Jorge Alberto Hidalgo Toledo[1]
¿Qué es la
comunicación sino un acto referencial dotado de sentido y significación? Y
decimos referencial porque es a través del lenguaje y su carácter comunitario
que invocamos, evocamos y se nos “autorrevela el mundo” (Cassirer, 1985, p. 18)
para conquistar con ello nuestra propia condición existencial. Esta interacción
sintáctica y dinámica entre la materia, el individuo, el lenguaje, la
comunicación, la percepción y la inteligencia es la que permite unirnos
semánticamente a los demás seres morales y compartir con ellos valores,
tradiciones, costumbres e ideas enriqueciendo la experiencia vital.
De esta forma, la comunicación constituye, no una intención vacía como
creía Husserl sino como bien apunta Sastre, “una experiencia trascendental”
(Sartre, 2000, p. 307); una relación de compromiso que sobrepasa la gramática,
la realidad y el mismo lenguaje.
Comunicar es “extender la mano” (López Quintás, 1968, p. 125), es
encuentro, es intimidad, es vincularse con el otro, es diálogo, es entrega, es
darse al otro; lo que la hace sinónimo del amor, porque cada cual se hace persona al hacerse el yo responsable del tú (Buber).
La comunicación, no es un mero accidente que ocurre entre los hombres;
por ello, hoy día, se distingue de informar[2].
Comunicar, por el contrario, es dotar de significado las cosas del mundo; lo
que significa, dotar de sentido a la existencia misma.
Con ello, quiero apuntar que es la persona el centro y el destino de la
acción comunicativa. Lo que debería llevarnos a creer que en cada palabra
vertida en un periódico, en cada imagen transmitida en tiempo real por un
noticiario televisivo, en cada sonido emitido por la radio debería haber, como
afirmaba Gabriel Marcel, una “certeza existencial” (Sanabria, 2000, p.155), pero no la hay.
Esta invocación recíproca de encuentros interpersonales es la ontología
misma de la comunicación. Quienes buscamos el “Ser” de la comunicación, en el
fondo buscamos al hombre mismo.
Siendo la humanidad entera la que se oculta detrás del fenómeno
comunicativo es vital analizar la función de los medios y ver si estos, en verdad, están al servicio
del hombre.
La interacción simbólica que se ha tendido en Internet y la convergencia
tecnológica, ha puesto al descubierto la ausencia de un rostro y la desnudez
del cuerpo. Por ello, podemos hablar de indigencia comunicativa, de egoísmo
simbólico, de extranjeros gramaticales, de ausencias cognoscitivas, de despojo
mediático, de soledad significativa, de pobreza informativa, de miseria
existencial.
Quizá el problema más grave y
evidente de la comunicación en la era digital no sea la brecha informativa sino
la ausencia de una metafísica significativa que permita nuevamente la posesión
del mundo y la instauración de una comunidad universal de personas por el don
de la comunicación.
Devolver el sentido trascendente a
la acción comunicativa implica volver los ojos a la centralidad de la persona,
al reconocimiento y valoración del otro, a la ética y a los fundamentos de los
medios: servir para buscar el bien común; unir, para construir a través de la
solidaridad una verdadera aldea global; y equilibrar con justicia a la
sociedad.
He aquí la revisión bioética de la
acción comunicativa en la era de Internet. Regresemos al “ser a su morada”
(Heidegger, 1987, p. 26); registremos la propia existencia y sus condiciones
ética y personalista para hablar nuevamente de significación y sentido en la
acción humana; para entender nuevamente la comunicación como la mediación ética
del mundo[3].
Esta manifestación del hombre, esta radicalidad de la persona humana
conlleva la idea de la comunicación. Es decir, si la persona humana es en el mundo, es porque es con-los-otros.(Forzán, Hidalgo, 2005)
Ese ser-con-los otros es
posible gracias al lenguaje, a la expresión del espíritu que dota de contenido
a los objetos y a la persona misma. Para conservar la unicidad de la persona y
llegar a ser, es necesario contar con los medios para desarrollar la virtud
(Fromm, 1986, p. 39), para colocarnos ante nuestra propia naturaleza y
dominarla.
En función de nuestro objeto de estudio, los medios masivos de
comunicación, si han sido mediados por la ética, determinarán la acción del
hombre sin perder de vista que el fin es el
hombre mismo. Lo que nos lleva a afirmar que los medios están al servicio
de la persona.
Hoy día filósofos, comunicólogos, antropólogos, sociólogos y politólogos
hablan de la necesidad de contar con medios de comunicación libres y
responsables para la creación de sistemas democráticos donde prime la libertad
de expresión y prensa. Para ello, han creado múltiples modelos y teorías de
responsabilidad social, códigos de ética, vías de autorregulación y legislación
para justificar el buen actuar de los medios ante la sociedad civil.
Muchos han sido los estudios dedicados a los efectos de los medios y los
intentos para establecer un uso ético de los mismos. Pero, ¿podemos hablar realmente de ética
mediática si limitamos los esfuerzos a generar legalismos, normativas y códigos
de conducta más que intentos por visualizar a los medios como herramientas
colaborativas para devolver el lugar del hombre en el mundo?
Esta reubicación del hombre, debe
partir necesariamente del entender que los medios están al servicio del hombre.
Pero, ¿qué implica este servicio? Cuando hablamos del “servicio” que prestan
los medios de comunicación, nos referimos a su aportación para lograr un factor
de crecimiento y progreso humano, progreso de la verdad del hombre, progreso
cultural, social y económico. De ahí que en términos concretos busquemos que
los medios de comunicación estén a la “defensa de la promoción de la verdad
integral” (Casales, 1985).
Los medios deben servir para encontrar respuestas verdaderas; para
desarrollar las habilidades; para conocer, compartir y comunicar las
intenciones, deseos, sentimientos, conocimientos y experiencias; para
comprender, actuar con libertad y progresar; para establecer relaciones,
solidarizarnos; para enriquecernos intelectual, moral, social y
espiritualmente; para promocionar los valores humanos y la vida humana; para
realizar un encuentro entre hombres, culturas, ideologías, historias y signos
trascendentes.
Cuando los medios y las nuevas
tecnologías de información, pierden este sentido de utilidad, se pierde con
ello el sentido de la condición humana y se terminan agrediendo: la dignidad
humana, los valores universales, la cultura, los sistemas económicos, políticos
y sociales.
La comunicación que se sostiene de
la experiencia común, solidaria y caritativa –porque ofrece lo mejor del otro-
termina construyendo el cuerpo del mundo. El rostro y la identidad que tomará
se define como lengua viva; pues serán los hombres los que moldeen el mundo
para mejorar su calidad de vida y no los medios los que moldeen sus opiniones y
los aspectos fundamentales de su vida. Cuando los medios “sirven”, construyen,
“unen y solidarizan” (Redemptoris Missio,
1990, 37); justifican la existencia, rompen con la soledad y nos llevan a la
plenitud.
La acción fecunda de los medios es
aliviar la indiferencia, eliminar el aislamiento, desbancar el rechazo,
derrotar el egoísmo, reconstruir la incomprensión, diluir “la tonalidad
grisácea de la existencia” (Serrano, 1970, p. 45).
La soledad del hombre tecnológico,
es la de aquél que ha visto pisoteada su intimidad por los abusos de la imagen,
los vacíos de la palabra, los silencios informativos, la mezquindad de la
manipulación, la persuasión de la indecencia, la falta de responsabilidad
social y una ética en los medios.
Todo esquema formal e informal de
control de los medios debe trascender las leyes y reglamentos para contemplar
algo más que códigos de conducta. Una ética integral debe contemplar todos los
aspectos de la persona humana y su interrelación con el medio. Los medios como
bien señalaba Xavier Zubiri deben servir para “realizar la vocación humana, ser
de verdad hombres” (Zubiri, 1987, p. 259).
De esta manera, los medios dejan de ser una “fuerza ciega de la
naturaleza fuera del control del hombre” (Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, Ética en las
Comunicaciones Sociales, 2000, 1) y pueden ser usados con fines buenos o
malos ya que ellos no hacen nada por sí mismos, sino por la acción de los
hombres.
Es por los fines, la participación del hombre, su uso como herramientas,
el grado de bondad o de maldad con que se produce la acción comunicativa que
los medios deben estar mediados por la ética. Dependiendo del grado de
mediación de ésta última, podremos hablar del aumento de la empatía, la compasión,
la solidaridad, el odio, el narcisismo o la soledad entre los hombres.
La Constitución Pastoral Gaudium et
spes apunta: “Los medios deben hacer consciente al hombre de su dignidad, a
comprender los sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de
responsabilidad mutua, y a crecer en libertad personal, en el respeto a la
libertad de los demás y en la capacidad de diálogo” (1966, 30-31).
Emmanuel Mounier se anticipó a estas líneas cuando comentó: “Una persona es un ser
espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia
de su ser; mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de
valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso
responsable y una conversión constante: unifica así toda su actividad en la
libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos creadores la singularidad de
su vocación. Es en la comunidad, en la relación concreta de comunicación con
los demás, donde realmente se constituye la persona”. (Mounier, Manifiesto al servicio del personalismo).
Si
como bien apunta Mounier, los hombres necesitan satisfacer su necesidad de
información para tomar decisiones, autoconfirmarse en el mundo y reproducir con
ello un régimen democrático, justo y solidario, la inhibición y el bloqueo de la
posibilidad de expresión y acceso a la información, se vuelve un atentado
contra la posibilidad de realización de la persona.
Para bien de las personas, la sociedad y
la democracia, los medios no deben ser amenazados por los poderes coercitivos
en una sociedad; y por otro, para luchar a favor de la libertad de expresión,
los responsables de la comunicación deben esforzarse más por averiguar la
veracidad de los hechos.
Si los medios han de cumplir su función de ser la conciencia
crítica de la sociedad frente a los demás poderes, hay que seguir insistiendo
en la evaluación acuciosa de los hechos, la profundización en la actuación como
servidores de la sociedad y no de los poderes políticos y el que se garantice
el acceso a información fiable, plural y veraz al servicio del bien común.
(Hidalgo, Baran, 2005).
Si los medios habrán de promover la realización humana no podemos dejar
de mencionar que en la era digital se han desencadenado una serie de atentados
contra los valores morales, abusando de los medios para colocarlos al servicio
del mercado y no de la persona humana.
Juan Pablo II nos enseña en su Encíclica Centesimus Annus: Sí que los medios desempeñan un papel importante
en la economía del mercado y es un hecho que la comunicación social sostiene negocios
y comercios; pero por encima de ello está el que “contribuyan a estimular el
progreso y la prosperidad, que promueva mejoras en la calidad de los bienes y
servicios existentes, permitiendo que las personas hagan opciones informadas y
que les ayuden a tomar decisiones que les potencien el espíritu cívico y
solidario”. (1991, 34)
Hablar de los medios de comunicación en la era de Internet
nos lleva a pensar necesariamente en la manera en cómo están impactando estos a
la cultura, a la educación y a la espiritualidad de las personas.
Si queremos que los medios se comprometan con el hombre y su
diálogo con la verdad, deberán cumplir con su deber como nos señaló el Santo
Padre: “atestiguar la verdad sobre la vida, sobre la dignidad humana, sobre el
verdadero sentido de nuestra libertad y mutua interdependencia” (Juan Pablo II,
Mensaje para la XXXIII Jornada Mundial de
las Comunicaciones Sociales, 1999, 2).
La teoría de la Responsabilidad
Social de los Medios ofrece esquemas interesantes, tanto formales como
informales para controlar a la industria mediática y verificar que los
profesionales cumplan responsablemente con su deber. Pero, ¿podemos ir más allá
de las leyes y los reglamentos?
La ética, en su propia ontología nos ofrece la gran solución; puesto que
consiste en reglas de conducta y principios que guían la acción humana y nos
ayudan a decidir responsablemente ante ciertas situaciones (Hidalgo, 2005).
Es la misma ética la que nos ayuda a discernir racionalmente equilibrando
los controles externos formales (leyes, reglamentos, códigos de ética) y los
internos (tanto los de la industria como los personales).
La aplicación de la ética en los
medios nos permitirá encontrar las respuestas que mejor defiendan moralmente a
un problema para que el respeto, la justicia, la bondad, la belleza y la
dignidad humana se mantengan vigentes.
Si cada comunicador parte de la ética para
definir su posición ante cada problema que cubre, terminará por un lado,
profundizando en el conocimiento de sí mismo y, en segundo lugar, definiendo
hasta dónde puede garantizar que lo comunicado ayude a la construcción de la
identidad del otro.
La ética, cuando es aplicada, ayuda a equilibrar intereses
contradictorios y no limita al comunicador a operar sólo en función de lo que está
o no permitido por un código normativo empresarial.
Los medios cumplen una misión
trascendental que es unir a los hombres. Si este objetivo se realiza partiendo
de la ética, servirá para difundir la verdad, hacernos más conscientes de la
dignidad de la persona, más responsables, más tolerantes y abiertos a las
necesidades de los demás, para con ello participar en actividades que
favorezcan el bien común.
Al ser los medios simples
instrumentos al servicio del hombre, no son ni buenos ni malos por sí mismos;
pero sí pueden llevar mensajes enriquecedores y formativos o violentos,
vulgares y obscenos que formen en la persona opiniones o construcciones
erróneas o acertadas del mundo.
La ética mediática se hace presente cuando la intención (de quien envía el
mensaje), promueve o no valores (el mensaje mismo), para que alguien realice o
no actos morales (interpretación, respuesta y retroalimentación).
Muchas son las fórmulas que se han
buscado para respetar a la persona, promover el interés público, garantizar su
crecimiento intelectual, cultural y espiritual. Todas ellas son medidas
positivas que están funcionando y que podrían hacer un bien mayor si no pierden
de vista que los medios deben estar el servicio de la familia humana y que en
la medida que se ajusten a modelos éticos darán más sentido a la vida de las
personas.
La apuesta por la mediación ética puede traer beneficios en múltiples
planos. Su práctica e impacto puede llevar a la realización de la persona y a
que esta alcance la felicidad.
A continuación expongo en qué puntos la ética puede ser la clave para
mejorar la actuación de los medios.
·
En lo
económico. Los medios impulsan los mercados y sostienen muchos negocios
gracias a la publicidad. También son ellos los que estimulan el empleo y promueven
mejoras en la calidad de los bienes y servicios. En la medida que los medios
fomenten una competencia sana y responsable que derive en una mayor y mejor
información para la toma de decisión y promuevan en las empresas la
responsabilidad social podrían contribuir en la justicia social.
·
En lo
político. La transmisión de mensajes apegados a la verdad y sin
pretensiones ideológicas manipuladoras, podrían beneficiar a la sociedad para
que las personas participen más en los procesos políticos. Si ya están uniendo
a las personas, qué mejor que lo hagan para alcanzar propósitos y objetivos
comunes. Un país que se diga democrático y que no cuente con medios éticos,
está mintiendo, ya que estos serían los encargados de llamar la atención en
casos de incompetencia, corrupción, abuso de confianza o promover la
competencia, el espíritu cívico y el cumplimiento del deber.
·
En lo
cultural. Son los medios los que acercan a las personas a actividades como
el arte, la música, el teatro, la literatura y promueven con ello el desarrollo
humano al buscar la promoción del conocimiento, la sabiduría y la belleza. Los
medios, si apuestan por la ética, podrían llevarnos a entender las prácticas
culturales y las tradiciones de los demás pueblos; así como a valorar nuestro
patrimonio cultural y preservarlo.
·
En lo
educativo. Los medios ofrecen herramientas e instrumentos complementarios a
la formación de niños, adolescentes, padres de familia y ancianos. Gracias a su
nivel de penetración, la educación puede llegar a los sectores más marginados y
ofrecerles una visión esperanzadora del mundo. Si se emplean adecuadamente,
podrían ser fuente de progreso social.
·
En lo
personal. Los medios pueden enriquecer la experiencia vital al transmitir
mensajes, noticias, ideas y acontecimientos positivos que inspiren, alienten y
lleven a las personas a participar en hechos trascendentales. Tanto la
formación intelectual, cultural y espiritual se puede beneficiar de palabras e
imágenes constructivas.
No está demás insistir en que
todas estas formas de comunicación ética y sus beneficios, no son simples
manifestaciones de ideas ni expresiones de un sentimentalismo; para que los
medios sirvan realmente a la comunidad deben estar entregados por entero al
respeto del bien común, la promoción del ejercicio de la libertad y el
atestiguar la verdad sobre la vida y la dignidad humana.
Juan Pablo II escribió en su más reciente
Carta Apostólica El rápido desarrollo:
“Los contenidos
tendrán siempre por objeto hacer a las personas conscientes de la dimensión
ética y moral de la información”. (2005, 9).
Ya lo decía Mounier, para
desarrollar una sociedad personalista, hay que salir de uno mismo; hay que
comprender al otro acogiendo su diferencia; hay que asumir el sentido del
dolor, la pena, la alegría y labor de los otros para dar, para entregarnos y
ser fieles a la existencia. Amar realmente al otro, aseguraba Marcel, es amarlo
en Dios. La comunicación es el puente entre el misterio y el abismo. La
comunicación no es un símbolo, ni una herramienta. La comunicación no es un
salto al vacío, ni una representación absurda. La comunicación no es un combate
entre los hombres.
La comunicación es sentido y
trascendencia. Es una autentificación de la persona. Es afirmarnos en el mundo.
Es entregarnos a los otros. Es dar la vida por los otros.
Si el hombre, perdió el sentido del
ser de la comunicación, es porque nunca aprendió a decir Dios.
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[1]
Comunicólogo por la Universidad Anáhuac. Maestro en Humanidades por la
Universidad Anáhuac, Doctor en Comunicación. Fue Miembro del Comité de Misión, Visión y Valores de
Televisión Azteca. Se ha desempeñado como periodista publicando en diversas
revistas especializadas y periódicos nacionales. Es editor de la comunidad de
Comunicadores Católicos de Catholic.net y Director de Medios de Global Content.
Se desempeña como académico e investigador adscrito al Centro de Investigación
para la Comunicación Aplicada (CICA) en la Universidad Anáhuac.
[2] Entiéndase como un simple
intercambio intrascendente y multidireccional de datos sin más sentido que la
respuesta.
[3] Si las personas se
construyen en función de los discursos interpersonales e históricos, habría que
entender que existen puentes que permiten, como afirma Jesús Martín Barbero
(1987), “reconstruir la cultura”. De este modo, los medios deben mediar las
acciones bajo un marco ético; así las acciones personales, simbólicas,
interpersonales y organizacionales responderían: a una ley natural, a mantener
la centralidad del hombre, a elevar su dignidad y mantener el bien común
conformando una red de sentido que devuelva al hombre su humanidad.

https://orcid.org/0000-0002-6204-9534