,
pueden ser iniciadas, controladas o retardadas por la opción consciente y
deliberada de sus autores y ejecutores humanos. La invención no es una mutación
accidental del plasma germinativo, sino una nueva síntesis de la experiencia
acumulada, de la cual es heredero el inventor únicamente por la tradición.[19]”
Sin embargo, cuando nos referimos a la
historia del hombre encontramos pasajes en que la herencia, como expone Childe,
no lo es todo; un niño que aprende de sus padres por medio de la enseñanza y
del ejemplo a elaborar arte o instrumentos, no encaja del todo en el modelo de
la evolución como mero ejercicio de supervivencia.
El Homo sapiens, sabemos hoy,
logró sobrevivir en el mismo medio ambiente –en el que muchas especies
desaparecieron- cuando mejoró su cultura material. Así, tanto la evolución como
el cambio cultural, son consideradas adaptaciones al medio ambiente, lo que
significa el conjunto de situaciones, cambios climáticos, características
fisiográficas, provisión de alimentos, tradiciones, costumbres, leyes sociales,
la posición económica y las creencias religiosas trabajando para un mismo fin.
La adaptación simbólica –condición
propia sólo del ser humano- obligó al desarrollo de un sistema nervioso y un
cerebro que fueron más allá del simple “vivir y multiplicarse”.
Los cambios exteriores que se vivieron
desde la era Cenozoica, y siendo más exactos en la época del Pleistoceno donde
ocurrieron las grandes glaciaciones, excitaron o estimularon lo que sirvió a
nuestra criatura como “órgano sensorial” lo que impulsó ciertos movimientos o
cambios determinados en su cuerpo.
Así surgieron los sentidos
diversificados del tacto, del oído, la vista y el resto de órganos corpóreos.
Al mismo tiempo, como ya, se incrementaron el número y la variedad de los
movimientos que la criatura pudo realizar, por el desarrollo y la especialización
de los nervios motores que controlan músculos o conjuntos de músculos.
El resultado de tal desenvolvimiento
fue el hacer capaz a la criatura de variar sus movimientos, su “conducta”, de acuerdo
con las pequeñas variaciones ocurridas en los cambios exteriores que afectaron
sus nervios. La mayor parte de esos mecanismos de adaptación, como vimos
anteriormente, se encuentran localizados en el cerebro.
De
esta manera, las sensaciones que en un principio pudieron haber sido
simplemente impresiones efímeras, llegaron a conectarse permanentemente entre sí
y con algunos movimiento y, por tanto, pudieron ser “recordadas”.
Gabriel
W. Lasker, buscando la familia del hombre, extiende algunas de estas características
a todos los primates extintos productores de cultura; siendo ésta, “el acervo
de la experiencia humana de generación en generación, principalmente mediante
el uso del habla –que es el empleo de sonidos como símbolos de pensamientos e
ideas. Todo hombre, aún el más primitivo, posee un lenguaje y vive de una
manera que fue anteriormente aprendida de sus antecesores (…) Sólo el hombre
tiene habilidad para dar y utilizar significados por el uso de ‘símbolos’
verbales.[20]”
Así,
encuentra como rasgos comunes y de aparición gradual evolutiva, capacidades
como “el ver con exactitud, la locomoción en dos pies, la manipulación precisa,
la dieta variada, la planeación consciente de la actividad sexual, la
comunicación vocal, la asociación mental, la demora de la actividad sexual y el
largo periodo de dependencia en la niñez que ofrecieron amplias oportunidades
para el juego, el ‘fingir’ y posteriormente la invención.[21]”
Siguiendo con la hipótesis de Lasker,
la vida social humana, evolucionó con el desarrollo biológico y cultural del
hombre; aún cuando éste, evolucionó mucho después del primer empleo de
herramientas.
Nuestro hombre, apareció muy tarde en
los registros geológicos. Ningún esqueleto fósil que sea considerado como
“hombre” es anterior a la penúltima parte de la historia terrestre.
La
historia evolutiva, relativamente corta del hombre, denota una rapidez mayor
que casi todas las otras criaturas en sus habilidades específicas. Su cuerpo
pobremente dotado, fue compensado con un cerebro grande y complejo, el cual
constituye el centro de un extenso y delicado sistema nervioso. Lo que le permitió
controlar con precisión, los impulsos recibidos por sus afinados órganos
sensoriales. Así, antes de tener una piel cubierta en su totalidad de vello
como sus parientes mamíferos, fue capaz de hacerse abrigos para controlar el
clima y las vicisitudes del tiempo; antes de desarrollar grades garras, diseñó
instrumentos y armas ofensivas y defensivas.
Con lo que pretendemos decir que los
sustitutos artificiales construidos, son la consecuencia lógica de sus
carencias.
Así
-dice Childe: “los cambios evolutivos que han contribuido a la formación del
hombre, se encuentran conectados, de una manera muy íntima, tanto entre sí como
con los cambios culturales que el hombre mismo ha producido.[22]”
La posibilidad de asociar las imágenes
estereoscópicas (lo que le permitía estimar la distancia y ver los objetos como
sólidos) con las sensaciones táctiles y la actividad muscular, hicieron posible
detectar distancia y profundidad, lo que desarrolló la finura de las manos y
los dedos que después originaron los instrumentos.
La cooperación entre mano, ojo y
sistema nervioso, fueron dando pie a un control delicado y preciso de los
nervios motores sobre los músculos de la lengua y de la laringe y una correlación
exacta de las sensaciones musculares debidas a los movimientos de esos órganos
con las sensaciones auditivas.
Las
conexiones necesarias entre los diversos nervios sensoriales y motores se
efectuaron en regiones bien definidas del cerebro, particularmente las ubicadas
en la parte superior inmediata a los oídos.
En el Homo sapiens, la
colaboración entre cerebro y sistema nervioso ocurrió con modificaciones en la
disposición para el enlace de los músculos de la lengua, condición que no se da
en los antropoides ni en otros géneros de la especie homo. La
consecuencia distintiva es que el hombre es capaz de articular una variedad de
sonidos mucho mayor que cualquier animal.
El
hombre nace con pocos instintos heredados y tiene que aprender por experiencia.
Debe encontrar los movimientos exactos para ejecutar de forma correcta, así se
forman en su cerebro las conexiones apropiadas entre los nervios sensoriales y
motores; condición que se ve favorecida ya que desde el nacimiento los huesos
del cráneo son relativamente blandos y están trabados sin mucha cohesión. El
endurecimiento y la solidificación del cráneo humano se retarda mucho más que
en otros animales, pero la dependencia coincide con el tiempo en que los padres
protegen a la cría. Durante este periodo los padres enseñan a sus hijos a través
del ejemplo y el precepto. La facultad de hablar, es decir, la estructuración
fisiológica de la lengua, la laringe y el sistema nervioso, permiten que
durante la infancia se generen y emitan una gran variedad de sonidos
articulados distintos.
Las primeras palabras pudieron haber
sugerido, por sí mismas, los objetos denotados; pero después fue gracias a la
convención para limitar el significado y dotarlas de precisión.
Esto
último nos lleva a afirmar que el lenguaje es, un producto social; únicamente
se da en la sociedad. La familia humana, la unidad social original, fue el
lugar donde las palabras tuvieron su primer significado y sugerían cosas y
acontecimientos. Lo que implicó que el proceso educativo incluyera también la
enseñanza de la articulación, reconocimiento, asociación y conexión con los
objetos o acontecimientos a los que se refieren.
El desarrollo del lenguaje –que
ilustraba convenientemente con ejemplos reales concretos- facilitó a los padres
la instrucción para mostrar la conducta a seguir. Así se desarrolla la
experiencia mancomunada en los grupos. Es la experiencia colectiva, la adición
y modificación en función de utilidad y su transmisión de generación en
generación (tradición) lo que aceleró los procesos de evolución orgánica y el
progreso humano.
Es
importante hacer notar que el lenguaje desarrollado hasta este momento, no se
limitaba a sonidos articulados, también incluía los gestos. El simbolismo de
los gestos o la aptitud que denominamos “pensamiento abstracto” permite la
evocación y la separación –en una primera fase- del complejo de sensaciones que
pueden acompañarlos. El gesto fomentó la generalización y en parte, la exclusión
de cualidades específicas, pero después la combinación de ideas abstractas
semejantes, dotó de atributos personales al medio ambiente. Este aspecto
contribuyó a la mitología, a la magia y la invención.
La facultad de formar representaciones
mentales, la cual estaba limitada por la capacidad individual de trazar o hacerse
modelos de las cosas imaginadas, desencadenó el uso de imágenes visuales y
posteriormente el arte pictográfico.
Para un pensamiento de tan elevado
grado de abstracción, que permita la representación por medio de una imagen
visual, debe considerarse como casi indispensable el lenguaje hablado (o
escrito –sugiere Childe).
Es
a través de la evolución de los restos fósiles y las industrias desarrolladas,
como podemos afirmar que estos homínidos prehumanos lograron observar, dar
cuenta, clasificar, decidir, recordar, aprender y pensar. Sin embargo, hay que
recordar que este proceso inicial no se trataba de un pensamiento lingüístico o
conceptual que procedía de la articulación de símbolos arbitrarios. Se trataba
como dice el filósofo Jesús Mosterín: “de una serie de coordinaciones
sensoriomotrices de imágenes, impulsos y movimientos.[23]”
La posibilidad de espabilarse, aprender
y transmitir sus conocimientos son categorías prelingüísticas vinculadas a las
armas y herramientas desarrolladas. La sociabilidad desarrollada en su forma
concreta a través de la caza exigieron coordinación, planeación, asignación de
roles y comunicación eficaz. El uso de signos de un modo adecuado, aunque sin
llegar a construir enunciados complejos, evolucionó cuando las señales acústicas
que señalaban alarma o identificación
fueron sustituidas por señales de concreción especializadas y
particularizadas.
A
nuestro proto-hombre le hacían falta “un aparato fonador bucofaríngeo adecuado
y un cerebro dotado de las estructuras necesarias para interpretar mensajes acústicos
recibidos y para planificar la producción de los movimientos musculares del
aparato fonador propio necesarios para producirlos, además de coordinar todo
esto con nuestra percepción y nuestra memoria.[24]”
Para
ser más concretos es necesario entender que nuestra corteza cerebral se
conforma de tres áreas especializadas en el lenguaje: la circunvolución
angular, que coordina las diversas percepciones y asigna signos acústicos a las
percepciones visuales; el área de Wenicke que organiza con sentido los mensajes
lingüísticos, y el área de Broca, que coordina los movimientos musculares del
aparato fonador bucofaríngeo, encargado de proferir sonoramente el mensaje lingüístico
programado en el área de Wenicke. Todas estas áreas se encuentran ubicadas en
el hemisferio izquierdo del cerebro; el área de Wenicke se concentra en el lóbulo
temporal izquierdo y está unida por debajo de la corteza por el fascículo
arciforme con el área de Broca, ubicada en el lóbulo frontal izquierdo. La
circunvalación angular se sitúa detrás del área de Wernicke y su función en el
desarrollo del lenguaje es importantísima.
Es fundamental el notar que aún cuando
la totalidad de los animales superiores pueden pensar –en algún sentido- sólo
el hombre tiene la facultad de hablar y pensar simbólica, lingüística y
conceptualmente.
De ahí nuestra insistencia en remarcar
el brinco evolutivo que se dio cuando se sobrepasó la etapa prelingüística y el
modelo analógico aplicado para el acto de conocerla y el empleo del lenguaje
como fundamento epistemológico del pensamiento lingüístico. Ahí tenemos la gran
revolución cognoscible: en la estructuración del pensamiento articulado, simbólico
y lingüístico que terminó plasmando proposiciones articuladas (o pensamientos)
de forma icónica o escrita o mejor aún, lo que nosotros llamamos cultura.
[1] SANABRIA, José Rubén, Op
cit. Pág. 161.
[2] SANABRIA, José Rubén, Op
cit. Pág. 167.
[3] SANABRIA, José Rubén, Op
cit. Pág. 168.
[4] SANABRIA, José Rubén, Ibid.
[5] SANABRIA, José Rubén, Op
cit. Pág. 175.
[6] BAYER, Raymond, Historia
de la estética, Séptima reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 1998. Pág.
9.
[7] BAYER, Raymond, Ibid.
[8] BAYER, Raymond, Op cit.
Pág 10.
[9] Ibidem.
[10] LEAKEY, Meave, Los
albores de la humanidad. El horizonte más lejano. En Edición especial
verano de 2002. National Geographic en Español. Editorial Televisa, México,
2002. Pág. 6.
[11] GORE, Rick, ¿El
precursor?, National Geographic, Agosto de 2002, Editorial Televisa, México,
2002. Pág. 4.
[13] SILVERBERG, Robert, El
hombre antes de Adán. La historia del hombre en busca de sus orígenes. 2ª.
Edición. Editorial Diana, México, 1967. Pág. 17.
[14] Íbidem.
[15] CARILLO GIL, Francisco, Evolución
de la especie humana en: http://iieh.com/autores/fcarillo.html.
[16] CHILDE, Gordon, Los orígenes
de la civilización, Sexta reimpresión, Fondo de Cultura Económica, México,
1973. Pág. 26.
[17] CHILDE, Gordon, Op cit.
Pág. 12.
[18] CHILDE, Gordon, Op cit.
Pág. 19.
[19] CHILDE, Gordon, Op cit.
Pág. 28.
[20] W. LASKER, Gabriel, La
evolución humana, Primera edición en español, Fondo de Cultura Económica, México,
1972. Pág. 65.
[21] W. LASKER, Gabriel, Op
cit. Pág. 66.
[22] CHILDE, Gordon, Op cit.
Pág. 37.
[23] MOSTERÍN, Jesús. Historia
de la filosofía. El pensamiento arcaico. Tomo I. Alianza Editorial, Madrid,
España, 1983. Pág. 16.
[24] MOSTERÍN, Jesús. Op
cit. Pág. 23