El mundo ya cambió. El antes y después de Google, de Amazon, de Facebook
y Uber se ha quedado corto.
"Ay no quieres,
te asusta
la pobreza,
no quieres
ir con zapatos rotos al mercado
y volver con el viejo vestido.
Amor, no amamos,
como quieren los ricos,
la miseria. Nosotros
la extirparemos como diente maligno
que hasta ahora ha mordido el corazón del hombre.
Pero no quiero
que la temas.
Si llega por mi culpa a tu morada,
si la pobreza expulsa
tus zapatos dorados,
que no expulse tu risa que es el pan de mi vida.
Si no puedes pagar el alquiler
sal al trabajo con paso orgulloso,
y piensa, amor, que yo te estoy mirando
y somos juntos la mayor riqueza
que jamás se reunió sobre la tierra"
(Las vidas: la pobreza, Pablo Neruda).
Ingresamos a la era posdigital cuando anunciaron por la mañana en la
televisión la fase 2 del Covid-19. Ahà sentimos el peso del encierro y la
reducción de los megas de subida y de bajada de nuestra señal de transmisión.
Internet, ese motor energético que deslizó a las industrias hacia la
cuarta revolución industrial. Hoy empieza a ser un bien escaso como los otros
energéticos. La vida hiperconectada e hÃpermediatizada estará en algunos dÃas
dejando de manifiesto que asà como el agua, el carbón y el petróleo. Internet
puede llegar a sernos falta. Literal, la red pende de un hilo. Del número de
megas de subida y de bajada empleados por cada miembro de familia en millones
de hogares en el mundo. Con tantas descargas de video, clases en lÃnea,
reuniones virtualizadas, descargas de videojuegos, pelÃculas y canciones, puede
caerse en cualquier minuto.
Las nuevas brechas se han hecho más que notorias, quién y para qué se
conecta. Si nos quedamos en un rubro de ocio o en la co-construcción de
conocimiento; si es para cumplir con los deberes de la escuela, impartir un
curso o cerrar transacciones financieras a distancia.
Género, edad, nivel educativo y socioeconómico se aglomeran en
categorÃas como info-riqueza e info-pobreza.
Hoy para muchos la red se mueve en la categorÃa de tecnologÃa de la
esperanza. Muchos esperan encontrar en ella la otra vÃa que no les llega ni por
la radio, la prensa ni la televisión. En ella encuentran luz, enjambres de
confianza, núcleos de alegrÃa, nodos que enmascaran el mundo que está por
venir. Llevamos tan sólo unas semanas del mundo futuro y ya se siente la
nostalgia, el vacÃo y la falta de sentido en los contenidos que circulan.
El mundo ya es otro y no esperemos volver al anterior cuando la
contingencia acabe. Los dÃas se contarán en otro ritmo y velocidad de transmisión
de bits.
La economÃa igual pende de un hilo aún más delicado y finito. Las bolsas
caen y parecen contraerse los mercados a fórmulas de cierre de fronteras que
nos recuerdan las acciones nacionalistas populistas de décadas pasadas. La
economÃa digital mueve otros motores y acelera otros mercados; pero no los
fundamentales.
La emergencia sanitaria rompió la burbuja de la esfera pública y hoy por
las pantallas gozamos de una nueva esfera privada semi-pública. Nos enteramos
de decoraciones y aficiones dependiendo del encuadre de la webcam. La intimidad
ya tiene otro significado. Hombres en mangas de camisa, alumnos tomando clase
por la tarde entre pijamas. El mundo es una extensión doméstica de la recámara.
Los horarios se quebraron, todo es un continuum post-line. Estamos
siempre ahÃ, dispuestos para la conexión; a que suene Skype o te reclamen en
Zoom. Nos hemos vuelto esclavos de la omnipresencia. Se nos acabaron los
tiempos muertos y tiempos de descanso. La invitación a la vida relajada,
desconectada fungió tan sólo como un acelerador de la hiperconexión.
El mundo entero espectralizó su vida: migraron del átomo al código
binario. Se hicieron imagen eterna, haz de luz.
El virus ya infectó la red. Se metió en nuestros hogares y en nuestros
cerebros. Llenó nuestras expectativas de dudas y misterios. La vida eternamente
conectada es un reality show de emisores y receptores que no descansan.
Quienes quedaron en las calles también viven la hiperconexion a su
manera. Sin trabajos, sin conexiones de todo tipo: económicas y sociales. Se
han vuelto los nuevos olvidados. Los doblemente excluidos.
Las personas están muriendo solas en los hospitales o transmitiendo sus
últimos minutos de vida por una tablet. Las comidas dominicales las transmite
las familias por un teléfono celular.
En dos semanas, las tecnologÃas exponenciales nos dejaron ver que el
mundo es otro y que el mundo que solÃamos conocer ya no será jamás el mismo. ¿Qué
sigue entonces? ¿Cómo leer y escribir este capÃtulo en la historia? ¿Desde
dónde entender esta nueva fase del capitalismo? ¿Cómo repensar nuestro lugar y
modo de estar en este nuevo territorio? Llevamos dos semanas y yo no quiero
acostumbrarme a las normas de este nuevo continente.