El origen de la escritura: la representación simbólica del mundo - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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domingo, 23 de marzo de 2014

El origen de la escritura: la representación simbólica del mundo

UN NOMBRE ESCRITO SOBRE EL AGUA
Jorge Alberto Hidalgo Toledo


Mensajes que se extienden a la palma de la mano
I

Tender un puente en nuestra historia para ubicar en un extremo al hombre que ahora somos y en otro, al que una vez fuimos, nos obligaría, en principio, a la colocación de bloques de arcilla hasta llegar a la sobreposición de grandes cubos de aleaciones y masas de naturaleza plástica. Topográficamente, nuestro puente, rompería la imagen lineal con que hemos crecido y tendería a la constitución de una torre formada por círculos concéntricos y ascendente en espiral. Ésta, que podría ser la imagen misma de la evolución de un tronco y los anillos de un secuoya, es también la forma misma de Babel; último mito de la creación hebrea en el que Yahveh, después de ver la torre que habían edificado los humanos para hacerse famosos en caso de que se desperdigaran por toda la faz de la tierra, dijo: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y un vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. En ese marco de embrollo y lenguajes desperdigados por toda la haz de la tierra se ubica nuestro ensayo. 

Con esa imagen y la representación concreta de la caída del hombre y su lenguaje en nuestra mente, iniciamos la búsqueda del paraíso perdido… En medio de una confusión caligráfica e ideológica, vemos pues la figura deconstruída de una criatura y las cosas que le rodean, llenas de nombres e incluso de apellidos. 
Lo que antes era aquello que daba razón y constancia del mundo, es hoy una colección de signos arbitrarios redistribuidos caóticamente y carentes de sentido. Parece bien, que la condena del Dios hebreo se ha cumplido; el feliz estado de la humanidad no encuentra la geografía exacta de la verdadera Ciudad de Dios, donde, como en el inicio, el hombre, su naturaleza y su palabra, eran uno. 
Remitirnos al comienzo de la vida humana tal y como la conocemos para encontrar la fuente donde bebieron los homínidos que despertaron ante la aurora de la humanidad, nos lleva a ver a un hombre frágil como si cubriera su cuerpo con una piel de manzana. 
Sin lugar a dudas, la exploración en yacimientos nos revela -a través de los restos exhumados- que preguntas básicas sobre nuestro origen y futuro (¿de dónde venimos?, ¿qué hacemos aquí? y ¿a dónde vamos?) quedan todavía sin respuesta. Como queda para muchos antropólogos de la escritura también inconclusa la solución al ¿por qué siendo la expresión escrita una de las grandes revoluciones que dan constitución al hombre que dejó atrás el salvajismo y la barbarie, sigue la humanidad sin conocer del todo el origen de la misma?
Gracias a la historia, la antropología, la sociología, la lingüística, la filología, la epigrafía y la paleografía, entre otras disciplinas, sabemos de la existencia de distintas lenguas; pero, desgraciadamente, no de ¿quién las hablaba?, ¿para qué servían a la gente?, ¿quién escribía?, ¿para quién? y ¿con qué fin?
Aún cuando podríamos embelesarnos con la cantidad de datos comparativos, el interés puesto en el desarrollo de los distintos sistemas de signos gráficos y su propagación en el tiempo y en el espacio, no está muy claro el significado de esos sistemas para las culturas que los empleaban. 

Autores como Giorgio Raimondo Cardona, Marcel Detienne, M. Ilin, E. Segal, John Skorupski, nos llevan a revisar el trabajo de Diringer, Février, Marcel Cohen, August Schleicher, Karl Werner, Ferdinand de Saussure, L. H. Morgan, Jacques Derrida y Hjelmslev, entre muchos otros, para intentar un estudio completo de la historia social de la escritura y reforzar el trabajo que se ha iniciado entre la etnolingüística y la sociolingüística.
Esta empresa ambiciosas navegará por las costas en ocasiones rígidas de la semiótica y la lingüística, para entender el fenómeno de la escritura en su justa dimensión.
La titánica epopeya iniciada en el país de Senaar, donde el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras, es retomada para acabar con el brillo fantasmagórico que sigue rodeando al salvaje pasado de nuestros predecesores.
Así, como dice Gordón Childe en su libro Nacimiento de las civilizaciones orientales, el ir de la historia a la prehistoria nos obliga a romper el sello del libro que encierra el misterio de la vida espiritual, la constitución de los ordenados sistemas de gobierno, la consagración de la vida urbana, el nacimiento del arte y la escritura, para contemplar el drama de la conquista de la civilización.
Como puede ver, este trabajo nos llevará más allá de los senderos de la revolución que condujo al hombre de ser meramente parásito a la adopción de la agricultura y al almacenaje de provisiones; su conversión en creador -emancipado de las trabas de su medio ambiente-; después, el descubrimiento del metal; el conocimiento de sus propiedades; la manipulación de su realidad; y finalmente, la representación simbólica del mundo. 
Aquí encontrará, el lector, una narración holísticamente arqueológica de la cultura humana a raíz del surgimiento de la palabra escrita. Conocerá a los actores sociales, políticos, religiosos y culturales que dieron forma a la psicología, la cognición, la memoria, la espiritualidad y la estructuración y reducción simbólica del hombre que vio nacer a ese espejo fiel que reproducía algo más de lo que había en su mente. 
Aquí yace la palabra vista como invento técnico y su visión evolucionista; con esta empresa pensamos dejar al minotauro en su laberinto para liberarnos de la idea de que la escritura es mera representación de ideas o reproducción fiel de la lengua hablada. 
Nuestra inquietud detectivesca retoma el exhorto de Szober cuando critica la arrolladora influencia de las ideas del lenguaje y relegamos al último término las ideas extralingüísticas que nos enlazan al mundo real; cuando rompemos nuestro contacto directo con la realidad y satisfacemos la necesidad de sentir ese contacto mediante símbolos sonoros que carecen de todo valor intrínseco. He ahí la advertencia de Szober: “el gran peligro del pensamiento como lenguaje; quien abusa de él enturbia con descuido la claridad de las imágenes reales con él asociadas y entra en el inseguro camino del verbalismo vacío que tarde o temprano debe conducir a la esterilidad mental”.
Saber y saborear son los gemelos que unen y desunen nuestro diálogo con el sistema abstracto que se materializa en sus relaciones concretas con los objetos escritos y que tiende una matriz de significantes sociales y producciones simbólicas. 
La glosa significativa que en un inicio dio nombre a las cosas que veía, vuelve a revelarnos su esencia… Literalmente vuelve a darles vida cuando se retoma su raíz. 
Después de la creación y el haber quedado desperdigados por toda la faz de la tierra, será la fuente de nuestra salvación el haber crecido y el habernos multiplicado llenando y dominando la tierra con la fórmula prometeica que simboliza la universalidad del poder: la palabra escrita.

Se creía que quien miraba las ruinas de la torre olvidaba todo lo que sabía

Nuestra historia, que no es otra que la que pretende explicar la diversidad de los pueblos y las lenguas, se remonta a más de 1.8 millones de años, en las épocas denominadas Villafranquiense y Cuaternario medio (Paleolítico inferior) ahí en África austral, no lejos de Taungs, donde se descubrió, en 1924, el primer espécimen. Con el descubrimiento de lo que para los especialistas no era más que un simple antropoide, próximo al gorila o al chimpancé, se encuentran señales de golpes que sugieren una muerte violenta; pero tras el hallazgo del homo habilis, el fósil más antiguo clasificado dentro de nuestro mismo género, surgieron nuevas preguntas. Durante cierto tiempo se vino atribuyendo a los australopitécidos una tosca industria denominada “cultura de los guijarros tallados” No obstante, la gran mayoría admitió de mala gana, la idea dado el aspecto primitivo de aquéllos, pero como se trataba de los únicos homínidos encontrados junto a tal industria, no tenían otra solución al problema. 

El anuncio realizado por L. S. B. Leakey en 1964, de la existencia de un nuevo representante del género Homo en idéntico nivel al del Zinjanthropus reforzó la hipótesis de que el hallazgo del A. Boisei, en el cañón de Olduvai (Tanganica), nos permitía sospechar de la presencia de individuos más humanos, únicos artesanos en la fabricación de aquellos útiles.
Pese a la emoción que pudo traer este descubrimiento, el homo habilis no es aún un homo sapiens; más bien aparece como un tipo intermedio entre los australopitécidos y otros homínidos bautizados como homo erectus.
La mano, más robusta y capacitada para trabajar un útil es la que nos lleva a pensar que el homo habilis pudo ser el autor de los guijarros tallados. 
Hacia el fin de su existencia y de su industria en todo el continente africano, el homo habilis, al igual que los australopitécidos, debieron coexistir con otros homínidos más evolucionados y de estatura superior, a los que se ha denominado homo erectus cuya postura erguida, imperfecta es comparable a la nuestra. Sus características síquicas son casi humanas, tanto en el utillaje como la presencia de hogares que indican su capacidad de invención y de organización que superan al instinto animal.
Después de una larga historia de evolución morfológica y de comportamientos, llegamos al descubrimiento del homo sapiens neanderthalensis, quien se cree habitó la totalidad del territorio europeo hace aproximadamente 70,000 años.
El homo sapiens demuestra poseer más imaginación que el homo erectus para adaptar a sus necesidades los utensilios que fabrica. Con él, quizá hiciera su aparición el arte. El neandertal se interrogaba acerca de la existencia de un más allá, puesto que a veces enterraba a los suyos en compañía de alimentos, armas o utensilios.

Hagamos un nombre cuya parte superior pueda llegar al cielo
Se habla de que el origen del lenguaje oral se puede remontar a unos 100,000 años atrás. No obstante, las primeras formas de expresión gráfica no surgen a la par; su historia data desde el período paleolítico cuando comienza a verse el empleo de sistemas gráficos en mazas y proyectiles.  
Se considera que un paso decisivo en la evolución del homo sapiens fue la adquisición de un vínculo entre pensamiento y símbolos materiales; por primera vez el género humano establecía una relación simbólica entre operaciones mentales y símbolos exteriores deliberadamente realizados.
Tal como lo afirma Giorgio Raimondo Cardona, la producción gráfica implica una ampliación de las facultades congnoscitivas, la cual se vuelve una característica exclusiva de la especie homo sapiens. 
En la fase Chatelperron (35,000 años a. de C.) situada en el período musteriano y que se extiende hasta fines del período paleolítico superior, se han descubierto en Europa, desde los Pirineos a Ucrania, objetos y pinturas denominadas art mobilier. A esa época corresponden objetos de hueso y de cuerno sobre los cuales hay grabadas figuras de animales y sobre todo, una gran variedad de elementos geométricos que representan un salto en los niveles de abstracción en representaciones naturalistas.
La gran pregunta es: ¿qué representan?, ¿cuál era el uso de estas grafías? Las especulaciones sobre lo que podrían indicar las “piedras azilinas” y su símil, los “tjurungga” o “tjuringga” australianos, nos remiten a relacionarlos, como lo hiciera Hugo Obermaier, con estilizaciones de figuras humanas, marcas de propiedad, anotaciones contables, codificación de mitos, soporte visual de un contenido de memoria, ¿letras?, ¿escritura?…
Pocos son los elementos que se tienen para confirmar las interrogantes, lo que sí queda de manifiesto es que las primeras representaciones gráficas son de un tipo abstracto, como si estas, pretendieran ser la transposición ritual de ritmos mentales, de escansiones mentales. Al parecer, lo que podría tener un uso mnemotécnico, como apoyo a la recitación de una fórmula de encantamiento o de alguna otra secuencia mental semejante, nos llevan a creer que las “representaciones visuales realistas”, eran registros visuales paralelos al registro del lenguaje.
Esta aseveración nos remite a Ferdinand de Saussure cuando intentaba construir el marco de referencia de la lingüística y distingue que la escritura y la lengua escrita son objetos separados respecto a la lengua hablada. Saussure estaba convencido de que: “La lengua y la escritura, son dos sistemas de signos diferentes; la única razón de ser del segundo es la de representar al primero; el objeto lingüístico no está definido por la combinación de palabra escrita y de palabra hablada: esta última es por sí sola ese objeto”.
Esta distinción, no tan obvia como parece, tardó más de 36,800 años en darse. Previo a, se consideraba simplemente a la escritura como un instrumento de uso para transmitir mensajes. Se hablaba de que la lengua había sido hecha por manos ajenas a lo humano. Se tenía claro –con acta de nacimiento incluida- el origen de la escritura, sus primeras fases y su evolución como si se hablará de un invento cultural cualquiera. Por ahí se guardaba el recuerdo mítico de su inventor. Durante mucho tiempo, se intentó reinterpretar a la escritura en su etapa adulta, implantada, estratificada, clasificada, ideologizada, poseedora de una estructura de relaciones subyacentes que regulaban su uso en la sociedad. En resumen, se estudió un sistema histórico y algunas diferencias entre lengua escrita y lengua hablada. Pero poco se habló de esta última parte: la relación entre escritura, pensamiento y operaciones cognoscitivas.
La historia de la escritura había sido hasta hace poco, la reseña de su evolución y de sus usos. ¿Dónde queda entonces, la función de la escritura en relación con la adquisición de conocimientos sobre el mundo, como instrumento de pensamiento; sus aspectos mágicos y sagrados; como protección personal, domino de la caza, marcas de propiedad, signos geománticos; y su vínculo con la política, la religión y la cultura? 
Afortunadamente hoy, cuando volteamos nuestra visión hacia el pasado, podemos distinguir entre la coordinación y la codificación de los sonidos y la visión que coordina gestos y ademanes traducidos en signos gráficos desde el período paleolítico superior. Esta diferenciación nos remite a dos dimensiones de evolución: tiempo y espacio.
Lo que verdaderamente impresiona de los sistemas de representaciones gráficas es lo detectado por Leroi-Gourhan: “la riqueza de las correspondencias simbólicas, posible gracias al carácter tridimensional de las representaciones gráficas. En cierto sentido, entre el contenido de las figuras del arte paleolítico, de las imágenes de los dogon del África o de las pinturas australianas sobre cortezas y el dispositivo de notación lineal existe la misma distancia que separa el mito y la narración histórica; si la escritura lineal tal como la conocemos nosotros embrida el registro de la representación visual y lo hace correr paralelo al registro de la palabra pronunciada, la representación gráfica pluridimensional está todavía coordinada con lo hablado y no subordinada al discurso oral. No se puede pues entender la disposición en el espacio de los símbolos del período paleolítico sin un contexto oral, que para nosotros ya se ha perdido, contexto del que los símbolos daban los valores”.
Ahí tenemos pues en estos primeros intentos, de manera comprimida, un universo de símbolos que pueden leerse mitológicamente haciendo estallar el orden actual.

El solar originario de la humanidad
La escritura, como hemos mencionado, es un instrumento de gran precisión pero al mismo tiempo de gran rigidez. Es una estrategia social que deja poco margen a la táctica individual que permanece entre líneas o a un costado. 
Para aclarar el momento precursor a la escritura en el período paleolítico, tal y como la ubicamos, vale la pena tomar la clasificación usada por Leroi-Gourhan quien introduce el concepto de mitograma, como momento previo al pictograma y a la escritura lineal en una clasificación todavía evolucionista.
  • La mnemotécnica: Fase previa de la escritura, en la cual aparecen medios como cordeles o nudos, fajas de conchas, muescas hechas en palos y tablillas, en suma, sistemas para transcribir informaciones limitadas.
  • Los mitogramas: son elementos gráficos agrupados sin seguir una línea. Entra las figuras no hay un hilo conductor visible, no hay puntos de referencia espaciales, no hay una secuencia temporal. Se trata de pura enunciación de símbolos, sostenidos por el ritmo de su vínculo plástico, animados por el discurso y cuyo significado preciso se pierde en el momento mismo en que muere la tradición oral.
  • Los pictogramas: son una serie de figuras animadas que dan consistencia a un relato y comienzan a tomar una disposición lineal. En la fase histórica la traducción espacial del desarrollo de una acción condujo del mitograma al pictograma y a diferentes disposiciones lineales de los signos que caracterizan la escritura.
  • Ideogramas: Fase en la que los dibujos se fijan, se estandarizan y se refieren a un equivalente bien preciso de la lengua.
  • La escritura lineal: en ella, los signos que representan referentes concretos excogitados y proyectados en un número ilimitado, habrán sido alineados según una dirección paralela a la del enunciado oral en una especie de relato en imágenes y progresivamente, en un período que no podemos establecer, se habrá logrado una estilización del trazado y un desplazamiento del significado al sonido del nombre evocado por la imagen.
  • Fonemas: la última fase posible, en la cual los elementos gráficos siguen la efectiva secuencia de la lengua oral. A su vez esta fase se subdivide en:
    • o Fase silábica: a cada sílaba corresponde un elemento gráfico.
    • o Fase alfabética: a cada fonema corresponde un elemento gráfico.
Esta tipología nos recuerda mucho a la nacida en el siglo pasado cuando se distinguía entre lenguas aglutinantes, aislantes y de flexión. Esta tradición etnocéntrica evolucionista en la que el máximo desarrollo lo tenían las lenguas indoeuropeas (de flexión) y en la escritura por alfabeto, nos remite al prestigio que tenía la lengua escrita por encima de la lengua oral. 
Por ello, se ha intentado abrir el espectro lingüístico y enriquecerlo, identificando otros sistemas de signos gráficos y soportes de la escritura como son los siguientes:
    • Los precursores: incluye fenómenos bastante diferentes y mal conocidos. Se trata de los sistemas mnemónicos africanos, asiáticos y americanos. Buscaban (como el sistema de cordeles con nudos –quipus- de los incas) hacer recordar algo –función obvia de todo sistema de escritura. En ellos, el número de nudos, longitud y color de los cordeles o bien el número y la disposición de las conchillas transmiten mensajes complejos en cuanto al número y la calidad de datos que articulan (genealogías, relatos, mensajes personales). Algunos como los akan, proyectaron un mundo imaginario de símbolos que sólo en parte podemos descifrar; otros como los adinkra, son proverbios que precipitan un saber ético y jurídico objeto de varias interpretaciones.
    • Las pictografías: son parte de la prehistoria de la escritura. Representan fielmente objetos y hechos del mundo circundante en forma independiente del lenguaje. Nos remiten a una significación demasiado precisa y circunscripta y su imprecisión pide al “lector” que agregue muchos elementos de conexión, o bien, nos remite a una significación demasiado genérica. En este caso la imprecisión consiste en pedir al lector un esfuerzo de elección y de interpretación. Los partidarios de la primacía de la escritura alegan que se trata de medios mnemotécnicos: el texto principal es el oral aprendido de memoria y las pictografías sirven como puntos de referencia para recordar el orden de las cosas. Por ello consideran que la pictografía no es escritura ya que no evoca al lector un esfuerzo de elección y de interpretación. La relación entre registro oral y registro gráfico dista mucho de ser lineal; por su parte, el registro gráfico tiene una autonomía propia y que por consiguiente posee sus nexos internos, sintácticos, autosuficientes.
    • Escrituras ideográficas o logográficas: en este estadio las imágenes se hacen menos realistas, más esquemáticas y evocan, no ya una serie de posibilidades mentales, sino una secuencia precisa. Un signo representa una palabra y por eso se le puede llamar logograma. Se emplea para dar el nombre de la cosa representada como para dar un nombre que tenga el mismo sonido de ésta o una secuencia fonética equivalente que puede insertarse en un contexto más largo. En el caso de la escritura cuneiforme o la escritura egipcia, que hacen un amplio uso de la logografía, nos lleva a preguntarnos ¿por qué esas escrituras no llegaron al principio fonético?
    • Escrituras alfabéticas y silábicas: Esta fase es aquella en la que los signos gráficos se refieren al carácter específicamente fonético de la lengua. La escritura pierde su individualidad de modeladora y puede codificar la lengua convirtiéndose en un código vicario. Los sistemas fonéticos son de dos tipos, silábicos y alfabéticos. Las escrituras semíticas del segundo milenio antes de Cristo eran escrituras fonéticas: poseen signos para las consonantes pero no para las vocales, y se explica en general por el hecho de que la indicación de las consonantes era suficiente. Según esta concepción, las lenguas semíticas están organizadas en un sistema de raíces triconsonánticas y menos a menudo de raíces biconsonánticas, en las que las vocales aportarían sólo las indicaciones morfológicas. Los inventores de la escritura deberían de haber tenido esta misma intuición: habrían distinguido en su lengua vocales y consonantes y luego habrían decidido transcribir estas últimas como pertinentes a la significación y prescindirían de las vocales por considerarlas poco informativas. Por su parte, cuando los griegos adoptaron el alfabeto semítico prescindieron de los elementos que ya no les eran necesarios porque se referían a fonemas desconocidos en la lengua griega. Con la adopción del alfabeto parece que el margen de diferencia entre lo escrito y lo oral queda reducido a nada. Con todo esto, ningún sistema representa consecuentemente un solo tipo; hasta en el sistema alfabético quedan muchos logogramas y es raro que un sistema histórico sea coherentemente fonético; a menudo tal sistema tiene otras informaciones, tanto históricas como morfológicas.
    • Marcas de propiedad: son aquellas que pueden ser una simple contraseña de propiedad; nos hablan de la convergencia entre las indicaciones de distribución por clan, los linajes, las tribus, los elementos simbólicos de protección mágica, las advertencias a posibles ladrones, a menudo como una repetición del sistema simbólico usado con otros medios. No existe en muchos casos, textualidad.
    • Señales de itinerantes: son marcas que se dejan a lo largo de un itinerario para recordar uno mismo o para hacer recordar a otros la dirección que hay que seguir y otras indicaciones sobre el recorrido (peligros, festividades locales, nuevos nacimientos, etc.)
    • Signos de adivinación y de iniciación: dentro de este sistema, los signos tienen un significado simbólico complejo y se refiere a un saber mítico y cosmológico. La totalidad de los símbolos escritos equivale a la expresión compacta de las fuerzas que rigen el universo. También existe una vertiente gráfica de la exposición mitológica que se emplea con función didáctica y mnemotécnica. En ésta, cada signo tiene su autonomía y puede ser enunciado, trazado y explicado por sí mismo; a cada uno de ellos corresponde uno de los signos de la creación, objetos de culto que materializan los principios intermediarios entre Dios y los hombres que son garantes del orden cósmico y biológico. Aquí vemos cómo la función gráfica modela el pensamiento. Un universo conceptual y no su codificación es lo que se precipita. La verdadera vertiente de separación para una sociedad no está tanto en pasar de la lengua oral a la lengua escrita como en desplazar intereses desde la función gráfica a la función lingüística entendidas como funciones modeladoras primarias. Se confía a la función gráfica la tarea de modelar contenidos de importancia ideológica que son vitales para la comunidad, en definitiva, la totalidad de lo que se debe saber sobre el mundo. 
    • Escrituras permanentes: puesto que una de las funciones de escribir es la de conservar por un tiempo más o menos prolongado cierto mensaje, escribir consiste en trazar grafismos que permanezcan visibles o de cualquier manera activos por cierto tiempo o también ilimitadamente. Lo que se quiere obtener es la delimitación del elemento gráfico querido y por lo tanto, la característica perceptiva pertinente es la configuración, la forma que el elemento toma..
    • Escrituras efímeras: existen escrituras que, no diferenciándose de las ordinarias, no están hechas para durar, como las escrituras mágicas escritas sobre el aire o sobre el agua. Comprende a las formas en las que desde el principio está excluida en la elección del modo de escritura, la voluntad de dejar rastro más que momentáneo.
    • La escritura en la arena: se trata de un acto de escribir para uno mismo, como para reordenar pensamientos. Este aspecto introvertido, no comunicativo, excluye el diálogo y la diatriba y está expresada, no en una forma dialógica, sino como apotegma en la única frase pronunciada. Se concibe como una actividad enderezada a uno mismo, en la que no se prevé que algún otro pueda intervenir; no está dirigida a comunicarse, antes bien, es señal de que se excluye toda interacción. Pero al mismo tiempo no es un despropósito, un escribir inútil. 
    • La escritura en la palma de la mano: en ella, la comunicación verbal (ya defectuosa o nula) debe acudir con frecuencia a la ayuda de los ademanes y gestos. También involucra el secreto y el intercambio de mensajes reservados. 
    • Escrituras epifánicas: involucra la función de mediación que la escritura asume entre el hombre y el cosmos o entre el hombre y la divinidad. Por lo demás, la escritura misma puede ser de revelación divina, como lo muestran varias tradiciones.

Dios no habla, dialoga
Enunciar y establecer tipologías es parte connatural al proceso científico; con ello se pretende modelar la realidad, dar perfiles, caracterología… 
Intentar una antropologización o una etnologización de la escritura, es plantear la distancia misma entre la identidad y el vacío; es querer dar razones de nuestro hombre más allá de que tiene piernas, de que tiene brazos; es querer buscar la diferencia entre lo abierto y lo cerrado; entre el texto y la palabra; en pocas palabras, buscamos su ser.
 Jacques Derrida en su ensayo: La escritura y la diferencia, nos define a la escritura como esa “partición sin simetría dibujada: por un lado, la clausura del libro, por otro, la abertura del texto; por un lado la enciclopedia teológica y -según su modelo- el libro del hombre, por el otro, un tejido de huellas que señalizan la desaparición de un dios excedido o de un hombre borrado”.
Un Dios excedido o un hombre borrado… ¿Quién y qué se oculta realmente tras la palabra escrita? ¿Un mundo paralelo que se filtra a través de la conciencia y se proyecta por la mano con una sola intención: crear simetría? Raymod Bayer lo dice bien cuando nos aclara cómo es que surge la misma (la simetría) cuando en el mundo, no hay dos cosas iguales. Dos manos, dos piernas, dos ojos, una sola boca por la que hablo y un sólo mundo con el que me comunico. “Esta simetría no puede deberse a la imitación, ya que no se encuentra en la naturaleza, ni a la perfección” –eso es lo que nos dice. Entonces, ¿qué es aquello que reproduce o intenta reproducir con tanta ansia el hombre primitivo? Si el origen de la simetría es modificar lo que nos ha sido dado, la proyección de lo que hay adentro y lo que hay afuera, lo que está arriba y lo que está abajo… cuando el hombre inventó la escritura y buscó ese fitness en la perfección del que nos habla Kant, ¿sobre qué elementos cimentó su orden simbólico para establecer entre ellos una concordancia y crear una unidad?
Quizá para ser más precisos, habría que aclarar que toda creación es una modificación intencional que imprime el espíritu humano en la naturaleza. Siendo así, ¿qué parte de su esencia dejó en aquello que plasmó a través de la palabra? Ese interés, ese propósito y ese plan que aparece por primera vez en la tierra y que registran Ilin y Segal en su libro Cómo el hombre llegó a ser gigante, ¿qué propósito tenía? Se dice que todo interés busca una satisfacción, una adecuación; intenta cumplir una función, enriquecerse con una experiencia… Todo interés tiene un fin; lo que nos llevaría a pensar que aquellos testimonios –vistos como una obra abierta, son algo más que formas, volumen, color, norma y figuras.
¿Quién y qué se oculta tras esos mitogramas? –continua la pregunta en el espacio. ¿Un dios que creo ver en el mundo pero que no existe en mi cabeza o viceversa? La posibilidad del texto abierto, es la manifestación viva de que el mundo no está vacío. Derrida dice: “la escritura vela, entre Dios y Dios, entre el libro y el libro”; que si leemos bien, no es otra cosa que, en la aventura del gozo, uno se vuelve errante sin retorno y busca repetir las mismas épocas, las mismas retiradas y así, nos suspendemos entre dos escrituras: la de origen y la que vuelve a trazar el origen. 
El antropólogo de la escritura, acosa los signos tras su desaparición y se afecta de una extraña pasión. Presiente casi su locura cuando no percibe el origen, sino lo que está en su lugar. A esta pasión de origen se refiere Derrida cuando habla de que “no es la ausencia en el lugar de la presencia, sino una huella que reemplaza una presencia que no ha sido presente jamás, un origen por el que nada ha comenzado”.
La pregunta es esa: ¿qué comenzó cuando se inició la escritura?
La respuesta está en el mismo hombre. Con su monstruosidad, llegó el abismo. Se intentó centralizar la humanidad y el conocimiento. Rubén Tani y Nicolás Guigou en su ensayo Por una antropología del “entre”, hablan de esa “extraña figura del saber que llamamos hombre” que en su afán revelador, duplicó su mirada, hizo acotaciones a la unidad del mundo y tendió una inscripción con su nombre; así nominó al mundo y pudo reproducir todo lo que en sus límites físico y mentales se extendía más allá de su continente.
Cuando damos cuenta de ese tiempo y ese espacio donde surgió la escritura, debemos ubicarnos en un punto donde se duplicarán otras centralidades atrapadas bajo el manto de la identidad. 
Malinowski puede ayudarnos a entender a ese hombre tal como intentó hacernos comprensible algunos tipos de conductas del pasado: “el ‘salvaje’, era tan realista y racional como cualquier europeo moderno, poseía un conocimiento empírico considerable del mundo en que vivía y lo aplicaba de un modo enteramente racional para satisfacer sus necesidades. Pero, al mismo tiempo, la autenticidad y la seriedad de su creencia en la eficacia del ritual, en la necesidad de realizar ritos mágicos en determinadas ocasiones y en la verdad de los rituales religiosos con inclusión de los mitos expresados en ellos, eran un dogma central”.
Un dogma central que posiblemente terminó en un ejercicio de traducción cultural para manifestar a las ausencias y las presencias; una representación que no es otra cosa que códigos y prácticas de imágenes y de escrituras.
Vaya misterio al que nos enfrentamos, lingüísticamente podemos establecer normalidad y normatividad en los sistemas comunicantes, pero no podemos dar con la línea de fuga. No sabemos con claridad, hacia dónde se tienden los hilos y las poleas de las máquinas textuales. Nos faltan indicadores culturales, señales y representaciones emblemáticas que funjan como nuestros árbitros socioculturales.
Lévi-Strauss afirmaba, ante esta realidad, ubicada en otra parte, que “la identidad es una especie de fondo virtual al cual nos es indispensable referirnos para explicar cierto número de cosas, pero sin que tenga jamás una existencia real”. Posiblemente esa termine siendo una de nuestras salidas: el problema de la identidad como un problema de origen y creación del mundo simbólico… 
Creo sustancias logocéntricas y cargadas de significantes y significados para dejar constancia de un pasado que no conozco o no tengo claro… Esas leyes intemporales y estructurales que dan forma al acontecimiento, al mito y a la anécdota no son otra cosa que el inconsciente invocador.
“El inconsciente deja de ser el refugio inefable de particularidades individuales, el depositario de una historia singular que hace de cada uno de nosotros un ser irremplazable. El inconsciente se reduce a un término por el cual designamos una función: la función simbólica, específicamente humana”.
Deleuze, al procurar dar un sentido a la identidad, a esa máscara que busca cristalizarse, establece tres categorías que nos permitirían entender el ejercicio antimimético que, en nuestra traspolación, rodean el fenómeno de la escritura:
    1. “Verdaderamente la escritura no tiene su finalidad en sí misma, pero precisamente porque la vida no es algo personal.
    2. El mimetismo es un mal concepto, producto de una lógica binaria, para explicar fenómenos que tienen otra naturaleza. Ni el cocodrilo reproduce el tronco de un árbol, ni el camaleón reproduce los colores del entorno. La Pantera Rosa no imita nada, no reproduce nada, pinta el mundo de su color rosa sobre rosa, ese es su devenir-mundo para devenir imperceptible, asignificante, trazar su ruptura, su propia línea de fuga, llevar hasta el final su “evolución aparalela”
    3. Y el “entre” más que conformarse en un “entre” intersubjetivo, o bien un punto equidistante entre dos centros, o en “espíritu humano” en pleno movimiento, evoca sin representar. Un espacio que parece vacío porque apenas hemos comenzado a experimentar sobre las modalidades de la evocación”.
Y así entramos al terreno de la escritura, al centro mismo de la evocación sintáctica y el vacío semántico que se pone a significar. Detrás de ese vacío ontológico encontramos personas, movimientos, ideas, acontecimientos, entidades. 
Julián Marías en el capítulo uno de su Antropología metafísica, menciona a Heráclito quien decía que “la naturaleza gusta de ocultarse” para explicarnos cómo lo patente está rodeado de un océano de latencia: de algo que está más allá, recóndito, olvidado, lo futuro, lo pasado, lo posible. Esa latencia no es otra cosa que la revelación, el oráculo, la moîra… palabras que derraman su significación cuando se escriben y se vuelven a leer.
Hacer antropología de la escritura es viajar al origen del discurso, al momento en que se hizo traducción de un conjunto de principios sobre el mundo provenientes de cosmologías extrañas; al principio de la comunicación y la carencia de ésta; es voltear nuestros ojos hacia la palabra y los silencios.
No por nada la palabra se encuentra asociada con la práctica curativa, la invocación, la imitación, la posesión, el control de las voluntades…
Edmundo Magaña en sus notas sobre algunas tribus de las Guayanas, hace un trabajo antropológico muy interesante viendo la relación existente entre palabra, silencio y escritura y el proceso cognitivo para su interpretación.
En estas notas encontramos algunas de las relaciones de misioneros del siglo XVII que reúne Rionegro (en sus Relaciones de las misiones de los PP. Capuchinos en las antiguas provincias españolas hoy república de Venezuela), donde presta especial atención a la imagen de un misionero que relata cómo los indios los consideraban poderosos shamanes por haberlos visto decir los evangelios a los enfermos; y también por ver que leen y escriben.  
Es para ellos un prodigio inapelable, y ofreciéndose la oportunidad, se plasman, juzgando que el papel le habla y dice todas las cosas. En cierta ocasión, se lee: “estaba un misionero leyendo una carta, llegó un indio a hablarle, y admirado de verle leer, le pidió la carta. Se la dio el religioso y la tuvo gran rato mirándola, y mirándola, y después, se la volvió, diciendo: esta carta está muy enojada conmigo. Preguntó el misionero la causa, y respondió: que porque no le hablaba como a él, ni le decía nada aquel papel: ¿cómo te ha de hablar (dijo el Padre) si no sabe tu lengua?”
La escritura hizo al hombre inmortal, le permitió tener poder sobre la vida o la muerte; quien transmitía significados a través de ella, se le veía como conocedor del pasado y del futuro. La escritura permitió saber las cosas más ocultas. Quienes se ponían bajo su protección sufrían menos enfermedades. 
La relación con la palabra escrita es una relación de reciprocidad, afinidad y parentesco. La escritura permite conocernos, es una exhalación de los atributos propios de cada individuo. La materialidad de la palabra, no sólo permite la invocación sino su comercialización; los cantos y las invocaciones mágicas pueden ser adquiridas aún si la significación escapa a los individuos que pretende hacer uso de ellas. Entre la palabra escrita y el silencio no existe el vacío. “Ambas pertenecen al ámbito global de las relaciones socio-cosmogónicas de una aldea particular en un momento específico de su relación con los otros ámbitos del universo”.
Magnos poderes son los que representa la escritura domesticada: algo exterior al cuerpo, símbolo de protección, medio para quitar la memoria, medio para destruir, elemento ritual, figura demoníaca, técnica de atracción, patrón de llamado… 
J. Morton nos lo aclara: “La palabra misma es parte de (y, a veces, hace y modifica la naturaleza de los seres; en mitos kaliña algunos personajes se transforman al escuchar o al emitir algunas palabras) la naturaleza o del espíritu vital de los seres de los diferentes ámbitos del universo y, por ende, un objeto que puede ser intercambiado adquieren un sentido específico: son operaciones necesarias y conectadas entre sí”.
Es aquí donde entra la escritura como vacilación infinita; como parte del juego ligado con la vida y con la muerte que produce un ¿quién sabe qué? sin sujeto y sin saber. En el centro de ese agujero semántico se encuentra el nombre del hombre y con él el de Dios; ambos expresan la fuerza de lo que juntos han erigido y así comienza la historia de un largo libro: el de la creación… El de la creación de la palabra… 

El que empezó como un pigmeo terminó como un gigante
Si hiciéramos historia con piedras y palos, volvería a iniciar el ciclo de nuestra humanidad. Recuperaríamos nuevamente, la fuerza y la libertad que se necesitan para dominar todo cuanto estuviera a nuestro alcance y para desafiar todas las leyes que nos habían impedido probar lo que había hecho de nuestro entorno, un mundo pequeño.
Esas manos, las mismas que nos hicieron audaces y que nos permitieron defendernos, dejaron huellas en el tiempo; crearon instrumentos y utensilios, un equipo vivo de manufactura y perfección;  desarrollaron el trabajo y dieron inicio a la liberación de la dependencia del riguroso dominio de la naturaleza; cargaron de un poder mágico y maravilloso a toda actividad que les permitía ganar tiempo.
La ejecución del trabajo y la coordinación entre las manos y la cabeza, le permitieron al hombre primitivo hablar con aquellos con los que realizaba un trabajo común. Se expresaba lo mejor que podía con todo su cuerpo: “hablaban los músculos de su cara, sus hombros, sus piernas y sus manos hablaban más que todo”.
Cada gesto suyo, era una figura dibujada en el aire por las manos. “Así como la forma más antigua de escritura no se ejecutaba con letras sino con figuras, así, quizás, estos antiguos gestos eran también figuras gesticuladas”. Este lenguaje sin palabras, el lenguaje mímico, jamás se dispuso a desaparecer. El ojo y no el oído, vino al auxilio de la palabra. Esta reliquia del pasado se conservó como lenguaje de los vasallos, los esclavos y de los niños. (En el Cáucaso era costumbre que las mujeres se comunicaran por medio de señales ya que no les estaba permitido hablar a los hombres extraños a sus propias familias; en Siria, fue descubierto un lenguaje mímico; en Persia, los vasallos de la corte del shah tenían que hablar por medio de señales. Sólo era permitido hablar con los iguales).
Conforme el hombre primitivo escuchó y aprendió a leer las señales que le llegaban del mundo circundante, pronto aprendió a entender otras señales (de señales) que procedían de la demás gente de su tribu.
Iván Petrovich Pavlov dice que el habla humana es una “señal de señales”. “Cuanto mayor era el número de gestos, con tanta mayor frecuencia eran trasmitidas al cerebro estas ‘señales de señales’ y tanto mayor era el trabajo de la ‘estación central’ que está situada en la parte frontal del cráneo humano (…) En el cerebro se continuaron formando nuevas células. Las conexiones entre estas células se volvieron cada vez más complicadas. El cerebro creció, aumentó de tamaño”.
El cerebro del hombre se desarrolló a la par de su capacidad de pensar y de codificar señales. Cuando veía u oía una señal que significaba “el sol”, pensaba en el sol, aun cuando fuera media noche. 
Habla, pensamiento y memoria… Compleja triada que tuvo que conquistar el hombre. Y a toda conquista le sigue un dominio; por ello, conforme complicó su trabajo, complicó sus gesto. Había que describir y representar con exactitud lo que quería expresar. Así nació la figura-gesto. El hombre dibujaba en el aire un animal, un arma, un árbol. 
Desgraciadamente el lenguaje mímico tenía varios defectos: no se puede leer en la oscuridad, es imposible expresar una abstracción y es más difícil decir algo concreto que representar toda una escena. Por tanto, el hombre tuvo que expresarse por medio de sonidos. El gesto-figura se completó con la palabra-figura. Ambos sistemas eran una representación que describían todo, cada movimiento, clara y vívidamente.
Trabajo, habla y pensamiento… Federico Engels afirmaba que el “El trabajo creó al hombre”. Yo me atrevería a decir que fue la palabra la que lo creó.
En ese mundo antiguo donde nació el lenguaje, también se gestó el arte móvil y el arte inmueble; se grabaron figuras animales, humanas y de signos, se esculpieron estatuillas en marfil, hueso y piedra bajo una concepción realista y, a su vez, una visión mágica. 
Con el desarrollo del pensamiento y el lenguaje, surge un arte intelectual en el que el artista “se concede libertad para deformar con el fin de dar fuerza y expresión a su realidad”.
El arte mural figurado, que nacerá junto con la vivienda y el lenguaje, además de imitar gestos, actitudes y gritos, busca engañar para influir y atraer; encierra formas de conocimiento y costumbres; oculta misterios religiosos; intenta actuar sobre el mundo; es una actividad ritual donde la cueva se vuelve un santuario y se obtiene la bendición de los espíritus de sus ancestros; otorga un valor mágico a la fecundidad y la fertilidad; pretende agradar a los demás; incrementa la calidad de la sensación y da seguridad a la memoria.
Esta expresión por la expresión, que no se sabe si fue diversión o arte, terminó siendo una ceremonia religiosa. La celebración mágica absorbió creencias y costumbres; las palabras de esa época carecían de individualidad. 
Exploradores de la palabra como Marr y Meschaninov, han encontrado que hubo una época en que el hombre no se decía aún “Yo”, porque no tenía conciencia de que era él mismo quien trabajaba o se expresaba. Algo místico e invisible era quien lo dominaba. “El hombre se sentía aún muy débil y desamparado frente a la naturaleza. La naturaleza no le obedecía (…) el hombre se consideraba como un instrumento en manos de fuerzas misteriosas”.
El que rige al mundo era de algún modo milagroso y todo cuanto acontecía era de acuerdo con la voluntad de su poder invisible.
Conforme el tiempo transcurrió y el hombre llegó a ser más fuerte, comenzó a tener conocimiento del mundo y del lugar que en él ocupaba. El “Yo” apareció en su lenguaje, con él se desarrolló la actuación, la lucha, el sometimiento… de las cosas y la naturaleza. Con la conciencia, llegó la libertad.
Con todo y esto, las civilizaciones han considerado que su escritura tiene un origen divino. En su momento, la deidad, entregó el conocimiento de la palabra escrita a los seres humanos. Los humanos, en sus constantes viajes y visitas, mezclaron e injertaron palabras a sus lenguajes. El truque se extendió por el mundo, como se extendieron las cosas, las palabras y las creencias.
Mientras no hubo mucho qué saber, la gente podía conservar todas esas cosas, palabras y creencias fácilmente en su memoria. Las tradiciones, leyendas y cuentos eran transmitidos verbalmente. Todos eran libros vivientes. Recordaban palabra por palabra sus reglas de buena conducta y los transmitían a sus hijos como un precioso legado. 
Sin embargo, el mundo se hizo ancho y vasto y tuvo el lenguaje que apoyarse en lo monumental. En algo que pudiera almacenar y transmitir la experiencia del hombre. 
La conquista del espacio por parte de nuestros antepasados vino cuando enviaron una mensaje, por primera vez, en un pedazo de corteza; la del tiempo, ocurrió cuando aquella inscripción que grabaron en un monumento, se convirtió para nosotros en un testigo gráfico de las grandezas de sus reyes, las hazañas de sus jefes y las contribuciones de sus magos.

Lo que rige al mundo, de un modo milagroso
La arqueóloga francesa Denise Schmandt-Besserat, ha publicado recientemente una sugestiva hipótesis sobre el origen de la escritura en el Cercano Oriente. 
En la región delimitada por Jartum, al sudoeste, y por Namazga, al nordeste, se encontraron un número elevado de esferillas, cilindros, discos, conos de arcilla de dimensiones de unos pocos centímetros, cuya tipología cuenta con unas quince formas diferentes y su información se distribuye entre el IX y el II milenio.
Grupos de estos objetos que están fechados en la mitad del IV milenio fueron encontrados en los archivos de Susa metidos en bolas de arcilla huecas que, además de los sellos, llevaban grabadas indicaciones sobre el número de los objetos contenidos dentro. En estas esferas de arcilla, que Pierre Amiet llamaba bullae, el arqueólogo francés identificó un sistema arcaico de registros. 
Amiet observó que los grabados puestos en la parte exterior de la bullae, reproducían en número y forma los objetos contenidos. De ahí que llegara a suponer que las bullae eran el registro de una transacción comercial; cada objeto representaba un tipo y una unidad de mercadería y por conclusión, los objetos servían para calcular el conjunto de mercancías anotadas y reunidas todas juntas en una bullae. Este recibo u orden de compra evitaba que se tuviera que romper la bullae para verificar el contenido. 
La hipótesis de Schamandt-Besserat sobre el descubrimiento de Amiet, afirma que en la región de los hallazgos se desarrolló por lo menos hasta fines del IX milenio, un sistema de cómputo basado en las dos dimensiones (número y forma) de los objetos de arcilla; cada objeto representaba simbólicamente una clase de cosas y como la forma del objeto estaba dictada por la técnica de elaboración no se intentaba reproducir la forma de la cosa designada. De manera que la arbitrariedad entre el significante (la esfera, el cilindro) y lo significado (la oveja, el carnero) estaba establecida desde el principio por razones exteriores relacionadas con los condicionamientos mecánicos de la técnica empleada. 
Posteriormente se grabaron también los abnu –por su probable nombre acadio, abnu, literalmente “piedra”- en la superficie de la bullae para tener una especie de registro visual de su contenido. En la fase última debieron haber pensado que en el fondo, proyectando en un plano la bullae sellada, se podía prescindir de encerrar los abnu. Así es como explica Besserat el nacimiento de la tablilla de arcilla escrita. 
Las ságomas que se insertaban sobre la tablilla plana no eran pues imágenes estilizadas de ánforas, de ovejas de panes, sino que eran símbolos de símbolos (de dos dimensiones los primeros, de tres dimensiones los segundos).
De la tablilla plana nos acercamos a las primeras manifestaciones de escritura simbólico-sintático-semántica. La gran mayoría de las investigaciones sitúan este momento en Uruk, Kis, Nipur y otras localidades de Siria e Irán por los 1,500 textos hallados en esta zona. El contenido de las mismas es oscuro y se cree que registraba transacciones comerciales. Los símbolos gráficos son casi idénticos de un lugar a otro, lo que demuestra una estandarización de las grafías comerciales que habría sido posible si admitimos la circulación de los abnu y luego de las bullae. Los signos más usados son de dos tipos:
  1. 2 mil signos que reproduce de forma identificable objetos y animales.
  2. Un millar de signos abstractos de formas geométricas de los abnu con variaciones.
La escritura encontrada del período ubicado entre el 3500-3000 a. de C. está desarrollada en un nivel muy elevado de abstracción y estandarización aún cuando la necesidad de uso era simple: contabilidad y administración. Se cree que probablemente se usaron los pictogramas cuando no se disponía de un abnu.
La escritura cuneiforme -la misma que se creía que había sido la primera escritura desarrollada como tal- fue inventada alrededor del 3,500 a. de C. en la baja Mesopotamia por los sumerios. Dicha escritura pasó primero de los semitas occidentales de Kis y Ebla y luego a los acadios y a los asirios y babilonios para extenderse por el Elam, la Armenia, la Capadocia, el Egipto, se la adoptó para transcribir la lengua de las ugaritas, de los hititas, de los hurritas, de los urartei, de los elamitas y de los persas. Todavía en los primeros siglos después de Cristo, resistió a la difusión de la escritura aramea. 
En la escritura sumeria se utilizaban alrededor de 550 signos, algunos con valor ideográfico (representaban un concepto y debían leerse con la palabra que respondiera a ese concepto y al contexto) y otros fonético.
Al crecer las exigencias expresivas los escribas sumerios dejaron ligeramente de lado la escritura ideográfica y usaron, para expresar los morfemas gramaticales, signos que leídos solicitaban una secuencia homófona al morfema. Para evitar la ambigüedad homófona agregaron un elemento determinativo, un elemento que especificaba la categoría semántica a que pertenecía la palabra que había que leer.
Los acadios desarrollaron el sistema sumerio y lo adaptaron a su lengua. Al aumentar las exigencias económicas y políticas se hicieron más elaborados los textos que se confiaron a la escritura. Con el aumento de la importancia de la escritura aumentaron todos los valores vinculados con ella. La composición de una tablilla está guiada por un sentido estético de la armonía y del equilibrio de los signos. 
La profesión de escriba adquirió un notable prestigio y para desempeñarla se estratificaban los niveles de conocimientos. Así nació y se perfeccionó un conocimiento analítico de la lengua para poder resolver acertadamente problemas de transcripción.
La tradición había especializado un determinado signo para un determinado género de texto; estas grafías iban desde el juego transparente y casi trivial de la escritura corriente al hermetismo docto de los textos esotéricos. La escritura podía, pues, en caso necesario, suplantar a la tradición oral en aquello que ésta tenía de más secreto. 
Siguiendo con esta narración estrictamente arqueológica de la cultura humana, como Childe la denomina, es preciso ver lo que las leyendas, la filología, las religiones comparadas y la etnografía nos aportan sobre el origen de la escritura jeroglífica.
La escritura jeroglífica tiene sus primeras manifestaciones en una plancha perteneciente al rey N’rmr (Narmer) a fines de la segunda civilización eneolítica (Nagada II, alrededor de 3500 a. de C.); los signos que expresan los hombres de los personajes representados muestran ya un alto grado de elaboración y estilización. 
La escritura se desarrolla muy rápidamente y ya durante la primera dinastía (quizás en 3100 a. de C.) aparecen breves frases junto a los nombres propios, a los títulos, a las medidas. Con la III dinastía (quizás en 2700 a. de C.) se comienzan a poner por escrito textos extensos y con la IV dinastía comienzan a aparecer las largas biografías de los monarcas en las paredes de los monumentos funerarios. 
El conjunto de los jeroglíficos llegó a poseer 730 unidades (unos 70 en su origen y más de 5.000 en la época de la ocupación romana); de estos signos sólo 140 son corrientes y 80 muy frecuentes. Gráficamente cada jeroglífico es una especie de enciclopedia del Egipto hecha con imágenes: animales, hombres, dioses, plantas, artículos manufacturados, elementos atmosféricos y astronómicos, construcciones. Cada jeroglífico puede usarse de tres modos: 
    1. Como logograma: se lee con el nombre de lo que representa.
    2. Como elemento fonético: evoca la secuencia fonética del nombre que representa pero no su significado.
    3. Como elemento determinativo: precisa el significado que hay que dar a los signos que acompañan.
El principio fundamental es, el mismo que se usa en la escritura cuneiforme. De los signos fonéticos, 24 sirven para indicar una consonante, otros indican los grupos más frecuentes de dos y de tres consonantes. Los elementos fonéticos pueden leerse o bien solos o pueden indicar la lectura exacta de un logograma. 
Los egipcios habían llegado al principio alfabético de la escritura, pero en el curso del tiempo nunca consideraron necesario adoptarlo de manera general. Las modificaciones afectaron el trazado de la escritura; los jeroglíficos son una escritura monumental, pomposa, hecha para ser esculpida con gran cuidado y por consiguiente muy lenta y poco apta para los materiales de escritura corrientes como el ostracón o el papiro y el cálamo. Una primera forma cursiva que normaliza el trazado y desarrollo de la escritura al simplificar los elementos gráficos e introducir elementos diacríticos y ligaduras es la llamada escritura hierática.
A partir de la XXVI dinastía (siglo VII a. de C.) se desarrolla todavía otra variedad derivada de un tipo de la hierática, y es la llamada demótica.
Esta escritura es mucho más cursiva y los varios jeroglíficos quedan reducidos a rasgos de pluma de modo que el trazado es mucho más rápido y nervioso que en la escritura hierática.
A partir del siglo III a. de C. una escritura inspirada en la demótica y en la jeroglífica se empleó para escribir la lengua del reino Meroe (en la actual Sudán); se trata del meróitico, de tipo cusita.
En Egipto, fue Thot, el dios con cabeza de ibis y guardián de las palabras de los dioses, quien llevaría a las gentes del país ese saber. De los tres tipos de escritura desarrollados en Egipto ninguno fue tan importante como la primera de todas, la jeroglífica (nombre que procede de hieros, sagrado y gluphein, grabar, lo que vendría a significar “escritura de los dioses” o “sagrada”), ni tan antigua, pues los primeros escritos conocidos han sido datados en el III milenio a. de C., tiene desde su comienzo la capacidad de captar a través de ella realidades tanto concretas como abstractas, siendo útil para trasmitir toda clase de conocimientos: medicina, farmacopea, magia, arte de la adivinación, astronomía, educación, agricultura, cocina, leyes, oraciones, así como para el desarrollo de todas las formas posibles de literatura: cuentos históricos, romances de aventuras, cantos de amor, poesías épicas y fábulas).
La cristianización de Egipto, ya casi completa en el siglo IV, marcó el abandono de las escrituras egipcias; el clero egipcio no transmitió a los cristianos sus conocimientos y sólo sobrevivió todavía por algún tiempo la escritura demótica usada por oficiales y funcionarios que habían quedado en los nuevos cuadros. Pero muy pronto también esta escritura se extinguió (el último jeroglífico está en el templo de Isis, en File, y es del año 394 d. de C.; también se encontró la última inscripción demótica, 470 d. de C.)
También fue adoptada la escritura griega, con el agregado de algunos signos demóticos y en tres subvariedades, para escribir el egipcio en textos de interés cristiano y luego se perdió por entero la capacidad de leer las escrituras tradicionales. 
El paso a la escritura consonántica es todavía algo oscura. Ya en la antigüedad clásica se indicaban varios inventores: los fenicios, los egipcios, figuras míticas como Orfeo o Lino.
Los modernistas manejaba la hipótesis de que la escritura fenicia tenía un origen egipcio. Esto a partir de la semejanza que presentaban algunos elementos fenicios y algunos egipcios. Para A. I. Evans, el descubridor de Cnosos y de la civilización minoica o egea, el origen de la escritura era cretense; A. H. Gardiner, K. Sethe, A. Van Branden, se inclinaba a favor de un origen “protosinaítico”; M. Dunand consideraba como las primeras manifestaciones las formas representadas por las inscripciones seudojeroglíficas de Biblos. Las hipótesis más recientes tienden a reconstruir una cadena de los sistemas egipcio-protosinaítico-protocananeo-fenicio, pero sobre todo el reciente descubrimiento del ostracón de ‘Izbet Sartah muestra que la escritura protocananea se usaba todavía en los siglos XII-XI junto con la escritura fenicia y que por lo tanto no constituye una fase anterior de ésta. Esto deja abierta la posibilidad de encontrar una hipótesis más para encontrar el origen de la escritura consonántica.
En el II milenio, junto a la escritura cuneiforme babilónica se usaban en el país de Canaán otras tres variedades muy probablemente influidas por el sistema egipcio en la forma de los signos:
    1. La escritura seudojeroglífica de 114 elementos nacida en Biblos, sin que se hubiera difundido a otras partes, y descubierta en el año 1929.
    2. La protosinaítica de alrededor de 35 elemento, nacida en Palestina (quizás en Lákis o Gaza) y usada posteriormente en las minas del Sinaí (donde se descubrió en 1905).
    3. Una forma más tardía son la escritura protosinaítica es la protocananea, atestiguada por muy pocas inscripciones y por el alfabetario de ‘Izbet Sartah, un ostracón con unos 34 signos diferentes que puede hacerse remontar a los años 1200 y 1000.
La más antigua de las escrituras seguramente consonánticas es la del siglo XIV y de Ugarit, la actual Ras Samrah (Siria) de tipo cuneiforme y de remoto origen mesopotámico. Esa escritura se vale sólo del elemento gráfico de la cuña, pero sin los complicados signos mesopotámicos. El sistema, simplificado en el número de los signos comenzó a difundirse a partir del siglo XIII por Fenicia; posteriormente, al comienzo de la Edad de Hierro, se lo abandonó por completo; de esa época es también la destrucción de Ugarit y de su cultura.
En 1949 se encontró el primero de una serie de alfabetarios ugaríticos que nos muestra el orden de las letras. Como ese orden es idéntico al orden fenicio (aunque con 8 signos más y con el signo de samek), se plantea el problema de la relación que existía entre los dos sistemas.
Cronológicamente, el sistema ugarítico es el más antiguo; en cuanto a las características internas, uno podría ser el modelo del otro. Ambos sistemas podrían derivar de un tercero no conocido o bien el sistema ugarítico podría estar inspirado en el fenicio y haber modificado; sin embargo, los signos en la dirección de la escritura cuneiforme, ya corrientemente usada en Ugarit para escribir el acadio.
La escritura fenicia está en la base y origen de una gran número de variedades: la hebrea (la moabita), la aramea (del siglo IX), la amniótica (de los siglos X-IX abandonada posteriormente en el siglo VII), la griega (principios del siglo VIII). La fortuna de la escritura griega (de la cual derivaron la etrusca, la latina y posteriormente la cirílica) fue extraordinaria; pero también la difusión de la escritura aramea, verdadera “escritura franca” difundida al este de las tierras fenicias, marcó notablemente la historia de la escritura en general.
Sobre la base de la escritura aramea cursiva de las cancillerías del imperio aqueménida se desarrollaron a partir del siglo III la escritura judaica o hebrea cuadrada, la nabatea (del siglo II), la de Palmira (del siglo I), la siríaca septentrional (de la cual derivó la siríaca propiamente dicha), la mesopotámica septentrional, la mesopotámica meridional (de la que derivó la mandaica), las iranias medias (pártica, palahvi, sogdiana). A través de una compleja serie de irradiaciones, la escritura aramea llegó hasta la India y hasta Asia central.
Una prueba de la influencia mesopotámica se puede ver en el hecho de que la escritura protoárabe cesa de ser unitaria y se divide en dedanita, tamudena y arábiga meridional a fines del siglo VI y comienzos del V, esto es, precisamente al final del imperio neobabilónico.
Después de este vasto recorrido por la historia de la escritura siguen estando vigentes las preguntas del ¿para qué y para quién? Para encontrar la respuesta, la escritura se dilata en todas las direcciones. Su práctica se encuentra en los saberes, en el descubrimiento de nuevas tecnologías del intelecto a través de lo escrito, la invención de nuevas estrategias intelectuales. 
No importa qué ni cómo, hay que dejar registro de nuestras leyes, reglas de la vida, asuntos de ciudad grabados en piedra, en un soporte de mármol, en arcilla, en agua y en arena. 
Con la escritura se intenta llenar el espacio público y privado; el que divide la vida de la muerte; el del hombre y las deidades; el de los hombres y los inmortales. Simple y sencillamente se intenta llenar todo vacío porque es en esa morada donde se resuelven todos los enigmas, donde la mano se convierte en arma blanca, donde el hombre destruye el artefacto y consagra su salvación.
Es ahí, en la palabra escrita, donde se construye el corazón del astro, donde los espíritus fuertes encuentran a Dios; la imagen viva del infinito…

Curaciones gráficas basadas en la fe

El problema de la escritura es una situación apasionante por lo que implica esclarecer los fenómenos humanos que rodean su nacimiento, evolución y trascendencia. Sin embargo, la pasión va de la mano del tiempo y el azar. Tiempo que se hace cíclico en los descubrimientos, efímeros a la hora de trabajar; providencial por la cantidad de información que se entreteje en paralelo y uno descubre en el camino, azaroso porque el experimento puede resultar para bien o para mal. La pretensión filosófica de este trabajo fue simplemente ser una provocación reflexiva al conjunto de claroscuros que matizan el acontecer lingüístico. 

Las coordenadas aquí expuestas nos hablan de una escritura inventada e inventiva. Una escritura creada y a su vez creadora. Con el logos creador vemos el nacimiento de la memoria, el pensamiento, el conocimiento, la filosofía, la matemática, la economía, la geometría, el dominio de lo político, el saber médico, las prácticas del derecho, la posibilidad adivinatoria; en resumen, cuando nos enfrentamos con la palabra escrita, nos enfrentamos con el nacimiento del hombre. Previo a esto, dijera Platón, todo es simple proyección de un mundo imaginario. De un mundo de ideas inconclusas.
La anatomía de la escritura expuesta, es también revisión crítica de esa representación simbólica de la naturaleza, lo que llamó Skorupski, símbolos con qué pensar. 
Cuando uno revisa el descubrimiento del sistema alfabético griego (último punto expuesto aquí de la revisión socio-semántica hecha), claramente vemos la voz de Orfeo; a través del invento, aprendemos, concebimos, pensamos, un mundo lleno de intrigas, fragmentos de ficción, creaciones fascinadas por la inventiva de las letras y la visibilidad de los sonidos.
La escritura vista aquí, va más allá del trazar, el tallar, el dibujar y el inscribir. Es una actividad capaz de crear e inventar nuevos objetos de pensamiento; nuevas formas de inteligencia…
La prueba de ello está en que en tierra véneta, hace aproximadamente 35 años se descubrió un santuario de características particulares. Las ofrendas descubiertas en el recinto incluyen todo un material de escritura: tablillas alfabéticas, punzones de bronce y estilos. Los arqueólogos y lingüistas nos dicen que la divinidad ahí adorada era Reitia, la que escribe, la que talla (la raíz rei tiene el mismo sentido que la raíz de graphein). Por este descubrimiento sabemos que Reitia, diosa de la Escritura reinaba sobre un importante scriptorium cuyos archivos han llegado hasta nosotros: esas tablillas de metal que se cubrían de cera para trazar en ellas las gamas alfabéticas, los ejercicios de escritura grabados con ocasión de la dedicatoria a Reitia. La diosa de la Escritura recibía de esta forma, a modo de homenaje, abecedarios completos, listas de letras, listas agrupadas de vocales, las quince consonantes repetidas dieciséis veces, ofrendas que han permitido a los antropólogos e historiadores de la escritura escribir para nosotros una historia muy precisa de la difusión del véneto, desde el alfabeto modelo de los etruscos hasta el consonántico, que un clérigo erudito difundió con la puntuación silábica. 
Un santuario de este tipo donde los sacerdotes familiarizados con el etrusco, el griego y el latín inventan, bajo la protección de una diosa, una escritura y una lengua, las cuales se transmiten a través de una enseñanza erudita que opera sobre letras y no ya sobre sonidos, que apela a la noción de palabra y se dedica a reproducir palabras aisladas de todo contexto es digno de reapuntar.
Figuras como la de Espensitio, experto en letras fenicias o letras purpuradas, quien viviera hacia el 500 a. de C., en la región de Afrati o Litos, en Creta, son dignas de rescatar cuando uno revisa cómo es que su misión es simple y sencillamente escribir, poner por escrito y archivar los asuntos públicos, religiosos, civiles tanto de los dioses como de los hombres, en un mundo donde la escritura no surge en un principio como parte de un mito divino, en comparación con Sumeria donde está sometida a Enki, el dios soberano que lleva sobre el pecho la tablilla de los destinos; en Babilonia, donde los dioses no dejan de escribir lo real y en Egipto donde reina el dios Tot.
Es curioso que en una Grecia antigua donde los dioses son perfectos analfabetos, surjan hombres como Espensitio, quienes habrán de escribir tanto sus asuntos como los de los dioses y pierdan su condición de extranjeros para convertirse en maestros de escrituras y se alojen en medio de una serie de personajes distribuidos entre el 520 y el 480.
Estos escribas habrán de notariar a los magistrados; maldecir con sus lecturas a los que osen poner en peligro la constitución política; evocar a los dioses; llevar la tradición a los pueblos distantes; imponer sus costumbres a las potencias caídas.
La idea de apoyarse en lo escrito es someter al mundo a los pies de la tablilla y posteriormente al libro… a lo monumental; a lo trascendente… a lo que mantiene viva a la memoria. 
La cuestión de la escritura es la cuestión del individuo. Pedro Salinas en su ensayo Individuo y lenguaje nos habla de la capacidad de este lenguaje para permitirnos socializar, comunicar, reconocer, pero sobre todo, de significar nuestro mundo.  
Sin lugar a dudas, la escritura es traslado, descripción, manifestación y conexión con un mundo que está pero no… De la escritura nacen continuamente novedades, aciertos que, en toda sociedad bien organizada culturalmente deben poder difundirse en seguida entre todos para aumento de sus capacidades expresivas.
Este “ejercicio corriente o medio vulgar” -como muchos engreídos han denominado a la escritura- es de lo poco que sobrevivió a la expulsión del paraíso, el diluvio universal, el éxodo de Babel, la formación y caída de genealogías e imperios… 
Esta actividad trascendente y trascendental que hoy nos ha reunido es morada terrenal de aquel hogar del cual fue despojado el hombre en sus inicios. Hoy una nueva nación se convierte en fortaleza espiritual del mundo entero. Henri Berr solía decir que “la humanidad es mano y lenguaje. Técnica material, la mano y lazo espiritual, lenguaje” y yo, después de construir todo este mito alrededor del hombre no puedo decir otra cosa más que estoy con él.

Esa atmosfera encantada de la significación
AA.VV. Antología, textos de lengua y literatura. Lecturas Universitarias. Universidad Nacional Autónoma de México. México, D. F., 1971. 
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    • RAFOLS, J. F. Historia del arte. Edición ilustrada. Editorial Óptima. Barcelona, España, 2001. 
    • SKORUPSKI, John. Símbolo y teoría. La red de Jonás. Premia editora. México, D.F., 1985. 
    • TANI, Rubén, GUIGOU, Nicolás, La teoría antropológica de Lévi-Strauss y Malinowski a Foucault. Departamento de Antropología, F.H.C.E., Publicaciones Universitarias, Montevideo, 2000. 

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