Los avatares de la voluntad - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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domingo, 27 de abril de 2014

Los avatares de la voluntad

Reflexión sobre el mundo como voluntad y representación de Schopenhauer

Jorge Alberto Hidalgo Toledo




¿Qué nos mueve cuando el mundo entero se nos mueve? ¿Cuáles son las dimensiones que comprende el ser humano y hacia dónde se dirige todo cuanto hacemos? Voluntad, voluntarismo y un destino motivado por una pulsión ontológica que se dimensiona en la ética. La meditación de Schopenhauer es una invitación hacia la vida, pensar al ser como posibilidad y movimiento con medios y fin es vitalismo. Sea esta pues una invitación a pensar en una renovación del individuo y su moral.

Pensar en la naturaleza del hombre, su esencia y su motor a través de la acción concreta de la voluntad es ir más allá de los medios, es cuestionarnos por el fin último de todas las cosas.
         La voluntad no es sentimiento, sino un saber oculto que prolonga la existencia humana pues la dota de sentido; es esencia interior y camina en doble vía: hacia lo absoluto y hacia el interior de la naturaleza misma.
         Somos voluntad y eso nos distingue de las cosas. El hombre pasa a ser, referente y significante de una realidad ulterior que está mediada por símbolos concretos o fenómenos que se manifiestan. Nuestro estar en el mundo cobra fuerza, sentido y significación cuando pasamos del referente a lo referido, es decir, a la acción.
         La voluntad no se nombra; se vive. Esa podría ser nuestra consigna si vemos en ella cómo “revela la esencia de todas las cosas de la naturaleza”[1].
         La voluntad vive en el fondo mismo de todos los conceptos posibles; está en cada hombre el reconocimiento de la misma y la toma de conciencia para sacarla del mundo conocible y llevarla a la praxis.
         El tiempo y el espacio serán sus coordenadas. El hombre como ser en la historia actúa conforme su forma de conocer se lo permite. Somos sujetos de la voluntad, nos tiene entre sus manos, nos moldea de acuerdo a la forma como la percibimos. Hace de nuestra vida lo que quiere. La voluntad nos hace libres; pero paradójicamente somos esclavos de la misma.
         Schopenhauer nos dice que: “el individuo, la persona, no es la voluntad en cuanto cosa en sí, sino manifestación de la voluntad, y como manifestación, es decir, como fenómeno, está sometido a la forma del fenómeno, o sea, al principio de razón suficiente”[2].
         Libres somos y a su vez nos limitan el tiempo y el espacio. ¡Vaya libertad la nuestra, que tiene la muerte como fin! Pareciera irracional actuar conforme nos dicta la esencia del mundo cuando todo lo que hagamos estrellará su rostro contra las rocas como se impacta el suicida contra la vida.
         ¿Qué necesidad hay entonces de movernos conforme a sus designios? Somos hombres, no animales. Y nuestra existencia va más allá del correr salvajes por las colinas en la pradera. La voluntad no es indicio, síntoma ni actividad refleja. La voluntad es motivo y todas sus exteriorizaciones.
         Un hombre es todos los hombres y cada palabra es todas las palabras. Micro y macro cosmos reunidos en cada individuo. Identidad, más no homogenización.
         Si la voluntad es la esencia del mundo y sus leyes sobrepasan la razón convirtiéndose en ley de motivación, ¿es la voluntad la fuerza natural y la ley universal que da constitución a todo fenómeno? Pero la ambigüedad de su existencia como significante y significado deviene en cada vida, y su perpetuo fluir de un extremo a otro, la convierten en una aspiración sin término. “Cada fin realizado es el punto de partida de un nuevo deseo, y así indefinidamente”[3].
         El infinito inalcanzable como tendencia de nuestros deseos. Deseamos porque algo en el interior nos mueve. Nos encantamos cuando hay algo que te encanta.
         La voluntad nos mueve y nos aquieta; nos produce bienestar, pero también dolor. Satisfacer la voluntad no es plenitud porque la voluntad nunca queda satisfecha.
         La voluntad nos hace libres, pero hace del hombre un proyecto inacabado. Qué desesperanzadas se muestran las palabras de Schopenhauer cuando sitúa a la voluntad como origen de la insatisfacción y el hastío, pero qué sería más denigrante para la condición humana que una vida sin motor y sin deseos qué realizar.



[1] SCHOPENHAUER, El mundo como voluntad y representación. Los filósofos modernos. p. 129.
[2] SCHOPENHAUER, Op cit. p. 131.
[3] Íbid p. 137.

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