Se habla tan poco del cielo… y pensar que es nuestro futuro, menciona Antoni Carol i Hostench en su artÃculo ¿TodavÃa hay cielo? en el que reflexiona sobre el libro Atravesando el umbral de la Esperanza; en éste, el entrevistador Vittorio Messori pregunta a Juan Pablo II si todavÃa existe la vida eterna y analiza si el recurso de la imaginación es completamente insuficiente para afrontar las cuestiones del más allá. Cientos de páginas y horas de entrevista terminan resumiéndose en la sentencia moral de la iglesia católica: “el hombre ha sido creado por Dios en vista de un destino feliz situado más allá (...) de este mundo”. Pese a los esperanzadores comentarios del Sumo PontÃfice se percibe cierto disgusto cuando se lamenta la “frialdad escatológica del hombre moderno”; de ahÃ, que tras el peso sublime de la revelación surja la interrogante: nosotros, hombres corrientes ajenos a las manifestaciones del misterio, carentes del fuero profético ¿qué podemos decir?
Visualicemos pues la vida futura… La eternidad explicada en iconos se vuelve condición fortuita en una era plagada de imágenes. ¿Tendremos acaso que recurrir a la didáctica del auto sacramental para develar el mundo futuro y sus alrededores? Y aún asà ¿cómo serÃan estas visiones?, ¿qué colores estarÃan sobresaliendo?, ese cosmos technicolor ¿incluye el mundo tal y como lo conocemos? En el cielo, ¿qué es lo que trasciende y quién se manifiesta?
La antropologÃa tradicional nos habla de un hombre constituido por cuerpo, alma y voluntad. Me pregunto: ¿qué de esta triada alcanzará la vida eterna? Si fuese acaso sólo el cuerpo, ¿también tendrÃamos plantas y animales en el cielo? Siendo asà o su versión contraria, me preocupa la recreación de un paraÃso anÃmico sin los bellos jardines, riachuelos y animales de costumbres que pensaban musulmanes, cristianos y budistas que nos habrán de acompañar.
Espacio y geografÃa es lo que pide el raciocinio de un hombre mediático. No obstante, nos dice el magisterio de la Iglesia: “La eternidad se encuentra más allá de las dimensiones de espacio y de tiempo, por lo que nuestra imaginación (que “trabaja” a nivel de imágenes) no abarca: no podemos formarnos imágenes concretas de la vida en régimen de eternidad.”
Poco cielo serÃa si pudiéramos describirlo con imágenes terrenales, dice la recta teologÃa. Pensemos, pues, no en imágenes sino en ideas; conceptos concretos que den vida a emociones y comportamientos. Todo en un esquema onÃrico, etéreo e intangible. En un cielo de hálitos de vida, de neumas vaciladores y bien portados ¿quién será el santo entre los santos? Cómo distinguir al uno de los otros; concepto de personalidad, individualidad y autovaloración ¿cómo aplican en un reino de iguales? Y en caso de existir cierto grado de bondad, “nuestra naturaleza” ¿sigue siendo perfectible?
Somos seres libres y gozamos de una voluntad conciliadora; ¿Ã©sta cómo aplica en un reino de bienes, en toda la extensión de la palabra? ¿Sobre qué tendremos que escoger? En un hábitat donde el mal se ausenta, donde todo tiene prioridad qué sentido tiene la pregunta: ¿y ahora por qué opto? Si no hay cosas por las cuales tenemos que escoger… en el cielo nadie es libre.
Sócrates, instantes antes de la ejecución de su pena de muerte, no dudaba de que el destino de las almas más allá de la muerte estuviera en función del comportamiento mantenido en esta vida. Lo cual nos lleva a pensar que existe el concepto de continuidad. ¡Vaya vida cinematográfica la nuestra!
El hombre que camina, viaja en camión, enciende la televisión, ¿qué respuestas puede encontrar a estas cuestiones?
Aberroes afirmaba que bastaba con que pensáramos las cosas para que estas existieran. ¡IncreÃble poder el de la mente! Palabra que da vida a palabra; verbo que se hace carne. Tomando en cuenta esta premisa ¿bajo qué figura, espacio y geografÃa podrÃamos materializar nuestro camino al cielo y qué fines perseguimos al llegar a él? Hay quienes hablan de caminos blancos, polvo de estrellas que se fusionan y tienden carpetas a nuestro paso… y al final un Cristo redentor que nos invita a la contemplación eterna de Dios. ¡Permanencia voluntaria! Placer y gozo hasta el fin de los tiempos… ¿y después qué? In ilo tempore pensaban los latinos… ese pequeño lapso cronológico entre el inico y la nada, entre el fin y lo que siga. Ciclos y esferas sinfÃn. Un nuevo espacio en el que –como dice Horkheimer- se nos filtrará nuevamente la imagen de Dios…
¿Qué es en verdad el cielo y cómo vive el hombre en dicho régimen de eternidad?
El Catecismo de la Iglesia Católica (1023-1029, 1721-1722) nos dice: “El Cielo es la participación en la naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad, la última meta del inagotable deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón. Es la satisfacción de los más profundos anhelos del corazón humano y consiste en la más perfecta comunión de amor con la Trinidad, con la Virgen MarÃa y con los Santos. Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual es.”
Amor puro, amor que trasciende a sus usuarios. Sin duda, amor que no es de humanos; he ahà particularidades de la vida eterna. Dice la Iglesia: “El hecho es que el amor es ilimitado, en el sentido de que el amor auténtico no se acaba nunca, todo lo contrario, crece. Y, además, crece sin parar (sin lÃmites). Esta dinámica reclama eternidad. Lo mismo pasa con el conocimiento («el saber no ocupa lugar»). Pues si nuestra voluntad es capaz de hacer, vivir y experimentar una actividad como ésta es porque ella misma es espiritual, esto es, no depende de la materia (aun cuando el hombre histórico sólo tiene experiencia de subsistir, conocer y amar a través del cuerpo)”.
¡Qué fácil, dar explicaciones supranaturales a la materia que sólo percibe fondo y forma! Sigo sin entender lo espiritual. Quizá efectivamente soy y no puedo dejar de imaginar el mundo fuera del proceso bruto del polvo y la ceniza. Me hablan de gozo y de felicidad, de la extensión de lo que nutre mis placeres y el buen sabor de boca que deja la vida benevolente.
Se cree que la configuración del mundo futuro no será ajena a lo que ahora hagamos en el mundo presente; que el hombre del “mundo futuro” volverá a encontrar en esta nueva experiencia del propio cuerpo la realización de lo que llevaba en sà perenne e históricamente, en cierto sentido, como heredad; que no habrá relaciones sexuales (ya que habrá terminado la misión procreadora); suponen que no faltará el aspecto unitivo (de comunicación interpersonal), para lo cual no será ya necesaria dicha relación (ni se echará en falta); de acuerdo a esto, el espÃritu dominará de tal manera el cuerpo que habrá tanta compenetración entre los santos como sean capaces de desear sus espÃritus. Es curiosos, contamos con cientos de afirmaciones, creencias y suposiciones cuando en verdad no conocemos el modo en que se ha de transformar el cosmos.
el hombre que vive en la eternidad
Cuerpo o alma; discontinuidad dentro de una fundamental continuidad; justa ordenación y subordinación de las realidades… En sÃ, ¿cómo se habrá de enterar el hombre de que se encuentra camino hacia la eternidad? San Pablo, se cuestiona, se responde y nos avisa (I Cor 15, 40 ss): “Sonarán las trompetas y los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que ese ser corruptible sea revestido de incorruptibilidad y que ese ser mortal sea revestido de inmortalidad”.
En su momento Jesucristo resucitó con cuerpo; más aún, con su propio Cuerpo. Y Él lo hace notar expresamente: “Mientras que, turbados y llenos de susto, los Apóstoles no acababan de hacerse cargo de lo que estaban viendo, Jesús resucitado les dijo: «Soy yo mismo»”. Con cuerpo, con su propio cuerpo… ¿Por qué tomar forma de hombre para remarcar la existencia de un reino que no es de este mundo y no tiene punto de comparación con la densidad de la materia? Si fue por temor a que no lo reconocieran sus Apóstoles, vale preguntarnos no acaso conocÃa las escrituras y sabÃa que en su momento El Padre se manifestó a Moisés sin forma alguna y pudo reconocerlo a la primera. ¿Por qué necesitarÃan estos hombres de fe más pruebas para reconocer al Hijo de Dios?
La teologÃa, apoyándose en la Revelación, enseña que los cuerpos humanos resucitados para vivir en el estado de eterna comunión con Dios, quedarán profundamente transformados (ya que serán espirituales, incorruptibles e inmortales), gracias a una serie de cualidades especiales que recibirán. En primer lugar, la impasibilidad, por la que no podrán sufrir ninguna molestia o mal. Además, la sutileza, gracias a la cual el cuerpo vivirá una perfecta armonÃa con el alma (le estará totalmente sujeto), sin las dificultades que a menudo experimentamos en esta vida. En tercer lugar, se habla de la agilidad, cualidad que permitirá que el cuerpo se pueda mover según desee el espÃritu, sin que ningún obstáculo material pueda interferir. Finalmente, el aspecto que aparece más inmediatamente en la escena de la Transfiguración del Señor: la claridad, es decir, una suerte de resplandor corporal maravilloso que no será otra cosa que el reflejo corporal y sensible de la "divinización" de los cuerpos de los justos.
Hombre o no de fe, dudoso como los Apóstoles que niegan lo que ven; que quizá requiera que tome el pan y lo coma delante de mà para que crea… No lo sé pero insisto en las preguntas que en verdad me mueve cuando hablamos de la vida eterna: ¿Cómo habrán de resucitar los muertos? ¿Quién será quien nos indique que de todos los cielos vistos, ése era en el que nos tocaba vivir?