Los náufragos del bit
Abril es el más cruel de los meses, pues engendra
lilas en el campo muerto, confunde
memoria y deseo, revive
yertas raÃces con lluvia de primavera[5].
El invierno nos dio calor, cubriendo
la tierra con nieve sin memoria, alimentando
un hilo de vida con tubérculos secos…
lilas en el campo muerto, confunde
memoria y deseo, revive
yertas raÃces con lluvia de primavera[5].
El invierno nos dio calor, cubriendo
la tierra con nieve sin memoria, alimentando
un hilo de vida con tubérculos secos…
(…) «¿Qué hago
yo ahora? ¿Qué voy a hacer?
Saldré asà y
caminaré por la calle
con el pelo
suelto, asÃ. ¿Qué vamos a hacer mañana?
¿Qué haremos a
partir de ahora?»
Agua
caliente a las diez.
(Tierra BaldÃa, T. S. Eliot)
El mundo desde hace tres semanas ya es otro. Nos habÃamos convertido en
menos de 20 años en un hipermercado. El consumo se habÃa tornado en el eje de
nuestras acciones. Los fines de semana se llenaban en las bolsas de boutiques y
en las caminatas en centros comerciales. Hoy miles de comercios han cerrado.
Sus trabajadores, desde hace tres semanas, como muchos intentan rehacer la vida
desde casa. Venden y surten a distancia. Generan memes pidiendo ayuda para los
comercios de barrio y asà ayudar a los pequeños locatarios.
El #quédateencasa es la consigna que en el fondo ha golpeado al sistema
y ha evidenciado la soledad del corredor de fondo.
Los que fueron los privilegios de la sociedad de consumo hoy se están
perdiendo.
Asà nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos a consumir bienes
intangibles. Hoy consumimos entidades simbólicas; espectros que deambulan como
el lenguaje.
Si ya pasaba un mexicano promedio 8:20 minutos diarios conectado a internet
y 3:30 a redes sociales, hoy nuestro dÃa se va en el consumo global de datos.
Los más de 82.7 millones de usuarios (según la Asociación de internet MX)
hacemos nuestra vida entre bits.
Los muros que nos mantienen resguardados en el confinamiento, son los
que soportan las páginas web y las ventanas de las Apps.
A través de ellas hacemos el mundo, vivimos el mundo. Supermercado en
lÃnea, movilidad en lÃnea, Mapeos en lÃnea, paseos virtuales, consumo en lÃnea,
pagos en lÃnea, distribución de contenidos en lÃnea, trabajo en lÃnea,
educación en lÃnea... Nuestra vida entera está siendo mediada por dispositivos
tecnológicos.
Todo lo hacemos desde la hiperconexión. Asà pasamos de consumir
productos a servicios a personas.
Hoy nos consumimos los unos a los otros. Nuestro zapping ya nos entre canales sino entre perfiles. Me aburres y le
cambio. De Facebook a
Twitter. De Twitter a Instagram. De Instagram a Pinterest. De Pinterest a Tik tok.
Hoy consumimos sin posibilidad de acumular y cuestionar. Nuestros bienes
culturales hoy son servicios culturales. Streaming
que fluye como el agua pero no resguardas en tus libreros. Adiós a las
estanterÃas, las videotecas, las audiotecas, las bibliotecas personales.
En las sesiones de zoom están desapareciendo los fondos ilustrados de
libros, discos y pelÃculas.
Todo fluye en la red para que al final de mes te quedes sin nada si
dejas de pagar la conexión. Te quedas sin música, sin pelÃculas, sin libros...
sin amigos.
El haber concentrado el mundo en lÃnea evidenció el precio de nuestro
mundo de consumo. Y entre los consumos culturales hoy hay que incluir el de
humanos.
Afortunados son los que se conectan para compartir una copa en lÃnea y
chatean mientras disfrutan un café con las amigas.
Pero muchos son los que no gozan de la amistad en conexión.
Hay muchos que con todo y sus miles de amigos y seguidores están
completamente solos.
La falacia de la conectividad permanente incluye la de las amistades que
siempre están ahÃ.
La red tiene sin duda el potencial del punto de encuentro. Pero
tristemente no lo ha sido para todos.
Esta es una de las tantas brechas que se sigue evidenciando, la de la
conectividad humana. La de dotar de un rostro a la acción de mediación.
Pasar ocho o quince horas en la red y no topar con nadie habla de un
mundo que se mueve en el tono de tierra baldÃa.
Los vagabundos del bit andan por ahà sin casa. Son los homeless de la hipermediatización. Los
humanos residuales a los que en esencia se referÃa Bauman.
Ese yo y sus circunstancias se mueven en el vacÃo.
Idealizamos la red. La dotamos de un romanticismo tal que ocultamos el
horizonte de sus miserias.
Entre los discursos de odio y las comunidades de Bulling se esconde ese
resentimiento por el otro. Entre
ignorar un mensaje de ayuda, una denuncia como solicitud de apoyo, un post que evidencia la soledad de alguien,
se va nuestro dÃa.
La red expandió nuestro mundo, pero también se volcó sobre nosotros. Nos
colocó erróneamente en el centro de la acción comunicativa diluyendo que somos
sujetos en relación.
La conexión profunda con el otro,
no es una verdad ya dada. Ni una condición sine
qua non dé la vida en internet.
Allá afuera hay una voz que resuena en el desierto de la red. Hay más
islas perdidas y casas abandonadas de lo que imaginamos.
Nuestro ecosistema mediático se amplifica, pero nuestra ecologÃa humana
se contrae. En el espacio digital hay muchos beduinos buscando su tierra
prometida.
La soledad digital se evidencia dÃa tras dÃa en el hiperconsumo. Hay
quienes no navegan, naufragan en la red. Están sin estar. Fluyen, pero a la
deriva. Sin rumbo.
Si la red es el lugar de los encuentros: ¿quién es el otro que se
encuentra afuera?, ¿qué expresión tiene su rostro?, ¿qué dolores están
golpeando su corazón?
Desde hace tres semanas el mundo es otro. Hoy nos duele el encierro y la
jaula digital sin percatarnos que muchos llevaban tiempo asÃ.
Para ellos ese es su mundo ordinario. Lo extraordinario serÃa que se
diera aquel encuentro. Que alguien divisara su barca en el horizonte. Que
alguien tirara de la cuerda para alcanzarlo.
Desde hace tres semanas para ellos el mundo se ha matizado de escenas de
terror, alarmas, pánico y desolación. La ansiedad y depresión se le ha agravado
o quizá no, y piensen que por fin podrÃamos empatizar y vivir lo que a ellos lo
ha hecho sufrir.
Desde hace tres semanas el mundo es otro. Las otras brechas siguen
manifestándose. Internet también tiene su falla de San Andrés. Sus placas se
reacomodan, se zanjan los terrenos. Se mueven las edificaciones. El Covid-19
está moviendo los terrenos y el mundo digital no fue un lugar de excepción.