El minuto después de la guerra
“Pintada, no vacÃa:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.”
(Canción última, Miguel Hernández).
Desde hace tres semanas el mundo es otro. Ver las calles vacÃas y los
rostros pegados a la ventana contemplando el sol que se diluye entre cortinas y
escenas caseras. La domesticación de los espacios del hogar, entre selfies y conexiones vÃa zoom.
El mundo conocido, en
tres semanas, sufrió un cambio exponencial. Sacó de nuestro armario, una
versión distinta de nosotros. Nos llevó del encierro fÃsico al imaginario. Al
que te obliga a repensarte como un ente que ya no ocupa su lugar privilegiado
en el mundo. A muchos los ha llevado a recurrir a sus recuerdos, a recuperar
notas de periódicos e imágenes de algún álbum familiar.
El mundo desde hace
tres semanas es otro. Una avalancha informativa circulando por medios digitales
y tradicionales rellena todos nuestros espacios –llenos y vacÃos-. El mundo se
entretiene y busca romper con el aburrimiento haciendo retos: “¿Tienes alguna
fotografÃo o un recuerdo conmigo?...”; “vamos a jugar el juego de moda, Me
asignaron la letra X…”; “Publica 10 trabajos y uno que nunca hayas tenido…”;
“Si puedo contar contigo manda un emoji
de corazón”.
Otros tantos se
entretienen produciendo, generando, haciendo. Mientras unos muchos piensan qué
será de mà y de mi familia cuando todo esto se termine.
El mundo en el
encierro también tiene sus brechas. La de los conectados, los desconectados y
los mediatizados. En todos, el mundo circula en tiempos distintos, con miedos
distintos y angustias distintas. A algunos les pesa lo que han perdido, en
otros reafirma lo que nunca tuvieron.
Estos dÃas de encierro
son los dÃas del náufrago que piensa en el mañana para volver a salir como
antes, pero que tiene miedo de que eso no vuelva a ocurrir.
¿Cómo será el minuto
después de esta guerra imaginaria?, ¿cómo será el mundo cuando todo esto
termine?, ¿a qué sonará el mañana? Esa es quizá la mayor de todas nuestras
angustias. Sobre todo, cuando no se cansan de repetirnos el impacto económico,
social y cultural de todo lo que ocurre hoy.
Silencio. Eso es quizá
lo que nos falta. Un momento de silencio. Explorar ese componente del modelo
comunicativo tan olvidado. Silencio. Un momento donde el habla no abastezca
nuestra condición humana; donde un trino se haga ausente; donde una hoja en el
camino no resuene y nos obligue a una pausa inmersiva, reflexiva y profunda de
nuestra propia condición.
Nos hace falta
silencio. Ese masaje en el alma que prolongue el respiro, que nos lleve a
interpretar la vida en tiempo pausado. En medio del caos no hace falta
silencio. Nos falta la pasividad que nos lleve a superarnos a nosotros mismo;
nos falta esa pequeña pausa que nos reubica en nuestro lugar del mundo.
Nos falta ese momento
de suspenso que ocurre entre el llanto y la herida; entre la palabra y el orden
del mundo; entre la lluvia y el golpe en el piso; entre la pregunta y la
confianza que brinda la respuesta. Nos falta ese signo entre estupidez y sabidurÃa;
entre la fruta que crece y la que madura; entre la ola que fluye y la que
revienta en la roca. Nos falta ese espacio de suspenso entre ladrillo y
ladrillo; entre la arena que sostiene al muro. Nos falta silencio. Ese lapso de
calor entre el dolor y el abrazo del amigo; la verdad que ensordece la bondad
del que alimenta al hambriento.
En menos de tres
semanas el mundo es otro. Hoy nos hace falta silencio. El código maestro del
cual todo se origina. Nos hace falta esa frecuencia blanda que soporta todo sonido.
En medio del canto de
las sirenas, al náufrago le falta silencio, Ese momento malvado que le hace
pensar en lo inexpresable y lo inexpresado. Nos hace falta silencio, ese camino
sencillo que por no estar empedrado desistimos.
A tres semanas de este
encierro imaginario nos hace falta silencio; nos hace falta sueño; esa lengua
muda en la que hablaban los ancestros. Nos hace falta vida introspectiva para
atender lo que la razón halla.
En medio de ese mar de
imágenes, estadÃsticas, noticiarios, memes, noticias falsas, rumores, falta
silencio.
Nos falta ese momento
de luz que ocurre en el punto muerto de la puesta de sol; in illo tempore cuando sólo fuimos polvo de estrellas. Ese tiempo
en suspenso entre lo que somos y lo que pudo ser.
En menos de tres
semanas el mundo es otro. El mundo necesita silencio; distancia; claridad. Pero
entre tantas desigualdades, sólo algunos lo podrán tener.
Hoy, el mundo se mueve
y se pronuncia en otra frecuencia. ¿Cómo será el minuto después de que esta guerra
termine?, ¿de quién será la voz que resonará en medio de nuestro desierto
interior?
Desde hace tres
semanas, los dÃas oscurecen en otro modo. Hace tres semanas que empezamos una
guerra contra nuestra propia condición. Hoy nos hace falta silencio, esa
pequeña pausa para entender el mundo exterior.