Reflexiones sobre el texto Lógica “Ingredientibus” de Pedro Abelardos.
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
20 Febrero de 2003
Lógica: ¿medio o fin de la filosofía? He ahí el problema, distinguir si aquello que sirve como instrumento, puede ser al final una categoría universal que termine comprendiendo a las demás o que sea predicado de muchos…
Pedro Abelardo, reflexionando sobre la condición y naturaleza de la lógica, retoma a Boecio para entender las diferencias entre género y especies y establece unas conclusiones por demás interesantes.
Su primer distinción recurre a la definición de la filosofía planteada por Boecio, quien la enuncia como “la ciencia que se ocupa de los seres más excelentes”. En este “penetrar en las cosas sutiles” se hayan tres especies: “la especulativa, que estudia la naturaleza de las cosas; la moral, que considera la bondad de los actos humanos, y la racional, que trata de la argumentación”. Es aquí, en la última especie, que vemos la presencia de la lógica como instrumento de la filosofía; a lo cual concluye el mismo Boecio, que: “no hay ninguna dificultad en que una misma cosa sea instrumento y parte de otra”.
Instrumento de uno mismo, ¿condición única de la lógica, o de muchas otras especies como el hombre? El hombre, ¿medio y fin de sí mismo? ¿Se puede uno servir de su persona, sus potencialidades, dones, atributos, para llegar a ser? ¿Cómo puedo hacer uso de aquello que todavía “no es”, pero que puede “ser” si se utiliza “para ser”? ¿Qué es la individualidad sino aquello que soy? ¿Pero acaso puedo decir que soy cuando apenas me encuentro en proceso de ser? ¿Contemplará estas reflexiones el problema lanzado por Boecio?
Tres preguntas básicas serán las que preocupen a Boecio:
- “Si los géneros y las especies subsisten o están sólo en las mentes.
- Caso de que se conceda que verdaderamente existen, si son esencias, corpóreas o incorpóreas.
- Si están separadas de las cosas sensibles o residen en ellas”.
Y aclara: “existen dos especies de seres incorpóreos: unos que pueden perdurar en su incorporeidad, como Dios y el alma; otros no pueden existir fuera de los seres sensibles en los que se hallan, como la línea sin un cuerpo que le sirva de sujeto”.
Ser, estar y pensar, compleja triada que trascenderá la filosofía para inmiscuirse en los campos de la lingüística, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la ciencia y la semiótica. ¿Qué es finalmente la realidad? ¿Sólo lo que nuestros sentidos perciben o también lo que es pensado? ¿Aquello que es pensado me usa para existir o yo lo uso para existir con ello?
Una cuarta cuestión aparecerá cuando reflexione Abelardo sobre la imposición y la inteligencia de los nombres universales: ”si los géneros y especies, mientras lo son, deben tener como sujeto inferior a sí en virtud de la denominación alguna cosa, o si, aún destruidas las cosas denominadas, puede todavía, en virtud del objeto intelectual o concepto que significan, tener vigencia”.
La filosofía clásica distingue en dos de sus principales actantes, respuestas a estas interrogantes. Por un lado Aristóteles pensaba que “los géneros y especies subsistían tan sólo en los seres sensibles y que se formaba un concepto de ellos fuera (en la mente)”; y por otro, Platón afirmaba: “que no sólo se los pensaba fuera de las cosas sensibles, sino que también existían fuera de ellas”.
Concepto y realidad; dentro y fuera; ¿hay acaso realidades intermedias que sirven como vínculos y no son captadas por lo sensible pero sí por el intelecto? ¿Cómo percibe el hombre la realidad y por qué son tan importantes los conceptos para comprenderla? ¿Qué es finalmente algo universal y cómo se distingue de lo particular?
Aristóteles nos da la clave en el Periermeneias donde define el universal: “como lo que tiene aptitud para ser predicado de muchos”; y Porfirio del singular o individual cuando deduce que “es lo que se predica de uno solo”.
El mismo Porfirio distingue a la especie como lo que “se compone del género y de la diferencia y existen en la naturaleza”.
Aristóteles hablará del género “como lo que determina la cualidad respecto de la sustancia”; y Boecio “como una cierta semejanza de muchas especies, que muestra la conveniencia sustancial de todas ellas”.
Otro nombre dado para referirnos a los universales es el del nombre. Y viene a ello la pregunta: si es condición de la palabra significar o mostrar y de la cosa ser significada, ¿los significados son propios de las cosas, son inventados arbitrariamente o nacen de la cosa misma? ¿Quién define lo definido? ¿Qué criterios determinan lo universal y lo particular? ¿Son acaso criterios tangibles, genéricos o es su imposición social la que determina lo genérico, lo común a todos?
Lo que difiere por su forma, lo que se asemeja por sus formas… ¿en lo interno o en lo externo? De ser así, existen sustancias intrínsecas no perceptibles; pero sí captables. Vuelve la pregunta: ¿esa “esencia” no visible es real? Si se le separa del sujeto que la posee, ¿puede seguir existiendo? ¿o sólo existe por qué está en él? Coexistir, cosubstancialidad, serán conceptos que pasan por nuestra mente para entender, a partir de estas preguntas, cómo es que podría Dios existir en el hombre tomando la referencia de san Pablo, “no soy yo quien vive, sino que es Cristo el que vive en mí”.
Participación será la clave ofrecida por Porfirio, para entender cómo muchos hombres se hacen uno y cómo se es universal en la naturaleza y particular o individual en el acto, en lo corpóreo y en lo sensible.
Participación… interesante concepto que nos llevaría a pensar si existe una condición inmanente en el hombre y las demás especies; si lo universal participa en lo particular; si uno “usa” a lo otro para “ser” y seguir “siendo”; cuando Federico Nietzsche lanza la sentencia “Dios ha muerto” con él, también ha muerto el hombre…