Ser y cognición - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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viernes, 25 de abril de 2014

Ser y cognición

Reflexiones sobre los Soliloquios, sobre la verdadera religión, libre albedrío, trinidad y confesiones de San Agustín

Jorge Alberto Hidalgo Toledo



¿Qué de todo lo existente es aquello que en verdad llegamos a conocer y cuánto de ello es verdadero? De todo eso: ¿cuánto es la verdad? Y ¿qué parte de la verdad se necesita conocer para comprobar la existencia de Dios? Anotaciones como éstas, parten de la reflexión general a la que nos invita San Agustín a lo largo de la lectura. Su interrogante guía -¿quieres conocer a Dios y al alma?- nos permite encontrar una metodología analítica y sintética para deducir que en el problema de la verdad y si Dios está sobre ella o Él mismo es la verdad, podemos encontrar la dicha del cristiano y las razones o ideas de fe para el no creyente…

En la relación cognición-verdad, encontramos las primeras claves del planteamiento de San Agustín, sólo por la verdad se conoce y así, nos introducimos a un problema similar al de Parménides y el Ser, sólo que a través de las categorías de la verdad: la verdad no acaba (¿pero tampoco inicia?); es la inteligencia la que juzga la verdad; la verdad existe y si lo que existe es, es porque es verdadero; la verdad trasciende lo corpóreo y no se halla en lo mutable; al no ocupar un cuerpo, no está ubicada en un espacio ni en el tiempo; todo lo que es verdadero lo es por la verdad; al ser la verdad inmortal, existen cosas inmortales; la verdad no puede dejar de ser y todo es acogido por ella.
Argumentaciones categóricas, casi axiomáticas, como las expuestas en el párrafo anterior, nos permiten introducirnos en un segundo nivel de cognición (el primero comprende el conocimiento y discernimiento de la realidad) donde la pregunta se vierte sobre la naturaleza y constitución del yo (el ser existente). En la introspección dialéctica del autor, entendemos que en el pensarnos y saber que nos pensamos (¿figuración Kantiana?) está nuestra existencia; de ahí que aquel que se desconozca es desdichado pues el ignorante de sí mismo no conoce la felicidad, como tampoco podrá éste, amarse a sí mismo. 
Son pues, la felicidad y la plenitud dos fines que persigue todo ser humano; conquistas que se alcanzan a través del entendimiento y la comprensión de la triada existir-vivir-entender. En la medida del obtener congruencia entre lo que somos y el conocer lo que somos, se produce el deleite. 
Una vez más la mirada interior y el auto-conocimiento aparecen en la filosofía como albergues de la verdad y en su trascendencia, las cimas del ser; pero contraria a esta afirmación surge la pregunta: por estar en mí la verdad, ¿yo soy la verdad? La respuesta es absoluta y contundente: No. Conocer mis dudas me llevará a poseer mis certezas y esa verdad circundante más allá de los sentidos (ya que estos suelen engañarnos), pero no me llevan a ser, lo que no soy (ser y estar, estar y ser no son la misma cosa).
Ser, entender, comprender y vivir la verdad, es estar en Dios; es dar pie a aquello que anima al cuerpo (el alma) y nos mueve hacia lo superior, lo absoluto, trascendente, bueno, sublime; lo verdadero. Quien participa de la verdad, contempla y participa del sumo bien; de Dios mismo.
¿Qué es pues la libertad, sino un sometimiento a la voluntad de la verdad suprema? El hombre libre (el que posee una alma racional), es el hombre seguro, el que persigue un buen fin, un fin benévolo… Es el que cuenta con las razones permanentes e invariables, es el que posee el sentido de las cosas y capta el origen de todo lo existente y su razón de ser. El hombre libre, es el que se ama, el que se conoce, el que está por encima de su propio conocimiento, el que busca la perfección, el que busca ser igual a sí…
¿De qué está hecho el hombre cuando no es la carne lo que evoca la razón? San Agustín separa el alma y sus partes (el amor con que se ama y la ciencia con que se conoce).
De ahí que pensemos: ¿Soy como hombre un accidente en la creación, como accidentes forman mi persona? O es que más allá del accidente está la suprema voluntad y la causalidad que se justifica y se da razón de ser así misma cuando se conoce? ¿Es que soy acaso sólo el complejo de mis relaciones, mis circunstancias, mi mudabilidad, mi composición y mi subsistencia? 
Soy aquello con lo que soy común y no soy lo que me es diferente; obviedad quizá que nos permite entender que es otra nuestra sustancia, nuestra composición y complemento, que en nuestra especificidad está la descomposición de lo genérico.
 Distingue San Agustín a Dios del hombre en su sustancia, mutabilidad, absolutismo… En su esencia. Es pues Dios, esencia de todo lo creado, verdad que engloba a todo lo verdadero, lo que no necesita moverse ni cambiar para saber que es, aquello que se sabe, porque rebasa lo cognoscible y lo conocido.

Es así como el cristiano debería explorar su fe: con las certezas que la razón ofrece, con las razones que el conocimiento da, con la seguridad que ofrece saber que en la verdad estaremos encontrando a Dios y la felicidad.

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