Jorge Alberto Hidalgo Toledo
¿Qué espera el hombre que ocurra cuando mira fijamente el horizonte? Quizá simplemente mirarle… Mirarte… Pensó Jacob minutos antes de bajar la cabeza y pensar para sí qué sentido tiene todo esto y no encontrar respuesta alguna…
Miro delante, hasta cansarse, hasta que todo auto, todo peatón, todo destello, todo reflejo perdió su forma curva, su sustancialidad y no pasó de eso… materia fría, opaca, vertiginosa y circulante. No encontraba el punto exacto en que la forma cobra vida y la vida se desplaza para dar sentido a cuanto le rodea.
Aquellas voces, aquellas formas, eran vuelcos sobre los sentidos, pero nada más que eso… Constancias de lo tangible. Algo giraba por su cabeza y no tenía muy claro qué; si las preguntas claves sobre la existencia, por qué el mundo mantenía un buen diseño o muchas cosas no tenían explicación alguna y se quedaban en los terrenos del misterio.
Jacob bajó la vista y vio claramente como debajo del asiento del parabús un grupo de hormigas tejían un circuito de infinitos al llevar provisiones a un lugar seguro establecido milímetros abajo del paradero de camiones.
Jacob se preguntó cómo era eso posible; ¿cómo es que debajo de ese mismo sitio, donde él yacía en la espera, una realidad aparte se entregaba a la construcción esperanzadora de un futuro y él, simple y sencillamente, lo único que podía tener claro era la ruta de camión que habría de tomar?
“Vaya que es incierto lo que Dios planeó para cada uno de nosotros” –se dijo Jacob al ver aquello. Y así siguió más de una hora y cuarto, intentando seguir con la vista a todas esas hormigas. Después de un par de minutos, identificó el punto de fuga, pero no de dónde venían y qué era lo que cargaban en sus espaldas y entre sus dientes de tenazas.
Jacob se preguntó cuántas especies como ellas estarían trabajando en esos minutos para construir un refugio para las generaciones venideras. “¿Qué pasará con todas las que mueren en el camino? ¿Las recogerán sus compañeras? ¿Las dejarán como testimonio de su andar?”
Así que Jacob decidió probar suerte y aplastó con la punta del zapato a una de ellas. Las primeras que pasaron a su alrededor, dejaron caer lo que cargaban y se detuvieron a ver lo ocurrido. Otras tanto corrieron despavoridas a buscar refugio, temiendo que con ellas ocurriera lo mismo. Un par, agitaron sus antenas y avisaron a las que venían y cambiaron la ruta de acceso. Una se detuvo e intentó cargar su cuerpo, pero consideró la empresa absurda y regresó por lo que había venido cargando desde el principio. Las últimas siguieron su camino con indiferencia.
“¿Así será la vida?” –pensó Jacob. Y tampoco encontró respuestas para ello… Enderezó su cuerpo y contemplo a quienes le rodeaban que lo miraban con asombro y extrañeza. Nuevamente ocupó su lugar y siguió esperando.
Minutos después de su encuentro con lo finito, sintió por completo el gran peso de la soledad. Su corazón rodó al compás del freno del camión. Estuvo por un instante buscando algún objeto del cual sostenerse; en el trayecto su mirar accionó la cámara lenta del devenir histórico y fijó su mirada en un punto incierto en la ventana que tenía a su lado.
Con todo y el acariciar de la fricción, algo en el mundo se mantuvo inmóvil; en el mismo punto en que el universo se congela y todo gira en derredor.
Audio que entra y sale de sus oídos; nada concreto para ser sinceros, pero eso sí, su vista no perdió el destino: una mariposa de noche refugiada en un rincón. Inmóvil, intacta, austera al mundo, sin corazón que lata a la pasión incierta del desierto que se bifurca frente a ella.
Jacob la acaricia con la mirada como quien lanza una risa al mar después de que un punto de tierra aparece frente a él. Vaya puerto escogió Jacob para anclar esos 15 segundos de existencia…