Moments
“Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de
párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ámbito
de arenas evangélicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viático de mi Hermano.
Salgo a los dédalos del mundo.
No renunciaré a este entrar y salir.
No escucharé las Órdenes. Tendré,
entre los fantasmas y los
purgatorios,
sobre el calor de las manos que
proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la dávida necesaria. Sostendré,
al entrar y salir, el peso de una
chispa
que sale de una gota o un río de
sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.”.
(El peso de una chispa, David Huerta).
Desde hace siete semanas el mundo es otro. Nos hemos llenado de
conexiones y mensajes; nos saturamos de noticias y series de televisión.
Estamos plagados de estadísticas y memes.
Ya todos pasamos por
los ciclos del encierro: incredulidad, idealización, romanticismo, saturación,
hartazgo, resistencia, alarma, agotamiento, aturdimiento, resignación.
Desde hace siete
semanas los medios han jugado un papel primordial para mantener nuestro
equilibrio emocional durante estos días de confinamiento sanitario.
A través de ellos nos hemos enterado al instante de lo que ocurre en
todos los rincones del planeta. Por ellos, sabemos todas las pruebas de
laboratorio que están implementando para que contemos con una vacuna pronto
para tratar el Covid 19; nos enteramos de la muerte de científicos, artistas,
escritores, cineastas y celebridades; tenemos la posibilidad de conocer
virtualmente todos los museos del mundo y escuchar conciertos via streaming a cualquier hora del día;
discutimos los fallos en las políticas públicas para hacer frente a los
estragos económicos que dejará mundialmente la pandemia; hacemos pedidos al
súper mercado para que nos los entreguen en la puerta de la casa; accedemos a
catálogos enormes de películas, series, canciones y libros digitalizados;
recibimos clases y podemos continuar con nuestros procesos formativos.
Los Hipermedios hoy nos han permitido continuar con casi todas nuestras
actividades cotidianas. Por ellos la vida se tornó un continuum entre el mundo off
line y on line. Nuestra vida postline depende de ellos para poder
llevar los días y las noches en el encierro.
Hoy todos nuestros miedos son saciados, alimentados y amplificados desde
los medios.
Nuestros temores por el futuro que viene y la ansiedad por no controlar
el presente que vivimos, también se alimenta de ellos.
La vida es una secuencia de momentos. De lugares, espacios y hechos que
ocupan un lugar significativo en nuestras mentes y recuerdos. Son hiperobjetos
que acumulan sentido; que resignifican la existencia. En ellos depositamos
nuestros recuerdos, nuestras emociones, nuestros anhelos. En esos momentos,
objetos simbólicos, está depositada nuestra vida.
Cada etapa de nuestra historia, desde hace algunos siglos contó con
medios propios para construirlos y narrarlos. Las guerras de finales del siglo
XIX se apoyaron del telégrafo, las Revoluciones de inicios del siglo XX de la
fotografía, la prensa fue la voz de la Primer Guerra Mundial, la Gran Depresión
y las Guerras Civiles del primer cuarto del siglo pasado resonaron en la radio;
el noticiario cinematográfico de la 2a Guerra mundial narró las hazañas de los
países del Eje y los Aliados; la Guerra del Golfo pudimos comprenderla por la
televisión con todo y sus efectos de transmisión y simulación; y hoy, la
pandemia será inmortalizada por internet y su narrativa transmedial. Cada etapa
tuvo su medio y sus voceros. Tuvo su imagen y su estampa. A través de ellos
fluyeron los momentos.
A siete semanas del confinamiento ya empieza a perfilarse la estampa con
la que habremos de recordar estos días de encierro y temores. En unos años nos
volverá a recordar Facebook o la red socio digital que siga reinando en
nuestras vidas, lo que aquí pasó. Nos mostrará algún meme, algún pensamiento
publicado como post, alguna imagen operando
como registro notarial de lo que fue.
Uno de esos hiperobjetos que habremos de recordar será Zoom. Esa
plataforma hipermedial a través de la que compartimos horas de trabajo,
enseñanza, entretenimiento y momentos familiares. En ella hemos dejado muchas
horas y emociones.
Hoy Zoom es la postal de nuestro encierro. Circulan ya por la red los zoomfie.
No falta en el perfil de alguien la imagen con la microestampa del momento de
todos interconectados en una videollamada.
Pero más allá del momento del recuerdo, hoy hay millones de personas
padeciendo horas y días a la semana de permanente hiperconexión. Para algunos
son prolongadas sesiones de trabajo expuestos frente a la pantalla intentando
controlar, entretener y no perder la atención del otro que te ve como una
pantalla de televisión.
Cientos son los que empiezan a sentir agotamiento permanente sin saber
por qué al final de la semana, y todo está en el número de horas que pasan en
conversatorios, entrevistas, juntas de trabajo, o momentos familiares.
La vida frente a esta pantalla nos igual que estar simplemente conectado
a un televisor. Demanda un consumo mayor de energía psicoemocional. Las
videollamadas, demandan multi atención, estrategia de conexión. El yo en el escenario digital no se muestra
igual que en los escenarios físicos. En el ciberespacio, nuestra representación
se complejiza por la necesidad de no dejar segundos de silencio, por vigilar la
permanente conexión del otro y que no exista retraso de señal o caída de la
red. Procesar todo registro facial, lenguajes corporales, señales del contexto,
sonidos ambientales, locaciones elegidas, se suman a los temas conversados, los
sentimientos conversacionales y reprimidos que fluyen en correlación con la
contingencia.
Pasamos de nuestra representación fija en un selfie a nuestra imagen en movimiento mostrando nuestros espacios
íntimos y privados y toda nuestra concentración está puesta en el momento.
Desde hace siete semanas el momento es otro. La pantalla ha absorbido nuestras
vidas. Para algunos será sólo la estampa del momento. Para otros será el
símbolo de una nueva forma de autoexplotación.