El hombre como proyecto, símbolo y praxis
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
El estatuto particular de la existencia se construye en el
lenguaje, en la materia significante y en el deslizarse por un sinfín de
sistemas donde todo es comunicar. Donde todo se vuelve en parásito de la
literatura, incluso la vida misma.
De ahí, que
tomemos la fuerza creativa del habla y la palabra para entender el mundo y
nuestro lugar en él.
El
existencialismo ofreció en su momento una serie
de postulados teóricos que bien se pueden emplear para entender esta
ontología de la lengua en la que hemos ensayado.
Entender la
noción del lenguaje llevará al lector a entender el papel que el habla
desempeña en la autoconstrucción del hombre. Por el habla el hombre se posee y
poseerse es construirse, nada alejado de lo que Sartre proponía con su
humanismo existencialista.
Desarrollo
Hace más de 350 años, Santa Teresa de Jesús escribió: “Las
palabras llevan a las acciones… preparan el alma, la alistan y la mueven a la
ternura”[1].
Hoy
día, hablar de ternura, de movimiento y acción, parecieran vocablos que se
alejan de las actividades diarias del hombre posmoderno. El solo hecho de
pensar en las propiedades de la lengua, más allá de concebirla como un conjunto
organizado de gramemas y referentes, es una actividad fuera del contexto
pragmático y funcionalista de nuestros tiempos.
Por
ello, imaginar que es la palabra misma posibilidad de acción o motor en la vida
del hombre, suena en nuestro mundo absurdo, literal: un salto al vacío. Sin
embargo, cuando analizamos la cita de Sartre quien nos dice que: “el primer
paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es, y
asentar sobre él la responsabilidad total de su existencia”[2] me pregunto si asumir dicha responsabilidad y a su
vez, hacernos responsables de todos los hombres, no tiene que ver en gran
medida con el objetivo de las letras según Santa Teresa.
La
literatura como la lengua es instrumento de existencia y trascendencia. El
lenguaje como las letras, nos enlazan con todos los que usaron para sentirse
vivir las mismas palabras.
Pedro Salinas nos dice que “en el
lenguaje el hombre existe en su hoy, se vive; se siente vivo en su pasado,
hacia atrás, se retrovive; y más aún, se juega su carta hacia el futuro, aspira
a perdurar; se sobrevive. Visto así, el lenguaje es mucho más que una actividad
técnica, práctica, un medio de comunicación que termina en cuanto logra su
cometido circunstancial; es una actividad trascendental, es un hacer de
salvación”[3].
El hombre
se hace a sí mismo en el existir; en el nombrar el mundo, en la construcción de
su proyecto; en la realización y ejecución misma del verbo. El hombre que “está
condenado a cada instante a inventar al hombre”[4] está a su vez condenado a traspasar su fatalidad y
esto sólo es posible cuando se confía al lenguaje. La palabra junto con el
hombre, cobra vida propia, pues es la lengua una actitud activa de búsqueda y
lucha y eso es lo que los literatos llaman sed de creación.
La
lengua, no sólo es morada del ser, como afirmaba Heidegger, la lengua es
refugio mismo de la historia; ya Karl Vossler registra el hecho de que “cuando
a los hombres se les despoja de su tierra, encuentran como un nuevo hogar en su
lengua madre, que está a todas horas y en todas partes presente en sus
sentidos, y por eso puede volver a convertirse en algo concreto, en algo con
morada terrenal”[5]; pues es el lenguaje la fortaleza espiritual donde
se alberga la experiencia humana.
Por
ello, no es descabellado afirmar que poseer la lengua es poseernos a nosotros
mismos; es conocer y darnos a conocer. La plenitud es extensión de la lengua.
“Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y construir el
mundo”[6].
La
existencia humana, ese misterio que se recata entre las sombras, es lo que
Unamuno llamó el secreto de la vida, de nuestra propia vida. Y es el lenguaje
el que nos sirve de método de exploración interior. “La palabra es espíritu, no
materia, y el lenguaje, en su función más trascendental, no es técnica de
comunicación, hablar de lonja: es liberación del hombre, es reconocimiento y
posesión de su alma, de su ser”[8].
Es también
la lengua un modo de captarnos frente al otro y con nosotros mismos y lo
descubre como condición de su existencia. Soy y estoy en el mundo por mi
capacidad de nombrarlo y ubicarme en él con signos y señales. Octavio Paz
escribe: “Las palabras no están en parte alguna, no son algo dado, que nos
espera. Hay que crearlas, hay que inventarlas, como cada día nos creamos y
creamos el mundo”[9].
El
lenguaje es por naturaleza diálogo con el mundo, con el ser y la existencia. La
palabra es quizá nuestro único ser o lo que los existencialistas se niegan a
reconocer como naturaleza humana; una naturaleza que no precede a la
existencia, pero que sí se construye en su relación con el mundo. La palabra es
revelación de nuestra condición original “porque por ella el hombre
efectivamente se nombra otro, y así él es, al mismo tiempo, éste y aquél, él
mismo y el otro”[10].
Si
existir es un estar en el mundo, qué la lengua sino materialización de nuestra
temporalidad. En la lengua habitamos, por la lengua nombramos, por la lengua
somos. La palabra en sí nos proyecta en el mundo como un fenómeno que se
muestra; el habla nos pone en la luz y nos lleva a manifestarnos; por la
palabra no sólo descubrimos el mundo sino que también nos descubrimos con él.
La verdad se hace patente en el nombre y la existencia. “El existir implica
siempre el pronombre personas: yo soy, tú eres”[11], y ese existir, que no es otra cosa que
posibilidad, se elige como se eligen las palabras: para no perdernos, para ser
auténticos, para ser nosotros.
La palabra
posee al hombre como el hombre posee la libertad. El hombre está condenado a
nombrar; a inventar el mundo; a concluirlo.
Ese
desplazamiento no es otro que la acción a la que invita la palabra. El
movimiento de la letra es el movimiento de la vida.
El
mismo Aristóteles planteó el problema del ser a partir del lenguaje: “El ser se
dice de muchas maneras”[12], pero convencido de que los modos de decir se
basaban en los modos de ser extramentales, accesibles a nuestro intelecto. Para
él, el lenguaje no era un simple reflejo sino la revelación del ser. El hombre,
desde ahí, queda plasmado en la filosofía como un ente que habla, que piensa y
que al hablar revela su ser.
Cuando
Santa Teresa dice que si las palabras no mueven al hombre vanas son, se refiere
también a este sentido último de la lengua: ser a través de ella. El hombre que
se mueve hacia la ternura, es aquél que se mueve hacia los otros hombres, es el
que está a la altura de otra conciencia y el sentimiento del otro.
La
lengua, cuando se posee, coloca al hombre a la altura del mundo lo saca de la
vulgaridad y se convierte en símbolo y salvaguardia de su comunidad.
La
lengua es movimiento hacia la existencia, libera, hace que el hombre rompa el
yugo con el vacío y el desencanto.
Quien
destruye el lenguaje destruye al hombre, acaba con su significación, con su
objetividad, con su diálogo con el mundo. Modular la palabra y lanzarla por el
aire, permite al hombre abrazar lo absoluto, lo que aparenta ser innombrable,
lo que fluye con la naturalidad de la existencia.
El
miserable esclavo de la palabra no es otro que aquél que se oculta en los más
oscuros rincones del alma y jamás desciende a enunciar los pasajes dulces y
encantadores de la vida. Quién teme nombrar a un árbol, no es aquél que odia la
naturaleza, sino el que jamás gozó colgarse de sus ramas y por ello lo ha
olvidado.
El que
domina el habla es un poeta, un creador de belleza, un creador de vida. La
máquina escribe como artefacto e instrumento sencillo, el hombre que de verdad
vive, describe y reinventa la realidad. Dios como el verbo, todo lo crea y todo
lo puede; el hombre como extensión de la palabra comparte el don y se
ennoblece, se refina, sale del anonimato, dona su costilla y posibilita el “ir
y multiplicaros”.
Está
en la lengua la posibilidad de la especie. La tierra prometida y el paraíso
recobrado, se encuentran en ese poseer la lengua para poseernos. Ya lo decía
Horacio: “Las obras de los mortales perecerán, cuánto menos durable será la
hermosura y gracia de las palabras”[13].
Ya
Herder decía que cada palabra era un poema, pues poesía misma es la existencia.
No por
nada dice Max Wehrli: “Los límites del idioma son la miseria del poeta –no sólo
como barrera hacia el vuelo del sentimiento, sino también como límite al
silencio en el sentido de la poesía absoluta y del existencialismo, como lucha
del lenguaje poético por su propia realización”[14].
Resuena
nuevamente Santa Teresa en nuestra mente y nos recuerda cómo las palabras
mueven a las acciones y nos preparan el alma, cómo nos alistan y nos desplazan
a la ternura, a ese espacio donde acogemos a los demás, donde las relaciones
cobran sentido y nos hacemos unidad y discurso. Nuestra vida se hace así un
torniquete incesante entre dos tipos de existencia: “Ved mis palabras soy
lenguaje, ved mi sentido, soy literatura”[15].
He ahí la gran condena del hombre: no
poder nombrar, no poder decir, por mi boca soy…
Conclusión
El hombre, como el artista y el poeta, crea, participa del
don que lo conecta con el mundo, con la existencia y para ello hace uso del
lenguaje, de ese material bruto que al pasar por su existencia se hace poesía;
literatura.
El
hombre gracias a la palabra es uno y a la vez, todos los hombres. Con el verbo,
el mundo se crea y por él también se salva, se libera.
Bally
solía decir que “el poeta quiere expresar lo que no se podrá decir dos veces,
pero de hacerse comprender y pliega su ideal a palabras”[16].
El
habla hace posible todo proyecto humano, toda realización. La poesía, como la
vida, hace inmortal al hombre, lo sume en los parámetros de lo bello, lo
convierte en espectáculo, lo encumbra en la existencia, lo hace corresponderse
con los cielos.
La
vida es la mayor aspiración humana y como todo buen poema, excita el alma y
embriaga su corazón…
[1]
CARVER, Raymond. “Meditación sobre una frase de Santa Teresa” en La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación. Grupo
editorial Norma. Colombia, 1995. p. 119
[2]
SARTRE,
Jean Paul. El existencialismo es un
humanismo. Ediciones Peña Hermanos. México,1998. p. 12.
[3]
SALINAS,
Pedro. “Lenguaje y tiempo” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 25.
[5]
SALINAS,
Pedro. “Lengua y nacionalidad” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 27.
[6]
SALINAS,
Pedro. “El hombre se posee en la medida que posee su lengua” en Antología de textos de lengua y literatura.
Lecturas Universitarias No. 5. UNAM, México, 1971. p. 34.
[9]
PAZ,
Octavio. “Palabra y creación” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 216.
[13]
Horacio.
“El uso, norma del lenguaje” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 55.
[14]
WEHRLI,
Max. “Literatura e idioma” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 64.
[15]
BARTHES,
Roland. “Lengua y literatura” en Antología
de textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias No. 5. UNAM,
México, 1971. p. 65
[16]
SALINAS,
Pedro. “Dualidad en lo social y dualidad en lo lingüístico” en Antología de textos de lengua y literatura.
Lecturas Universitarias No. 5. UNAM, México, 1971. p. 71