Notas desde el encierro imaginario 28 - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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sábado, 2 de mayo de 2020

Notas desde el encierro imaginario 28



De perfil en la ionosfera

“Un tiempo vendrá
en el que, con gran alegría,
te saludarás a ti mismo,
al tú que llega a tu puerta,
al que ves en tu espejo
y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,
y dirá, siéntate aquí. Come.
Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo.
Ofrece vino, Ofrece pan. Devuelve tu amor
a ti mismo, al extraño que te amó
toda tu vida, a quien no has conocido
para conocer a otro corazón
que te conoce de memoria.
Recoge las cartas del escritorio,
las fotografías, las desesperadas líneas,
despega tu imagen del espejo.
Siéntate. Celebra tu vida”.
(El amor después del amor, Derek Walcott).

Desde hace siete semanas el mundo es otro. Los festejos hoy se viven en el encierro. Apagando velitas frente a una cámara y recibiendo abrazos desde un WhatsApp.
Ya nos tocaron los cumpleaños, días festivos, las vacaciones, el Día del Niño, el Día del Trabajo y próximamente: el Día de la Madre, del Maestro y quizá del Padre en el confinamiento. Ya sabemos lo que implica cantar las mañanitas en tono solitario y recibir regalos vía Amazon.
Celebrar, ese acto de sentido construido en colectivo es desde hace siete semanas un momento que se vive desde el modo hiperconexión.
“Las mañanitas” se comparten como un podcast y el recuerdo permanecerá en una grabación de Zoom. Nos queda claro que el festejo durará una transmisión. Nuestra vida en modo streaming. Hoy somos datos y píxeles que navegan en la red. Somos beduinos del ciberespacio, vagabundos del pixel.
Los actos significativos ya los hemos migrado todos al modo digital. Nuestra vida de aislamiento, es la historia de un departamento, de una mega conexión.
No hay un solo momento que no se haya migrado a internet. Nuestra existencia entera puede ubicarse en esos lares.
Habrá que construir semánticamente su toponimia y pensar en trazar la cartografía que describa los niveles de sentido, experiencia, expresión, que ahí se viven. Nuestro modo de ser y estar hoy ocurren en lo postline. En ese eje continuo de vivencias dentro y semi fuera de línea.
Nuestra vida por completo empieza a desplazarse al territorio digital. Nos hemos vuelto interfaz de intercambio de nuevos capitales. La riqueza de muchos está en su capital de vinculación para romper con ello el aislamiento y la soledad.
Para otros su capital está en la manera como rearticularon su info riqueza y logran librar la batalla de la desinformación.
Desde hace siete semanas el mundo es otro. Amanecemos diciendo Tweetmornig; brindamos con los cibernavegantes; nos damos lecciones con un post; hablamos de los efectos de las videollamadas; evitamos el contagio de la infodemia; rediseñamos el hogar con una App; maldecimos una nota con un emoji…
Celebrar la vida desde una video señal es la síntesis del mundo que viene. Imaginar el mundo desde la supraconexión, no es quizá el tipo de aldea que imaginamos. Cambiamos los caminos tortuosos de las calles empedradas por surfear la red e ir colgando cookies en todos los sites que nos permite nuestra conexión.
Nuestra caverna digital tiene un aparente espacio ilimitado, pero el fuego no permite proyectar todas las sombras posibles para engañarnos del todo. La fascinación empieza a desvanecerse y dejara ver que la metáfora de la nube, todo lo vuelve intangible. Los tiempos líquidos eran otros, los de la simulación. Por lo menos con el líquido juegas a atraparlo y se te escurre.
La metáfora ha cambiado. Los días de la nube, son los del autoengaño. Lo gaseoso no se termina de captar. Cuando estás dentro de la nube, todo lo ves borroso. Paradójicamente el COVID lo que se lleva es nuestra capacidad de respirar. Se lleva nuestro halo vital.
La vida en la nube empieza a evidenciar que necesitamos otras branquias para respirar. Hoy extrañamos la vida tangible, corpórea, situacional. Echamos de menos nuestros lugares; los abrazos; los olores húmedos del campo y los vapores acres de las calles sin barrer; los sonidos callejeros; las horas contemplando las hojas caer frente a los parques, las tazas astilladas de aquel viejo café de nuestro barrio. Nos hacen tanta falta esos pellizcos de realidad.
Al final saldremos de esta cuarentena con nuestro password tatuado en la existencia. El dolor de estos días dejará una fuerte marca en nuestro ser. El tapaboca será nuestro Sanbenito.
Desde hace siete semanas dejamos nuestra vida en manos de lo etéreo, lo impulsivo, lo que circula llenando los espacios, desintegrándose al segundo, aunque deja un espejo de sí.
La vida es hoy un gas, un caos, apelando a su raíz. Su condición vaporosa nos presenta hechos de baja densidad y gran velocidad. Todo en ella está indefinido.
Hoy son los días de la nube. La presión ha subido. Hoy nuestras partículas están poco unidas entre sí y por ello nos expandimos a lo largo de este gran contenedor. Vibramos en desorden, sin podernos sujetar de la realidad con firmeza. En el ciberespacio nuestra gravedad es otra; por ello, sentimos que flotamos entre momentos incoloros, inodoros e insípidos y otros de referencia desagradable y colores alterados.
Desde hace siete semanas nuestra realidad se ha enmarcado en esta condición vaporosa sublime. En esta nueva fase de la historia, la temperatura y la presión existencial es otra.
Celebrar la vida como moléculas no unidas, expandidas y con poca fuerza de atracción hace que los días no tengan volumen ni forma definida. Nos hemos adaptado al contenedor de un cuarto y una red.
Nuestros días del presente hacia el futuro pintan a que guardaremos la compresión del plasma, ese gas ionizado. Dejamos el átomo por el bit, la imagen por el pixel. El plasma conduce la electricidad de nuestra existencia y apaga las velitas que en la pantalla brillan como letreros de neón.

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