Reflexión sobre El nacimiento de la tragedia de Nietzsche
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Es el hombre, cada hombre, constructor y artesano de su
propia existencia. Esculpe con su condición de mente inteligente la más
espléndidas de las figuras que no es otra que la suya. Artista, intérprete de
la verdad, poeta de lo corpóreo, qué es el hombre sino la representación misma
de todos esos fantasmas e imágenes oníricas que sobrevuelan el mundo de la
fantasía y se proyectan en la realidad. Luz de luz; alegría ante el placer
verdadero. Es el hombre el divino haz luminoso que domina con su belleza todo
lo que parecía apariencia, pero que su existencia, simplemente es…
Nace con el arte la tragedia y en la divina comedia
de la vida, la distinción entre los mundos y las dualidades que conviven en la
misma naturaleza humana: lo apolíneo y dionisíaco. Ejercitar la existencia es
ejercitar el placer, la sabiduría, la belleza, la libertad y todo lo que esta
actitud dicotómica conlleve. Sin embargo, qué ha ocurrido con el hombre para
que Nietzsche afirme: “Al igual que ahora los animales hablan y la tierra da
leche y miel, también en él resuena algo sobrenatural: se siente dios, él mismo
camina ahora tan estático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses.
El ser humano no es ya un artista, se ha
convertido en una obra de arte: para suprema satisfacción deleitable de lo Uno
primordial, la potencia artística de la naturaleza entera se revela aquí bajo
los estremecimientos de la embriaguez”[1].
El
hombre, tallado en el barro más noble, resuena en el mundo embriagado de su
propia potencia artística. Descarta la mediación y la mano invisible que sujeta
al mundo; se llama a sí mismo: artista
del sueño y ha construido estatutos venerables para que su bestialidad
salvaje se escuche como el fino trino de júbilo que parte de los pechos más
sublimes y menos atormentados.
“El
hombre es estimulado hasta la intensificación máxima de todas sus capacidades
simbólicas; algo jamás sentido aspira a exteriorizarse, la aniquilación del
velo de Maya, la unidad como genio de la especie, más aún, de la naturaleza.
Ahora la esencia de la naturaleza debe expresarse simbólicamente; es necesario
un nuevo mundo de símbolos, por lo pronto el simbolismo corporal entero, no
sólo el simbolismo de la boca, del rostro, de la palabra, sino el gesto pleno
del baile, que mueve rítmicamente todos los miembros”[2].
Soy,
como hombre, mi propia construcción simbólica, forma rítmica, dinámica y
armónica que como las demás fuerzas del universo, flota en una dulce sensualidad,
que termina seduciéndose a sí misma. Ahora este hombre que busca erigirse como
los dioses de los mitos y leyendas, por necesidad hedonista excita sus
sentimientos, manipula sus deseos y se capacita para eludir el sufrimiento y
así, borrar los pliegues que en su rostro deja pertenecer a la miserable
estirpe de un día.
Este
hombre que toma la rigidez y la inmovilidad de los reyes en su trono, borra su
filiación con el azar y la fatiga. Ahora lo único que lo atormenta es morir
pronto; morir alguna vez.
Aquél
hombre que fuera educado junto al “corazón de la naturaleza”[3], quiere estar fuera del paraíso de la humanidad y
construir con su propia voluntad un mundo que en sí mismo sea una pieza de
arte. Así, la gloria de la trascendencia y la admiración, transfiguren su genio
y lo lleven a seguir viviendo. Ser el sueño; sueño que los demás quieren seguir
soñando. Somos como entidad simbólica, la apariencia de la apariencia; reflejo
eterno de “la madre de las cosas”[4].
¿Es
nuestro hombre el mismo aquél que se ocultaba tras las piedras por sentir un
poco de vergüenza? Pareciera que no, ahora, se siente sublime y alabadísimo,
como el mismo arte trágico, como las fábulas sensibles y los coros celestiales.
Este
hombre con su vida recrea el arte; lo profundo y la infinitud, pero parece que
ha olvidado que hasta las más exquisitas representaciones, también representan
el sacrificio, el sosiego del alma y la heroicidad difícil de alcanzar.
Nace
con el hombre la tragedia; la posibilidad de adentrarse en el conocimiento del
presente y el futuro transmutado. Grandes son los torbellinos que agitan el
cabello de los espectadores; hostil será la hora en que la obra sea juzgada y
se nos diga si en verdad es obra de arte.