Mi trágica condición de verdad - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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domingo, 27 de abril de 2014

Mi trágica condición de verdad

Reflexión sobre El nacimiento de la tragedia de Nietzsche

Jorge Alberto Hidalgo Toledo




Es el hombre, cada hombre, constructor y artesano de su propia existencia. Esculpe con su condición de mente inteligente la más espléndidas de las figuras que no es otra que la suya. Artista, intérprete de la verdad, poeta de lo corpóreo, qué es el hombre sino la representación misma de todos esos fantasmas e imágenes oníricas que sobrevuelan el mundo de la fantasía y se proyectan en la realidad. Luz de luz; alegría ante el placer verdadero. Es el hombre el divino haz luminoso que domina con su belleza todo lo que parecía apariencia, pero que su existencia, simplemente es…

Nace con el arte la tragedia y en la divina comedia de la vida, la distinción entre los mundos y las dualidades que conviven en la misma naturaleza humana: lo apolíneo y dionisíaco. Ejercitar la existencia es ejercitar el placer, la sabiduría, la belleza, la libertad y todo lo que esta actitud dicotómica conlleve. Sin embargo, qué ha ocurrido con el hombre para que Nietzsche afirme: “Al igual que ahora los animales hablan y la tierra da leche y miel, también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses. El ser humano no es  ya un artista, se ha convertido en una obra de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo los estremecimientos de la embriaguez”[1].
         El hombre, tallado en el barro más noble, resuena en el mundo embriagado de su propia potencia artística. Descarta la mediación y la mano invisible que sujeta al mundo; se llama a sí mismo: artista del sueño y ha construido estatutos venerables para que su bestialidad salvaje se escuche como el fino trino de júbilo que parte de los pechos más sublimes y menos atormentados.
         “El hombre es estimulado hasta la intensificación máxima de todas sus capacidades simbólicas; algo jamás sentido aspira a exteriorizarse, la aniquilación del velo de Maya, la unidad como genio de la especie, más aún, de la naturaleza. Ahora la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario un nuevo mundo de símbolos, por lo pronto el simbolismo corporal entero, no sólo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el gesto pleno del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros”[2].
         Soy, como hombre, mi propia construcción simbólica, forma rítmica, dinámica y armónica que como las demás fuerzas del universo, flota en una dulce sensualidad, que termina seduciéndose a sí misma. Ahora este hombre que busca erigirse como los dioses de los mitos y leyendas, por necesidad hedonista excita sus sentimientos, manipula sus deseos y se capacita para eludir el sufrimiento y así, borrar los pliegues que en su rostro deja pertenecer a la miserable estirpe de un día.
         Este hombre que toma la rigidez y la inmovilidad de los reyes en su trono, borra su filiación con el azar y la fatiga. Ahora lo único que lo atormenta es morir pronto; morir alguna vez.
         Aquél hombre que fuera educado junto al “corazón de la naturaleza”[3], quiere estar fuera del paraíso de la humanidad y construir con su propia voluntad un mundo que en sí mismo sea una pieza de arte. Así, la gloria de la trascendencia y la admiración, transfiguren su genio y lo lleven a seguir viviendo. Ser el sueño; sueño que los demás quieren seguir soñando. Somos como entidad simbólica, la apariencia de la apariencia; reflejo eterno de “la madre de las cosas”[4].
         ¿Es nuestro hombre el mismo aquél que se ocultaba tras las piedras por sentir un poco de vergüenza? Pareciera que no, ahora, se siente sublime y alabadísimo, como el mismo arte trágico, como las fábulas sensibles y los coros celestiales.
         Este hombre con su vida recrea el arte; lo profundo y la infinitud, pero parece que ha olvidado que hasta las más exquisitas representaciones, también representan el sacrificio, el sosiego del alma y la heroicidad difícil de alcanzar.
         Nace con el hombre la tragedia; la posibilidad de adentrarse en el conocimiento del presente y el futuro transmutado. Grandes son los torbellinos que agitan el cabello de los espectadores; hostil será la hora en que la obra sea juzgada y se nos diga si en verdad es obra de arte.




[1] NIETZSCHE, Friedrich, El nacimiento de la tragedia. Alianza editores, México, 1992. p. 45.
[2] NIETZSCHE, Friedrich, Op cit. p. 49.
[3] Ibid. p. 54.
[4] Ibid. p. 57.

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