La inmensidad a la que se le niegan los límites - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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viernes, 25 de abril de 2014

La inmensidad a la que se le niegan los límites

Reflexión sobre La revolución cosmológica de Miguel Ángel Granada
Jorge A. Hidalgo Toledo



Imagínese despertar un día con un par de ideas en mente: la Tierra gira sobre sí misma cada día, cada mes y cada año y también lo hace alrededor del sol. Imagínese pues, cuál sería el sentir de aquellos que a su lado, no hacen otra cosa más que escuchar su voz que afirma que ha logrado unir la astronomía y la cosmología sin contradecir las Escrituras. Muy probablemente, hoy, en pleno siglo XXI, habría todavía personas que lo tacharían de loco, como muy probablemente le ocurrió al buen Copérnico. La única variable aquí es que para nosotros suena a obviedad; para la generación de hombres de 1530; los juicios del autor De revolutionibus, estaban por convertirse en la chispa que detonó el big-bang de la revolución cosmológica y por ende, de la ciencia.

Dimensionar el espacio, dándole al soplo divino y su condición ulterior, la posibilidad de que los hombres captemos todo por la razón; sí que es una razón que rebasa los límites mismos del universo. Y eso fue lo que ocurrió. 
Cuando Copérnico dedicó su obra al papa Pablo III, afirmando en su prefacio “que las matemáticas se escribían para los matemáticos”; estaba, nuestro autor, tomando desde las primeras líneas, la bandera que daría a los científicos posesión sobre la tierra firme que habitaríamos después en este universo. En ella, encontramos la gestación de una nueva generación de “sacerdotes y videntes” de los secretos de la verdad revelada. Un nuevo puente entre Dios, la naturaleza y el hombre se ha tendido, y sólo aquél que domina su mensaje, podrá escuchar la voz del Ser Supremo. Bastante pretensión había oculta en la inocente frase utilizada para escaparse de ser atacado como hereje y de los golpes bajos de los charlatanes. 
Por cierto, la novedad propuesta, en la restauración cosmológica, residía en la forma del mundo; la simetría y armonía que producía el colocar al Sol como centro orbitable; su argumentación física para demostrar el movimiento terrestre; pero sobre todo, dando al hombre la posibilidad de descubrir el orden del mundo a través de su inteligencia, la observación y las herramientas de la astronomía, además de dimensionar la naturaleza y uso de la Biblia: “mostrar la voluntad y la promesa de Dios a los hombres con vistas a la salvación; una enseñanza moral y teológica que se acomoda a la inteligencia de la mayoría de los hombres”.
El engranaje del cosmos desarticulado sobre la mesa; es darle al hombre la capacidad de colocarse como actor en-el-mundo. Por fortuna, para el tiempo en que fue planteada dicha teoría, la aseveración machina mundi, estaba respaldada por la premisa “y fue construida por Dios para nosotros”.
Quién pensaría que detrás de tan “inocentes” postulados se encontrara una tendencia iconoclasta contra los paradigmas establecidos en el campo de la ciencia, la fe y la filosofía. 
El despliegue matemático y su relación con el descubrimiento de la verdad, pone al universo entero al servicio de la realidad numérica y el descubrir cuál es la verdadera naturaleza de las cosas.

Del movimiento de la Tierra
El comportamiento de los cuerpos y su naturaleza, ahora también entraba al debate del movimiento de la Tierra. El modelo físico aristotélico estaba en tela de juicio. ¿Cómo es que algo se comporta diferente a lo que está determinado por su naturaleza? ¿quiere esto decir que toda descripción antigua de naturaleza estuvo equivocada? La historia nos dirá que sí. Y como afirma Miguel Ángel Granada, estamos ante la destrucción del cosmos tradicional y el nacimiento de la revolución científica.
Problemas como la infinitud del universo y los límites entre lo cosmológico y lo teológico empezarán a ensancharse. ¿Sería acaso Copérnico tan ignorante de sus riquezas como afirmaría Kepler? De ser así, bendita sea la dama que dejó la puerta abierta para atrapar a los rateros que llevaban meses persiguiendo en la comisaría. 
Interesante o providencial dirán algunos fue la aparición del cometa en 1577 y la estrella nova en la constelación de Casiopea en 1574 y los cuestionamientos que lanzó como signo apocalíptico y cómo la “nueva ciencia” permitió abandonar el marco de las creencias, obligando a hombres como Christoph Rothmann y Brahe a preguntarse qué sustancia era aquella sobre la que fluían los cometas y planetas para desplazarse libremente.  

Exilios y cadenas
¿Cuál era, finalmente, el lugar que estaba ocupando el hombre en el mundo a partir de todos estos descubrimientos? Thomas Digges, respondería: “entre el mundo celeste y el mundo sublunar en que el alma humana se encuentra exiliada de su patria celeste y encerrada en las cadenas del cuerpo, de las que puede no obstante liberarse y ascender al cielo mediante las alas o escalas de la matemática y astronomía”
Supra y sub celeste, extremos de la triada en la que el hombre habrá de ubicarse para justificar la potencia racional del hombre y cómo este puede llegar a ser un elegido y finalmente retornar a su sede y morada que es Dios.
Esperanzadora y teocéntrica sigue sonando la posición de Digges; quien por más que intenta sembrar la potencia en el acto para que el hombre alcance la perfección divina, no deja de estar supeditada con la divinidad.
En cambio Giordano Bruno, establecerá una relación distinta entre Dios y el universo y la forma como el hombre accede a la divinidad. Con él, la filosofía será la religión de la mente y está en ella, y en el hombre (imaginación humana) el trascender los límites mismos del infinito. Bruno, nos coloca en todo momento y en todo lugar en el centro mismo de la creación; con él pasamos a ser espectadores a actores; asumimos nuestra naturaleza infinita, eterna y divina. 
Bruno traerá a Dios, nuevamente, al interior de todo hombre. Entre el cosmos, la creación y el hombre, se han eliminado los mediadores. Posición que reafirmará Kepler cuando evalúa el intelecto humano como afín al divino y capaz de descubrir la obra de Dios y sus razones.
¿Quién sino Dios mismo puede saber la razón detrás de sus razones? 
Nos encontramos con una gama de teóricos que han sometido a la naturaleza a la legalidad de la matemática y su comprobación empírica, más allá de la hipótesis. 
La era instrumental inaugurada por Galileo y su prudencia metodológica para dejar en manos de la revelación divina toda certeza, limitando con ello la proporción de captación del hombre, pues no está en su naturaleza y su potencia la percepción misma del infinito.

Soberbia o no intentar elevar la capacidad humana, fue una gran  contribución a la misma percepción de la naturaleza simplista y las herramientas sencillas que usa Dios para seguir hablando con los hombres.

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