Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Es ridículo correr a la muerte por el cansancio de la vida
Séneca, Epístola 24
Fin de año, fin de siglo, fin de milenio, fin de una era, fin de una vida. Eso era todo lo que pasaba por su mente desde aquel día en que encendió la televisión y vio a otro viviendo lo mismo que él: el abandono.
Nueve años en un asilo; despertando a las seis de la mañana para tender una cama, desayunar un plato frío de avena --pastosa y pegajosa como su existencia--, recorrer de esquina a esquina su habitación hasta encontrar el momento preciso para tomar un libro y fingir que se lee, esperar a que llegue la hora de la reunión y acudir a una sala de resortes vencidos, encender la televisión y columpiar su cuerpo deseoso de que le llamen la atención, de que le hablen.
Nueve años rodeado de grandes suelos y áridos ejemplos de que la vida, para muchos, a su edad, es un desierto; lo está matando, como mata la presión al pez que intenta sumergirse más allá de donde su mar se lo permite. Como mata en soledad el tiempo que recae sobre una fruta cuando ha dejado de colgar del punto que la vio nacer.
Así está él, colgando lento de su propia sed, sin posibilidad de reclamar a los suyos el que él esté ahí. Porque en el fondo cree que su ausencia es retribuida, que el espacio dejado a sus nietos es suficiente para que crezcan en armonía. Él mismo se cree un estorbo. Cuando el mundo se sabe sucio, lanza ráfagas de viento para limpiar a los objetos que se encuentran fuera de su lugar.
Toda esperanza de vida se ha perdido. Da lo mismo que lo visiten una vez a la semana --si ésta coincide con las vacaciones--, le lleven un poco de mermelada de frambuesa, le acaricien la cabeza y le digan abuelo “ te juro que mañana volveré ”.
¿Quién engaña al demonio de la soledad, si no es el mismo Satanás quien se seduce en cada instante cuando ya no sabe como pecar?
Gran cañón el que se tiende entre su soledad y su vacío: cuando le sirven la comida y en la sopa ve su infancia fría e irrecuperable; en cada zanahoria que trae en su raíz, el recuerdo de esos días en que tendió la mano a su mujer creyendo que ya era el momento indicado para correr al hospital y ver a sus hijos nacer, las noches que sentado a oscuras sanó miedos y dolores de niños, cuando recibió el anuncio de la boda de su hija, cuando su mujer sufrió el infarto a mitad del supermercado, cuando sus hijos decidieron llevarlo a vivir con ellos y, sintieron con los días, que no podían más, cuando cruzaron la puerta del asilo y juraron visitarlo todas las tardes, cuando festejaron hace un año su última Navidad, cuando simplemente, se dio cuenta que no habría más nietos alrededor de su cama gritando “ abuelo ”, cuando su basta cantidad de recuerdos le dijeron “ Hasta aquí. No más ”.
En ese momento en que todo entume la existencia como el hielo, entró a su cuarto, cerró la puerta y las ventanas, apagó la luz, tomó el cordón de las cortinas, lo amarró a su cuello y se dejó caer.
Como la luz que es vencida por el suelo se dejó arrastrar por el único momento de su vida en que no hubo duda. Y como tal, tampoco hubo cuestionamientos. ¿Sufrimiento? El necesario para dejar correr unas lágrimas, recoger el cuerpo, decir a los nietos “el abuelo ha muerto ”, acumular un poco de coraje y confesar en el velorio: “ La vida debe continuar ”.
TODA CARNE ES HENO, QUE SE SECA Y SE MARCHITA
Aquel Dios que domina en nosotros,
prohíbe abandonar esta vida sin su mandato
Cicerón, Tusc Disp 1 30
Suicidio: esa duda fácil que persigue al hombre que ha perdido todo sentido de su existencia, es definida, desde siempre, como el acto de destrucción de la propia vida, ya sea por medio de una acción o a través de una omisión voluntaria.
San Agustín, nos recuerda con claridad el ciclo natural del hombre al afirmar: “Todos entramos en la vida con la ley de abandonarla. El hombre nace, vive un momento y muere, y con su muerte cede su lugar a otro que pronto morirá también”. Este es el ritmo natural de la existencia. Sin embargo, saquear el gran tesoro que es la vida, ha sido una constante que recorre con vehemencia la vena cava superior de aquellos que han sacado de su naturaleza, el instinto de conservación.
La historia pocas veces se equivoca, por ello se refugia en la literatura, cuya voz fluye desdentada con la solidez de una roca y nos recuerda los casos de suicidio de la Grecia antigua, donde la mayoría de las ejecuciones, por propia mano, eran decretadas por la autoridad como pena de muerte. Con la divulgación del cristianismo y la afirmación “Dios creó al hombre para la inmortalidad”, el suicidio disminuyó notablemente. Culturas como la japonesa, ven el harakiri , como el único medio “digno” para que el hombre supere una situación en la que su honor se ha perdido. Goethe sacó a la luz, con su Werther , el caso de los suicidios por razones de amor no correspondido o imposible como es el de Romeo y Julieta de William Shakespeare, o peor aún, el caso real de Larra, Von Kleist.
El suicidio ha estado motivado, desde siempre, por la necesidad de encontrar una “solución” rápida a un problema ético que no ha sido enfocado de una manera justa. Estudios sociológicos, realizados por Emilio Durkheim, señalan que “esta culminación de un estado de depresión psíquica” está estrechamente relacionada con un ambiente cultural difundido, en el que la sociedad no ofrece normas, ideales y objetivos dignos de trabajar por ellos, aumentando en las sociedades que carecen de un claro sentido de la vida.
Los suicidios han aumentado de manera desorbitada en lo que va del siglo, en especial en la segunda mitad, existiendo una correlación entre las sociedades industrializadas y el alto número de suicidas. Quizá por ello, se entiende el auge que han tenido los “teléfonos de la esperanza”, cuyos números están atendidos por personal especializado con una finalidad de ayuda a los demás.
Serias investigaciones, han concluido que las sociedades en las que los hombres poseen un profundo sentido de la religiosidad están menos expuestas al suicidio, así como los ambientes rurales donde existe una sólida formación moral. Otras comprobaciones anuncian que “las mujeres se suicidan menos que los hombres; el índice de suicidios femeninos no llega a la mitad de los masculinos. El mayor número de suicidios se da entre personas ancianas o acercándose a la ancianidad (entre sesenta y sesenta y nueve años). Se percibe un crecimiento considerable en el número de suicidios de jóvenes”.
La relación entre las sociedades industriales, hombres, ancianos, jóvenes y suicidio, se centra en su mayoría, en la amplia difusión del concepto materialista de la vida, en el que se difunde como ideal humano: el hombre destinado al triunfo, el incremento de medios económicos, frustraciones en conquistas amorosas o sexuales, donde la vida “está de sobra” si los horizontes materiales anteceden a los espirituales.
La carencia de un proyecto ético de vida, está relacionada con el egoísmo. El hombre que quiere tener , poseer para su propia y exclusiva satisfacción, está perdido. Los bienes espirituales se centran en otra lógica: la amistad, la cooperación, la solidaridad, la entrega y la donación. Estas virtudes hacen que éste salir fuera de mí para el otro , se conecte con lo más profundo de la naturaleza humana: el don de la vida. El sentido no rutinario, interior, nacido de la convicción habla de una visión espiritual de la existencia. Este amor propio, es el que nos mueve para nuestro bien y de los demás.
Condiciones patológicas propias de la “vida moderna”, en las que la falta de sensibilidad moral, la ausencia de interés real y positivo por el trabajo, por los demás hombres y por la familia, orillan a los hombres al suicidio y son responsabilidad, en cierto modo, de todos los que componemos la sociedad.
Es obligación de todos los seres humanos , eliminar todas las opiniones y prácticas que llevan implícitas una falta de respeto a la vida (violencia, aborto, eutanasia, terrorismo, guerra) ya que crean un ambiente social propicio para presentar el suicidio como “una salida digna” y “más humana” que el afrontar con entereza la milicia que es la vida y que como buen torrente, me puede llevar más de cien años tirar de cada gota para construir un mar, o una eternidad.
EXTÍNGUENSE MIS DÍAS, SÓLO ME QUEDA EL SEPULCRO
El hombre que camina no es más que una sombra,
un soplo que se agita y amontona y no sabe para quien
Salmos 39,7
He aquí los males de nuestros tiempos: difuminar la vida bajo un horizonte oscurecido, “la casa llena de humo”, como afirmaban los epicúreos y algunos estoicos, ante la necesidad de escapar y aniquilar la vida moral desde la vida física. Efectivamente, existe la vergüenza, el hastío, la frustración, el fracaso, la desilusión, la mediocridad, la crueldad, la traición, la mentira, la incertidumbre, el hambre, la soledad, la guerra, como males que acechan al hombre. Nosotros no inventamos el mundo, pero sí las formas de cohabitarlo y preservarnos. Dice Sócrates: “Dios me ha señalado mi puesto de combate en el mundo y Él sólo puede relevarme; debo, entonces, esperar su día y su hora.” Nunca antes, nunca después.
Así como tenemos una estricta obligación por limpiar la herida para que no se infecte, tenemos el imperiosos impulso de prevenir y curar aquello que amenaza nuestra búsqueda del bienestar y la felicidad. Ese acto lento, que como perversión funesta se mueve con pies de paloma, y mata poco a poco la espiritualidad, se llama pesimismo, y junto con el escepticismo, se están filtrando en la conciencia de la humanidad para hacer del egoísmo y la cobardía, actos de abnegación y heroísmo al concluir en el suicidio.
Suicidio, ese acto por el cual la persona se quita, libre y voluntariamente la vida, es descrito por Emmanuel Kant como “aniquilar en sí mismo el sujeto de la moral y extirpar del mundo, en cuanto depende del suicida, la noción misma de la moral.”
El catecismo de la Iglesia Católica, en su tercera parte, apartado 2280 y 2281 anuncia: “Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella”, “El suicidio contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El suicidio es contrario al amor del Dios vivo”.
Rebelión contra Dios, crueldad irreparable consigo mismo, deserción "cobarde" e injusta con la sociedad son tinta de un mismo cuadro; el hombre que se coloca fuera del camino que le ha sido trazado, falla y se imagina escapar por la muerte a determinados males en el tiempo y afirma como canta el poeta: “A quien por no sufrir deja la vida,/ Vida para sufrir le da la muerte.”
Quien se suicida se “declara vencido, se reconoce incapaz de cumplir con su deber y se declara inferior.” Como se declara cobarde, quien se refugia en el falso optimismo, para engañarse de que no sólo existe bondad en el mundo, sino que “todo es bueno” y se dirige hacia el mejor de los fines. Voltaire y su teoría del finalismo, combaten esta idea por considerarla un insulto a los dolores de la vida en Un poema sobre el desastre de Lisboa .
Agrupaciones, manuales y movimientos sociales defendiendo este “iluminismo positivo” que debe reinar la vida, nos hablan de una subcultura banal, superficial y vacua que pretende desquiciar los privilegios de la razón. Una razón que debe asumirse en un mundo lleno de vicisitudes y alternativas. No como los pesimistas que ven la vida como el peor de todos los males, ya que el dolor supera el placer y la felicidad es, por demás, inalcanzable.
El filósofo rumano E. M. Cioran afirma en sus Silogismos de la amargura : “El pesimista debe inventarse cada día nuevas razones de existir: es una víctima del ‘sentido’ de la vida”. Sentido oscuro y “eclipsado” como enuncia el psicólogo Fernando Barrios, y que culmina en la pérdida de la esperanza y la fe. Dar sentido a la existencia es dar razón del mundo.
Este fatalismo que nos rodea es el que nos asusta cuando escuchamos que diariamente se quitan la vida cerca de 6.1 personas y que tan sólo en 1994 hubo 2,215 casos registrados por el Ministerio Público.
El que deserta es un inepto. Un ser incapaz de enfrentarse al dolor físico o moral, sin intensión de comprender el dolor como ocasión de perfeccionamiento, sin evaluar que destruirse para evitar el sufrimiento, es darle primacía sobre la virtud y el deber.
Quien se abandera del suicidio como “un acto de cobardía en un momento de valor”, no sólo acepta que el deshonor es siempre definitivo y no hay posibilidad de enmendar el daño, sino que desconoce el significado ético del valor: grandeza del alma, fuerza moral y dominio de los instintos primarios que pretenden desquiciar la razón.
En definitiva, “conocerse a sí mismo”, “buscarme entre los otros” --como escribió Octavio Paz en su Piedra de sol -- es dar sentido a la vida, es caminar “en mi camino” con libertad y conocimiento, es habitar mi naturaleza, es reconocer la existencia como un bien perdurable, como un bien, que tiende a mi bien.
SOLEDAD DE SOLEDADES, SIMPLEMENTE SOLEDAD
My faith is larger than the Hills
So when the Hills decay
My faith must take the Purple Wheel
To show the Sun the way
Emily Dickinson
• Los investigadores Ah. Cabildo y Mh. Elorriaga, analizaron en su texto, El suicidio como problema de Salud Pública , los suicidios de 1954 a 1963 y encontraron que en 1954 se registró un cifra de 3.2 actos suicidas por cada 100 mil habitantes mientras que en 1963 bajó a 2.1.
• Tiempo después Elorriaga ahondó en la década de los sesenta y encontró en su Breve estudio sobre el problema del suicidio , que de 1960 a 1969 los intentos se incrementaron en 30.5% lo que significa un 3% anual.
• Los investigadores Ml. Galvis y Jh. Velasco, denunciaron en su estudio Epidemiología del suicidio en la República Mexicana, un índice de 3.5 caso de suicidio al año por cada 100 mil habitantes: 1.8 consumados y 1.7 frustrados.
• A partir de la década de los setenta se registran casos de suicidio entre el grupo de infantes y escolares de 0-14 años. Los grupos que han registrado una ligera disminución son los grupos de 60-64 y 75-79, mientras que los de 80-85 representan los más altos.
• Entre 1973 y 1974 hubo un incremento del 222.05% en la mortalidad por suicidio. A partir de 1974, entra en un nuevo escalón, relativamente constante hasta 1985. De 1984 a 1985 se incrementa en 64.56%. En resumen la tasa de suicido entre 1970 y 1994 se ha incrementado en 156%.
• En la década de los ochenta, Mt. Saltijeral y Gg. Terroba, analizaron la conducta suicidógena y manifestaron en la investigación Epidemiología del suicidio en la década de 1971 a 1980, que la tasa de conducta suicida consumada e intento, se mantuvo constante a la década pasada.
• Según informa el estudio realizado por G. Borges, H. Rosovsky, C. Gómez y R. Gutiérrez, denominado Epidemiología del suicidio en México de 1970 a 1994 , en 1970 hubo 554 defunciones por suicidio en toda la República Mexicana y en 1994, se han registrado 2,603. En este periodo la tasa pasó de 1.13 por 1000,000 habitantes a 2.89. El aumento es más marcado para la población masculina que incrementó su tasa en 169% contra 98% para la población femenina.
• En términos de la mortalidad proporcional, el suicidio pasó del 0.11 al 0.62% de todas las defunciones. Los porcentajes más elevados se registran en la población menor a 19 años y mayor de 65 años. Los estados de Tlaxcala y México registraron las tasas más bajas y las más altas; Tabasco y Campeche.
• Los estados de Tlaxcala y México registraron las tasa más bajas de suicidio, de 1.17 y 1.19 mientras que Tabasco y Campeche con 7.78 por 100 habitantes. El sureste del país (Campeche, Tabasco, Quintana Roo y Yucatán) presenta tasas más elevadas, igualmente Tlaxcala, México, Hidalgo, Querétaro y Puebla.
• El suicido consumado afecta en su mayoría al sexo masculino siendo de 4.10, el incremento porcentual ha sido de 170% para los hombres y 98% para las mujeres.
• La tasa de suicidio masculina tiende a incrementarse con la edad, presentando un crecimiento acelerado a partir de los 70 años. Para las mujeres, la tendencia es aplanada. La tasa más baja para los hombre en 1994, fue de 0.29 por 100 mil habitantes en el grupo de 0-1 años y la más elevada de 45.93 de los 85 años en adelante. En las mujeres, la más baja fue de 0.17 en el grupo de 0.14 y la más alta de 4.43 de los 80 a los 84 años.
• Con relación a las causas del suicidio en México, manifestó la doctora Ligia Iñigo, miembro del Instituto Mexicano de Psicoterapia Psicoanalítica del Adolescente (IMPPA), que el tipo de suicidio más extendido en nuestro país, es el del suicida egoísta, que se caracteriza por un estado de depresión y apatía producido por una individualización exagerada. Éste se da en su mayoría, en la clase media, mientras que en estratos inferiores se presenta un bajo porcentaje, ya que existe una baja incidencia a la autodestrucción, por la falta de conocimientos de los casos.
• Los medios de los que se vale generalmente un suicida en nuestro país van de los lazos, armas blancas, sustancias sólidas o líquidas, ahorcamiento (53% hombres y 33% mujeres), armas de fuego y explosivos (33% hombres y 25% mujeres) al uso de medios indirectos como tren, autobús y servicio de transporte "metro".
• La evolución ascendente del suicidio, así como los cambios sociales concomitantes, como el incremento en la urbanización, la migración, la disolución de las redes familiares tradicionales, el aumento en el consumo de drogas por los jóvenes, ha llevado a los investigadores nacionales a afirmar que es el suicidio, la tercera causa de muerte en nuestro país, entre los jóvenes que van de los 6 a 14 años y sufren de depresiones, desintegración familiar, soledad, tristeza, fracaso o problemas emocionales.
• Comparando un poco el índice de suicidios en México con los de algunos países del mundo: en Estados Unidos de Norteamérica se cometieron 5,000 suicidios en 1981 entre jóvenes de 15-24 años que presentaban sentimientos intensos de tensión, confusión e indecisión, así como presiones para obtener el éxito, incertidumbres económicas, divorcio, formación de una nueva familia.
• El índice de suicidio en los Estados Unidos de acuerdo con la edad y el sexo, entre 1970 y 1985, osciló entre 11.6 por 100 mil personas en 1970 y 12.3 en 1985. Existiendo una disminución entre las mujeres. En 1970 la tasa de suicidio entre los hombre fue 18.0, mientras que en 1985 fue de 21.5. En las mujeres fue de 7.1 en 1970 y 5.6 en 1985. La edad, entre los hombres, era en grupos de 20-24 años, 55-64, 65-74 y 75-84, en las mujeres, aumentó entre los 45-54 años y los 55-64.
• Según indicó el doctor Udomsilp Srisaengnarm, presidente de la Sociedad Samaritana, el aumento de los suicidios es la otra cara de la moneda del éxito económico de Asía. El 90% de los suicidios, los cometen personas afectadas por depresiones causadas por conflictos familiares, problemas económicos y un estresante entorno de rabioso estímulo materialista".