Entre amor y restos humanos
“Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido.
Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La
indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardÃa, no vida. Por eso odio a
los indiferentes” (Odio a los indiferentes, Antonio Gramsci).
Desde hace tres semanas el mundo es otro. En los noticiarios nos
recalcan que hemos superado el millón de infectados en el mundo y casi 54 mil
muertos. PaÃses como Italia o España superan las 10 mil defunciones cada uno.
Ya hablamos de un conflicto social que asemeja las consecuencias de una guerra:
cuerpos caÃdos, familias desmembradas, economÃas suicidas, futuros pisoteados.
Muchos han borrado el optimismo de sus mentes, el miedo nos rodea poco a
poco. Lo que se pensaba que era un brote aislado y controlado en una comunidad
en China de pronto se tornó en pandemia planetaria golpeando a colonizadores y
colonizados. Grande potencias europeas terminaron por propagar el virus en
América, Medio Oriente y Asia PacÃfico.
La pandemia globalizadora cruzó por puertos y aeropuertos capitalizando
los flujos humanos. Los sistemas sanitarios empiezan a colapsar y a caer en
cascada en todas las regiones del mundo.
La infección llegó ya a las comunidades aisladas en el Amazonas y temen
por su arribo en las regiones olvidadas de Angola. En un mundo desigual, las
desigualdades se enfatizan con los males.
La enfermedad se filtra en todos los niveles sociales y no le importa
escolaridad, sexo o condición racial. Aspecto que sà preocupa a algunos gobiernos
y sistemas de salud.
Algunos mueren solos en camas de hospitales, otros a mitad de la calle o
arrojados en un parque porque el sistema funerario rebasado no quiere pasar por
ellos por temor a la infección.
En las calles de Guayaquil, esa ya es su postal: del amor les queda,
solo restos humanos. La escena pinta como el escenario de The Walking Dead. Ya lo veÃamos venir. Los vivos dejaron de
importarnos. Por qué ahora habrÃan de hacerlo nuestros muertos.
Ayer la escena dio la vuelta al mundo. Hoy es Ecuador, mañana puede ser
Paris.
Las autoridades no se dan abasto. Cadáveres en lista de espera,
familiares envueltos en bolsas de plástico, lÃneas de emergencia saturadas, no
hay albergues temporales para cuerpos, ni tiempo para funerales, menos para un sepulcro
digno.
La muerte llegó en el mes de abril. Con cuerpos frente a los hospitales,
acumulados en las veredas, sin recursos para los ataúdes.
La muerte ya no es el significado último de las cosas y la vida.
Simplemente para algunos carece ya de significado. Se redujo a un término de
referencia; a un pasaje falto de sentido.
Se redujo la existencia a biologÃa. Y en estos dÃas de sustentabilidad,
a un corpus desechable y reciclable. Nos ven ahora como simple materia orgánica
que puede ser envuelta entre plásticos y arrojada a una fosa común.
¿Dónde quedó aquella idea de los inmortales? Del amigo que baja a los
infiernos en busca del otro para regresarlo a la vida. ¿Dónde quedó esa idea de
la muerte como exaltación de la vida? Lo más mortal es que se nos acabe el ser
humano. Que nos sitúen por debajo de la naturaleza y reduzcan la existencia a
vil materialidad.
La deshumanización del pasar junto a un cadáver y pensarlo únicamente
como un objeto desechable e ignorara al moribundo empieza a ya fluir en el
ambiente como el virus del Covid. Quizá nosotros elegimos nuestro fin. Éramos
una posibilidad y justo elegimos esta.
Desde hace tres semanas hemos visto los disfraces de la muerte. Hemos
visto lo peor y lo posible de nosotros. Si la vida entera es una reflexión
sobre la muerte, ¿cómo es que aprendimos a vivir? En qué medida reafirmamos
nuestra existencia cuando la indiferencia por el otro es en sà misma nuestra
contradicción. Ser en el tiempo implica vivir como en el tiempo. ¿Cómo es
entonces que decidimos vivir?
¿En qué tono viene el canto a mà mismo? ¿Nos hemos vuelto una extensión
de esta metáfora bélica? Para la expansión de nuestra idea de futuro hay que
cambiar la visión del hoy. La única fuerza que tendremos mañana vendrá del cómo
luchamos por el otro ayer.
Desde hace tres semanas el mundo es otro y está en nosotros que pueda
ser un mejor lugar que hoy.