Notas desde el encierro imaginario 13 - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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sábado, 11 de abril de 2020

Notas desde el encierro imaginario 13


El caminante se detiene

“Me aburro.
Me aburro.
Me aburro.
¡Cómo en Roma me aburro!
Más que nunca me aburro.
Estoy muy aburrido.
¡Qué aburrido estoy!
Quiero decir de todas las maneras
lo aburrido que estoy.
Todos ven en mi cara mi gran aburrimiento.
Innegable, señor.
Es indisimulable.
¿Está usted aburrido?
Me parece que está usted muy aburrido.
Dígame, ¿adónde va tan aburrido?
¿Que usted va a las iglesias con ese aburrimiento?
No es posible, señor, que vaya a las iglesias
con ese aburrimiento.
¿Que a los museos -dice- siendo tan aburrido?
¿Quién no siente en mi andar lo aburrido que estoy?
¡Qué aire de aburrimiento!
A la legua se ve su gran aburrimiento.
Mi gran aburrimiento.
Lo aburrido que estoy.
Y sin embargo... ¡Oooh!
He pisado una caca...
Acabo de pisar -¡santo Dios!- una caca...
Dicen que trae suerte el pisar una caca...
Que trae mucha suerte el pisar una caca...
¿Suerte, señores, suerte?
¿La suerte... la... la suerte?
Estoy pegado al suelo.
No puedo caminar.
Ahora sí que ya nunca volveré a caminar.
Me aburro, ay, me aburro.
Más que nunca me aburro.
Muerto de aburrimiento.
No hablo más...
Me morí.”
(El aburrimiento, Rafael Alberti).


Desde hace cuatro semanas el mundo es otro. Desde el anuncio de la pandemia, quisieron congelar la existencia, resguardarla como en una alacena. Pidieron sustraernos en casa para protegernos, para inmovilizar los ciclos del virus y evitar que se siguiera propagando. Desde esos días, la gente vive en su trinchera, en unos bunkers más cómodos que otros; mejor provistos, con más recursos para la subsistencia.
            El mundo afuera luce congelado, inmovilizado, sin gente. Algún transeúnte cruza la avenida volteando a todos lados, con guantes y cubrebocas corriendo a la farmacia o regresando cargado del supermercado.
            Las estampas son increíbles, grandes avenidas iluminadas para coches que ya no circulan; fuentes que se encienden por costumbre, para palomas que no dejan de ir a ellas a beber.
            Desde hace cuatro semanas la vida es otra. Nos pidieron el resguardo absoluto; tomar todas las precauciones y medidas, para dejar de recorrer las calles, acudir a los sitios de costumbre, para acostumbrarnos a rehacer la vida desde una habitación.
            Todas las tardes, como si de una partida se tratase, el videojuego se repite: el subsecretario de salud hace su recuento; da su cátedra de estadística y enumera el número de muertos, contagiados, sospechosos y descartados. La progresión se amplifica. Hoy sumaron el número de empleos perdidos por la expansión del patógeno, mañana, ratificarán la semana tentativa en que llegaremos al momento cumbre del COVID-19. Pasado mañana recalcarán “no son vacaciones” y decidirán multar a quien rompa con las indicaciones del encierro.
La historia empieza a ser la misma, sólo con algunas variaciones. Hoy saliste tú a pasear al perro. Mañana será tu esposa quien tire la basura. Tus hijos cumplirán con las tareas. Tus amigos mandarán el mismo meme de moda. Las notas en las redes incrementarán el tono de la tragedia; las celebridades buscarán acciones para mantener notoriedad; los enemigos del sistema elevarán la queja y polarizarán aún más su descontento en las redes sociales.
Desde el principio se romantizó el confinamiento: selecciona tus lecturas, entretente en familia, escoge buena música, haz deporte, mantén tu mente ocupada…           Desde hace cuatro semanas ajustamos la vida al nuevo espacio de vigilancia y control.
Las industrias, incluyendo las del sector de la moda, se han volcado, para subsistir, a producir lo que la economía de guerra les permite: desinfectantes, mascarillas, respiradores, alimentos, batas, servicios con entrega a domicilio, productos culturales entregados por streaming.
En medio del miedo que circula los espacios de mediatización, fluye ahora el aburrimiento; ese modo del ser que sólo capta aquello que se repite. Ese estadio carente de estímulos que muevan a la acción o que impulsen el ánimo a salir de esa sensación de navegar a la deriva.
La idealización y fascinación por las tecnologías de información no dejaron ver desde el inicio que estábamos frente a una generación aburrida. Una cohorte que ya no encontraba sentido en las acciones ordinarias. Que navegaban por las redes en modo abrupto y sin ruta exacta. Estábamos ante una generación que sentía el ambiente como tedioso. Estábamos ante una horda de sujetos que consideraban la vida como un lienzo en el que ya no había nada que escribir, nada que sentir, nada que temer, nada que leer, nada que perder, nada que vivir, nada por lo cual morir.
Esta generación aburrida aparentaban ser audiencias activas, aunque sus acciones eran emociones livianas y reactivas. La sobre estimulación que vivieron en su infancia hoy les llevan a percibir el mundo como falto de provocaciones. 
No hay nada interesante por ver, escuchar, tocar, probar, hacer, sentir. El aburrimiento ha empezado a convertirse en la enfermedad de nuestros tiempos. El éxito de las drogas de diseño, el abuso en el alcohol, la hipersexualización, la necesidad del golpe de adrenalina de los deportes de alto riesgo, la vida en el extremo son síntomas del impulso sin sentido.
El mundo que se mueve sin esfuerzos; la falta de concentración y exploración de la profundidad del universo; la búsqueda de propósitos ilusorios o pasatiempos que impliquen asombro son manifestaciones de un carácter que encuentra el mundo como falto de motivaciones, de ilusiones, de propósitos.
De tiempo atrás estábamos frente a una generación que colapsó ante la creatividad. El encierro sólo evidenció sus rutinas agobiantes, el cansancio eterno y el despropósito en el cual estaban inmersos.
Divertidos hasta la muerte anunciaba Neil Postman; aburridos hasta la muerte es lo que tenemos hoy. Nuestra adicción al entretenimiento responde quizá a ello. De ahí quizá el enojo, la frustración, la ansiedad, el disgusto, la tristeza, el sufrimiento, la depresión y la molestia.
En un mundo plagado de entretenimiento, suena extraño el aburrimiento; la falta de deleite y fascinación.
 Desde hace cuatro semanas el tedio del mundo se suma al sufrimiento en silencio del mundo. Hoy empezamos a notar las claves de un mundo que empieza a aburrirse hasta la saciedad. Que ha roto sus compromisos con el otro y con lo otro.
La experiencia nula del mundo no tiene la cobertura mediática que debería. Ese agobio que produce, no tiene prensa. La existencia vacía empieza a ponerse al desnudo y debería ser el centro de nuestra preocupación de cara a los días venideros.
¿Cómo dotar al mundo nuevamente de sentido? ¿Cómo regresar el fundamento y la totalidad? ¿Cómo pasar del ejercicio existencial estático sin caer en la racionalidad productiva?
Desde hace cuatro semanas la pulsión vital empezó a desenmascararse. Urge una alfabetización de sentido. Una instrucción que se enfoque en devolver la pasión por el mundo. Una educación que ayude a redimensionar la existencia; una formación que no se agote como los canales en el televisor.


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