Reflexión sobre los Ensayos de Michel de Montaigne
Jorge A. Hidalgo Toledo
“Yo soy la materia de mis bienes y mis males. Yo soy el juicio que se mueve detrás de todo ciclo. Yo soy quien toca la verdad cuando quiero ver la roca tras la roca. Yo soy aquel que sufre o se engrandece con la vida y con la muerte. Yo soy lo que fue y lo que será; porque en el fondo no soy nada más que eso, un puente entre la vida y la muerte; una brazada extra por sobrepasar la condición vacÃa y corriente de la vida. Soy carne, soy alma, soy agua de una misma fuente que se estira y se resiste; que se endurece y evapora… Yo soy quien goza y se deleita cuando el banquete ha terminado. Yo soy quien vive por delante al <se me va la vida>. Yo soy y puedo ser tan sólo aquella barca a la deriva; pero NO. Hoy me elevo y me suspendo, porque el brazo es pluma fuerte que sustenta la desdicha; porque el corazón valiente corre más veloz que el tiempo y se proyecta en lo terreno, por encima de mi misma humanidad. Yo soy… Simple y sencillamente, la carne que se eleva, dispuesta a ser tocada por la mano de Dios”.
He aquà la carne de mi carne, la sangre de mi ser; ya el mismo Montaigne lo afirma en la lección 565 de sus Ensayos: aquà podrán encontrar “(…)algunos rasgos de mi condición de ser y humor, y fomentar asà más completo y más vivo el conocimiento que tienen de mÔ.
Asà será conmigo, cuando deje gotas de mi savia en el templete nacarado de este rostro que dejó los bosques para tornarse en sacro… Porque esta tierra fértil de las letras hoy será mi canto a la Will Whitman; un canto a mà mismo, un canto a cada hombre que se proyecta en la humanidad.
¿Pero cuál será la tierra de la que tomaremos este barro? Las ideas mismas de Montaigne; quien a lo largo de sus ensayos nos plantea algunas ideas fundamentales –citando al mismo Cicerón- en torno a la filosofÃa como preparación hacia la muerte.
Ha sido, y será
El problema de la vida y de la muerte es el problema de lo humano; el cual se descubre oprimido por las fuerzas de la naturaleza: temeroso ante los conceptos que ha construido para nombrar y definir su entorno; perdido en el caos de los cataclismos del mundo y buscando la salvación en sà mismo.
Conceptos, nombres, ideas, males en la vida de unos; grandes bienes en aquellos cuyo juicio inteligente los ha tocado y se ha aprovechado de ellos.
Con Montaigne, la noción del mal metafÃsico misteriosamente se diluye en la razón y en nuestra forma de pensar el mundo; lo que erradica la idea de un pecado o mal mayor que pesa en los hombros del hombre desde nuestro origen y hasta la eternidad; de igual forma, desvincula la muerte, la pobreza y el dolor como impedimentos de la felicidad y la realización del hombre.
Por momentos, una visión estoica se vislumbra en su noción de hombre; un ser en constante conquista de sà mismo; aquél que se hace en el cultivo de virtudes.
El cuerpo y el espÃritu se nutren con el trabajo; con el esfuerzo nos colocamos por encima de las bestias, superamos la fragilidad de nuestro entorno y propia naturaleza.
Pensar el bien, es lanzarnos sobre él. Pero para arrojarnos, hay que tener coraje; el mismo que se necesita para vencer la muerte y la vida misma.
De ahà la importancia que tiene para Montaigne la filosofÃa, esa ocupación que nos coloca sobre la materia y que nos enseña a no tener miedo a morir.
Vive pues el hombre para pensar, deleitarse y proyectarse; pues cada gota de mi sangre debe ser el dulce néctar de la dicha en otros. Cada huella de mi carne, debe superar la sombra y excretar mácula carnosa sobre aquel en cuya mente me proyecto.
Tiempo y angustia, son superados en la visión descarnada de Montigne. En sus ensayos, literalmente, “no hay mal que por bien no venga”; todo razonamiento hace escuela en nuestro ser y nos devuelve todo tiempo perdido.
Usar la vida para vivir, para hacer del mundo un espejo fiel de nuestra imagen.
Montaigne explora formidablemente en la moral latina para sacar al hombre del letargo y la violencia de las aguas turbias donde su cuerpo flota a la deriva.
Pensar y actuar para encontrar lo que buscamos: verdad, ciencia y certeza. El mismo autor establece los resultados del arrancar piedras de la tierra, bajo el signo de esta triada en la que radica el poder de juzgar con independencia y libertad; pues “un alma libre de prejuicios tiene unas maravillosas ventajas para llegar a la tranquilidad”.
En Montaigne encontramos al hombre desnudo e inocente como Adán; y “dispuesto –como el mismo Michel afirma- a recibir de lo alto alguna fuerza extraña, desposeÃdo de toda ciencia humana y, por lo mismo, más apto para albergar en sà la divina, aniquilando su propio juicio para dejar más lugar a la fe”.
Es pues en la renuncia humana y la encomendación a Dios donde Montaigne encuentra la salvación del hombre; claro es el mensaje: “cada experto debe ser creÃdo en su arte” Y ÉL como único salvador debe ser tomado como tal.
Un poco de ruido es la condición percibida en la reflexión de Montaigne quien brinca de la exaltación del hombre virtuoso, hedonista y racionalista a uno sujeto a la revelación en tiempos de humo y ensueño.
Sigamos pues, la revisión humana de sus consejos: juzguemos el mundo, examinemos cuanto existe dentro y fuera y descubramos en los lÃmites de nuestra bóveda la razón que todo lo abarca, que todo lo puede y por medio de la cual todo se sabe.
Descubramos, pues, la última de las cosas contempladas en la vida: nuestra propia existencia y dejemos que el fuego de la eternidad nos acoja en su seno inmóvil e inmutable.
Dejemos pues que la vida nos sorprenda alzando el vuelo sobre nuestra larga y monstruosa brazada de hombre asustado, para alcanzar la dicha del milagro de lo humano.
Y si en el vuelo nos sorprende “el revelado”, sus manos cubrirán nuestras alas extendidas, impidiendo que la cera fina que recubre nuestra historia, se derrita con el sol.