Los poderes ocultos de la naturaleza y la contracultura
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
¡Sois responsables de lo que hacéis en los sueños de otros!
Institor y Sprenger
De la ofrenda al extasis por la historia
Adentrarnos en el lado oscuro del corazón de la historia, posibilita: por un lado, encontrar la relación oculta entre fenómenos y acontecimientos que antes nos parecían inconexos como la magia, el mesianismo, la guerra, los demonios comarcales, las entidades metafísicas, el robo de niños, la perdida de las cosechas, la muerte del ganado, las enfermedades, los embarazos repentinos, las deformidades físicas, las herejías, las persecuciones y las torturas. Y por otro, podemos, infiltrarnos en los grandes misterios y motores de la naturaleza humana.
La historia es revelación del actuar del hombre y su interacción con su mundo en los vértices del tiempo y el espacio. De ahí que sus métodos y herramientas, nos permitan identificar, casi a manera de iluminación mística, los motivos que llevaron a grupos humanos a encontrar respuestas existenciales en los más curiosos enigmas y hacer de ellos actitudes, movimientos y estilos de vida para constituir las más diversas, insólitas y apasionantes formaciones culturales.
Una de esas expresiones de nuestra cultura la encontramos en la investigación desarrollada por Silvia Mantini intitulada Gostanza de Libbiano, curandera y bruja (1534- ?). En ella explora -a través del interrogatorio iniciado por Tommaso Roffia, representante de una familia noble de San Miniato al Tedesco, pueblo del Gran ducado florentino, ante el vicario foráneo del obispo de Luca-, el caso de una anciana partera llamada Gostanza de Libbiano, que fuera acusada de bruja y denunciada por el maestro zapatero Pasquino de que a su cuñado, “no le vivían los hijos a causa de la dicha monna Gostanza”.
Al delimitar su investigación a la serie de interrogatorios realizados por el vicario del inquisidor de Florencia, el franciscano Mario Porcacchi -un doctor en teología interesado por los estudios demonológicos, a partir del 3 de noviembre de 1594-, podemos ver con ojos nuevos, una época en que el espíritu y las actividades del hombre, presumían desarrollarse en la construcción del “yo” absorto en las experiencias de la interioridad y la libertad.
La exploración de una contracultura y los agentes excluidos dan un efecto novedoso al entendimiento del paso de las minorías por la historia. Centrarse en la figura femenina, recurrir a los testimonios vertidos en la encuesta promovida por el guardián del convento local, profundizar en las declaraciones y en los distintos mecanismos de acción, asemejan al investigador con el criminólogo. La visión holística saca el fenómeno de la historia mental y la ubica en su dimensión histórica e interaccionista.
Mantini no se limita a la narración y su linealidad, deconstruye el momento y hace de cada objeto un signo; profundiza en los espacios limitados para adentrarse en el marco simbólico y la forma como los actores semantizaron su realidad. Esta visión “para-semántica” ofrecen, como afirma Ottavia Niccoli: “una visión múltiple, no unitaria y no anónima”. Un enfoque que rebasa la noción de biografía y atrapa la excepcionalidad de lo icónico para ilustrar, más allá del género, del método y los movimientos, una época y su sustancia.
Hacer historia, e historias de la historia, es descubrir patrones conductuales, emocionales, cognitivos, experienciales y simbólicos. La recurrencia a los objetos mencionados en las declaraciones, su identificación y evolución utilitaria y simbólica en la historia, permiten entender cómo fueron decodificados, reinterpretados y referidos en su momento. Las nociones de ambiente y contexto cambian en la experiencia individual. Particularizar la historia de la historia en la vivencia de cada hombre, sus ritos y sentimientos, nos lleva al fondo mismo de la mirada antropológica. Ese el marco de cambio y diversidad que promueve Mantini: conocer a la persona y sus instituciones en función de sus expresiones, símbolos y rituales. Aquí no importa el género sino la naturaleza individual y social; no obstante, la visión biológica y cultural determinan las jerarquías axiológicas, a veces, olvidadas por otros investigadores.
Modos de control y estructuras sociales; ideologías y jurisdicciones; sistemas de intercambio y comunicación; procesos morales y legales, nos dan los valores, los derechos y las obligaciones de cada hombre en su momento.
Bajo este enfoque, la historia se construye de signos, símbolos, palabras, lenguajes y acciones. Cada hombre es clave en al alfabetización del discurso histórico y la narración de la vida.
La compenetración con cada hombre y su dimensión individual, es a su vez, una exploración de todos los hombres. Cada hombre es todos los hombres. Pero no cada historia es toda la historia; de ahí que sea indispensable esa exploración doble de la historia: los excluyentes y los excluidos; y que abordemos el discurso a partir de sus unidades básicas: los signos, los objetos, los símbolos y la palabra; y que con ellos interrelacionemos sistémicamente el contexto cultural, político, social, económico y religioso.
La historia vista así, es un brinco a lo más íntimo y profundo del espíritu humano. La delgada letra de historia se ensancha con todos estos gestos, con todas esas expresiones que un mismo corazón bombea por el torrente del objeto historiográfico.
La complejidad de la vida, deja de ser así, las estampitas que tenemos de ella para contarla; cada detalle, no es un retazo; es voz viva y lacerante.
Hagamos pues de esta naturaleza muerta un lienzo fresco cuyo lenguaje sea espejo de todos. Devolvámosles la vida con la práctica mágica de la historia. Veamos cómo el caso de Gostanza nos sirve para interconectar los misterios que durante tanto tiempo se calificaron de oscuros, ocultos, mágicos y demoníacos. Tratemos de entender el verdadero crimen cometido: ¿qué es la brujería?, ¿quiénes eran esas brujas?, ¿cuáles eran sus prácticas?, pero sobre todo, cuál fue la verdadera razón que desató todas aquellas persecuciones e hicieron que fuera un fenómeno tan popular durante los siglos XV y XVII.
La fronteriza relación del extranjero
Brujería: ¿ciencia?, ¿magia?, ¿religión? ¿Qué extraña suerte rodea esta práctica ancestral? ¿A qué debemos, realmente, los más de 500 mil casos de personas declaradas culpables y quemadas en Europa entre los siglos XV y XVII? ¿Realmente fueron las brujas, las causantes de todos esos crímenes que se les imputaron? ¿Sirvieron, acaso, como chivo expiatorio para justificar una serie de problemas sociales, a los que era más fácil culpar al mal metafísico que al verdadero ejecutante? ¿Qué relación existe entre los pactos diabólicos, los viajes por los aires, las celebraciones de aquelarres, las escobas, la copulación con íncubos, con la muerte del ganado, las granizadas, la destrucción de las cosechas y el robo de niños?
Para iniciar con la respuestas a estas interrogantes, nos apoyaremos en la distinción que establece el antropólogo Marvin Harris en su libro Vacas, cerdos, guerras y brujas, donde plantea ante el fenómeno, dos diferentes enigmas: el problema de por qué alguien debería creer que las brujas volaban por el aire en escobas y por qué esta noción llegó a ser tan popular.
El mismo Harris, reconoce que son pocos los casos de autorreconocimiento como brujas; siendo la mayoría de los que se tienen historiados por Charles Henry Lea (historiador de la brujería europea), invención de los quemadores de brujas más que de las brujas quemadas. Las confesiones obtenidas, habitualmente mediante la tortura, ofrecían la información que el interrogante quería escuchar. Tal es el caso de una declaración inquisitorial registrada por Lea en su libro History of the Inquisition in the Middle Ages: “Catalina, vivamente apretada por los medios de que disponemos para hacer decir la verdad y después de haber protestado largamente sobre su inocencia… ha sido declarada convicta de todos los crímenes de los que esa sospechosa era autora”.
Con esta precisión nos queda claro que muy difícilmente pudiéramos afirmar que las brujas fueran profesionistas y artesanas de algún tipo de saber. Siendo así: ¿quién eran las brujas?
Por los testimonios recabados en las confesiones obtenidas por los examinadores podemos ver cómo en su gran mayoría eran mujeres en disputa que terminaban incriminándose entre ellas; hijas heridas emocionalmente que “inocentemente” involucraban a las madres que alguna vez comentaron que serían capaces de hacer un hechizo en contra de las cosechas para que se elevara el precio del pan; maridos despechados que argumentaban que su mujer tenía como amante (físico) a una entidad demoníaca; o a prisioneros(as) que para librarse de alguna pena, acusaban a la primera persona con la que se cruzaban.
Lo que es evidente, es que la locura de la brujería, tiene sus raíces muy clavadas en todas las sociedades del mundo y desde sus fases más primitivas se ha manifestado en formas muy similares. Aunque, como afirma el crítico contemporáneo de la caza de brujas, Johann Matthäus Meyfarth: “Cuando se sospecha de brujería en las sociedades primitivas, tal vez se empleen ordalías dolorosas como parte del intento de determinar la culpabilidad o la inocencia. Pero en ninguno de los casos que conozco se tortura a las brujas hasta confesar la identidad de otras brujas. Incluso en Europa, sólo después del año 1480, se empleó la tortura para estos fines. Antes del año 1000 d. C. Nadie era ejecutado si un vecino alegaba haberle visto con el diablo”.
Las acusaciones de brujería, hechicería, la práctica y uso de poderes sobrenaturales para hacer el mal, son constantes en la historia de la humanidad. Pero ante tales acusaciones, la Iglesia católica prohibió, en el año 1000, la creencia de que las brujas volaban por los aires sosteniendo que eran ilusiones provocadas por el diablo.
Uno de los documentos más antiguos, al respecto, es el Canon Episcopi (314 d. C) donde se menciona que: “el alma impía cree que estas cosas no suceden en el espíritu sino en el cuerpo”. Con ello se trataban de evitar las acusaciones por maleficencia, responsabilizando al “vidente” de malos pensamientos; castigándolos, en algunos casos, con la excomunión.
También se llegó a eliminar el prestigio de ciertas mujeres bajo la creencia de que “ciertas viles mujeres, convertidas a la cusa de Satán, seducidas por las ilusiones de los demonios creen y pretenden ser capaces, por la noche, de cabalgar bestias salvajes y en compañía de diana y de una Cohorte de malvadas criaturas. También pretenden recorrer grandes distancias siguiendo las órdenes de sus señora. Esto no tendría demasiada importancia si no arrastrasen a otras mujeres en semejante vileza. Lo enojoso es que logran convencer a las gentes de lo que las tales aseguran. Entonces las masas recaen en su antiguo culto pagano. Debido a todo ello, es preciso que los sacerdotes adviertan a los fieles y les persuadan de que todo ello es falsedad y que todo se reduce a fantasías inspiradas por el demonio”.
Siglos después, el mismo Canon Episcopi, convirtió en herejía el negar la realidad de las transportaciones corporales y espirituales. Esto trajo como consecuencia el que más de alguna acusada, insistiera en la implicación de otras. Como medida de control, por el alto costo que esto representaba, los familiares de la bruja tenían que costear los servicios prestados por el verdugo y los torturadores, así como los heces de leña y el banquete que los jueces daban después de la quema. Si a esto le sumamos que los funcionarios locales podrían confiscar los bienes de las condenadas, tenemos un sistema económico perfectamente articulado que sustenta la cacería de brujas.
Podríamos agregar el surgimiento de la tortura en el siglo XIII contra los miembros de las organizaciones eclesiásticas ilícitas que nacieron en toda Europa y que amenazaban con romper el monopolio romano sobre los diezmos y los sacramentos.
La Inquisición fungió como ese poder para-militar encargado de extirpar la herejía del mundo; fue el papa Alejandro IV el que concedió, a mediados del siglo XIII, la autorización para que se empleara la tortura para que confesaran el nombre de sus cómplices los herejes.
Hasta ese momento, todavía la brujería no era considerada una herejía ya que el aquelarre seguía tipificándose como una invención de la imaginación. Pero poco a poco, los inquisidores empezaron a preocuparse por la falta de jurisdicción en los casos de brujería. Por ello argumentaron que era un nuevo y más peligroso tipo de bruja.
Ahora la bruja será asociada con reuniones secretas, sectas heréticas, ritos repugnantes, conspiradores malignos y sus confesiones conducirían a su descubrimiento.
En 1484, el Papa Inocencio promulgó la bula Summis desiderantes, que autorizaba a los inquisidores Heinrich Institor y Jacob Sprenger a emplear todo el poder de la Inquisición para extirparlas de Alemania. La declaración de guerra decía: “Ha llegado recientemente a nuestros oídos, no sin afligirnos amargamente, que… muchas personas de ambos sexos, olvidándose de su propia salvación y alejándose de la fe católica, se han entregado a los demonios, íncubos y súcubos, y mediante encantamientos, hechizos, conjuros y otros malditos sortilegios y malas artes, entregándose a enormes crímenes, han asesinado niños que aún se hallaban en la matriz materna –referencia quizás a prácticas abortivas- e instigados por el Enemigo de la Humanidad, no vacilan en perpetrar las más abyectas abominaciones y los más sucios excesos con peligro mortal para sus almas”.
Institor y Sprenger publicarían dos años más tarde, el libro El martillo de las brujas, como manual obligado para el cazador de brujas. La identificación, acusación, proceso, tipo de tortura, declaraciones de culpabilidad y sentencias era lo que se podía encontrar en el texto que serviría de Biblia para los perseguidores en los siguientes doscientos años.
Pese a lo devastador que esto sonara, el mal en el mundo era evidente y “quién podría ser tan estúpido para mantener.. que toda su brujería y daños son fantásticos e imaginarios, cuando es evidente lo contrario a los ojos de todo el mundo. La brujería ha provocado todas las desgracias imaginables: pérdida del ganado y de las cosechas, muerte de niños, enfermedad, achaques, infidelidad, esterilidad y locura”. Lo único que es evidente hasta este momento es que las brujas y sus “aquelarres”, representaban una amenaza palpable a la cristiandad que había sido golpeada por valdenses, albingenses, vandois y los demás movimientos religiosos clandestinos.
Las verdaderas brujas y los viajeros habituales
Pero a todo esto, ¿por qué será determinante el vuelo sobre escobas para el entendimiento del fenómeno del aquelarre y la brujería? La conexión la encontró el profesor de la New School for Social Research, Michael Harner; sus investigaciones han comprobado que las brujas europeas estaban popularmente asociadas con el empleo de ungüentos mágicos; mismos que se untaban en la frente, las muñecas, bajo los brazos y lugares vellosos, antes de viajar.
El médico del siglo XVI, Andrés Laguna descubrió en Lorraine un tarro “lleno hasta la mitad de un cierto ungüento verde… con el que se untaban; cuyo olor era tan fuerte y repugnante que se mostró que estaba compuesto de hierbas frías y soporíferas en grado sumo, que son la cicuta, la hierba mora, el beleño y la mandrágora”.
El sueño profundo, la alucinación, la explosión de la imaginación, la sensación de un gran viaje, la experimentación de orgías, el goce de los más extraños y exquisitos placeres son algunos de los efectos que provocaba el empleo del mentado ungüento y más cuando éste era aplicado en los bastones o escobas que como afirma Harner, no era un simple símbolo fálico: “el empleo del bastón o escoba era indudablemente algo más que una acto simbólico freudiano; servía para aplicar la planta que contenía atropina a las membranas vaginales sensibles, así como para proporcionar la sugestión de cabalgar sobre un corcel, una ilusión típica del viaje de las brujas al aquelarre”.
La tesis de Harner insiste en que la decisión papal tras la extirpación de la brujería se debe a la propagación del uso de los ungüentos; cuestión que no explica el por qué murieron inocentes no “viajeros”.
El fin del mundo ante los ojos del pecado
Investigadores como Anton y Mina Adams, intentan responder a la interrogante de la muerte de inocentes y para ello unifican la noción de bruja con la del mago, como si se tratara de una distinción gramatical de género. Su posición intelectual es justificar a las brujas o magos, como sabios precientíficos, que trabajaban con hechizos, la adivinación, y utilizando hierbas y objetos naturales.
Los propósitos del mago van, según ellos, desde el conversar con los ángeles o con los fantasmas, conjurar espíritus para discernir el futuro de los países, transmutar un metal cualquiera en oro; mientras que los de la bruja tenían que ver más con: “conjurar una cosecha generosa, traer la abundancia al pueblo, cocinar pociones de amor y ser una intermediaria entre la voluntad de la naturaleza y la de los habitantes del pueblo”.
Esta visión romántica con tintes newageros, parte de una obvia revisión con ojos contemporáneos casi a manera de apología; no obstante, vale la pena rescatar la premisa de que su estudio, permite reconstruir un sistema de creencias excluido de la tradición cristiana.
Esta forma de entender a la bruja como símbolo de un modo distinto de pensar al mundo físico cotidiano; el ver en ellas a un icono de la intuición en una sociedad ultrarracionalizada, nos permite visualizar las formas como eran identificadas las fuerzas invisibles, las deidades, la medicina tradicional y las técnicas para dominar la naturaleza existentes desde el surgimiento del pensamiento mítico y pagano que se pensaba había quedado atrás con la Edad Media.
Los viajes descritos por Harner y la recurrencia a los ungüentos pre-aquelarrícos podrían estar asociados a las razones que ofrecen Anton y Mina Adams: “encarnan los deseos de libertad para escapar del aburrimiento de la vida cotidiana y tener el poder de hacer que sucedan cosas extraordinarias y espectaculares”.
Incremento de la belleza, la traición, la venganza, control de fuerzas creativas y destructivas, victoria en las guerras, convertir al enemigo en animales, uso de pociones para conseguir objetivos inalcanzables, rejuvenecimiento, engaño, volver a la vida son algunos de los usos y prácticas que han dado a las brujas un carácter arquetípico en el mundo pagano, de ahí que se les asociara con la fertilidad, los partos, la curación, la sabiduría, el culto a lo sagrado, como guardianas de los ritos y cultos antiguos.
Muy probablemente estas identificaciones con roles que no encajaban con el modelo cristiano, que se encontraba en crisis desde el siglo XV, fueron algunos de los tantos aspectos que incitaron a su persecución.
Así, la brujería pasaría de una práctica individual curativa a una actividad social asociada con el “encantamiento maléfico”; más si le sumamos la posesión de un espíritu auxiliador, la posesión particular de un cuerpo, los sacrificios sangrientos, la recurrencia a “deidades menores” y la adoración de animales, todas ellas manifestaciones perseguidas por herejías y adoración demoníacas en el Malleus Maleficarum ya que se les relacionaron con prácticas perversas como el canibalismo, el infanticidio y la renuncia al cristianismo.
Todas estas expresiones perseguidas coincidían con las manifestaciones del mal, que en aquellos tiempos, presumían una era de horror, pecado y decadencia, asociada con el fin de los tiempos.
La segunda venida de Cristo se había preparado en la mente de los fieles; los levantamientos militares mesiánicos ya eran actividad corriente desde el siglo XIII y lo fueron hasta el siglo XVII.
Sería la Reforma protestante uno de los puntos culminantes de esta agitación mesiánica contra el monopolio de la riqueza y el poder que detentaban las clases gobernantes y habían provocado una serie de injusticias sociales y económicas.
Marvin Harris, está convencido de que la locura de la brujería “fue en gran parte creada y sostenida por las clases gobernantes como medio de suprimir esta ola de mesianismos cristiano”.
No fue casual que el Papa Inocencio VIII autorizara la tortura contra las brujas y la persecución alcanzara su apogeo durante las guerras y revoluciones de los siglos XVI y XVII que estaban acabando con la era de la unidad cristiana.
No por nada, Anton y Mina Adams identifican el fin de las persecuciones en Europa entre 1560 y 1660; mientras que en América se experimentarían en 1640 influenciados por la situación que se vivía en Inglaterra en la misma época.
El fin de la unidad cristiana
La disolvencia del feudalismo y la instauración de las monarquías nacionales, fueron fenómenos paralelos a la gran locura de las brujas, que causaron una gran tensión en el desarrollo del comercio, los mercados y la banca. La maximización de los beneficios económicos y de la propiedad privada, arrastraron una serie de elementos que permitieron configurar un nuevo tejido social en el que la vida se hizo más competitiva, impersonal y comercializada en la que el peso de la tradición era sustituido por la utilidad.
En ese marco social, los siervos y criados fueron sustituidos por aparceros y arrendatarios campesinos, los antiguos señoríos independientes pasaron a ser empresas agrícolas de cultivos comercializables. Muchos campesinos se vieron en la triste necesidad de migrar a las ciudades en busca de empleo como trabajadores asalariados a causa de la depauperación y la alienación.
La polarización de la pobreza, la escasez, las pestes, la expansión del Islam y la corrupción de la Iglesia católica, eran símbolos, para muchos, del fin del mundo.
Las “manifestaciones” del pecado y la lujuria eran reforzadas, en la Europa Occidental, por las profecías del abad calabrés, Joaquín de Fiore, quien afirmaba, entre 1190 y 1195, que en cualquier momento estarían por pasar al reino del espíritu.
De Fiore estaba convencido de que “la primera edad del mundo era la Edad del Padre, la segunda la Edad del Hijo, la tercera la Edad del Espíritu Santo. La tercera edad sería el Sabbath o día de descanso, en el que no habría necesidad de riqueza o propiedad, trabajo, alimento o abrigo; la existencia sería puro espíritu y todas las necesidades materiales serían superfluas. Las instituciones jerárquicas como el Estado y la Iglesia serían sustituidas por una comunidad libre de seres perfectos”.
La profecía de Joaquín estaba programada a cumplirse hacia el año 1260. Su creencia se extendió por toda Europa convirtiéndose en el objetivo de varios movimientos mesiánicos que consideraban al emperador Federico II como el personaje que anunciaría el inicio de la Tercera Edad.
Los Espirituales, una ala fanática de la orden franciscana, apoyó a Federico II, quien llegó a desafiar el poder del Papa prohibiendo el bautismo, el matrimonio, la confesión y los demás sacramentos en su territorio. La cruzada emprendida por los predicadores errantes de Joaquín insistía en la condena por vivir en el lujo y explotar y oprimir a los pobres.
La muerte de Federico (1250), pareció haber diluido la fantasía mesiánica; no obstante, el historiador Norman Cohn, registra un documento militar-mesiánico conocido como el Libro de los cien capítulos, escrito en el siglo XVI, en el que se profetizaba el regreso de Federico. El retorno tenía como fin confiscar la riqueza del clero, abolir la propiedad privada, la eliminación de mercaderes, prestamistas y juristas fraudulentos.
La Iglesia reaccionó ante todos estos movimientos considerándolos heréticos y prohibiendo todo tipo de reunión o procesión que tuviera tintes de “enderezar la senda”.
Los grupos de ésta índole, empezaron a actuar en secreto. Uno de ellos: los Flagelantes, encabezados por Konrad Schimd (quien afirmaba ser el Emperador Dios Federico) culpó incluso a los judíos –en el año de 1348- de provocar la peste negra que azotaba a Europa.
Las amenazas de una revolución en contra de la Iglesia y el Estado, por parte de las clases bajas, fueron preparando el territorio a la Reforma protestante.
Los profetas mesiánicos infiltraron sus ideas entre los Husitas de la Bohemia del siglo XV; en la Alemania de Hans Bohm (siglo XV); y con Thomas Müntzer, discípulo de Lutero, quien sublevó a los campesinos –mismos que fueron condenados por Lutero ya que los consideraba una banda de ladrones y asesinos.
La batalla mesiánica, junto con la Reforma, continuó durante el siglo XVI y XVII. Movimientos como el Anabaptista y sus 40 sectas derivadas; el encabezado por Melchoir Hoffman, seguidor de Müntzer; y la fundación de la Nueva Jerusalén a cargo de Juan de Leyden, son prueba radical de ello.
Si a esto le sumamos, la ebullición provocada por la Guerra Civil Inglesa y el ejército new model de Oliver Cromwell, que pretendían fundar un reino de santos en el que Cristo descendería para gobernar sobre ellos podemos entender la preocupación del papa Inocencio VIII por detener todo tipo de agitación violenta, radical y de protesta; entre ellas, la práctica de la brujería.
El rechazo a toda estructura institucional
La relación entre los movimientos mesiánicos y la persecución de la brujería parece ser más evidente cuando detrás de ambas podemos ver el rechazo a las estructuras institucionales “que se consideraban defectuosas”. Y por lo visto, Europa se encontraba en esos momentos poblada por una clase descontenta y frustrada que amenazaba el statu quo.
La tesis sostenida por el historiador Jeffrey Burton Russell, se ampara en la hipótesis de que la gran mayoría de las personas juzgadas por brujería, realmente eran valdenses, taboritas, anabaptistas o miembros de alguna otra secta política-religiosa, ya que curiosamente ninguna de las acusaciones registraba atentado alguno contra las clases acaudaladas o contra los gobernantes. Sin embargo, tampoco se han encontrado testimonios o registros de que los acusados contaran con algún tipo de doctrina explícita de críticas social, pero sí amenazadora contra la iglesia católica.
Sólo con una idea como esta podríamos entender la obsesión represora del Santo Oficio; además de que al contemplar los resultados obtenidos, la comprensión del fenómeno se vuelve más claro. En ese contexto, nos suena lógicos muchos acontecimientos de la época: “los pobres creían que eran víctimas de brujas y diablos, en vez de príncipes y papas. ¿Hizo agua vuestro techo, abortó vuestra vaca, se secó vuestra avena, se agrió vuestro vino, tuvisteis dolores de cabeza, falleció vuestro hijo? La culpa era de un vecino, de ese que rompió vuestra cerca, os debía dinero o deseaba vuestra tierra, de un vecino convertido en bruja. ¿Aumentó el precio del pan, se elevaron los impuestos, disminuyeron los salarios, escaseaban los puestos de trabajo? Obra de brujas. ¿La peste y el hambre destruyen una tercera parte de los habitantes de cada aldea y ciudad?”
Sin lugar a dudas, la suerte del enemigo estaba echada; la audacia del que poseía dotes malignos estaba enmascarada por los poderes infernales de las brujas. Un chivo expiatorio extraordinario para que la Iglesia y el Estado pudieran culpar de los males del mundo, a los fantasmas de los pueblos.
Así, todas las crisis son desplazadas y lo corrupción del clero y la rapacidad de la nobleza, serán colocadas bajo el espeso manto del imaginario con forma humana.
Pero… ¿por qué tuvieron que pagar las consecuencias de la batalla contra los infiernos las mujeres?
Para ello contamos con varias respuestas. Una corresponde al psiquiatra californiano W. Lederer, autor del libro The Fear of Woman, quien retoma la posición etnológica que insiste en un sentimiento de rechazo contra los roles desempeñados por la mujer en varias culturas.
Las mujeres, durante mucho tiempo y, en diferentes grupos sociales, han sido las que han tenido el dominio sobre determinados objetos culturales (máscaras, instrumentos mágicos…); crearon la agricultura (fenómeno que modificó las sociedades de recolectores y cazadores); observaron las lunaciones, cambios estacionales y conocían las propiedades de las plantas y otros productos del campo.
Esta suposición ha sido apoyada por la psicoanalista norteamericana Karen Horney, fundadora del Instituto Americano de Psicoanálisis de Nueva York y el etnólogo Roger Caillois, autor del libro El mito y el hombre. Para ellos, la función pasiva de la mujer supone la absorción de fuerzas, frente a la actitud activa del varón. La idea de una “vagina dentada” que amenaza al varón fue estudiada por ambos, quienes han encontrado la figura de “doncellas emponzoñadas” a lo largo de la historia. De ahí que en ciertas culturas, las enfermedades venéreas; el empleo de “venenosas jovencitas” para aniquilar monarcas; o incluso, la unión carnal con ciertas mujeres fuera un contacto venenoso.
El vínculo de la mujer con los aquelarres y los movimientos heréticos, parece estar registrado en el Flagellum hereticorum del inquisidor Nicolas Jacquier. El documento apunta: “<una nueva secta de adoradores de Satán>, que ciertamente ser reunían en conventículos nocturnos volando por los aires para prácticas inconfesables. Allí, aparecía el Diablo en forma de cabra y, tras rituales abyectos, las marcaba como siervas, con su pezuña”.
El terror circulaba por las calles de Europa, sus campos y sus graneros; ¿cuál sería el hedor que desprendían aquellos cuerpos de brujas y judíos quemados inocentemente? Cuán alto fue el precio a pagar por todo aquél cuyas “maldades” eran merecedoras de los mayores castigos. Cuán alto fue… El precio de ser el otro.
Decadencia: canto a los hechizos y la superstición
Lo perverso y lo extravagante son polos de un mismo mal que se extiende en lo social: la creencia. Según registra el historiador, José Calvo Poyato, autor del libro La vida y la época de Carlos II el Hechizado, las supersticiones, brujerías, conjuros y hechizos, no fueron manifestaciones exclusivas del pueblo –gente ignorante como se les denomina en los textos eclesiásticos de la época. El mismo Carlos II, de España, estaba convencido de ser víctima de algún embrujo. Ahora imaginemos que si eso le podía ocurrir al rey, ¿qué no le sucedería a sus súbditos?
La vida corriente, parecía estar dominada por fuerzas sobrenaturales que determinaban el curso de los acontecimientos e influían de manera decisiva en el día a día de las personas.
“Fue, por tanto, un componente importante en la vida cotidiana de aquellas gentes la práctica de determinados ritos, el uso de ciertas fórmulas y la búsqueda de soluciones a las múltiples dificultades que les deparaba la existencia. La Iglesia trató, por todos los medios a su alcance, de poner freno a aquella situación. Son numerosos los testimonios conservados en los archivos del Santo Oficio acerca de procesos que ponían de relieve la existencia de supersticiones y prácticas relacionadas con la hechicería y brujería”.
Uno de los tantos testimonios de la época es el Gostanza de Libbiano, documentado por Silvia Mantini. La historiadora, a través de su ensayo, nos permite adentrarnos en ese mundo de sospechas y agitaciones políticas.
Carestías, guerras, calamidades y epidemias son sustantivos que dan forma y valor a la noción de bruja que se manifiesta en la historia como uno más de los “fuera de la ley” que atentan contra toda ley moral. Amenazas que van desde el uso de prácticas y medicinas obtenidas generalmente de hierbas, frutos y de ungüentos extraídos de animales. El método análogo, muy típico de la magia empática, en la época de la Contrarreforma era considerado un peligro por su vínculo con las “artes diabólicas”.
Ciencia y medicina se hilan en las manos de Gostanza, esa viuda fronteriza que, como dice Mantini, está, pero “no está dentro del pueblo, porque no es autóctona y no tiene relaciones comunitarias con ese microcosmos; pero tampoco está fuera del pueblo porque, en realidad, en él vive y trabaja; está en el límite de este espacio de identificación colectiva, <extranjero en el interior> de un grupo que la quiere porque la necesita, pero la teme porque tiene la capacidad de dar la vida (partera) y la muerte (con la brujería) o bien, de entrar en contacto con aquellas fuerzas que son responsables del Mal. Gostanza está en el grupo porque es un elemento necesario e indispensable (curandera) y fuera del grupo porque es un ser especial, con funciones superiores y con ambigüedades inquietantes. Su tiempo es también un tiempo de confín: el crepúsculo, momento de paso entre el día y la noche cuando las dos luces, la del sol y la luna, se confunden casi como en una disolución en la que no se distinguen las diferentes procedencias”.
Su consistencia de outsider, balbucea con la miseria, el sufrimiento humano y la felicidad y la suerte. Sus operaciones, se dan si Dios así lo quiere. No hay azar ligado a las fuerzas primarais que actúan en el universo. Las plantas y raíces, animales, presencias extrañas, ofrendas y sacrificios, pertenecen a la esfera del otro mundo.
En la Europa de Gostanza y el culto a la razón, no cabe la rebelión “de la sombra contra la luz”. Pareciera que no habría lugar para sus antiguas creencias, supersticiones, conocimientos naturales y prácticas mágicas. La religio paganorum, la de los campesinos, es un macabro festín cuando se ve como la religión de las sombras.
A diferencia de los Saludadores (sanadores y videntes mencionados por el doctor Gaspar Navarro, en su Tribunal de superstición ladina, publicado en 1613), el padre mauro Tenda (afamado exorcista europeo) y los alquimistas: Paracelso, Nostradamus, Roger Bacon, las brujas como Gostanza, son simples campesinas iletradas cuyo supuestos poderes atacan al corazón humano.
Gestos, valores, rituales e iconos de lo terreno y lo ultraterreno, son los pocos testimonios, pero los muchos que necesitaban para juzgarlas.
Si a este momento sigue persistiendo la duda y por qué motivo las juzgaban, veamos el listado de crímenes que identifico el profesor Jean Bodin (1529-1596) en su obra Démonomanie des sorciers (1580):
- 1. “Renegar de Dios, maldecirlo, y blasfemar.
- 2. Rendir homenaje al Demonio, adorarle y dedicarle sacrificios.
- 3. Ofrecerle los hijos antes de que nacieran, sacrificándolos antes de que pudieran recibir bautismo.
- 4. Hacer proselitismo de la secta.
- 5. Matar a niños y adultos para hacer pócimas y conocimientos.
- 6. Comer carne humana y profanar cadáveres.
- 7. Beber sangre.
- 8. Matar a la gente mediante venenos y maleficios.
- 9. Dañar al ganado.
- 10. Provocar la esterilidad de animales y campos, extendiendo hambrunas.
- 11. Practicar el incesto y otras aberraciones sexuales.
- 12. Tener trato carnal con el Diablo”.
El mismo Bodin tenía como máxima el condenar a un inocente antes que absolver a una culpable. Ese será el destino de nuestra Gostanza, quien en 1540 fuera quemada en San Miniato después de un largo proceso judicial.
Gostanza rebasa los límites del folklore para mostrarnos los límites de la evolución sociocultural de los pueblos que modificando considerablemente las informaciones inscribieron su cultura en el rechazo y la exclusión.
El miedo a lo desconocido, a la vigencia de las costumbres ancestrales, a la imposibilidad de alcanzar el más allá, hacen presente toda realidad que parezca venir de lo onírico. “Los muertos tienen hambre” nos dice Lecouteux, y será la bruja quien tendrá que pagar las culpas, de todos los que han salido a buscar alimento.
Gostanza defendió su vida con la vida misma, acción que para algunos, tiene más de bruja, que de mujer…
La bola mágica de las clases privilegiadas
El espacio encantado, el espacio angustioso, el espacio de los secretos, el misterio y la incertidumbre, es el que reclama Gostanza. En su caso, vemos la persecución y la obsesión lavando el suelo firme de la historia. Su dolor, es el reclamo de las minorías y los fenómenos convergentes. La historia, en el sentido paralelo, también se llama historia. La amenaza, el rito, la inseguridad y lo salvaje, cobran sentido en la voz informe de los excluidos; en los relatos que dejaron huellas invisibles en su paso por el mundo y la imaginación del ser humano. El abundante río de la historia permitida, ocultó la profundidad misma del suceso y sus relaciones. Demos pues gracias a Gostanza, quien como dice Claude Lecouteux, nos permite entender “las estructuras antropológicas de lo imaginario”.
¿Cuándo se hubiera imaginado que la superstición, el ridículo y la brujería, pudiera ser fuente de conocimiento y herramienta para entrar en la conciencia oculta de la naturaleza humana? La expansión del racionalismo y las nociones sembradas por el establishment intelectual, nos impidieron ver, por años, la posibilidad histórica de la creencia humana.
Antropólogos como Theodore Roszak afirman que “la contracultura salvará al mundo de los mitos de la conciencia objetiva. Subvertirá el punto de vista científico del mundo y lo sustituirá por una nueva cultura en la que predominarán las capacidades no intelectivas”.
La profecía de Roszak y la metodología de Mantini, apuntan a celebrar la vida natural de la contracultura. Su modo de investigación basado en lo axio-semiológico humaniza la sintaxis de la historia y da voz sentimental y compasiva a cada signo que registra. Una nueva sensibilidad moral se extrae de la lengua popular; así, se hace de la historia una infraestructura tecnológica cuando se ve en el actuar humano un arte interpretativo.
La experiencia mágica del caso de Gostanza, coloca un lente diferente sobre el acontecer humano que nos permite sondear puntos tan distantes y olvidados como la búsqueda espiritual y ls manifestaciones vulgares de la creencia.
Realidad, mentira o simplemente, víctimas de la historia, no lo sabemos, aunque el contemporáneo a Gostanza, Jacob ben Isaac Achkenazi de Janow apunte en su comentario bíblico Tseenah Ureenah: “No debes practicar ninguna forma de magia. Es necesario ponerte totalmente en manos del Santo, bendito sea, que es el único que puede venir a ayudarte. Que tus palabras y tu corazón estén al unísono. No digas palabras bienintencionadas con la boca que no vengan de tu corazón. Esto es lo que significa: <Íntegro serás como el Señor, tu Dios> (Deuteronomio 18, 16); es decir tú no debes tener sino una sola palabra. No practiques nunca la magia; los profetas vendrán y te revelarán la verdad. La mayor parte del tiempo los magos y los hechiceros (as) mienten. Así se comprende mejor por qué la Torá habla de hechicerías y de magia no lejos de los versículos consagrados a las leyes de los profetas (la generación mesiánica)”.
Al parecer, con la aparición de las brujas, la voz de los profetas ha sido olvidada y un desajuste socio mental se ha extendido por la Europa de Gostanza. Un horrible castigo se vertirá sobre los que sean diferentes, los que mantengan cultos paralelos, ante la sobrevivencia de creencias paganas, movimientos heréticos, órdenes y sociedades secretas y ocultistas. El urraquismo de la injusticia atacará las prácticas individuales, el uso de instrumentos con “poderes”, el desarrollo de técnicas conscientes e inconscientes, en sí, contra todo lo ilegítimo.
La brujería que se persigue en el texto de Gostanza de Libbiano, es síntoma de un ataque a la tradición y la herejía, más que contra una figura demoníaca a la que se creía que se le rendía obediencia y pleitesía. En términos generales, la brujería se convirtió en un chivo expiatorio contra los que atentaban con la autoridad y pretendían desestabilizar al Estado; sin importar que la “perversa intención” en realidad tuviera como origen, la acusación de brujería referida a las esposas del hermano; el odio o la antipatía hacia las personas con las que se deberían mantener buenas relaciones; resentimientos familiares y rencillas vecinales.
La brujería es en sí, “un medio de equilibrio social: un proceso de autorregulación y de convivencia”. Ya lo dijo el antropólogo M. G. Marwik, cuando afirmó que la brujería cumplía con una función catártica y como factor de división estructural y renovación del orden social en determinadas culturas.
El caso de las brujas, como Gostanza, oculta la visión espectral de la historia; una historia a la que, la gran mayoría de las veces, hemos referido como maldita, horrorosa e incierta.
Los lazos que unen al hombre con sus acciones, sus ideas, sus creencias y con su universo, se han hecho patentes en nosotros ahora que podemos ver la interrelación de fenómenos como extensión de una misma familia, cuyo hijo maldito, aún no hemos tenido la dicha de ver nacer…
Este era su secreto
Bibliografía
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