Reflexión sobre el mundo como voluntad y representación de Schopenhauer
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
¿Qué nos mueve
cuando el mundo entero se nos mueve? ¿Cuáles son las dimensiones que comprende
el ser humano y hacia dónde se dirige todo cuanto hacemos? Voluntad,
voluntarismo y un destino motivado por una pulsión ontológica que se dimensiona
en la ética. La meditación de Schopenhauer es una invitación hacia la vida,
pensar al ser como posibilidad y movimiento con medios y fin es vitalismo. Sea
esta pues una invitación a pensar en una renovación del individuo y su moral.
Pensar en la naturaleza del hombre, su esencia y su
motor a través de la acción concreta de la voluntad es ir más allá de los
medios, es cuestionarnos por el fin último de todas las cosas.
La
voluntad no es sentimiento, sino un saber oculto que prolonga la existencia
humana pues la dota de sentido; es esencia interior y camina en doble vía:
hacia lo absoluto y hacia el interior de la naturaleza misma.
Somos
voluntad y eso nos distingue de las cosas. El hombre pasa a ser, referente y
significante de una realidad ulterior que está mediada por símbolos concretos o
fenómenos que se manifiestan. Nuestro estar en el mundo cobra fuerza, sentido y
significación cuando pasamos del referente a lo referido, es decir, a la acción.
La
voluntad no se nombra; se vive. Esa podría ser nuestra consigna si vemos en
ella cómo “revela la esencia de todas las cosas de la naturaleza”[1].
La
voluntad vive en el fondo mismo de todos los conceptos posibles; está en cada
hombre el reconocimiento de la misma y la toma de conciencia para sacarla del
mundo conocible y llevarla a la praxis.
El
tiempo y el espacio serán sus coordenadas. El hombre como ser en la historia
actúa conforme su forma de conocer se lo permite. Somos sujetos de la voluntad,
nos tiene entre sus manos, nos moldea de acuerdo a la forma como la percibimos.
Hace de nuestra vida lo que quiere. La voluntad nos hace libres; pero
paradójicamente somos esclavos de la misma.
Schopenhauer
nos dice que: “el individuo, la persona, no es la voluntad en cuanto cosa en
sí, sino manifestación de la voluntad, y como manifestación, es decir, como
fenómeno, está sometido a la forma del fenómeno, o sea, al principio de razón
suficiente”[2].
Libres
somos y a su vez nos limitan el tiempo y el espacio. ¡Vaya libertad la nuestra,
que tiene la muerte como fin! Pareciera irracional actuar conforme nos dicta la
esencia del mundo cuando todo lo que hagamos estrellará su rostro contra las
rocas como se impacta el suicida contra la vida.
¿Qué
necesidad hay entonces de movernos conforme a sus designios? Somos hombres, no
animales. Y nuestra existencia va más allá del correr salvajes por las colinas
en la pradera. La voluntad no es indicio, síntoma ni actividad refleja. La
voluntad es motivo y todas sus exteriorizaciones.
Un
hombre es todos los hombres y cada palabra es todas las palabras. Micro y macro
cosmos reunidos en cada individuo. Identidad, más no homogenización.
Si la
voluntad es la esencia del mundo y sus leyes sobrepasan la razón convirtiéndose
en ley de motivación, ¿es la voluntad la fuerza natural y la ley universal que
da constitución a todo fenómeno? Pero la ambigüedad de su existencia como
significante y significado deviene en cada vida, y su perpetuo fluir de un
extremo a otro, la convierten en una aspiración sin término. “Cada fin
realizado es el punto de partida de un nuevo deseo, y así indefinidamente”[3].
El
infinito inalcanzable como tendencia de nuestros deseos. Deseamos porque algo
en el interior nos mueve. Nos encantamos cuando hay algo que te encanta.
La
voluntad nos mueve y nos aquieta; nos produce bienestar, pero también dolor.
Satisfacer la voluntad no es plenitud porque la voluntad nunca queda
satisfecha.
La
voluntad nos hace libres, pero hace del hombre un proyecto inacabado. Qué
desesperanzadas se muestran las palabras de Schopenhauer cuando sitúa a la
voluntad como origen de la insatisfacción y el hastío, pero qué sería más
denigrante para la condición humana que una vida sin motor y sin deseos qué
realizar.