Notas desde el encierro imaginario 0 - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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sábado, 11 de abril de 2020

Notas desde el encierro imaginario 0




Morir a Solas

Un abrazo eterno y a la distancia para mi amigo y hermano Fernando en su dolor

“...llegaron incluso a imaginar que seguían siendo hombres libres, que podían escoger. Pero, de hecho, se podía decir en ese momento, a mediados el mes de agosto, que la peste lo había envuelto todo. Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo. El más importante era la separación y el exilio, con lo que eso significaba de miedo y de rebeldía. (…) los actos de violencia de los vivos, los entierros de los muertos y el sufrimiento de los amantes separados” (Camus, 1977).

Dios había callado y parecía mejor no voltear al cielo para no sorprendernos de su ausencia. La muerte, ese hecho inesperado, absurdo y que siempre se cuela en nuestra vida con pies de paloma, irrumpe hoy con gran violencia. Se ha precipitado con la agresividad del ladrón que arrebata el bolso y se echa a correr.
Hoy recorre nuestras calles, bajo el techo de la misma luna, tocando a golpes nuestras puertas indagando como el censo, cuántos somos por casa y con cuántas personas hemos estado expuestas en los últimos días.
El COVID 19 nos tomó a todos por sorpresa, como un episodio más de aquellas series distópicas y apocalípticas en las que los contagios se dan en medio de una fiesta, un concierto o un paseo nocturno por la playa. Las cifras y decesos los narraban en formato narrowcasting. Los noticiarios recuperaron de golpe los horarios estelares. Celebridades, dirigentes, hombres de iglesia, nobles, gente común ocuparon las pantallas con sus casos; después de algunos días todo se redujo a cifras e incremento en la estadísticas. Las calles se vaciaron de golpe, se cerraron las mezquitas, los templos, los parques, los centros comerciales, los edificios públicos y las escuelas.
El mundo entero cerró su puerta, abrió ventanas y saludó de nuevo con gusto al vecino que se asoma temeroso entre persianas. En dos semanas la vida entera cambió el sentido de las calles abriéndose paso de la esfera pública a reubicarse a las salas de hospitales.
La vida hoy es otra. Se mueve de la restricción absoluta y el encierro voluntario a la irresponsabilidad de aquellos que entre conspiraciones y falsos imaginarios creen que los miles de infectados por el mundo son agenda mediática para ocultar los peores males que realmente fluyen por el mundo. Los mercados se desploman. Los precios del petróleo se negocias y se apuestan como fichas en las Vegas. El teletrabajo y la teleeducación se apoderó de las pantallas. El tráfico mundial de datos por día superó el número de estrellas en el firmamento. Los supermercados se vaciaron históricamente por los consumos de pánico. Los cielos se limpiaron por la disminución de tráfico en las calles. Los chillidos de los niños se fueron de los parques y se quedaron en un cuarto o frente alguna tablet. La confusión mundial, los temores y toda aquella incertidumbre recorre las calles como ratas en los basureros.
La crisis de salud y sus consecuencias económicas, políticas, sociales y culturales se asemejan a los efectos de la guerra. Plazas de pueblo improvisadas como hospitales. Salones de clase que almacenan los cuerpos de aquellos que las funerarias no pueden recibir por sobre abasto. Los asilos y residencias de mayores quedaron en el olvido. La prioridad sanitaria pasó del resguardo absoluto de la vida a salvar sólo aquellos que tienen probabilidades de recuperación para reabastecer en un futuro los modelos productivos. Desde la Segunda Guerra Mundial, el mundo no se había expuesto a estas pruebas. De nuevo, la peste está entre nosotros.
Hoy la gente empieza a morir a solas. Al igual que en la novela de Camus: “los enfermos morían separados de sus familias y estaban prohibidos los rituales velatorios; los que morían por la tarde pasaban la noche solos y los que morían por la mañana eran enterrados sin pérdida de momento”.
Lo peor está por llegar. La pandemia no es el virus. Es la humanidad que se agota como el oxígeno de los respiradores. El tema no es morir. Lo criminal del momento es que esto ocurra en una cama, un pasillo o en el suelo. El tema es el contagio de esa sensación de sentirse a la deriva y faltos de sentido. El mal de males es no haber sacado fuerzas para levantarnos de esa crisis.
El mundo necesita nuevas formas de nombrar aquello que nos pasa. Pero de nombrarlas con perspectiva de esperanza y de sentido.
Apenas llevamos dos semanas y el mundo hace más que evidente que necesitamos del otro. Si la crisis puede sacar lo mejor de las personas, seguimos a la espera. Necesitamos más creatividad y solidaridad. Empatía por nuestros viejos, nuestros pobres, los olvidados de la tierra.
 Para no hacer del mundo una necrópolis necesitamos horizontalizar la vida y borrar la imagen del último de la fila y de los rezagados. En esta guerra, la noche ni las piedras deben callar la vida.
Si en estos tiempos de cambio hay que renombrar al mundo que sea con palabras de consuelo y ayuda. Que nadie muera solo, ni mandando el último mensaje por un Facebook-live. Infectemos las redes y sus algoritmos con mensajes que en verdad saquen lo mejor de nosotros mismos. Si lo peor está por venir, que nos tome en nuestro mejor momento.
Hay que vivir y morir de amor por el otro. Yo no quiero que me tome a un metro y medio de distancia de aquellos a quien amo. Quisiera que nos encuentre entre abrazos y para que eso ocurra necesitamos hacer la diferencia.
Debemos sacudir al mundo para que no nos pille el tiempo del lobo. Cuando todo esto pase, la peor miseria a la que podríamos enfrentarnos sería la humana.  A esa es la que tengo miedo. Esa es la epidemia que espero nunca nos contagie. Apenas llevamos dos semanas. El odio legítimo aún no ha florecido, todavía no vemos cuerpos amontonados en las calles. El sufrimiento de algunos ya se extiende por los medios.
Evidenciemos la esperanza; que la pandemia no se lleve nuestra posibilidad de amor, de amistad y de confianza. Que el virus no nos robe el porvenir. Ojalá y despierten los que siguen todavía dormidos. Lo mejor puede estar por venir… y si el futuro me pilla, que sea contigo.


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