Dos visiones del mundo: una misma utopía
Jorge Alberto Hidalgo Toledo
La sociedad según
apuntan los teóricos modernos, requiere para su consistencia: de derechos
humanos, libertad de expresión y posibilidad de criticar, y esto, es lo que se
propone la literatura de hoy en día. No es gratuita la definición que elabora
Mario Vargas Llosa en la que dice: “La literatura es fuego, ello significa
inconformismo y rebelión, la razón de ser del escritor es la protesta, la
contradicción y la crítica”.
La literatura, por naturaleza, se dirige a un público y
esa base lectora se encuentra ubicada en un tiempo y un espacio. Habrá quienes
digan que la literatura no puede estar en ningún caso confinada dentro de la
actualidad, pues una literatura que depende del presente, del ahora, del aquí,
es efímera y perece rápidamente con esa cosa veloz y transitoria que es la
actualidad.
La literatura, se nos ha dicho
siempre, debe trascenderla, debe poder hablar de la misma manera persuasiva,
emocionante, deslumbrante, sorprendente al lector de hoy como al de mañana.
La literatura, según esta ala
crítica, no puede depender del inevitable carácter práctico de la política,
pues por el contrario, sirve en muchos casos, para sacarnos de esa praxis en la
que estamos prisioneros como seres humanos.
Mientras que la política, en
cambio, es el ahora y el aquí y tiene que ver fundamentalmente con la
problemática que nos rodea, que nos acosa, que nos angustia o que, de alguna
manera, nos exalta o nos motiva para actuar. Para el grupo de escritores que
sustentan esta idea, la política se mide primordialmente por sus resultados
prácticos; la literatura no, porque aunque se disfruta y tiene consecuencias
concretas en nuestra existencia, no se ha comprobado, de una manera mesurable y
específica, cómo es que mejora la vida de los seres humanos.
Santa
Teresa de Jesús escribió hace más de 350 años: “Las palabras llevan a las
acciones… Preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”. Y no estaba
tan equivocada en ello. Aquí, cobijados bajo esta sentencia, es donde yo
colocaría a la otra escuela teórica que sí encuentra una relación entre la
política y la literatura. Por qué, porque las palabras, mueven a la acción…
Vista así,
la literatura es ceremonia pública formal y proporciona un marco gracias al
cual se puede informar, enseñar, formar… La literatura, persuade, contagia,
conmueve, como es el caso de la poesía de Shelley que se inspirara en el
entusiasmo por las reformas sociales y políticas del siglo XIX.
La función
de la literatura siempre ha estado ligada con el deber ser, de ahí que ahora,
como nunca, los lectores desconfíen de cualquier texto que tenga un fin
determinado; por ello no nos espanta que cada vez sean más los que nieguen o se
disgusten por las obras que expresan puntos de vista.
No
obstante, la literatura trasciende los puntos de vistas, porque no se limita a
la opinión. La verdadera literatura sobrevive a la mera expresión. Ya lo dice
T. S. Eliot: “lo que sí es importante es que el escritor tenga adictos en su
tiempo”, que encuentre entre los suyos a hombres dispuestos al cambio.
La literatura, como la
política, es un agente de cambio y revelación: transforma el habla, la
sensibilidad, las ideas y las costumbres de los miembros de una sociedad y la naturaleza
de los miembros de una comunidad. La historia de la cultura está llena de
ejemplos de esta vinculación de doble vía. Pues es la literatura, la
comunicación espiritual entre pueblo y pueblo; testimonio constante de todas
las cosas que se callan en las plazas públicas…
Palabra, lengua, literatura,
ideología, contenedores de un mismo compromiso.
Chejov comentó en alguna
ocasión que la obra literaria nada tenía que demostrar; que con mostrar, con
plantear, cumplía su misión. De ahí que muchos novelistas, tomando sus anhelos
por realidades, se dedicaran a escribir historias de marchas que jamás
ocurrieron, huelgas que no tuvieron lugar, rebeliones que nunca estallaron,
revoluciones imaginarias. Denunciar era su sentido; contenido social su
función. Estos autores fueron altamente criticados pues la denuncia no acepta
la movilización tan sólo del imaginario. La literatura que pretende la acción,
debe acercar a los lectores para que padezcan la verdad y sus razones.
Cuando uno analiza esta
relación bilateral entre la política y la literatura y analiza la historia de
las letras en los últimos siglos, puede darse cuenta de cómo la literatura de
nuestros tiempos busca cada vez más apartarse de este compromiso político.
¿Siendo así, cómo pretendemos alcanzar efectos sociales con resultados cuando
no hay razones políticas en la literatura que podría cambiar la vida y la
historia?
La actual literatura sólo
quiere ser literatura y no considera digno proponerse ser audaz ante lo cívico
y lo social.
Escribir como leer es un
actuar y debe llevar a la acción, a la participación en el debate, el tomar
conciencia de los problemas sociales, el sensibilizarnos con la situación del
otro.
Ningún escritor del pasado
hubiera imaginado que la política y la literatura pudieran estar disociadas y
vistas como enemigas irreconciliables.
Vargas Llosa nos dice: “Las
palabras son actos. A través de la escritura uno participa en la vida. Escribir
no es un ejercicio gratuito, no es una gimnasia intelectual, no, es una acción
que desencadena efectos históricos, que tiene reverberaciones sobre todas las
manifestaciones de la vida, por lo tanto, es un actividad profunda,
esencialmente social. Y ya que es así, tenemos la obligación, a la hora que nos
sentamos frente a la página en blanco y tomamos una pluma, de ser responsables,
de saber que aquel acto que iniciamos, garabatear unas líneas, desarrollara un
pensamiento, va a tener consecuencias y que éstas van a recaer sobre nosotros desde el punto de vista
moral y social, y ya que es así, tenemos la obligación de comprometernos”.
La literatura, esencialmente
es compromiso y convicción; pero para comprometerse, uno debe asumir y
materializar la vocación, los anhelos, y eso implica participar del mundo, de
sus problemas, de sus acciones.
Por medio de la literatura uno
puede abrir la conciencia de sus contemporáneos y hacerles ver lo que ellos no
alcanzan a percibir. La literatura es un camino hacia la libertad; es un arma,
un instrumento. Para muchos puede no tener peso alguno, puede no servir para
nada. Y puede que tengan razón, pues el mundo de la literatura es el mundo de
la perfección, de la verdad, la autenticidad, la coherencia… visión que muy
posiblemente jamás sea compatible con un mundo cargado de injusticias,
sociedades autoritarias, manipulación, censura, coerción.
Muy posiblemente el mundo de
la literatura se una utopía, pero también, para muchos es una utopía, que con
la políticas se podrá construir un mundo mejor.