Nueva netiqueta: confianza y
corresponsabilidad
Desde hace tres semanas el mundo es otro. Todo hoy se mueve a otro
ritmo. La noción exponencial se ha instalado en nuestras mentes con los
anuncios diarios de los ministerios de salud reportando el número de contagios
confirmados, sospechosos, recuperados y de fallecidos.
El tiempo lo medimos con cifras que avanzan duplicando su registro dÃa
con dÃa: el número de personas conectadas; el número de megas consumidos; la
cantidad de aplicaciones descargadas por minuto; la cantidad de camas ocupadas;
el precio del dólar y del euro en ventanilla; las cámaras de vigilancia en la
avenidas principales.
El mundo se ha vuelto un registro cuantificable; una forma de seguir los
pasos, el avance o retroceso de las cosas.
Medir el mundo, pensar el mundo, contar el mundo.
Hacer un tracking de las cosas
es una extensión de la acción de vigilar y controlar.
En el mundo hÃper conectado de la era posdigital esa se ha vuelto su
racionalidad. A las horas de registro productivo del enfoque Taylorista se
sumaron las visiones utilitaristas de John Stuart Mill y Jeremy Bentham. Esas
concepciones administrativas y éticas que parecÃan superadas por las visiones
humanistas, hoy han regresado.
La contingencia sanitaria nos mandó a la casa. Ubicó en el espacio
doméstico su cuartel militar. Hoy hablamos de home office y homeschooling
Millones de personas hicieron de la sala, la recamara y el comedor su
central de operaciones. Desde esos puntos se rotan las horas del dÃa para
cumplir con deberes y obligaciones.
La videoconferencia se ha vuelto el estándar de referencia para estar en el mundo. Para hacer acto de
presencia. Hoy estar es dejarte ver.
Hacerte notar. Que tu foto en el webinar quede registrada. Que el profesor pase
lista con un screenshot. Que en tu
trabajo te vean por lo menos en la lista de asistentes en la reunión o con un
comentario simpático en el chat que demuestre atención.
Ver y ser vistos para ser y estar en el mundo hipermedial.
En ese mundo educativo en el que se pasó de la enseñanza por objetivos
al cumplimento de competencias, hábitos y habilidades, hoy regresamos a formas
tayloristas de control como el exceso de tareas, lecturas y trabajos para demostrar
que el alumno está cumpliendo y más aún, que el profesor está enseñando.
La saturación de actividades que posteriormente llevarán el doble o
triple de tiempo para ser evaluadas se están quedando en la exigencia
controladora.
¿Por qué?
Quizá porque no nos ha quedado claro que uno de los capitales de mayor relevancia
y significación en la era de la información es la confianza. En apelar al
sentido corresponsable del otro. En
recurrir al sentido de auto exigencia y auto cumplimiento sin esperar que lo
estén viendo o controlando todo el tiempo. Confiar es reconocer las
capacidades, deseos y acciones del otro.
Es anticiparnos a la validación de sus acciones y valores. Confiar en el otro es dotarlo de seguridad; es
fortalecerlo y reforzarlo.
Confiar en el otro pareciera
ser un bien que no poseemos del todo.
Necesitamos enviar un WhatsApp por la mañana para medir cuánto tiempo se
tardó en responder o en dejarnos “en visto”; solicitamos correos de registro y
evidencias para saber cuántas y de qué manera dan seguimiento a sus funciones.
Desconfiamos por que el otro nos genera incertidumbre; por temor a que
se rompa la regularidad y predictibilidad. No queremos que las cosas dejen de
funcionar y por eso nos inventamos el correlato del contraste, del rompimiento
de los flujos, del fallo en las expectativas.
Controlar es calibrar; de ahà que el mundo se mueva como una maquinaria
destinada a producir en magnitud. Controlar, vigilar y contar. Ese es el riesgo
de medir y evaluar el mundo en términos de producción y de consumo.
Quizá la gran pregunta que habrá que replantearnos es ¿por qué y para
qué confiar?
El estrés del overload en
tiempos de cuarentena está quizá ahà en la multiplicidad de netiquetas para
pedir que la gente mantenga los hábitos offline
en el mundo post line. Quizá requerimos
de unos nuevos protocolos, de otros códigos éticos y hábitos para demostrar que
podemos confiar en el otro. Saber lidiar con los nuevos distractores es un
desafÃo para docentes y tutores. Ya no es el celular, sino el gato que se cruza
en una clase o la mamá que entra gritando que tiendas la cama y “te apures para
ayudarle”.
Asà como jamás hemos
visto a un adolescente bañarse y quitar la pijama para ver un tutorial; y a
nadie se le exige un saco o una corbata para hacer las labores en casa, quizá
también nos ha faltado comprender las nuevas dinámicas y contextos de acción y
recepción en el nuevo entorno educativo.
Si formamos personas para
darles las herramientas para leer y comprender el mundo; si les enseñamos a
pensar y escribir para cambiar el mundo, habrá entonces que cambiar nuestras
prácticas didácticas para ayudarles a encontrar sentido al mundo.
Dotar de sentido al
mundo, implica quizá una forma distinta de nombrarlo y accionarlo. Un nuevo
mundo centrado en el otro, no puede articularse desde la regulación
controladora y la desconfianza.
Desde hace tres semanas
el mundo es otro. Desde el anuncio de emergencia sanitaria en gran parte del
globo, el mundo ha empezado tomar su nueva forma. Estamos a tiempo para
reorientar la mirada y, por ende, la forma de clavar la aguja y empezar a
hilvanarlo. Aprender a mirar es también aprender a vivir. Quizá ese es uno de
los grandes desafÃos de esta nueva era hipermedial.