Jorge
Alberto Hidalgo Toledo
Hablar de cambio en un mundo en constante movimiento parece redundante;
sin embargo, cuando analizamos el entorno global en el que nos desarrollamos,
pareciera que la estandarización de los patrones, la unificación de las
ideologías y la masificación de las costumbres es la verdadera pauta a seguir.
Si algo caracteriza esta era de la información es la
ocupación mediática de la esfera pública, la esfera de lo real y del poder. La
opinión pública ha sido sustituida por la opinión publicada y la realidad por
las noticias. El mismo hecho privado ha sido destituido por su relato
comunicacional.
La movilidad social ha cambiado las
costumbres políticas y las maneras de actuar, los sistemas de control y los
objetivos del resto de los poderes, poderes muchas veces desplazados,
rencorosos, obsesivos.
El
papel desempeñado por la prensa actual ha sido cuestionado por infinidad de
analistas que han puesto al descubierto el desenmascaramiento de su opacidad,
de sus intenciones, de su manipulación esencial, desde que son considerados
como relatos –es decir textos- y no hechos.
Hoy
nos es fácil detectar las limitaciones del periodismo, sus huecos, sus falsas
realidades, su necesidad moral y sus carencias éticas; en fin, su falta de
afirmación de la búsqueda de la verdad como primer objetivo.
A
quienes han visto a la prensa como medio y herramienta para la construcción de
un discurso deshumanizado, habría que decirles que el periodismo no es un mero
género literario; por el contrario, se debe a la verdad y no a la
verosimilitud, y tiene una finalidad básica: informar de los hechos y su
realidad; que ontológicamente no es otra cosa más que formar a la persona
humana, dar sentido a la realidad y dirección a nuestras decisiones.
El
periodismo actual se encuentra una vez más en conflicto, el vicio de la
información perezosa, burocratizada y falta de valor, convierten la noticia en
una mala trascripción de la realidad cargada de diálogos ficticios, impunidad,
pseudoinocencia, flexibilidad y fragilidad ante el poder, ante los otros
poderes haciendo de la prensa un cómplice más.
La
periodista española Rosa Pereda, lo dice y lo dice bien cuando comenta el
oficio del periodista: “La obligación de la prensa es contar los hechos. Es
posible perseguir la verdad, contrastarla y narrarla. Porque escribir, escribir
a secas, es apasionante, por supuesto: la construcción del discurso mismo es
altamente gratificante, pero el periodismo es otra cosa”.
El periodismo da por supuesto que la
realidad es compleja, que no todo lo que parece, es, pero que es posible
encararse con la verdad. El periodismo es, además de una profesión: servicio
público, servicio a la colectividad. Es vocación por comunicar.
Comunicar no es otra cosa que hacer
común una serie de valores, hábitos y tradiciones para transformar la “materia
biológica bruta” y que ésta pueda comulgar con su cultura y el bien común.
Desde el siglo XVII, periodo en el que
comenzó en realidad el desarrollo de los medios de comunicación en un sentido
moderno, los medios estuvieron dinamizando el capitalismo y desgraciadamente se
terminaron convirtiendo en su herramienta de expansión.
En la era de las masas, la comunicación
individual ha perdido protagonismo. Todo se reduce a opiniones expresadas y opiniones
recibidas.
Bajo esta óptica no nos queda más que
afirmar que la masa tiene acceso a los medios de comunicación para comprar el
periódico o sintonizar una estación de radio; tiene fácil acceso como receptor,
no como agente contribuidor y mucho menos, de cambio.
El control, la falta de educación, la
poca preocupación moral, han llevado a que la prensa contribuya con el hacer
creer a la gente que el sistema en el que viven es bueno para todos, incluidos
los más desfavorecidos, a quienes convencen, incluso, para que estimen como
normales las desigualdades e injusticias sociales.
Hemos generado tal anestesia que el más
desfavorecido contempla absorto y falto de análisis crítico los mensajes que le
igualan a los más poderosos; se indigna cuando le indican que debe hacerlo y
dedica las únicas monedas que le quedan en su bolsillo para comprar artículos
prescindibles por razones que ni él mismo supone.
Pareciera un sueño reubicar los días en
que se podía elegir, actuar y ser libremente sin una mediatización de la
estructura exterior.
Desgraciadamente la prensa está
empujando a realizar una utopía en la tierra, pero no la que quisiera el
humanista.
El cambio que sugiere la renovación de
nuestro modelo de comunicación, no es un cambio de partidos en el poder o de
ideologías dominantes. El cambio que debería reflejar y protagonizar la prensa,
es el giro nuevamente a la persona y a la vivencia de los más altos valores
universales.
El auténtico cambio se dará cuando la
palabra aislada sea un camino del hombre al hombre; cuando la realización y
plenitud de la persona, se alcance ya que la comunicación es un llamado a la
elevación de la existencia.
Visto así, valdría la pena cuestionarnos
nuevamente los puntos donde creemos que la prensa está incidiendo para “el cambio”
y respondernos esperanzadoramente la pregunta: ¿será a caso que la verdadera
comunicación es también una utopía?