Morir a Solas
Un abrazo eterno y a la distancia para mi amigo y hermano Fernando en
su dolor
“...llegaron incluso a
imaginar que seguÃan siendo hombres libres, que podÃan escoger. Pero, de hecho,
se podÃa decir en ese momento, a mediados el mes de agosto, que la peste lo
habÃa envuelto todo. Ya no habÃa destinos individuales, sino una historia
colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo. El más
importante era la separación y el exilio, con lo que eso significaba de miedo y
de rebeldÃa. (…) los actos de violencia de los vivos, los entierros de los
muertos y el sufrimiento de los amantes separados” (Camus, 1977) .
Dios habÃa callado y parecÃa
mejor no voltear al cielo para no sorprendernos de su ausencia. La muerte, ese hecho
inesperado, absurdo y que siempre se cuela en nuestra vida con pies de paloma,
irrumpe hoy con gran violencia. Se ha precipitado con la agresividad del ladrón
que arrebata el bolso y se echa a correr.
Hoy recorre
nuestras calles, bajo el techo de la misma luna, tocando a golpes nuestras
puertas indagando como el censo, cuántos somos por casa y con cuántas personas
hemos estado expuestas en los últimos dÃas.
El COVID 19
nos tomó a todos por sorpresa, como un episodio más de aquellas series
distópicas y apocalÃpticas en las que los contagios se dan en medio de una
fiesta, un concierto o un paseo nocturno por la playa. Las cifras y decesos los
narraban en formato narrowcasting.
Los noticiarios recuperaron de golpe los horarios estelares. Celebridades,
dirigentes, hombres de iglesia, nobles, gente común ocuparon las pantallas con
sus casos; después de algunos dÃas todo se redujo a cifras e incremento en la
estadÃsticas. Las calles se vaciaron de golpe, se cerraron las mezquitas, los
templos, los parques, los centros comerciales, los edificios públicos y las escuelas.
El mundo
entero cerró su puerta, abrió ventanas y saludó de nuevo con gusto al vecino
que se asoma temeroso entre persianas. En dos semanas la vida entera cambió el
sentido de las calles abriéndose paso de la esfera pública a reubicarse a las
salas de hospitales.
La vida hoy es
otra. Se mueve de la restricción absoluta y el encierro voluntario a la
irresponsabilidad de aquellos que entre conspiraciones y falsos imaginarios
creen que los miles de infectados por el mundo son agenda mediática para
ocultar los peores males que realmente fluyen por el mundo. Los mercados se
desploman. Los precios del petróleo se negocias y se apuestan como fichas en
las Vegas. El teletrabajo y la teleeducación se apoderó de las pantallas. El
tráfico mundial de datos por dÃa superó el número de estrellas en el
firmamento. Los supermercados se vaciaron históricamente por los consumos de
pánico. Los cielos se limpiaron por la disminución de tráfico en las calles. Los
chillidos de los niños se fueron de los parques y se quedaron en un cuarto o
frente alguna tablet. La confusión mundial, los temores y toda aquella
incertidumbre recorre las calles como ratas en los basureros.
La crisis de
salud y sus consecuencias económicas, polÃticas, sociales y culturales se
asemejan a los efectos de la guerra. Plazas de pueblo improvisadas como hospitales.
Salones de clase que almacenan los cuerpos de aquellos que las funerarias no
pueden recibir por sobre abasto. Los asilos y residencias de mayores quedaron
en el olvido. La prioridad sanitaria pasó del resguardo absoluto de la vida a
salvar sólo aquellos que tienen probabilidades de recuperación para reabastecer
en un futuro los modelos productivos. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo
no se habÃa expuesto a estas pruebas. De nuevo, la peste está entre nosotros.
Hoy la gente
empieza a morir a solas. Al igual que en la novela de Camus: “los enfermos
morÃan separados de sus familias y estaban prohibidos los rituales velatorios;
los que morÃan por la tarde pasaban la noche solos y los que morÃan por la
mañana eran enterrados sin pérdida de momento”.
Lo peor está
por llegar. La pandemia no es el virus. Es la humanidad que se agota como el
oxÃgeno de los respiradores. El tema no es morir. Lo criminal del momento es
que esto ocurra en una cama, un pasillo o en el suelo. El tema es el contagio
de esa sensación de sentirse a la deriva y faltos de sentido. El mal de males
es no haber sacado fuerzas para levantarnos de esa crisis.
El mundo
necesita nuevas formas de nombrar aquello que nos pasa. Pero de nombrarlas con
perspectiva de esperanza y de sentido.
Apenas
llevamos dos semanas y el mundo hace más que evidente que necesitamos del otro. Si la crisis puede sacar lo mejor
de las personas, seguimos a la espera. Necesitamos más creatividad y
solidaridad. EmpatÃa por nuestros viejos, nuestros pobres, los olvidados de la
tierra.
Para no hacer del mundo una necrópolis
necesitamos horizontalizar la vida y borrar la imagen del último de la fila y
de los rezagados. En esta guerra, la noche ni las piedras deben callar la vida.
Si en estos
tiempos de cambio hay que renombrar al mundo que sea con palabras de consuelo y
ayuda. Que nadie muera solo, ni mandando el último mensaje por un
Facebook-live. Infectemos las redes y sus algoritmos con mensajes que en verdad
saquen lo mejor de nosotros mismos. Si lo peor está por venir, que nos tome en
nuestro mejor momento.
Hay que vivir
y morir de amor por el otro. Yo no
quiero que me tome a un metro y medio de distancia de aquellos a quien amo.
Quisiera que nos encuentre entre abrazos y para que eso ocurra necesitamos hacer
la diferencia.
Debemos
sacudir al mundo para que no nos pille el tiempo del lobo. Cuando todo esto
pase, la peor miseria a la que podrÃamos enfrentarnos serÃa la humana. A esa es la que tengo miedo. Esa es la
epidemia que espero nunca nos contagie. Apenas llevamos dos semanas. El odio
legÃtimo aún no ha florecido, todavÃa no vemos cuerpos amontonados en las
calles. El sufrimiento de algunos ya se extiende por los medios.
Evidenciemos
la esperanza; que la pandemia no se lleve nuestra posibilidad de amor, de
amistad y de confianza. Que el virus no nos robe el porvenir. Ojalá y
despierten los que siguen todavÃa dormidos. Lo mejor puede estar por venir… y
si el futuro me pilla, que sea contigo.