De la vida, el lado B
Desde hace dos semanas el mundo es otro. Las escenas de calles vacÃas,
museos abandonados, salas de cine cerradas, plazas públicas donde el eco del
aleteo de las palomas es lo único que resuena, son la constante.
Internet se llenó de notas falsas, gráficos que señalan el avance del
Covid-19 por el mundo.
Anuncios publicitarios luminosos en medio de esas calles vacÃas en Nueva
York, Madrid o Roma resultan ser un apocalipsis al que nunca pensamos llegar.
Los cielos azules, la llegada de la primavera, los pájaros cantando del
otro lado de nuestra ventana chocan con la imagen de futuro -a la Blade Runner-
de calles saturadas, oscuras, lluviosas y autos volando que habÃamos imaginado.
Autos estacionados, señales viales que no tienen respondiente,
campanarios que dejaron de llamar a misa, un Papa solo en medio de la Plaza de
San Pedro hablando al horizonte.
En todas esas fotos la voz humana parece ausente. El mundo exterior se
ha empezado a vaciar de nosotros.
La acción humana que circula por la red lo hace con postales de
hospitales, ministros y gobernantes anunciando cómo combaten la batalla,
pacientes que se han recuperado, o historias de médicos que dando todo dejaron
su vida en el armario para salvar a otros tantos.
El mundo desigual es parte de esa estampa.
Aunque existen llamados a la generosidad y al sacar lo mejor de sÃ, el
terror se ha quedó dentro de la casa.
Delincuentes que llaman al saqueo de tiendas departamentales por grupos
de Facebook; escenas de violencia intrafamiliar que se multiplican como plagas
en fotos de Instragram; tik toks de gente comprando armas para defenderse de
los otros; aumentos de ataque de estrés por sobrecarga de trabajo y de ansiedad
por el distanciamiento social socializados en Youtube.
Las otras desigualdades empiezan a florecer en medio de la cuarentena.
Madres que en medio del Home office, atienden a los hijos, cuidan a los
padres, preparan la comida, limpian el hogar y se dan cuenta que 24 horas les
son insuficientes para responder a lo que el mundo les demanda con solo dos
manos, denuncian su dolor en comentarios en un post.
El aislamiento introspectivo es muy distinto a la soledad forzada del
confinamiento. La pérdida del sentido de libertad y de movilidad ha detonado
cuadros de tristeza y depresión que tratan de calmarse consumiendo meme tras
meme.
Ya empezamos a ver jóvenes aburridos de los videojuegos y las series de
televisión. El binge consumption
mediático también produce empacho. La saturación de notas sobre el coronavirus
en todos los canales provoca un framing
overload.
Desde hace dos semanas vivimos los efectos de un resfriado no común. Un
mundo que ha cambiado por un virus no puede ver la biologÃa como algo ajeno a
lo económico, social y cultural.
Estamos ante algo más que una infección. El Covid-19 evidenció un mundo
que ya estaba entre nosotros. Visibilizó nuestros dolores y carencias.
Amplificó falacias y malestares. Agudizó todas nuestras divisorias. Levantó
nuevas fronteras y ocultó el brazo salvaje del capitalismo más profundo. Muchas
son las instituciones que no han podido sostenerse ante el contagio. El
ecosistema que ha venido a talar es el humano. El mundo no era plano como
afirmaba Thomas Friedman. Tiene demasiados picos y valles. El hiperindividualismo
quedó a flor de piel entre los estantes vacÃos del supermercado.
El coronavirus embargó nuestro futuro, evidenciando los males del
presente. El mundo futuro, que se pronuncia en presente ha tocado nuestras
puertas. Necesitamos algo más humano que lo humano para no abrir o si abrimos
superarlo.
Volver al otro es lo único que quizá pueda salvarnos. El verdadero
futuro debe pronunciarse en plural. En un modo más incluyente y solidario. Debe
partir del nosotros para acercar al ellos.
Desde hace dos semanas el mundo es otro. O quizá el pasado nunca fue
distinto. Quizá sólo es que nos habÃamos negado a ver, lo que hoy desde la
ventana se ve más claro, porque no aparecemos nosotros entre lo que vemos.