El origen de la cultura - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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lunes, 14 de abril de 2014

El origen de la cultura

Jorge Alberto Hidalgo Toledo


Tratar de explorar el origen de la cultura, necesariamente nos lleva a rastrear en el pasado histórico qué es lo que ha ocurrido y cómo es que ha ocurrido. Así, poco a poco, conforme nos vamos internando, atendemos la formación, el florecimiento y la decadencia de un sin número de civilizaciones. Con esa inquietud curiosa, las cosas grandes que vamos conociendo, en dicha exploración, van llenando de esperanza nuestras concepciones actuales de cultura. No es de extrañar, que la reacción inmediata a nuestro descenso histórico sea la comparación de la antigüedad con lo actual y el preguntarnos: ¿dónde nos hallamos actualmente, como humanidad, en la corriente de la historia? Y ¿qué es lo que esa corriente de la historia pretende de nosotros?

El escrutinio obsesivo del pasado, es prolongación de nuestra angustia y preocupación por entender la situación actual; enmarañada y obscura de significación y alcance para muchos de nosotros.
         Ya en el año 410 d. C., cuando fue destruida Roma y cuando toda la civilización grecorromana oscilaba en sus cimientos, San Agustín escribió la Ciudad de Dios, como un intento de dotar de fe la comprensión de la historia y para que los creyentes del futuro, no perdiesen la orientación. Desde entonces, nuestra inquietud por el pasado se reviste de ese anhelo de renovación y voluntad de formación en graves tiempos de crisis.
         Casi un milenio y medio después, en medio de la gran crisis que la Revolución francesa produjo tras la búsqueda de una toma de conciencia, sobre el nuevo plan del hombre y su lugar en la historia, surge nuevamente la necesidad de hacer una interpretación total del acontecer humano con la construcción hegeliana.
         San Agustín había opuesto a la decadencia del Imperio romano la visión del Imperio divino cristiano y eclesiástico; y, en parte, con las fuerzas que mediante ella desarrolló en la Iglesia, salvó un cúmulo de productos de la historia antigua, salvó su contenido cultural y sus obras, haciéndolas sobrevivir por encima del hundimiento del mundo romano. Análogamente, Hegel trató, por su parte, mediante su filosofía de la historia, de elevar al Estado como producto elaborado por la divina razón, por encima del hundimiento de la vieja sociedad occidental; y, de esta manera, trató también de salvarlo como la forma de vida en el futuro.
         Hoy, las interpretaciones de la historia y el origen de la cultura parecen no querer partir de ninguna creencia, ni tampoco de ningún a priori; sino que se jactan de comprobar simplemente con espíritu positivista los rasgos del proceso total, pero tratando, además, de determinar el futuro sobre esa base.
         Es en este tipo de pensamiento donde se construyen las sociologías de la historia. Marx y su interpretación del devenir histórico, se encuentran inspirados por esta visión del futuro. La concepción marxista, intenta mostrar la vinculación entre el proceso necesario del destino y el querer humano que brota de ese destino para llevar a cabo su cumplimiento.
        
Desde entonces, nuestra época ha experimentado la sacudida de dudas en torno al valor, al porvenir y al alcance de los sistemas económicos como vías de desarrollo. Nuestro tiempo está cargado de teorías que enfocan la corriente de la historia sin suministrar el sentimiento de un estimulante valor del futuro. Estamos llenos de escepticismo;  ese pesimismo es el que impide ofrecer a la humanidad una perspectiva de porvenir. Una búsqueda sin creencias, sin fe, sin convicción científica y actitud espiritual muy probablemente no llegue al origen de la cultura, sino a la simple identificación del obrar humano sobre la tierra, las rocas y su medio ambiente.
         La exploración histórica debe permitirnos bocetear una naturaleza viva, liberadora y edificante del destino humano.
         Bajo esta mirada, intento familiarizarlos con el origen de la cultura y su referente histórico más próximo: el mismo hombre.
         Y es que sólo es en el origen del hombre y su conciencia, donde podemos ubicar a nuestro sujeto de estudio: la cultura. ¿No es acaso, en el espacio que separa a una conciencia de otra donde se ubican los objetos de conocimiento –según la ciencia- y de arte –según la estética?
         Conocer es dialogar con el mundo, con el cosmos, con el otro; y es en esa comunicación donde se construyeron las representaciones simbólicas que darán origen al arte, a la escritura, la arquitectura, la religión, la civilización y la historia.
         Es en el génesis del “yo”, del logos creador, de la estructura reverente, abierta y cocreadora, donde podemos referir el nacimiento de la significación, del ordenar el mundo, del devenir de la palabra; de la cultura.
         
Desde el ser se pronuncia –nos dice Martín Buber- toda relación con el yo-tú y el yo-ello. Mismidad, otredad, lenguaje al fin y al cabo; lenguaje que dota al mundo de significación y actualiza lo esencial.
Entre el yo, el y el ello, se establece una triada que nos permite “hablar sobre”, que nos posibilita entender que los dominios son ilimitados y que la causalidad puede ser un fenómeno físico o psíquico, tan fugitivo y pasajero como lo que por otro lado se vuelve persistente y duradero.
Identificar el origen del lenguaje y la significación en sus distintas manifestaciones artísticas a través de la búsqueda antropológica, es remitirnos al principio de la relación, es entender en qué momento la inmediatez buscó la permanencia; en qué preciso instante, la existencia intentó diferenciarse del ser-cosa; cómo es que se buscó la revelación como fundamento del misterio ontológico; cómo es que intentamos tender una cuerda entre la cosa opaca y resistente y nuestra naturaleza desnuda e indigente.
Levinás nos dice: “La dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano[1]”; y con el rostro humano, llega lo semántico, lo gnoseológico, lo ontológico, lo social, lo psicoanalítico, lo antropológico, lo estético… En pocas palabras, llega el hombre… Ya lo dijo Heidegger: “en el lenguaje está la morada del ser[2]”.
En este dinamismo significativo y lleno de posibilidad hemos tirado las redes. Fuera de milagros y avatares, pensamos encontrar figuras, grabados, dibujos y escrituras que nos permitan entender la condición de la existencia personal, a partir de los sistemas comunicativos. Así nos preguntamos: ¿Qué llevó al hombre a comunicarse con los otros? ¿Cómo es que pudo desarrollar un sistema articulado tan complejo para ello? ¿Qué condiciones bio-sociales facilitaron la abstracción y significación del mundo? ¿Es la relación dialogal simbólica expresión única del hombre? ¿Existe condición genómica que nos permita entender en qué momento de la evolución homínida se gestaron los módulos del lenguaje que nos distinguieron de las demás especies? ¿Qué vínculos evolutivos podemos encontrar entre visión, conciencia, interpretación, memoria, cognición, significación, lenguaje y expresión?
         En la base de estas preguntas es donde podemos encontrar la búsqueda de una respuesta holística al problema del lenguaje, sus manifestaciones gráficas y la persona humana. Aún cuando no hay acuerdo entre los autores con relación al lenguaje y la palabra, podemos recurrir a Gusdorf quien dice que la palabra “designa la realidad humana tal como ella se manifiesta en la expresión[3]” y Ebner que piensa “que el misterio de la palabra es el misterio del espíritu[4]”.
         
Demos unos largos y profundos pasos atrás en la historia del hombre y bajemos a indagar en los orígenes del ser humano, algo más que miembros y ramas en el árbol genealógico; hagamos del horizonte más lejano algo más que un llano de restos y miserias. Sea pues la última palabra únicamente la primera, la que nos permita descubrir ese lenguaje histórico, ético, artístico… La que nos posibilite dimensionar la “existencia incorporada[5]” de Mounier, la que dé forma al aspecto psíquico, físico, espiritual y corpóreo de ese… Alguien evolutivo que en un momento muy preciso de su historia, dio sentido, con una sola grafía, a todo cuanto se encuentra a nuestro alrededor.
         Veamos pues, en las creaciones primarias con intención comunicativa y en los registros gráficos qué legó a sus descendientes; el rostro, la forma y la dimensión entera de ese hombre que no es otro que todos los hombres; el mismo que complicó a Raymond Bayer y le obligó a afirmar que “La estética prehistórica es quizá un problema inexistente[6]” simple y sencillamente porque no hay autores con voz ni firma.
El mismo Bayer, con todo y que no cuenta con forma y figura concreta, no excluye la posibilidad y nos dice que es factible extraer “una ciencia del arte de las obras de arte que han llegado a nosotros[7]”. Su preocupación por la estética y la historia de la misma, limitan sus respuestas a éste periodo a creer que el arte prehistórico, sólo ayuda a representarnos la mentalidad y la sensibilidad de los hombres que crearon dichas obras.
No obstante, será Bayer quien nos invite a averiguar un poco más de este homo sapiens prehistórico, que según él, tenía una gran conocimiento de las formas, de los volúmenes y colores, por mucho que estuvieran supeditadas a fines prácticos, no tanto estéticas, sus representaciones animales, humanas o simbólicas.
         Por él, con él y en él, inicio este viaje hacia el pasado y hago algunas paradas; me detendré en la evolución homínida e indagaré, la forma misma de los cuerpos y su estructura craneal; así veremos cómo la retroalimentación con su ambiente, llevó a modificar la forma, el tamaño y las habilidades que de él se desprenden. Esto, obviamente, modificó los puntos de atención, la forma como se procesan los estímulos ambientales y la respuesta obligada; naciendo con ello, módulos cerebrales como la conciencia, la memoria, la sensibilidad artística, la conceptualización y la expresión simbólica que darán como resultado, el nacimiento de un lenguaje que ha caracterizado por milenios a nuestro hombre.
        
Quien profundice en estos conceptos entenderá la evolución bio-social del lenguaje y los sentidos, la interacción entre conceptualización y expresión intencional simbólica y los usos que pudo darle.
         El entendimiento utilitario de este lenguaje, los lugares, los temas, las herramientas y técnicas desarrolladas, nos ayudarán a dibujar al hombre que evolucionó con sus instrumentos y que después, buscó un perfeccionamiento progresivo.
         Bayer nos da algunas pistas del punto coyuntural de esta historia cuando nos indica que desde el Paleolítico Inferior, el hombre del que hablamos, utilizaba la madera y la piedra sin pulir para la elaboración de flechas, mazas y hachas.
         La modificación progresiva de los instrumentos que le ofrecía la naturaleza desencadenó una precisión notable en la elaboración de yunques, percusores, raederas, raspadores, picos, cuchillos, cinceles, taladros y buriles. Con estas herramientas, llegó a trabajar de forma notable la madera, la piedra, el hueso, el marfil del mamut, el cuerno de reno y el ámbar. Los usos que a estas le daba, tenían que ver con sus modos de producción y obtención alimenticia: la caza y la pesca.
         
La evolución técnica se registra claramente en el Paleolítico Medio y Superior donde nacerá y desarrollará la instrumentaria microlítica que pulirá en el Mesolítico. Ya en el Neolítico encontramos piedra pulida y el nacimiento de la alfarería.
         En el instrumento y la fabricación con usos determinados y fines prácticos encontramos los antecedentes de la relación que establecerá el hombre con el objeto, los usos y lo que pretende expresar con ellos.
         Bayer define la creación como la “modificación intencional que el espíritu humano imprime en los objetos de la naturaleza[8]”. Como podemos ver, la creación y el desinterés, constituyen el arte para él, pues en el fondo generan satisfacción porque lo hecho, responde a su finalidad.
         Una advertencia clara es la hecha por Bayer cuando nos dice que el remontarnos en el tiempo, genera una “mentalidad prelógica” es decir, nos lleva a creer que entre más viejo sea el arte, más simbólico es y menos capaz era ese hombre de ver las cosas tal como eran.
         Afortunadamente la realidad no es así; los descubrimientos nos muestran lo contrario. Hoy sabemos que las representaciones de un ciervo común en Altamira o un caballo en Combarelles fueron hechas por amantes del realismo y que toda visión mágica que se solía interponer entre el ojo y la realidad quedan de lado cuando apreciamos que el arte prehistórico es un arte intelectual, en el que el hombre con toda licencia se toma la libertad para deformar la realidad o aquella parte del animal a la que le interesa dar fuerza o expresión.
         Cuando el abad Breuil, afirma que “un ser vivo imita a otro”, lo hace para que entendamos que el arte mural figurado se basa en la imitación de los gestos, actitudes y gritos, que después veremos reflejados en la danza, las máscaras, en el disfraz imitando al animal quizá para engañarlo, después, posiblemente, para influir en él y atraerlo.
         Con todo esto queremos decir que el arte rupestre y la manifestación simbólica se desarrolló, gracias al extenso conocimiento que estos hombre tenían de las formas y las costumbres de los animales. Este arte, de gran carácter social no se habría podido crear si no lo hubieran considerado útil.
         Creaciones extraordinarias, realismo exagerado, magia y acción, son algunos de los temas que se desprenden de la acción indagatoria del origen de la cultura. Veamos pues, cómo se llegó a la creación de este modelo análogo de la realidad; cómo se brincó del gesto, la imitación y mimetismo, a la exteriorización de estados anímicos y la representación de abstracciones que tienen que ver con el mundo, con lo que nos distingue de él, con el Yo, con el No-Yo. Encontremos pues, el punto donde convergen, la antropología, la estética, la ética, la ontología y la metafísica. Vean bien a ese hombre del cual hablaremos, porque debajo de su piel, dice Nietzsche, hay un Dios.
Hoy día, la investigación científica nos muestra a la historia de la vida como una serie altas y bajas; extinciones, muertes y sobrevivientes. 99.9% de lo que alguna vez existió, hoy se encuentra extinto.
       La evolución dice el paleontólogo S. Gould, “es una narración de eliminación masiva seguida de diferenciación en el interior de unos cuantos supervivientes. Es a priori imposible determinar la dirección de la evolución porque la importancia de los acontecimientos concretos, contingentes, como la extinción o no de un grupo de organismos en el caso de una extinción en masa, o la posesión o no de una variante adaptativa adecuada cuando ésta es requerida, son los verdaderos agentes de la historia.[9]
        
¿En qué momento de la historia de la vida se inició la evolución humana? Es como dicen Barbadilla y Gould, ¿imposible determinar la líneatransicional en la cúspide entre una especie sobreviviente y otra?
La continua búsqueda de nuestros orígenes ha permitido a los científicos formarse una idea de nuestro pasado. Algunos parecidos bioquímicos, genéticos y morfológicos les han llevado a situar al ser humano en el orden de los primates de la clase mamíferos, teniendo como parientes próximos a los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. 98.5% de similitud entre secuencias de ADN, son las que existen entre el humano y el chimpancé; mayor similitud, incluso, que la existente entre el chimpancé y el gorila o el gorila y nosotros. La cercanía biológico-evolutiva se estima en 5 millones de años; tiempo mayor al que se había calculado sólo con aspectos morfológicos.
En nuestra evolución se registran dos grandes adquisiciones: la marcha bípeda y el desarrollo del cerebro. Gracias al registro fósil se ha demostrado que la postura erguida precedió al desarrollo cerebral y que África es la cuna de la humanidad.
Algunas de las conclusiones que se han sacado de los fósiles exhumados en la región del lago Turkana en África oriental, hablan de la forma que pudo tener esa especie que se encuentra en la cúspide entre los simios y los humanos. Rasgos simiescos, bípedos, un cerebro pequeño y la posición erguida caracterizan, según Meave Leakey, a los primeros miembros del árbol genealógico humano.
Los homínidos y los simios africanos -cuenta Meave: “comparten un antepasado común, un animal cuyo aspecto desconocemos pero del que podemos deducir que, como nuestros antepasados vivos más próximos, los chimpancés y los gorilas, vivía en bosques y se desplazaba por los árboles, colgándose de los brazos y trepando a cuatro patas. En un momento determinado, un grupo de estos antepasado dio el primer paso crucial en el camino evolutivo hacia los humanos actuales: desarrollaron el hábito de caminar sobre dos piernas. No sabemos por qué se convirtieron en bípedos, pero esto supuso cambios anatómicos tan profundos que marcaron la separación entre los homínidos y los simios.[10]
El cráneo más recientemente hallado en Dmanisis por el equipo de David Lordkipanidze ha llevado a la comunidad científica a preguntarse si no es necesario repensar el árbol genealógico más común del género homo. El hallazgo pertenece a un grupo de al menos seis individuos encontrados desde 1991, en una misma capa de sedimentos de entre un millón 800 mil y un millón 700 mil años de antigüedad. El cráneo de Dmanisi -dice Rick Gore: “sugiere un aspecto bastante más primitivo[11]” que el de aquel homínido de gran cerebro que se creyó durante muchos años, que había sido el primero en ir de un continente a otro.
Como podemos ver, antes del ser humano, la vida experimentó miles de caminos diferentes y en dicho camino fue perfeccionando las estructuras de control e información. Nuestro hombre ni nació del aire, ni encarnó espíritus circulantes; es el resultado de una compleja tendencia expansionista de la vida que llevó a la conquista de la Tierra completa y al cumplimiento, por su parte, de la tendencia piramidal universal a organizarse de forma más compleja.
El fortalecimiento de las fuerzas informativas -dice Arnoldo Águila: “llegó a un punto tal en el homínido que la estructura informativa comenzó a oscilar creando o deformando la información. Hasta ese momento de la historia biológica los seres vivos se contentaban con recibir información del entorno y utilizarla mediante programaciones sencillas, instintos y conductas simples aprendidas socialmente, pero el foco vital surgido en relación a la aparición del ser humano desarrolló hasta puntos insospechados la tendencia al aprendizaje social y la comunicación social. El ser humano heredó una tendencia comunicativa y desarrolló una capacidad fónica como no la tenía ningún animal hasta el momento, fue desde su inicio un animal comunicativo y finalmente parloteador con una gran carga de transmisión social de aprendizaje. La capacidad de su cerebro fue tan ampliada que alcanzó niveles de oscilación que modificaban la información que recibía y obtuvo de esa manera un espacio interior mayor que el de ningún ser vivo dando un lugar de resonancia para el miedo y una posibilidad ilimitada de interiorizar la alegría y el contraste mutuo entre estas dos emociones hizo más perceptibles a ambas en esa zona virgen[12].”
Así, nos adentramos al gran misterio de la mente, su origen y sus proyecciones. ¿Cuántas modificaciones ha tenido la estructura craneal y cómo influyeron estas a la distinción en las especies? Encontremos pues la respuesta a muchas interrogantes a partir de los principales estadios de la evolución morfológica humana, la cual, por cierto, ha adquirido un aspecto muy ramificado.
Intentar ligar cada uno de los eslabones de la cadena homínida, va más allá de las pretensiones del arzobispo Ussher, por encontrar la hora y el día exacto de la creación o definir la ubicación geográfica de los antepasados del Adán de Robert Silverberg. Hoy sabemos que nuestro mundo es muy viejo y que sentencias como la de sir John Lubbock que afirmaban que: “la aparición del hombre en Europa data de un periodo tan remoto que ni la historia ni la tradición pueden arrojar ninguna luz sobre su origen o modo de vida[13]” son completamente obsoletas. 
Desde la publicación en 1650 de los Anales del Antiguo y del Nuevo Testamento del arzobispo Ussher; los descubrimientos de conchas fosilizadas de grandes criaturas semejantes a caracoles halladas por Leonardo de Vinci en el siglo XV; las especulaciones de una vis plastica o fuerza moldeadora que imitaba caprichosamente las formas de huesos y conchas; la explicación que identificaba cinco huesos enormes encontrados en 1613 como las reliquias del rey bárbaro Teotoboco, enemigo de Roma que se suponía medía 7.62 m; y el cálculo del francés Henrion, en 1718 tomando como referencia los fósiles gigantescos de un diente hallado en Nueva Inglaterra en 1712, quien aseguró que Adán medía 38.25 m de altura, mientras que Moisés no tenía más que 3.96 y de no ser por la intervención de Cristo en la historia, para salvarnos, el encogimiento hubiera continuado hasta que todos tuviéramos las dimensiones de motas de polvo; por fortuna, se ha dado continuidad a esta revolución en el pensamiento humano y como dice Silverberg: “los viejos ídolos se quebraron y se dejaron en el montón de los desperdicios, como basura intelectual desechada.[14]” La verdadera historia es otra y ocurrió así…
       
  La especie humana según nos dice el biólogo Francisco Carrillo Gil: “es una especie animal del tipo de los Cordados, subtipo Vertebrados, clase Mamíferos, orden Primates, superfamilia Hominoideos, familia Homínidos, género Homo, especie Sapiens; bastante joven y surgió cuando mucho hace 200 mil años en África.[15]
         El mismo Carrillo Gil presenta en su artículo Evolución de la especie humana las tendencias evolutivas que se observan en los homínidos y las enlista de la siguiente manera:
·       Tendencia al bipedismo o postura erguida, posiblemente por el cambio climático que modificó su hábitat pasando de la selva arbolada a la sabana, la cual contaba con espacios abiertos para caminar.
·       Liberación del suelo de las extremidades anteriores que se transformaron en superiores. Lo que favoreció la construcción de herramientas y contribuyó al desarrollo de la inteligencia.
·       El crecimiento del pulgar, la reducción de las uñas y la piel de los dedos, en especial de las yemas, acumulando mayor cantidad de corpúsculos sensitivos, haciéndose fina, delicada y muy sensible.
·       Desarrollo progresivo de la capacidad craneana, de 400 c.c. en chimpancés a 1,400 c.c. en la especie humana.
·       Aumento de volumen del encéfalo y del número de neuronas gracias a las circunvoluciones cerebrales; con esto se consiguió mayor inteligencia y el desarrollo de un sistema de comunicación complejo: el lenguaje hablado.
·       Creciente neotenia; tendencia que favorece una mayor plasticidad y totipotencia en las células que permiten flexibilidad y adaptabilidad evolutiva respecto a los cambios ambientales.
·       Progresiva falta de pelo en el cuerpo.
·       Transformaciones de la cara.
·       La visión binocular y estereoscópica, consiguiendo una visión en relieve, disminuyendo el campo de visión.
·       Los arcos mandibulares se hicieron más gráciles y pequeños con reducción de dientes.
·       El incremento en la estatura debido, posiblemente, a su alimentación.

Gordon Childe nos sugiere a lo largo de su obra, Los orígenes de la civilización, que la “prehistoria es una continuación de la historia natural y que existe una analogía entre la evolución orgánica y el progreso de la cultura. La historia universal indaga la aparición de nuevas especies cada vez mejor adaptadas para sobrevivir, más aptas para conseguir alimento y abrigo y para multiplicarse. La historia humana muestra al hombre creando nuevas industrias y nuevas economías que han promovido el incremento de su especie y, con esto, ha reivindicado el mejoramiento de su aptitud.[16]
Entendamos las diferencias que generó este nuevo hombre y cómo vinculó el proceso histórico y su evolución orgánica, cómo su apresto corpóreo, su herencia social y biológica dieron forma a la cultura humana que hoy conocemos.
Tras la búsqueda iniciada, por encontrar el punto exacto de la “caída de la figura humana y las manifestaciones del hombre”, en el proceso del devenir histórico, podemos encontrar el punto en que la evolución biológica sobrepasa las barreras de lo místico y nos adentramos en los términos de la confianza que genera la idea básica de progreso.
Gordon Childe cuestiona legítimamente esta idea cuando expone su tesis sobre la historia como consecuencia de las ciencias naturales, la biología, la paleontología y la geología al afirmar: “el progreso se convierte en lo que ha ocurrido realmente, es decir, en el contenido de la historia[17]”.
         Esta historia realista que pretendemos reconstruir, a partir de un ejercicio multidisciplinario, insistirá en la significación engendrada por las primeras formas humanas para modelar y determinar el sistema sociocultural en el que habría de desplazarse.
         Así, una hacha dejará de ser un simple utensilio superior y supondrá una estructura económica y social compleja. Un grabado y una pintura, denunciarán la síntesis de una serie de caracteres bio-evolutivos en el esquema de significación y lenguaje.
         El mismo Childe se expresa de la prehistoria no solamente como lo que “amplía la historia escrita hacia el pasado, sino que también hace avanzar a la historia natural. En rigor, si una de las raíces de la arqueología prehistórica es la historia antigua, la otra es la geología. La prehistoria constituye un puente entre la historia humana y las ciencias naturales de la zoología, la paleontología y la geología.[18]
¿Cuán largo, acho y vasto es ese puente? Quizá la respuesta a esta interrogante es tan profunda como el abismo sobre el cual pende dicha unión. No obstante, la amplitud de nuestra duda se resume y se refleja en el éxito de la vida.
         Nuestra experiencia acumulada y transmitida por la tradición social y una serie de patrones biológicos heredados, para la supervivencia de nuestra especie, hablan del proceso histórico y la evolución orgánica, del binomio establecido en  la retroalimentación existente entre herencia social y biológica.
         Partiremos en nuestra excavación hacia el pasado, del esquema heredado y aprendido que tendió una línea evolutiva entre la revolución análoga y la revolución simbólica.
Este punto lo resume perfectamente Childe cuando afirma que: “La herencia social del hombre es una tradición que él empieza a adquirir sólo después de que ha surgido del seno de su madre. Las modificaciones a la cultura y a la tradición, pueden ser iniciadas, controladas o retardadas por la opción consciente y deliberada de sus autores y ejecutores humanos. La invención no es una mutación accidental del plasma germinativo, sino una nueva síntesis de la experiencia acumulada, de la cual es heredero el inventor únicamente por la tradición.[19]
         Sin embargo, cuando nos referimos a la historia del hombre encontramos pasajes en que la herencia, como expone Childe, no lo es todo; un niño que aprende de sus padres por medio de la enseñanza y del ejemplo a elaborar arte o instrumentos, no encaja del todo en el modelo de la evolución como mero ejercicio de supervivencia.
         El Homo sapiens, sabemos hoy, logró sobrevivir en el mismo medio ambiente –en el que muchas especies desaparecieron- cuando mejoró su cultura material. Así, tanto la evolución como el cambio cultural, son consideradas adaptaciones al medio ambiente, lo que significa el conjunto de situaciones, cambios climáticos, características fisiográficas, provisión de alimentos, tradiciones, costumbres, leyes sociales, la posición económica y las creencias religiosas trabajando para un mismo fin.
         La adaptación simbólica –condición propia sólo del ser humano- obligó al desarrollo de un sistema nervioso y un cerebro que fueron más allá del simple “vivir y multiplicarse”.
         Los cambios exteriores que se vivieron desde la era Cenozoica, y siendo más exactos en la época del Pleistoceno donde ocurrieron las grandes glaciaciones, excitaron o estimularon lo que sirvió a nuestra criatura como “órgano sensorial” lo que impulsó ciertos movimientos o cambios determinados en su cuerpo.
         Así surgieron los sentidos diversificados del tacto, del oído, la vista y el resto de órganos corpóreos. Al mismo tiempo, como ya, se incrementaron el número y la variedad de los movimientos que la criatura pudo realizar, por el desarrollo y la especialización de los nervios motores que controlan músculos o conjuntos de músculos.
         El resultado de tal desenvolvimiento fue el hacer capaz a la criatura de variar sus movimientos, su “conducta”, de acuerdo con las pequeñas variaciones ocurridas en los cambios exteriores que afectaron sus nervios. La mayor parte de esos mecanismos de adaptación, como vimos anteriormente, se encuentran localizados en el cerebro.
         De esta manera, las sensaciones que en un principio pudieron haber sido simplemente impresiones efímeras, llegaron a conectarse permanentemente entre sí y con algunos movimiento y, por tanto, pudieron ser “recordadas”.
Gabriel W. Lasker, buscando la familia del hombre, extiende algunas de estas características a todos los primates extintos productores de cultura; siendo ésta, “el acervo de la experiencia humana de generación en generación, principalmente mediante el uso del habla –que es el empleo de sonidos como símbolos de pensamientos e ideas. Todo hombre, aún el más primitivo, posee un lenguaje y vive de una manera que fue anteriormente aprendida de sus antecesores (…) Sólo el hombre tiene habilidad para dar y utilizar significados por el uso de ‘símbolos’ verbales.[20]
Así, encuentra como rasgos comunes y de aparición gradual evolutiva, capacidades como “el ver con exactitud, la locomoción en dos pies, la manipulación precisa, la dieta variada, la planeación consciente de la actividad sexual, la comunicación vocal, la asociación mental, la demora de la actividad sexual y el largo periodo de dependencia en la niñez que ofrecieron amplias oportunidades para el juego, el ‘fingir’ y posteriormente la invención.[21]
         Siguiendo con la hipótesis de Lasker, la vida social humana, evolucionó con el desarrollo biológico y cultural del hombre; aún cuando éste, evolucionó mucho después del primer empleo de herramientas.
         Nuestro hombre, apareció muy tarde en los registros geológicos. Ningún esqueleto fósil que sea considerado como “hombre” es anterior a la penúltima parte de la historia terrestre.
La historia evolutiva, relativamente corta del hombre, denota una rapidez mayor que casi todas las otras criaturas en sus habilidades específicas. Su cuerpo pobremente dotado, fue compensado con un cerebro grande y complejo, el cual constituye el centro de un extenso y delicado sistema nervioso. Lo que le permitió controlar con precisión, los impulsos recibidos por sus afinados órganos sensoriales. Así, antes de tener una piel cubierta en su totalidad de vello como sus parientes mamíferos, fue capaz de hacerse abrigos para controlar el clima y las vicisitudes del tiempo; antes de desarrollar grades garras, diseñó instrumentos y armas ofensivas y defensivas.
         Con lo que pretendemos decir que los sustitutos artificiales construidos, son la consecuencia lógica de sus carencias.
Así -dice Childe: “los cambios evolutivos que han contribuido a la formación del hombre, se encuentran conectados, de una manera muy íntima, tanto entre sí como con los cambios culturales que el hombre mismo ha producido.[22]
        
El hombre, fue dotado por la naturaleza con un cerebro grande en comparación con su cuerpo, lo que lo habilitó para hacer su propia cultura, este dote estuvo acompañado por la herencia de la “visión binocular” por parte de sus ancestros cuadrumanos remotos.
         La posibilidad de asociar las imágenes estereoscópicas (lo que le permitía estimar la distancia y ver los objetos como sólidos) con las sensaciones táctiles y la actividad muscular, hicieron posible detectar distancia y profundidad, lo que desarrolló la finura de las manos y los dedos que después originaron los instrumentos.
         La cooperación entre mano, ojo y sistema nervioso, fueron dando pie a un control delicado y preciso de los nervios motores sobre los músculos de la lengua y de la laringe y una correlación exacta de las sensaciones musculares debidas a los movimientos de esos órganos con las sensaciones auditivas.
Las conexiones necesarias entre los diversos nervios sensoriales y motores se efectuaron en regiones bien definidas del cerebro, particularmente las ubicadas en la parte superior inmediata a los oídos.
         En el Homo sapiens, la colaboración entre cerebro y sistema nervioso ocurrió con modificaciones en la disposición para el enlace de los músculos de la lengua, condición que no se da en los antropoides ni en otros géneros de la especie homo. La consecuencia distintiva es que el hombre es capaz de articular una variedad de sonidos mucho mayor que cualquier animal.
El hombre nace con pocos instintos heredados y tiene que aprender por experiencia. Debe encontrar los movimientos exactos para ejecutar de forma correcta, así se forman en su cerebro las conexiones apropiadas entre los nervios sensoriales y motores; condición que se ve favorecida ya que desde el nacimiento los huesos del cráneo son relativamente blandos y están trabados sin mucha cohesión. El endurecimiento y la solidificación del cráneo humano se retarda mucho más que en otros animales, pero la dependencia coincide con el tiempo en que los padres protegen a la cría. Durante este periodo los padres enseñan a sus hijos a través del ejemplo y el precepto. La facultad de hablar, es decir, la estructuración fisiológica de la lengua, la laringe y el sistema nervioso, permiten que durante la infancia se generen y emitan una gran variedad de sonidos articulados distintos.
         Las primeras palabras pudieron haber sugerido, por sí mismas, los objetos denotados; pero después fue gracias a la convención para limitar el significado y dotarlas de precisión.
Esto último nos lleva a afirmar que el lenguaje es, un producto social; únicamente se da en la sociedad. La familia humana, la unidad social original, fue el lugar donde las palabras tuvieron su primer significado y sugerían cosas y acontecimientos. Lo que implicó que el proceso educativo incluyera también la enseñanza de la articulación, reconocimiento, asociación y conexión con los objetos o acontecimientos a los que se refieren.
         El desarrollo del lenguaje –que ilustraba convenientemente con ejemplos reales concretos- facilitó a los padres la instrucción para mostrar la conducta a seguir. Así se desarrolla la experiencia mancomunada en los grupos. Es la experiencia colectiva, la adición y modificación en función de utilidad y su transmisión de generación en generación (tradición) lo que aceleró los procesos de evolución orgánica y el progreso humano.
Es importante hacer notar que el lenguaje desarrollado hasta este momento, no se limitaba a sonidos articulados, también incluía los gestos. El simbolismo de los gestos o la aptitud que denominamos “pensamiento abstracto” permite la evocación y la separación –en una primera fase- del complejo de sensaciones que pueden acompañarlos. El gesto fomentó la generalización y en parte, la exclusión de cualidades específicas, pero después la combinación de ideas abstractas semejantes, dotó de atributos personales al medio ambiente. Este aspecto contribuyó a la mitología, a la magia y la invención.
         La facultad de formar representaciones mentales, la cual estaba limitada por la capacidad individual de trazar o hacerse modelos de las cosas imaginadas, desencadenó el uso de imágenes visuales y posteriormente el arte pictográfico.
         Para un pensamiento de tan elevado grado de abstracción, que permita la representación por medio de una imagen visual, debe considerarse como casi indispensable el lenguaje hablado (o escrito –sugiere Childe).
        
El pensamiento arcaico que permitió la elaboración de ideas e impulsos, migró a la construcción de un pensamiento análogo que permitió al hombre primitivo orientarse en el mundo y recrear en un tiempo y en un espacio distinto a aquel en el que ocurren los fenómenos experiencias que trascienden lo sensorial. La aparición de la memoria y su ejercicio a mediano y largo plazo fue dando pie al desarrollo de la conciencia.
Es a través de la evolución de los restos fósiles y las industrias desarrolladas, como podemos afirmar que estos homínidos prehumanos lograron observar, dar cuenta, clasificar, decidir, recordar, aprender y pensar. Sin embargo, hay que recordar que este proceso inicial no se trataba de un pensamiento lingüístico o conceptual que procedía de la articulación de símbolos arbitrarios. Se trataba como dice el filósofo Jesús Mosterín: “de una serie de coordinaciones sensoriomotrices de imágenes, impulsos y movimientos.[23]
         La posibilidad de espabilarse, aprender y transmitir sus conocimientos son categorías prelingüísticas vinculadas a las armas y herramientas desarrolladas. La sociabilidad desarrollada en su forma concreta a través de la caza exigieron coordinación, planeación, asignación de roles y comunicación eficaz. El uso de signos de un modo adecuado, aunque sin llegar a construir enunciados complejos, evolucionó cuando las señales acústicas que señalaban alarma o identificación  fueron sustituidas por señales de concreción especializadas y particularizadas.
A nuestro proto-hombre le hacían falta “un aparato fonador bucofaríngeo adecuado y un cerebro dotado de las estructuras necesarias para interpretar mensajes acústicos recibidos y para planificar la producción de los movimientos musculares del aparato fonador propio necesarios para producirlos, además de coordinar todo esto con nuestra percepción y nuestra memoria.[24]
Para ser más concretos es necesario entender que nuestra corteza cerebral se conforma de tres áreas especializadas en el lenguaje: la circunvolución angular, que coordina las diversas percepciones y asigna signos acústicos a las percepciones visuales; el área de Wenicke que organiza con sentido los mensajes lingüísticos, y el área de Broca, que coordina los movimientos musculares del aparato fonador bucofaríngeo, encargado de proferir sonoramente el mensaje lingüístico programado en el área de Wenicke. Todas estas áreas se encuentran ubicadas en el hemisferio izquierdo del cerebro; el área de Wenicke se concentra en el lóbulo temporal izquierdo y está unida por debajo de la corteza por el fascículo arciforme con el área de Broca, ubicada en el lóbulo frontal izquierdo. La circunvalación angular se sitúa detrás del área de Wernicke y su función en el desarrollo del lenguaje es importantísima.
         Es fundamental el notar que aún cuando la totalidad de los animales superiores pueden pensar –en algún sentido- sólo el hombre tiene la facultad de hablar y pensar simbólica, lingüística y conceptualmente.
         De ahí nuestra insistencia en remarcar el brinco evolutivo que se dio cuando se sobrepasó la etapa prelingüística y el modelo analógico aplicado para el acto de conocerla y el empleo del lenguaje como fundamento epistemológico del pensamiento lingüístico. Ahí tenemos la gran revolución cognoscible: en la estructuración del pensamiento articulado, simbólico y lingüístico que terminó plasmando proposiciones articuladas (o pensamientos) de forma icónica o escrita o mejor aún, lo que nosotros llamamos cultura.



[1] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 161.
[2] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 167.
[3] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 168.
[4] SANABRIA, José Rubén, Ibid.
[5] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 175.
[6] BAYER, Raymond, Historia de la estética, Séptima reimpresión, Fondo de Cultura Económica, 1998. Pág. 9.
[7] BAYER, Raymond, Ibid.
[8] BAYER, Raymond, Op cit. Pág 10.
[9] Ibidem.
[10] LEAKEY, Meave, Los albores de la humanidad. El horizonte más lejano. En Edición especial verano de 2002. National Geographic en Español. Editorial Televisa, México, 2002. Pág. 6.
[11] GORE, Rick, ¿El precursor?, National Geographic, Agosto de 2002, Editorial Televisa, México, 2002. Pág. 4.
[12] ÁGUILA, Arnoldo, Evolución del hombre como culminación biológica en www.arnoldoaguila.com
[13] SILVERBERG, Robert, El hombre antes de Adán. La historia del hombre en busca de sus orígenes. 2ª. Edición. Editorial Diana, México, 1967. Pág. 17.
[14] Íbidem.
[15] CARILLO GIL, Francisco, Evolución de la especie humana en: http://iieh.com/autores/fcarillo.html.
[16] CHILDE, Gordon, Los orígenes de la civilización, Sexta reimpresión, Fondo de Cultura Económica, México, 1973. Pág. 26.
[17] CHILDE, Gordon, Op cit. Pág. 12.
[18] CHILDE, Gordon, Op cit. Pág. 19.
[19] CHILDE, Gordon, Op cit. Pág. 28.
[20] W. LASKER, Gabriel, La evolución humana, Primera edición en español, Fondo de Cultura Económica, México, 1972. Pág. 65.
[21] W. LASKER, Gabriel, Op cit. Pág. 66.
[22] CHILDE, Gordon, Op cit. Pág. 37.
[23] MOSTERÍN, Jesús. Historia de la filosofía. El pensamiento arcaico. Tomo I. Alianza Editorial, Madrid, España, 1983. Pág. 16.
[24] MOSTERÍN, Jesús. Op cit. Pág. 23

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