la inflexible ley de la misericordia - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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viernes, 18 de abril de 2014

la inflexible ley de la misericordia

Jorge Alberto Hidalgo Toledo


Canta Salomón, el pueblo de Israel y sus profetas a través de los Salmos: “Dios es bueno para todos y Su misericordia se extiende a todas Sus criaturas”. Justicia, bondad y misericordia… Equilibrada trinidad cuando hablamos del orden natural y la creación refleja de todo cuanto nos rodea. Vaya trilogía: un Dios que “mide por medida”; un cosmos sobrenatural que devela su dimensión interna en atributos de belleza; un hombre que despierta su deseo en el corazón en devota adoración. En el centro de esa triada es donde todo ocurre, donde las leyes fijas de la naturaleza, que funcionan dentro de un tiempo y un espacio creado, reflejan el atributo Divino de poder y de justicia; es ahí, en el corazón de toda plegaria, donde rezamos para que se curen los enfermos, donde solicitamos la provisión de las necesidades de los pobres, donde suplicamos la bendición del estéril con hijos… Ahí, donde pedimos claridad mental y de corazón para conocer a Dios y ser capaces de emular Sus caminos, ahí es donde todo ocurre, donde por misericordia se alteran las leyes estrictas de la naturaleza y Dios se expresa ante nosotros en forma de milagro. Sí, como lo oye, en forma de Milagros.


Ahí, en el centro de toda historia, de nuestra historia, se conjugan todas las posibilidades y todos los verbos; pero es curioso, sólo los que escapan de lo habitual, los que se manifiestan como raros y exóticos nos atraen. Cuando el mago capta la atención de los presentes tallando un trozo de papel ardiendo sobre su brazo y dejando ver el nombre inscrito con cenizas, del ser en que estábamos pensando hablamos maravillas porque rompe toda relación con la vida cotidiana. Lo mismo ocurre con el enfermo que sana tras la plegaria o el dinero que aparece en el bolsillo después de una oración. ¿Casualidad, causalidad, destino, providencia? No lo sé.
Algunos más escépticos hablan de fenómenos naturales que ocurren en momentos oportunos; los científicos hablan de estadísticas; los físicos de la excepción que hace la regla y el creyente ¿qué explicación le da?
Hoy día hablamos de la historia del pueblo de Israel como si habláramos de cuentos infantiles, historias fantásticas y cuentos maravillosos. Nos parece increíble que Dios cambiara las leyes de la naturaleza para ayudar a los judíos mandando las diez plagas que golpearon a Egipto. Así nos cuestionamos ¿por qué a ellos?, ¿por qué lo hizo a través de un proceso tan largo y desgastante?, ¿qué pretendía al afectar a dudosos –egipcios y no judíos- salvando sólo a los hijos del pueblo de Israel?, ¿hubieran sobrevivido en tiempos de destrucción y exilio sin la ayuda de una fuerza superior?
Immanuel Velikovsky usa el papiro Ipuwer como base para su libro Worlds in Collison en el que dice que toda la historia del éxodo es verdad, pero que las plagas ocurrieron porque un cometa pasó cerca de la Tierra. También dice que el polvo del cometa transformó el agua en líquido rojo y la fuerza del campo gravitacional del cometa dividió el mar. Sin embargo, al leer la Biblia vemos que la plaga de sangre, no fue sólo convertir al agua en un líquido de color rojo. El Midrash nos dice que los egipcios sufrieron porque el agua se transformó en sangre para ellos y para los judíos no.
A diferencia de las diez plagas, la división del Mar de los Juncos, el lam Suf, puede ser explicado como un evento natural que ocurrió en el momento oportuno. Hace algunos años, oceanógrafos documentaron que cada 2,500 años la combinación correcta de vientos y marea van a causar que el océano se divida en el área del Mar de los Juncos. A diferencia de la versión de la película, donde en pocos minutos el mar se divide, la historia de la Biblia relata un proceso lento –justo como está documentado- del viento soplando toda la noche y a la mañana siguiente un lugar seco aparece para caminar sobre él. Hace 200 años Napoleón fue testigo de un mismo fenómeno. ¿Puede imaginarse que esto le pasara a usted? Justo en el momento que necesitaba cruzar el mar éste se divide para usted durante la noche. Si un evento que ocurre estadísticamente una vez cada 2,500 años le ocurre a usted, justo cuando lo necesitaba, no diría: “Esa es una combinación interesante de vientos y mareas” sino que diría “Dios mío. ¡Esto es un milagro!” 
¡Vaya milagro! Ser judío en la tierra de Goshen y salir ileso. ¡Vaya razón la nuestra pretender demostrar las “verdades” mediante milagros. El D’varim nos alerta y nos dice: “Cuídate de esas personas que emplean el milagro para demostrar”. El Ramba’’m lo reitera cuando nos hace saber que los judíos no creyeron en Dios simplemente por haber visto maravillas.
Naturaleza que actúa independientemente o junto con Dios. Fenómenos naturales que ocurren en los momentos oportunos. Todo un conjunto de cosas sobrenaturales nos llevan a lanzar la interrogante: ¿Qué hay detrás de la expresión de Dios?
Daniel Oppenheimer, en su texto Los milagros, aclara: “El milagro, es decir, algo que escapa a lo natural, no es el único fenómeno que los judíos denominan como nes”. Por el contrario, agradecen diariamente tres veces en la Amidá: “ve’al niseja shebejol iom imanu” (por los milagros que suceden diariamente). “Diariamente nos pasan muchas cosas, buenas y malas, pero no nos parecen ser algo fuera de lo natural. Nos referimos pues, en este agradecimiento a Dios a los ‘milagros naturales’ que suceden en cada instante a los que habitualmente denominamos ‘naturaleza’ simplemente porque estamos tan acostumbrados a ellos que nos parece ‘natural’ que ocurran”. 
“Estos milagros y maravillas que acontecen dentro de nuestro cuerpo tal como los distintos sistemas (circulatorio, digestivo, nervioso, respiratorio, reproductivo, etc.) o fuera de él (el cosmos, la fuerza de gravedad, la fotosíntesis, etc.) a los que llamamos naturales, son los que hacen que podamos vivir una vida ‘normal’. Confiamos ciegamente en la constancia de esta naturaleza para todo lo que hacemos. Si la naturaleza no fuese constante y confiable, nos volveríamos absolutamente locos por no poder prever nada”.
Orden y constancia… Un sol que siempre sale por el este y las cosas que soltamos que siempre caen hacia abajo. Milagros en lo ordinario, en el acontecer diario de los hechos y las cosas. ¿Dónde quedó pues el fenómeno de la revelación; de aquello que se muestra ante los ojos del hombre en situaciones y circunstancias extraordinarias rompiendo con las leyes básicas de la lógica y la ciencia elemental? ¿Dónde quedó la afirmación elemental del milagro… algo que se escapa a lo natural?
Cuán aburrida será la vida que deseamos vivir en un mundo no tan real, angustiante y cruel como el nuestro. Cuán vacuo será que anhelamos con insistencia la maravilla. 
Oppenheimer nos recuerda: “Es superior aquel que reconoce al Todopoderoso en la naturaleza cotidiana, que aquel que no cree a menos que le demuestren que esa naturaleza se puede modificar. El desafío está en ‘ver’ a Dios en la naturaleza en nuestro sustento diario y en este mundo ‘di vrá gireuté’ (que creó de acuerdo a Su plan –Kadish).”
¡Vaya suerte la nuestra: esforzarnos por crecer, mejorar las características humanas y observar las leyes para ser cada vez mejor! No me explico entonces ¿para qué suceden los milagros? ¿Para entender la ley de Dios o simplemente para dar muestra de Él?

¿Qué hace que ocurran los milagro?
Luis Büchner en su ensayo Fuerza y materia; estudios populares de historia y filosofía naturales, en el apartado correspondiente a la “Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza” nos dice: “Dondequiera que se encuentren el fuego y el agua, tienen que producir vapores y ejercer éstos sus irresistibles fuerzas sobre todo lo que les rodea. Dondequiera que cae una semilla en la tierra, allí crece; dondequiera que el rayo es atraído, allí cae”. Así, bajo un axioma que se “ha verificado a consecuencia de la necesidad más rigurosa”; con la seguridad de que una “necesidad absoluta e inflexible domina a la materia” nos recuerda a Moleschott: “La ley de la Naturaleza es la expresión más rigurosa de la necesidad”. 
Pues bien, con la rigurosidad de la razón nos habla de leyes eternas e inmutables; de piedras que siempre caen cuando se les arroja, de fuerzas que jamás levantarán la montaña hacia los cielos, de mares que en la vida serán transportados, de hombres y animales que en lo absoluto fueron creados por consideraciones o conveniencias personales. Quizá de ahí que Büchner sentencie con sus postulados anunciando la llegada de la pubertad histórica; ya que su método y su técnica recalcan la superación de la infancia de los pueblos y la muerte de las supersticiones, el desplomo del poder inmenso de los espíritus y de los dioses, cediendo su lugar a “las luces de los pueblos civilizados”.
Y no es sólo él sino todo el clan naturalista: Vogt, Feuerbach, Liebig y el mismo… ¿Lutero? Sí, este último afirma “Sabemos por experiencia que Dios no se mezcla de modo alguno en esta vida terrestre”. ¿Entonces en cuál sería mi pregunta? A lo cual responde el mismo Liebig: “Un espíritu cuyas manifestaciones fuesen independientes de las fuerzas de la Naturaleza no puede existir, porque jamás hombre alguno exento de preocupaciones e iluminado por el estudio de las ciencias ha notado semejantes fenómenos”. Dicha “verdad” científica refuerza aquella idea de Feuerbach que dice: “La Naturaleza no contesta a las quejas ni a los ruegos del hombre, sino que le rechaza inexorablemente a sí mismo”. 
En este cubo axiomático de pronto me pierdo, sobre todo cuando escucho a Vogt decir que “las leyes de la Naturaleza son fuerzas bárbaras, inflexibles y no conocen moral ni benevolencia”. Así, sarcásticamente los cuatro insisten en que ninguna invocación de madre, lágrima de esposa, ni la desesperación de un hijo, pueden quebrantar el orden de las cosas, despertar del sueño a los muertos o liberar al prisionero. Drásticamente la reflexión de Büchner se concreta con lenguaje muy sencillo cuando dice: “¿Cómo sería posible que el orden inmutable en que se mueven las cosas llegara nunca a interrumpirse sin producir un irremediable trastorno en el mundo, sin entregar al universo y a los seres que le puebla a un poder árbitro y desolador, sin admitir que la ciencia toda es puro fárrago, y todas las investigaciones que en la tierra se hacen, inútiles trabajos?”

Y cuando digo que me pierdo lo digo de verdad; porque entre la cadena de leyes naturales que describe Alejandro de Humboldt en su Cosmos, no encuentro ni la entrada ni la salida y mucho menos al minotauro. Tampoco entiendo a Jouvencel y su expresión: “No hay en el universo cualidades ni milagros; lo que hay son fenómenos regidos por leyes”. Y cuando digo no entender no presumo la cavidad cilíndrica ni la métrica cúbica de mis hemisferios cerebrales. Digo no entender por razones que rebasan mi razón y las leyes básicas de mi naturaleza.

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