Reflexión sobre El Leviathan de Thomas Hobbes y El ensayo sobre el entendimiento humano de John Locke
Jorge A. Hidalgo Toledo
12 junio 2003
Dimensionar el lugar del hombre en el mundo es clarificar ontológicamente dos coordenadas básicas: el ser y el estar. En esa encrucijada en que la idea adquiere proporción, volumen y multidimensionalidad, lanzaremos hoy nuestra pregunta: ¿cómo dar sentido y ubicación a la existencia misma, si no se han puesto en claro las nociones abstractas de territorio, Estado, Nación y la forma concreta para acercarnos a ellas? Veamos pues las propuestas filosóficas de John Locke y Thomas Hobbes para entender cómo se da nuestra aproximación a la realidad y posteriormente, cuál es nuestro rol dentro de ella.
¿Qué es la realidad?, ¿cómo sé que aquello que estoy viendo no es una ilusión de los sentidos?, a caso –como planteó el mismo Descartes- ¿es producto de un “genio maligno” el que mi acercamiento con la vida sea una mera fantasía? ¿Qué soy yo?, ¿cómo sé que no soy el producto de una mente que me sueña o la más vil de las pesadillas de un idiota alcoholizado? Sin lugar a dudas, las preguntas base de la ontología y la epistemología se arrojaron al gran pozo sin fondo de la filosofía mucho tiempo atrás. No obstante, la vigencia de las mismas, es la falta de “certeza” de todas las respuestas encontradas.
John Locke, hombre de ciencia y precisión gramatical, nos ofrece en su Ensayo sobre el entendimiento humano, una forma revolucionaria de dar con la clave a nuestra interrogante sobre el ser. En la introducción a su texto, podemos encontrar la herramienta que facilitará nuestra agotadora búsqueda: el entendimiento. Sí, aquella facultad, quizá la única universal e innata –pese a la molestia que estas expresiones pudieran causarle- que es común a todo hombre.
En el entendimiento está la elevación del hombre sobre las cosas sensibles; en el entendimiento se posibilita el pensar, el hacer conciencia del mundo, el crear ideas y expresarlas por medio del habla y nuestras acciones. Por el entendimiento se filtra aquello que impresionó a nuestros sentidos y se trae a la existencia al mundo. El entendimiento aprehende esa realidad y se da la percepción. Percibir y entender, hacen que las cosas estén en nuestra mente y que al no poder ignorarlas se asienten… Sean. Asentir esa realidad es conocer su verdad.
En Locke vemos, no sólo puntualidad semántica en cada concepto que maneja; en su reflexión está patente la necesidad de graficar el mundo y clarificar los procesos; así, se hace obvia su metodología y didaxis. Por ello, tras sus deducciones nos es fácil comprender su pragmatismo y empirismo y reducir gran parte de sus postulados a la fórmula: “experimento, entiendo, luego existo”; sí, porque existo con cada una de las cosas que me son reveladas por los sentidos.
La solidez y concretud de la sensación y la reflexión, son operaciones de aquel que existe con lo que percibe. Ser es percibir –en esta noción ampliada de la experimentación de la realidad. Somos con la razón y por la misma razón nos percatamos de que somos… Cuando capto las cualidades del mundo, me doy cuenta que me asemejo a ellas; que existo como ellas; que soy…
Locke distinguirá en su texto la naturaleza de las ideas y otras operaciones de la mente. La estructura del entendimiento y la captación del mundo en su forma materialista, proporcionó a la interrogante sobre qué es la realidad, una salida metódica y científica cuando interpone la observación, experimentación, la medición, cuantificación y análisis para llegar a ella. Sabemos qué es lo real, cuando nos damos cuenta por nuestra experiencia que estamos dentro de ella. ¡Vaya paradoja del imaginario, esta noción que se plantea si ampliamos su visión empirista a los principios de la realidad virtual y, por qué no decirlo, de la ensoñación (pero eso ya es tema de otra reflexión)!
Pero siguiendo con nuestra aproximación a la encrucijada metafísica del ser y estar, brinca la segunda de nuestras inquietudes: ya que di cuenta de que soy un ser en el mundo, ¿qué papel desempeño dentro de él?, ¿cuáles son la reglas del desenvolvimiento social?, ¿ser y estar qué interacción manifiestan? Para dar respuesta a ello, me remito a Hobbes, quien desde su introducción al Leviatán, nos deja ver que está en el hombre –aunque no esté muy de acuerdo Locke en la condición innata de las cosas, ni en la universalidad de la sustancia- la posibilidad de crear un replicant de sí al que él ha denominado “animal artificial”.
En esa analogía hermesiana, en la que reviste al Estado como un corpus artificial; es decir, como otro ser de mayor estatura y fuerza, el hombre busca su propia protección.
¿Protección? Sí, Hobbes, desmenuza la condición natural del género humano y establece como apetito del hombre la búsqueda de aquello que desea. Considerando que todos los hombres son iguales por naturaleza y que la igualdad provoca desconfianza, encuentra en cada hombre a un enemigo; a alguien que en potencia pretenderá desposeerle, privarle de su trabajo, vida y libertad. Competir, desconfiar y alcanzar la gloria serán tres acción infini y punitivas que lo llevarán a buscar defensa y protección.
La premisa: “experimentar para entender, entender para ser” se complica con un “estar para conseguir; para luchar”. Estar en el mundo, es estar en sociedad, pero estar en sociedad, no es convivencia, es temor absoluto a perder… En toda su dimensión.
A esa condición monstruosa de interacción humana antepone la razón, misma “que sugiere normas convenientes de paz, las cuales pueden llegar los hombres a aceptar de mutuo acuerdo. Esas normas son las de otro modo llamadas leyes de la naturaleza”.
Bajo un esquema lógico deductivo, Hobbes nos lleva de la mano en la comprensión del derecho, la libertad y la constitución natural de las leyes.
Estar en paz, a cualquier precio, sólo para defendernos a nosotros mismos… Pese a una fuerte inclinación por el yo, Hobbes logra vincular la ley evangélica con sus leyes naturales. Así tenemos que un “todo hombre debe esforzarse por la paz en tanto tiene esperanza de conseguirla; y, cuando no pueda obtenerla, puede buscar y usar todas las ayudas y ventajas de la guerra”, puede estar en consonancia y encontrar eco en la voz de los profetas que afirman: “Lo que exigís que los demás os hagan a vosotros, hacédselo a ellos”.
Soy el que renuncia a ciertos beneficios, a mi libertad, a mis bienes, para estar en paz… Soy justo en la medida en que mis palabras no estén vacías y respondan a todo lo acordado. Doy a cada quien lo suyo para estar bien con los otros…
Estar en ese estado de cosas, debería llevar a cada hombre a nutrirse de sus propios bienes y vivir contento. ¿Quién velará porque yo alcance mi felicidad, sino acaso ese Leviatán que es conducido, ya sea por un hombre o una asamblea a quien nosotros dispusimos con nuestro voto?
Detrás de toda esa estructura artificiosa aparecerá una gran condición humana: la libertad; que vivirá en constante interacción con el temor y la voluntad.
¡Vaya complejidad la nuestra! La de los que son, la de los que están, la de los que se hacen con su propia mano…
Quizá he aquí “el arte del hombre” (como afirma el mismo Hobbes): reconocer nuestra condición y la supremacía de nuestra razón para captar el mundo, su estructura, sus políticas, sus reglas; el código de ética de Dios…
Ya decía Octavio Paz que no había obra que no estuviera conformada por una ética, una estética y una política. Y el modus operandis se repite en el lienzo de la vida misma: política para imponer un orden y unas reglas; ética, para orientar conductas y alcanzar los bienes; estética para imponer al mundo una belleza que trascienda la contribución de estos filósofos, que sin lugar a dudas, sobrepasan la simple teoría del conocimiento y la filosofía política, para ofrecer a la condición humana, nuevas tinturas para matizar el mundo y amalgamar la pasta de esta escultura, que aún no terminamos de esculpir…