Selfies y Potlatch digital: imagen y capitales simbólicos en la Era de la Reputación Digital - Hipermediatizaciones: Hiperconexiones y remediaciones entre signos y palabras

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Textos especializados en Comunicación Digital, Ciencias Sociales, Literatura, Poesía, Humanidades Digitales y Culturas Juveniles. Sitio personal del Dr. Jorge Alberto Hidalgo Toledo, Expresidente de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación, AMIC y Ex presidente del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación.

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lunes, 11 de junio de 2018

Selfies y Potlatch digital: imagen y capitales simbólicos en la Era de la Reputación Digital


Selfies y Potlatch digital: imagen y capitales simbólicos en la Era de la Reputación Digital

Selfies and digital Potlatch: image and symbolic capitals in the Age of Digital Reputation

Selfies e Potlatch digital: imagem e capitais simbólicos na Era da Reputação Digital
Jorge Alberto Hidalgo Toledo*

 


Resumen: ¿Qué llevó al selfie a convertirse en la unidad metalingüística de la identidad hipermedial? Ver y ser visto es una condición de recepción y de ser y estar en las redes sociales. Las personas han pasado de consumir productos y servicios mediáticos a consumir personas como entidades simbólicas. Es la ingesta de la imagen, sus metadatos y metarrelatos lo que ha detonado una Economía del Panóptico. El trabajo explora desde la Antropología Cultural, la Hipermediatización y la Ecología de Medios las nuevas visibilidades. Se resemantiza la noción de potlatch en la era digital y los capitales simbólicos detrás del consumo conspicuo de los selfies.
Palabras clave: Estudios de Recepción; Cultura digital; Postfotografía; Redes sociales.

Abstract: What led the selfie to become the metalinguistic unit of hypermedial identity? Seeing and being seen is a condition of reception and of being and being in social networks. People have gone from consuming media products and services to consuming people as symbolic entities. It is the ingestion of the image, its metadata and metanarratives that has triggered an Economics of the Panopticon. The work explores the new visibilities from Cultural Anthropology, Hypermediation and Media Ecology. The notion of potlatch in the digital age and the symbolic capitals behind the conspicuous consumption of selfies are re-semantized.
Keywords: Reception Studies; Digital culture; Post-photography; Social networks.

Resumo: O que levou a selfie a se tornar a unidade metalingüística da identidade hipermedial? Vendo e sendo visto é uma condição de recepção e de ser e estar nas redes sociais. As pessoas passaram de consumir produtos e serviços de mídia para consumir pessoas como entidades simbólicas. É a ingestão da imagem, seus metadados e metanarrativas que desencadeou uma Economia do Panopticon. O trabalho explora as novas visibilidades da Antropologia Cultural, Hipermídia e Ecologia da Mídia. A noção de potlatch na era digital e os capitais simbólicos por trás do consumo conspícuo de selfies são re-semantizados.
Palavras-chave: Estudos de recepção; Cultura Digital; Pós-fotografia; Redes sociais
1.    Relatos por encargo
No comparto mi vida, comparto lo que quiero que se sepa de mi vida y con una determinada narrativa, la cual no da cuenta de lo que sucede fielmente, sino que retoma los aspectos más positivos. Es decir, procuro crearme una imagen pública positiva, como creo que intuitivamente lo hacemos o intentamos hacer todos en los espacios comunes o públicos. Me parece que en general nos auto promocionamos, sólo que hay algunos que saben hacerlo mejor que otros. (Sujeto Informante Socio digital[1]15, Ciudad de México, México)

Tras la Guerra Civil Española, en un país que pretendía emerger de sus ruinas y sobreponerse económicamente a través de toda vía comercial, un grupo de sujetos astutos y sin educación, oriundos de las filas del mercado negro, ostentándose como nuevos ricos, intentaron demostrar a los demás su poder adquisitivo; fuera éste cierto o falso (Braña, 2011). Así, impusieron una moda narrativa que posteriormente se replicó en aquellos que habían triunfado en “Las Américas” y pretendían, igualmente, restregarles a los demás todo cuanto tenían. Estos analfabetos adinerados solían llegar con los concesionarios automotrices pidiendo: “deme el más grande, caro y el mejor que haiga (Martín, 2016).
  Así, los “haiga” se instauraron en la cultura popular española (en una primera etapa) -particularmente en Asturias[2]-, como sinónimo de vehículos norteamericanos, grandes y lujosos[3]. Sin embargo, más que un vehículo lo que deseaban validar consensualmente sus portadores, era para algunos, una historia de triunfo y supremacía económica; y para otros, la autopromoción del destino de sus aspiraciones.
Por aquellos días, el gran fotógrafo español y retratista por encargo Virxilio Viéitez regresó a Galicia para registrar la vida cotidiana de su pueblo natal: Soutelo de Montes. Sus retratos de comuniones, velatorios y bautizos, así como las fotografías para cartillas escolares, documentos de identidad y libros de familia dieron la vuelta al mundo y ganaron el respeto y admiración de fotógrafos como Cartier-Bresson quien lo incluyó en su libro Mis fotos favoritas (Sanmoran, 2017).
Generaciones de vecinos fotografiados por Viéitez, expresaron con sus rostros, peinados, telas, vestimentas, poses y escenarios, los nuevos aires; las nuevas batallas a soportar: las de la Transmodernidad.
Un nuevo relato circuló a través de la metanarrativa de sus fotografías para dar cuenta de las nuevas dimensiones del mercado, la política, la sociedad y la cultura. En sus imágenes se interconectaron diferentes ámbitos de la vida. Esas imágenes de una España en transformación y que pretendía trascender los límites de la modernidad, hibridaban las racionalidades urbanas y rurales, se enmarcaba en lo transcultural y remitían a la transtextualidad del discurso individual que se tejía entre la precariedad industrial y la supuesta bonanza postindustrial.
Una madre y su hija montando una Vespa; la anciana Dorotea del Cará sentada junto a una consola de radio que le hace compañía frente a la puerta de su casa en ruinas; cinco chicas recargadas en el cofre y un niño asomando por la ventana de un Chevrolet en una calle sin asfaltar; una familia entera atestiguando el funeral del padre como si fuera una representación teatral en la que no se esconde el duelo; fueron testigos múltiples de las acciones deseadas por los suyos y coexistieron como registro de la memoria, del tiempo poético; del reino de los signos y la simulocracia. Detrás de cada foto, en las que querían dejar como evidencia notarial, en qué empleaban sus recursos, quedó también plasmada –como afirmaba Roland Barthes- la totalidad del ser humano[4] que se escondía detrás de cada imagen (Barba, 2013).
Las imágenes que en un principio registraron enormes Pontiac’s, Ford’s o Cadillac’s fueron desplazadas por motocicletas, joyas, artefactos y vestimentas operando como metáforas situadas para avisar a un hijo o a la comunidad entera que el recurso económico enviado desde cualquier parte del mundo, había servido para adquirir, lo mejor que haiga (Sendón & Suárez Canal, 1998).
Los haiga, tras la lente de Viéitez, pasaron de ser encargos de ostentación de riqueza a tornarse en ilusión, consolidación y esperanza de aquellos que migraron a Brasil, Panamá, Venezuela y México y esperaban un registro gráfico del mundo que habían dejado atrás y la manera como los suyos empleaban el recurso enviado para la sustentación (Torres, 2015).
Sus imágenes, sin aparente objetivo crítico ni antropológico, terminaron por convertirse en representaciones sociales, cosmovisiones, postales discursivas de la apariencia y el deseo de la emergente sociedad española. Los objetos y los sujetos eran escenas naturales que revelaban secretos y documentaban la vida. La inmaterialidad de la imagen lograba dotar de cuerpo estructurado y simbólico (Verón, 2001) a cada hombre, niño o mujer retratada. Cada una de ellas, era una prueba de verdad, un documento visual para informar que estaban bien y que el dinero se había gastado bien. Como buen médium, Viéitez sirvió junto con su cámara fotográfica, de interfaz para mediar lo etéreo del alma humana y explicitar su densidad y dignidad. En cada disparo Viéitez logró materializar al fantasma y su “desnudez esencial” (Barba, 2013).
La fotografía, materialidad semántica de lo real y lo simbólico, además de convertirse en un oficio lucrativo e imponer su imperio en la posmodernidad, dio testimonio de los imaginarios y flujos situados. Creó universos de significación donde se congelaron las motivaciones y sentimientos más profundos de la sociedad.

2.    La imagen como ingeniería sociocultural
La gente comparte en las redes apariencias, lo que la gente puede ver de ti es lo que la gente le da valor. El poder demostrar algo con imágenes y que sea agradecido con likes ha sustituido muchas conversaciones. Y por lo mismo comparten su vida a través de la red. Además de que creo que la gente usa su dispositivo como trinchera, desde ahí ataca, piensa, siente, etc. En la frontera digital se permite todo y el estar cara a cara no o más bien, ya no. (Sujeto Informante Socio digital 19, Huixquilucan, Estado de México)

La fotografía, hardware y software a la vez, como en el caso de Viéitez, articuló al individuo, sus condiciones y necesidades de adscripción y pertenencia. Ésta, al más puro estilo del potlatch registrado por Ruth Benedict (2005) sirvió de impronta para el impulso de prestigio en una España hambrienta de aprobación y reconocimiento social. En ese entorno, en que la fotografía iba viento en popa, la imagen fue una arena de competencia, un territorio de disputa de la aprobación social.
  La imagen pasó de ser un medio, a un fin en sí misma. El medio, como bien decía McLuhan se volvió mensaje. Su materialidad evidenció la competencia por aparentar y ganar estatus, por impresionar a los demás, por ganar la admiración y el respeto. Con ella se evidenció que importaba más que la gente los admirara por la riqueza proyectada que por la riqueza misma que poseían (Harris, 2000). Detrás de cada imagen, se registró el esfuerzo por ascender.
  En la Era Digital y de la Socialización particularmente en Facebook, Instagram y Pinterest se han replicado los mismos fenómenos de los haigas de Viéitez y el potlatch de Benedict y Harris sumando la noción de consumo conspicuo descrito en su momento por Thorstein Veblen.  El despilfarro conspicuo (Veblen, 2002) ahora gráfico evidencia esa obsesión por no ser menos, por no tener menos; por no vivir menos que los demás. De ahí la alteración cosmética de las escenas, los filtros empleados para estetizar la vida cotidiana (Lipovetsky, Serroy, & Prometeo Moya, 2016).
La competencia visual alimentó el festín de aprobación y búsqueda del like. El consumo maniaco de las imágenes del otro, las rivalidades escénicas y visuales forman parte de esa megalomanía contemporánea de la nueva clase ociosa. Este capricho ancestral fundamentado en parte en la inseguridad, rearticuló la ecología mediática y las condiciones económicas que lo soportan. Ver y consumir al otro, observar sus flujos comunicativos y agencias digitales hicieron de la imagen el objeto de valor circulante de la Economía del Panóptico. Este nuevo sistema económico es el que da soporte al Capitalismo hip[5] que se ha puesto al servicio de esta obsesión gráfico/creativa. Este potlach digital se ha convertido en un dispositivo universal o como señala Lev Manovich, en una interfaz cultural (2012) que ha asegurado la producción, distribución y almacenaje del nuevo capital simbólico del continente digital.

2.1.  La Caverna digital
Compartir tu vida en una red implica el retroceso a nuestro ente primitivo, es dejar constancia de una vida, con libre interpretación de nuestro receptor, son nuestra nueva cueva de Altamira. Buscamos la trascendencia totémica y la inmortalidad ficticia. (Sujeto Informante Sociodigital 20, León, Guanajuato, México)

La circulación de legitimación multiplicó la narrativa del haiga que involucraba a un tercero para que tomara la foto como testigo y por encargo, y la llevó a la auto representación de la postfotografía; al individuo que se utiliza a sí mismo como médium y mensaje.
La rivalidad de los haigas digitales se evidencian en las múltiples acepciones de autorretrato que hoy existen: selfies, usies[6], powerselfie[7], brofie[8], youie[9], girlfie[10], multiselfie[11], selfeye[12], belfie[13], footfie, selfeet o shoefie[14], legsie[15], hairfie o helfie[16], beardie[17], carfie[18] y selfie friendly[19], hotelfie[20], selfbeach[21], felfie[22], jelfie o photobomb[23], jobfie[24], drelfie[25], mom selfies[26], petfie[27], petselfiez[28], couplie[29], bragfie o braggie[30], foodie[31], selfit o welfie[32], shelfie[33], bedfie, morningselfie o bedstragram[34], aftersex[35], frontback[36], pregnantselfie[37] breasfie[38], divorceselfie[39] y dronie[40].
El selfie y la fotografía de perfil, son el imperio del yo en las redes socio digitales. Son el territorio del sujeto en primer plano; del espejo que encuadra el mundo y refleja el instante pretendiendo con ello visibilizar la propia agenda. El yo auto situado, auto editado y auto curado es el capital de las nuevas visualidades; el yo en el selfie es lenguaje (Carrión, 2016), codificación y decodificación; es el yo navegante, discursivo y geolocalizado. El selfie se adhiere a la fábrica de las experiencias y el catálogo de los momentos[41] que registran Facebook, Google, Twitter o Instagram.
  Saberse observado obligó a la justificación y búsqueda de validación. Ver y saberse visto detonó la vigilancia cooperativa (Hidalgo Toledo, 2009) en las comunidades virtuales y de significación donde todos se validan y celebran. La ley discursiva detrás de la publicación y actualización de perfiles es la de la representación que busca reciprocidad; donar likes para que me den likes, es la performatividad que estimula el flujo incesante de búsqueda de prestigio. Acumular “me gusta” es acumulación de riqueza. Los big men de la era digital, son aquellos que acumulan followers y amigos; son los que viven atareados preparando el próximo festín en el que el prestigio y la reputación será su única recompensa.
  Alimentar de contenido la red, aumentar el nivel de producción es una forma de trabajo que termina por crear una compleja red de expectativas económicas y un medio ambiente estructurado por un competitivo inventario tecnológico.
  Los sujetos han hecho de la identidad hipermedial (Hidalgo Toledo, 2011) plasmada en sus perfiles, un poste totémico. La altura y audacia de su trazo se mide en plataformas como Klout en función de lo que comunican e impactan a sus rivales. Hoy un perfil en Facebook, Instagram o Pinterest es un centro de producción y transferencia simbólica. Esta práctica cultural es un estilo de vida en la que el éxito se mide con la moneda de cambio de la aprobación social. Esta ostentación competitiva se alimenta de la expectativa de devolución. Por tanto, la auto explotación disfrazada de personal branding para alimentar sus identidades hipermediales, es una de las consecuencias de este circuito económico. En esa lógica discursiva quien se jacta del orgullo del otro, es troleado. Quien viola la norma de reciprocidad y redistribución será siempre una amenaza para el equilibrio de la comunidad.
Para comprender esta racionalidad bien nos funciona la perspectiva evolutiva que señaló Harris al explicar la práctica de los donantes esquimales:
los regalos hacen esclavos como los latigazos hacen perros… Los donantes de regalos hicieron al principio regalos que provenían de su propio trabajo extra; pronto la gente se encontró con que tenían que trabajar mucho más para corresponder recíprocamente y hacer posible que los donantes les hicieran más regalos; finalmente los donantes de regalos se volvieron muy poderosos y ya no necesitaban someterse a las reglas de reciprocidad (2000, pág. 119).
Como se puede ver, plantar, criar, acumular, consumir y despilfarrar prestigio es producir. La producción digital es la ritualidad misma de la visibilidad y la memoria (Bustos Gorozpe, 2018). Los donantes digitales son esclavos y los que esclavizan. Consumir y ser consumido. Ser amo y esclavo es la perversidad de la aldea digital que exige estar las 24 horas y los 365 días empleando sus tecnologías para ser, estar y parecer (Heim, 1993). El efecto tamagochi se hace presente en todo momento (Haraway, 1995). De ahí la angustia existencial de no saber qué pasa en la red cuando no se está

2.2. Narciso en el laberinto
Me parece que al publicar una selfie por ejemplo se busca un espejo en el otro digital, no en el real, en el imaginario. Pero al estar fuera de nosotros pues se vuelve real sin realmente serlo... (Sujeto Informante Socio digital 4, Zacatecas, México)

La imagen digital sedujo al mundo y alimentó la pulsión escópica (Gubern, 2007); migró de la búsqueda de la perpetuidad del papel (del rastro almacenado, rastro memoria) a lo efímero del bit (rastro dialógico). De la materialidad a la condición angélica[42] (Fernández Collado & Hernández Sampieri, 2004), descarnada y software del sujeto/objeto representado. Pasamos del fotógrafo cualificado al anónimo amateur alfabetizado digitalmente y analfabeto fotográfico. La facilidad en el manejo de los dispositivos móviles de registro gráfico instantáneo y la publicación inmediata en redes sociales detonó la abundancia y despilfarro conspicuo; generándose así más imágenes que las que se ven, publican,  generan rituales, almacenan y consumen (Foncuberta, 2017). Hoy la fotografía expandió su condición de representación, reproducción y memorabilidad a registro conceptual, espejo inmediato, seductor, narcisista, experiencial y de orden conversacional.
La imagen digital ha venido a otorgar valor a la identidad hipermedial que el sujeto está creando en la red. Cada una de sus imágenes terminan por organizar, semantizar y regular sus interacciones (Sued, 2018). Es en ese sistema semiótico donde los sujetos dinamizan sus prácticas y representaciones conectando espacios, sujetos, flujos comunicativos, identidades y estructuras culturales. La interacción dialógica y el intercambio de likes, no sólo refuerzan el potlatch digital, sino la construcción colectiva de la identidad de los sujetos representados. Los hashtags, textos y etiquetas relacionadas con cada imagen terminan por reforzar las expresiones metalingüísticas y las representaciones sociales permitiendo incluso comunidades de significación o vinculación, por la navegación misma que permite la etiqueta al incluirla en el buscador. 
Lo instantáneo, lo efímero, lo momentáneo es un registro del “soy yo”, “lo necesito”, “aquí estuve yo”, “mi nueva adquisición”, “aquí hemos estado” como señala Gabriela Sued (2018, pág. 19).
La postfotografía es en sí misma una práctica socio-cultural que pasó de lo offline a lo online y a lo postline. En ella se hacen tangibles los intereses comunes y locales; las percepciones e imaginarios sociales; la vida social; los patrones y consumos culturales; los límites de la vida; las inquietudes morales y valores culturales desterritorializados; las resistencias y emergencias narrativas; los juegos estéticos y nuevas codificaciones.
La red y los espacios digitales reconfiguraron el espacio-tiempo, lo público y lo privado; el reinado de la imagen así como la dignidad del cuerpo en un espacio ajeno a lo corpóreo. Es por ello que la imagen digital se tornó en la nueva frontera; el espacio interior -objeto de auto contemplación- que habrá de enunciar el triunfo del postindividuo.
Parafraseando a Victor Hugo, “Es dentro de la imagen (representación) donde hay que mirar lo de fuera” pues como dice Alain Corbin “hasta las mismas sociedades sucumben al poder de las imágenes” (2001, pág. 395)

2.3. El espejo imaginario de la trascendencia
En la imagen veo una historia, la que yo quiera, la disponible, una historia que no está limitada por las palabras y su mero significado. Las personas comparten porque el anhelo de trascender, las redes brindan esa posibilidad. Hoy en día hasta lo banal puede trascender, desde una selfie en un baño público que se toma la adolescente que usa datos con prepago hasta la foto grupal de los 'mi reyes' en un lujoso restaurante de Santa Fe. (Sujeto Informante Socio digital 9, Celaya, Guanajuato, México)

Las redes socio digitales, han dado un gran empuje al postindividuo; a la servidumbre de la imagen y la reciprocidad colectiva. Las imágenes, operan como espejos de las aspiraciones del derecho a la felicidad. El mercado mismo ha estimulado el legítimo derecho a la elección y visualización del propio destino.
  Múltiples son las tipologías de usuarios y cibernautas, como múltiples sus autorretratos. Sus perfiles gritan “estamos hechos de carne y hueso como ustedes y tenemos el mismo derecho a la propia existencia”. Su intención de ser diferentes entre los iguales, es una rebelión contra la masificación y uniformidad de la cultura contemporánea.
Las expresiones digitales están plagadas de imágenes en las que se hace evidente: el viaje a la tierra auto prometida; el reencuentro con la memoria y los amigos del pasado; la exploración interior y el gusto por el deporte; el futuro distópico y los atentados contra el medio ambiente; la lucha de género y la libertad de cuerpo; la ruptura con lo convencional y la búsqueda de un nuevo centro de equilibrio para la existencia.
Cada perfil pretende ser un universo paralelo de la historia; un acelerador de la voluntad acentuada de individuación. La selfie en el gimnasio, cenando con la pareja en restaurante de moda, leyendo a la orilla de la alberca, descubriendo una playa virgen o experimentando un deporte extremo… son símbolos del yo y signos de la auto posesión.
La postfotografía es una mirada del hombre sobre sí mismo. Es la identidad escrita y leída desde los ojos del otro. Es la expresión icónica de los más menudos detalles erotizados para motivar la atracción, para seducir al que contempla y espera la revelación explícita de nuestra existencia que espera ser “seguida” y valorada. Por ello, en el continente digital no hay discreción. Todo se siluetea, se vuelve retrato, se posee, se ostenta.
  El sujeto en cada imagen se auto afirma y a su vez, adquiere conciencia de sí. Poseerse es demostrar la existencia de uno mismo (Freund, 2015).
  El selfie, se tornó en un manifiesto; en expresión de auto realización del deseo. Nos convirtió a todos en mercancía de consumo e instrumento de vinculación. Cada imagen se volvió un triunfo en miniatura; una forma de probar el éxito social. Por ello se multiplican en un perfil las imágenes que fueron validadas por los otros. A más likes, más se democratizó el autorretrato.
  Representación y posesión aviva la propia valía, inflama al sujeto y estimula la búsqueda de más reconocimiento social. Cada actitud, gesto, ademán, expresión, semblante, postura, palabra y etiqueta es pensada para crear con ella una esfera conversacional; un código perceptivo que termina moldeando las audiencias bajo la retórica del like.
  El selfie rechaza la fealdad. La misma etiqueta #nofilter, #allnatural, #realbeauty, tienen como fin imponer una norma de belleza y reconfigurar la mirada. Instagram renovó la nostalgia; Facebook remedió la percepción de juventud; Flickr amplificó la memoria familiar; Pinterest trasladó los flujos sentimentales. Las redes socio digitales, en sí mismas modificaron la condición de la ausencia bajo una declaración estética, la del like (Tifentale & Manovich, 2018).
  La imagen digital marca hoy el nuevo tiempo del deseo, el ritual de posesión; el deseo de cada individuo por perpetuarse; por dejar una huella digital de su existencia. Cada postfotografía es un epitafio personalizado; una forma de invocación. La red como ouija digital, hace presente a los ausentes. La vanidad discursiva y la teatralidad de las imágenes de perfil refuerzan en todo momento el sentimiento del yo que se abre camino en el nuevo espacio público.       

3.      Reputación digital y sistemas de control en la Economía del panóptico
En estos tiempos la imagen digital es paralela a la real, sólo que con una diferencia notable, la viralidad, si bien es cierto que nos permite "mostrar nuestra mejor cara", también podemos quedar sepultados; es por esto que se recomienda que ni por error se suban fotos en las que se ve que se han pasado las copitas o con poca ropa. La imagen digital es mucho más que una foto, es como nos perciben en las redes (nuestro comportamiento) y esto traspasa a la vida real. (Sujeto Informante Socio digital 18, Toluca, Estado de México)

Como bien señalan Alise Tifentale y Lev Manovich, no es posible hablar de la fotografía digital olvidando que ésta tiene su raíz en la fotografía tradicional (2018). Las prácticas de socialización y la fotografía como constructora de identidad tienen una profunda raíz histórica como se ha podido constatar a lo largo del texto.
  El selfie, como la fotografía por encargo y la creada por fotógrafos amateurs en un modo más casero (Chalfen, 2010), en el fondo, apelan históricamente a los mismos sentimientos: la aceptación y valoración consensual de los otros.
  La complejidad semántica de cada imagen –así sea de una fiesta, la reunión con los amigos, la cena del viernes, o la compra de unos zapatos nuevos- está por un lado en la búsqueda de heroización, reconocimiento, vanidad y premiación social y por otro, en la articulación de la codificación de la historia individual con la configuración moral del grupo al que pertenecen.
  La imagen como testigo, como banco de costumbres, como lugar de encuentro, como memoria, como registro notarial de la identidad… La imagen como educadora de la sensibilidad de las audiencias; de esos voyeristas que como detectives rastrean la huella digital de los demás navegando y haciendo zapping en los perfiles. Es pues la imagen digital –con todos sus nodos articuladores- un complejo sistema de representaciones del orden simbólico de la Hipermodernidad.
  La postfotografía es la exteriorización del monólogo interior que intenta controlar la propia apariencia y a su vez ser descifrado por los otros. Es un secreto codificado; es la sombra que registra la ambición del trabajo, el ocio, la herida narcisita, la movilidad social, la actividad amorosa, la intimidad de la conciencia y la experiencia diaria. Por ello, rompe la idea tradicional de un auto retrato y siempre pretende hacer un registro de las experiencias, actividades, eventos y emociones que está viviendo el sujeto
Registrar y conservar las imágenes en el perfil es una forma de vivir el doble; de estar siempre en “aquellos lugares significativos”, “con la misma gente, y los mismos objetos valiosos. El Selfie es una especie de conmemoración a lo valioso, lo relevante y significativo; es una confesión sentimental de identidad. El selfie es una forma de escribirse a uno mismo. Y esa escritura se ha vuelto una lógica narrativa de la Generación Snapchat, la nueva “mayoría global” (Mirzoeff, 2015). El selfie es más extensión del diario que del autorretrato. Es una variación discursiva de lo que es y aspira ser el sujeto en lo privado, lo familiar y lo público.
El selfie es el paraíso de la identidad hipermedial; es la forma de hablar y escribir de la nueva clase ociosa; es el deseo de sobreabundancia de ser. Extenderlo en las redes, es extenderse uno mismo; es conformar una red solidaria que acoge a sujetos en situación y experiencia. Es la experiencia del mundo en primera persona.
La reputación que valida el potlatch digital es la que hace vibrar al yo. Y es justo el yo, la nueva mercancía, el corazón de la nueva economía. Hemos llegado a la era del fin de los tiempos muertos, donde el mayor de los dramas de la recepción hipermediática es el canibalismo simbólico del Yo.

Referencias

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Vieitez, V. (- de - de 1955). Recuperado el 29 de mayo de 2018, de VU' l'agence: https://www.agencevu.com/photographers/photographer.php?id=110


* Investigador del CICA, Universidad Anáhuac. Doctor en Comunicación Aplicada por la Universidad Anáhuac. Presidente del CONEICC. Vicepresidente de la AMIC. Coautor de Medios y mediaciones en la cultura digital (2017); Signo vital: comunicación estratégica en la promoción de la salud (2011); y Comunicación Masiva en Hispanoamérica: Cultura y literatura mediática (2005). E-mail: jhidalgo@anahuac.mx
[1] Los 33 informantes sociodigitales citados en el presente trabajo participaron en un foro digital de discusión situado dentro de Facebook con la intención explícita de colaborar en el estudio indicando las motivaciones detrás de la pregunta: ¿Por qué las personas comparten su mundo a través de la red? Aun cuando se tiene el consentimiento de los participantes se decidió guardar su anonimato.
[2] En la Asturias de la década de los 50, los indianos solían enseñar sus haigas en el marco del Desfile del Día de América
[3] Definición coloquial española registrada por la Real Academia Española
[4] Puntualización de Barba cuando refiere a Roland Barthes y la pregunta de si la fotografía contiene la totalidad de un ser humano y para responder narra la anécdota de Barthes cuando encuentra en el álbum familiar una foto de su madre y afirma “observé a la niña y encontré por fin a mi madre”.
[5] fundamentado en el ocio, entretenimiento y la hipermediatización de la vida y la cultura
[6] Selfies grupales
[7] Selfie en el que el protagonista es un personaje público o celebridad
[8] Selfie para expresar complicidad con algún amigo
[9] Selfie de otra persona
[10] Selfies grupales de 3 o más mujeres
[11] Collage de varios selfies
[12] Autorretrato de un ojo
[13] Selfies de cuerpo, trasero y no cara
[14] Selfies de pies y contexto en el que se ubican
[15] Autofoto de las piernas dejando ver el entorno
[16] Selfie del corte de cabello
[17] Autofoto de la barba
[18] Selfies hechos en el automóvil
[19] Selfies tomadas en los asientos traseros
[20] Selfies realizados en la habitación de un hotel
[21] Selfies para presumir el destino vacacional
[22] Selfie en un ambiente rural o con paisajes naturales
[23] Foto grupal en la que la persona se suma sin invitación
[24] Selfie en el entorno laboral
[25] Selfie bebido
[26] Autorretrato de la madre en primer plano con sus hijos
[27] Selfie de mascotas mostrando escenas del hogar
[28] Simulación de selfie con mascotas
[29] Selfie en pareja
[30] Selfie en el que se busca alardear de actividades o posesiones
[31] Selfies de comida
[32] Selfies tomados en gimnasios o haciendo ejercicio
[33] Selfie de objetos en una estantería o ventana.
[34] Selfie tomado en la cama al despertar
[35] Selfie en pareja después de tener relaciones sexuales
[36] Selfie en el que el sujeto fotografiado está viendo al autor
[37] Selfies para mostrar los cambios en el embarazo
[38] Selfie amamantando al hijo
[39] Autofotos para anunciar la separación
[40] Selfie tomada con un dron
[41] Modelo de negocio de las compañías digitales que registran más que la actividad, lo que esta práctica significa para los usuarios. Opera mediante el reconocimiento facial, la identificación de usuarios y la agrupación de imágenes, mediante inteligencia artificial. Todos los que vivieron el “momento” tendrán una copia de las imágenes tomadas en una especie de álbum social.
[42] Metáfora retomada de Mcluhan quien afirmaba que “la era electrónica angeliza al hombre, lo descarna y lo convierte en Software”

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